Balkan Adventure 2016
- Rixelieu
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#26 Vídeos
Pues parece que no hay manera de que funcione el tema de incrustar un vídeo de YouTube en el post... Dejo los enlaces a los vídeos, que parece que sí que van.
Me alegro que esté gustando!
Me alegro que esté gustando!
- Rixelieu
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#27 ¿Skopje o no Skopje?
Día 17 – Domingo 14 de agosto – de Prizren a Skopje (104km)
Hacía una semana, mientras estábamos en Dubrovnik, nos llegaron las noticias de que unas inundaciones relámpago habían afectado Skopje, dejando al menos una docena de muertos y más de 60 heridos tras de sí y dañando las carreteras en la capital y sus alrededores, y de que el gobierno tenía la intención de decretar el estado de emergencia.
Después de aquello las principales fuentes de noticias internacionales se olvidaron del problema y a nosotros nos llegó el momento de tomar una decisión sobre si ir hacia allí y pasar dos días, tal y como teníamos planeado, o saltarnos Macedonia y pasar a Bulgaria. Teníamos una reserva en un hostel en Skopje, así que escribimos a nuestro anfitrión y le preguntamos por la situación, y nos respondió al momento asegurándonos que no había problema ni en la ciudad ni en los alrededores.
En vez de dejar Prinzen por la carretera principal hacia Pristina y luego girar hacia el sur camino a Skopje, tomamos la R115, una carretera regional que sigue un cañón nada más salir de la ciudad, justo debajo de la fortaleza desde la cual habíamos visto la puesta de sol y luego ascendía a más de 1000m a través del parque natural de Malet e Sharrit.
En el otro lado del parque tomamos la carretera que va de Pristina a la frontera, donde encontramos mucho tráfico y una cola interminable en la frontera.
Después de cruzarla el trayecto hasta la capital fue rápido y sin incidentes, pero mi primera impresión de Macedonia fue la peor hasta el momento estas vacaciones; tras todo lo que habíamos visto el paisaje era anónimo, requemado por el sol, con fábricas y naves industriales desperdigadas aquí y allí. Al menos el tráfico no era denso y curiosamente entramos a la ciudad y llegamos hasta el hostel casi sin parar. No está mal para la primera capital que visitamos.
Mi primera mala impresión se desvaneció por completo en el momento en que entramos en el hostel y conocimos a nuestro anfitrión, Goran. Me dejó aparcar la moto dentro del jardín de la casa, nos ofreció una habitación mucho mejor que la que habíamos reservado (que era la más barata, viajamos con un presupuesto ajustado) sin cobrarnos de más y nos dio una explicación completísima de todo lo que había que ver en la ciudad y sus alrededores, con recomendaciones de los mejores bares y restaurantes incluidas. Habiendo absorbido toda esa información y tras una ducha y algo de comer, nos fuimos a ver la ciudad.
Skopje resultó ser mucho más interesante de lo que me esperaba: me dio la sensación de ser una ciudad en estado de flujo, ocupada en transformarse a si misma rápidamente, y que parecía tener un poco de otras ciudades mezclado en un solo lugar.
Caminando del hostel al centro vi Varsovia como imagino que debía ser hace unos años, con grandes edificios grises reliquia del comunismo y hoy vacíos, esperando a ser remodelados o destruidos, la mitad del edificio que alojaba la estación principal ya derribado y la otra mitad convertido en el museo de la ciudad, y el antiguo patio de vías, desnudo de raíles, a la espera de su uso futuro.
Vi Berlín en el frenético ritmo de construcción en el centro, en los edificios modernos creando centros alternativos. Vi un guiño a Praga en las muchas estatuas que adornaban los dos nuevos puentes peatonales y las orillas del río en un homenaje a las figuras más prominentes de las artes, cultura, educación, política y religión de Macedonia.
Vi Sarajevo en el casco antiguo, caminando por sus calles adoquinadas llenas de pequeños comercios con fachada de madera y cristal, hombre tomando té en pequeños cafés y la visión fugaz de una mezquita entre tejados viejos.
Vi hasta una pincelada de Londres en los autobuses rojos de dos pisos que dan servicio a la ciudad.
Absorbimos todo eso, no sabíamos nada en absoluto de la ciudad y cuando llegamos aquí no teníamos expectativas ni nociones previas, de modo que éramos un lienzo en blanco donde la ciudad podía pintarse a si misma en su forma más pura. Contemplamos otra puesta de sol desde otra vieja fortaleza y luego disfrutamos de una cena de comida tradicional macedonia en un restaurante recomendado por Goran.
Siempre digo que cada capital tiene una personalidad única y muy poderosa, y esta no era la excepción. Paseamos con calma de vuelta al hostel, felices de no habernos saltado la ciudad.
Hacía una semana, mientras estábamos en Dubrovnik, nos llegaron las noticias de que unas inundaciones relámpago habían afectado Skopje, dejando al menos una docena de muertos y más de 60 heridos tras de sí y dañando las carreteras en la capital y sus alrededores, y de que el gobierno tenía la intención de decretar el estado de emergencia.
Después de aquello las principales fuentes de noticias internacionales se olvidaron del problema y a nosotros nos llegó el momento de tomar una decisión sobre si ir hacia allí y pasar dos días, tal y como teníamos planeado, o saltarnos Macedonia y pasar a Bulgaria. Teníamos una reserva en un hostel en Skopje, así que escribimos a nuestro anfitrión y le preguntamos por la situación, y nos respondió al momento asegurándonos que no había problema ni en la ciudad ni en los alrededores.
En vez de dejar Prinzen por la carretera principal hacia Pristina y luego girar hacia el sur camino a Skopje, tomamos la R115, una carretera regional que sigue un cañón nada más salir de la ciudad, justo debajo de la fortaleza desde la cual habíamos visto la puesta de sol y luego ascendía a más de 1000m a través del parque natural de Malet e Sharrit.
En el otro lado del parque tomamos la carretera que va de Pristina a la frontera, donde encontramos mucho tráfico y una cola interminable en la frontera.
Después de cruzarla el trayecto hasta la capital fue rápido y sin incidentes, pero mi primera impresión de Macedonia fue la peor hasta el momento estas vacaciones; tras todo lo que habíamos visto el paisaje era anónimo, requemado por el sol, con fábricas y naves industriales desperdigadas aquí y allí. Al menos el tráfico no era denso y curiosamente entramos a la ciudad y llegamos hasta el hostel casi sin parar. No está mal para la primera capital que visitamos.
Mi primera mala impresión se desvaneció por completo en el momento en que entramos en el hostel y conocimos a nuestro anfitrión, Goran. Me dejó aparcar la moto dentro del jardín de la casa, nos ofreció una habitación mucho mejor que la que habíamos reservado (que era la más barata, viajamos con un presupuesto ajustado) sin cobrarnos de más y nos dio una explicación completísima de todo lo que había que ver en la ciudad y sus alrededores, con recomendaciones de los mejores bares y restaurantes incluidas. Habiendo absorbido toda esa información y tras una ducha y algo de comer, nos fuimos a ver la ciudad.
Skopje resultó ser mucho más interesante de lo que me esperaba: me dio la sensación de ser una ciudad en estado de flujo, ocupada en transformarse a si misma rápidamente, y que parecía tener un poco de otras ciudades mezclado en un solo lugar.
Caminando del hostel al centro vi Varsovia como imagino que debía ser hace unos años, con grandes edificios grises reliquia del comunismo y hoy vacíos, esperando a ser remodelados o destruidos, la mitad del edificio que alojaba la estación principal ya derribado y la otra mitad convertido en el museo de la ciudad, y el antiguo patio de vías, desnudo de raíles, a la espera de su uso futuro.
Vi Berlín en el frenético ritmo de construcción en el centro, en los edificios modernos creando centros alternativos. Vi un guiño a Praga en las muchas estatuas que adornaban los dos nuevos puentes peatonales y las orillas del río en un homenaje a las figuras más prominentes de las artes, cultura, educación, política y religión de Macedonia.
Vi Sarajevo en el casco antiguo, caminando por sus calles adoquinadas llenas de pequeños comercios con fachada de madera y cristal, hombre tomando té en pequeños cafés y la visión fugaz de una mezquita entre tejados viejos.
Vi hasta una pincelada de Londres en los autobuses rojos de dos pisos que dan servicio a la ciudad.
Absorbimos todo eso, no sabíamos nada en absoluto de la ciudad y cuando llegamos aquí no teníamos expectativas ni nociones previas, de modo que éramos un lienzo en blanco donde la ciudad podía pintarse a si misma en su forma más pura. Contemplamos otra puesta de sol desde otra vieja fortaleza y luego disfrutamos de una cena de comida tradicional macedonia en un restaurante recomendado por Goran.
Siempre digo que cada capital tiene una personalidad única y muy poderosa, y esta no era la excepción. Paseamos con calma de vuelta al hostel, felices de no habernos saltado la ciudad.
- Rixelieu
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#28 Kayak en el cañón Matka
Día 18 – Lunes 15 de agosto – Skopje al cañón de Matka y vuelta (37km)
Los efectos de la inundaciones en el centro de la ciudad apenas eran visibles aparte de en los bordes del río, donde se podían ver desechos y ramas. Aparte de la ciudad en sí, el otro motivo de nuestra visita a Skopje era el cañón de Matka, que queríamos explorar en kayak.
Me temía que fuera peligroso por culpa de las inundaciones, pero resultó que hay una presa que forma el lago Matka y regula el caudal del agua, además del hecho que las inundaciones habían afectado la zona norte de la ciuadad y el cañón está al suroeste, así que Goran nos aseguró que no había ningún problema. También nos descubrió algo que desconocíamos: en el lago se encuentran las cuevas de Vrelo, unas cuevas bastante grandes con interesantes formaciones de estalactitas y estalagmitas y dos lagos en su interior. También nos dio indicaciones para llegar a la boca del cañón, que está a tan solo 18km de la ciudad.
Al poco de salir del hostel me acordé de las indicaciones de Goran (‘recto, imposible perderse, imposible perderse’) mientras el GPS nos llevaba a través de una estrecha carretera que cruzaba un barrio a las afueras de Skopje donde vimos exactamente ningún indicador que apuntara al cañón. El única que encontramos fue ya al llegar, así que una vez más me alegré enormemente de tener el GPS.
La carretera terminaba en un pequeño aparcamiento donde no parecía haber ningún sitio que alquilara kayaks (ni lago), pero se veía una carretera más estrecha que salía de la esquina opuesta, así que por ahí nos metimos con la moto. Se volvía mucho más estrecha unos metros más arriba, y nos dimos cuenta de que era un camino para peatones, así que aparqué la moto en un rincón donde se ensanchaba y Nat se avanzó a preguntar por el lago y los kayaks.
Resultó que la presa estaba justo a la vuelta de la esquina, y el sitio de los kayaks unos cinco minutos más lejos. Mientras nos cambiábamos la ropa de moto, un guarda de seguridad, sin duda de la presa, pasó por allí y le pregunté si había problema para dejar la moto allí. Levantó un pulgar y señaló a una cámara de seguridad que yo no había visto antes.
Tras un corto paseo llegamos a un sitio donde las paredes del cañón se abrían un poco y había un restaurante y un pequeña caseta de madera con unas escaleras que bajaban a un embarcadero donde había tres barcos y varios kayaks de plástico amarrados. Nos dijeron que un par de horas era suficiente para llegar a las cuevas, visitarlas y volver en kayak, y que también ofrecían viajes en barco. Viendo que el kayak era muy poco más caro y duraba mucho más, además de darnos más libertad, alquilamos uno.
Esta era la tercera vez que Nat y yo usábamos un kayak, y me alegra decir que tras ser capaces de ir de compras a IKEA sin discutirnos, remar un kayak en línea recta sin soltarse improperios es una clara señal de que nuestra relación es sólida.
El trayecto por el lago hasta las cuevas nos brindó unas vistas excelentes, y llegamos a destino antes de lo que esperábamos. Tras unas maniobras un tanto amateurs, amarré el kayak a las escaleras que subían a las cuevas y desembarcamos justo cuando llegaba otro barco con un pequeño grupo de turistas.
La coincidencia no podía ser más oportuna, pues no teníamos linternas y nos habían dicho en la caseta de los kayaks que las cuevas estaban iluminadas pero el generador lo ponían en marcha los guías que llegaban en barco con grupos. Nos unimos a los que acababan de llegar y aprovechamos la luz y la explicación.
Las cuevas eran fascinantes, y parece que hay mucho más debajo del agua, al menos otras tres cuevas según nos dijeron. No se ha explorado todo aun, y se dice que pueden ser las cuevas submarinas más profundas del mundo. No puedo imaginar la sensación de claustrofobia que se debe experimentar en esas situaciones, nadando hacia adelante por huecos estrechísimos sabiendo que no hay superficie a la que salir si algo falla.
Nos tomamos el trayecto de vuelta con mucha más calma sabiendo que teníamos tiempo de sobra, y cuando llegamos a la caseta nos dijeron que el corto trayecto para cruzar el cañón hasta la otra orilla, desde donde un sendero salía montaña arriba hacia una iglesia, era gratuito para los clientes que habían alquilado un kayak, así que aprovechamos para ir a visitar la iglesia. Cuando nos bajamos tras el corto viaje, el chico nos advirtió sobre el calor a esas horas y nos enseñó una placa de hierro y un martillo colgando de un árbol y nos dijo que lo usáramos para llamar el barco de vuelta.
Me considero un buen montañero, pero casi me muero en la subida hasta la iglesia con aquel calor… al menos la visita valía la pena, la iglesia estaba en una pequeña esplanada en un collado donde también había una fuente e instalaciones de picnic y acampada para la gente que hacía el camino de 16km que llega al cañón desde Skopje, al otro lado de la montaña.
De vuelta paré a recoger mis calzoncillos, que se habían mojado en el kayak y que había dejado tendidos al sol en la subida, y cuando llegamos a la orilla usamos el intercomunicador para llamar el barco.
https://youtu.be/ZlZ8UM_BFL8
El GPS nos llevó por un camino mucho más directo a la vuelta, que imagino que era el que Goran me había querido explicar el día anterior, y volvimos al mismo restaurante para una comida muy tardía, ya que tanto los platos como el servicio había sido excelentes el día anterior. Allí estuvimos charlando mucho rato con Ace, nuestro camarero, que nos contó, entre muchas otras cosas, que había estado trabajando de voluntario para ayudar en las inundaciones y se quejó de que la ayuda se estaba repartiendo de forma desigual según a qué partido estuvieran afiliados los afectados. Si visitáis Skopje, os recomiendo el restaurante, Etno Bar Grill, a la orilla del río en el centro.
Los efectos de la inundaciones en el centro de la ciudad apenas eran visibles aparte de en los bordes del río, donde se podían ver desechos y ramas. Aparte de la ciudad en sí, el otro motivo de nuestra visita a Skopje era el cañón de Matka, que queríamos explorar en kayak.
Me temía que fuera peligroso por culpa de las inundaciones, pero resultó que hay una presa que forma el lago Matka y regula el caudal del agua, además del hecho que las inundaciones habían afectado la zona norte de la ciuadad y el cañón está al suroeste, así que Goran nos aseguró que no había ningún problema. También nos descubrió algo que desconocíamos: en el lago se encuentran las cuevas de Vrelo, unas cuevas bastante grandes con interesantes formaciones de estalactitas y estalagmitas y dos lagos en su interior. También nos dio indicaciones para llegar a la boca del cañón, que está a tan solo 18km de la ciudad.
Al poco de salir del hostel me acordé de las indicaciones de Goran (‘recto, imposible perderse, imposible perderse’) mientras el GPS nos llevaba a través de una estrecha carretera que cruzaba un barrio a las afueras de Skopje donde vimos exactamente ningún indicador que apuntara al cañón. El única que encontramos fue ya al llegar, así que una vez más me alegré enormemente de tener el GPS.
La carretera terminaba en un pequeño aparcamiento donde no parecía haber ningún sitio que alquilara kayaks (ni lago), pero se veía una carretera más estrecha que salía de la esquina opuesta, así que por ahí nos metimos con la moto. Se volvía mucho más estrecha unos metros más arriba, y nos dimos cuenta de que era un camino para peatones, así que aparqué la moto en un rincón donde se ensanchaba y Nat se avanzó a preguntar por el lago y los kayaks.
Resultó que la presa estaba justo a la vuelta de la esquina, y el sitio de los kayaks unos cinco minutos más lejos. Mientras nos cambiábamos la ropa de moto, un guarda de seguridad, sin duda de la presa, pasó por allí y le pregunté si había problema para dejar la moto allí. Levantó un pulgar y señaló a una cámara de seguridad que yo no había visto antes.
Tras un corto paseo llegamos a un sitio donde las paredes del cañón se abrían un poco y había un restaurante y un pequeña caseta de madera con unas escaleras que bajaban a un embarcadero donde había tres barcos y varios kayaks de plástico amarrados. Nos dijeron que un par de horas era suficiente para llegar a las cuevas, visitarlas y volver en kayak, y que también ofrecían viajes en barco. Viendo que el kayak era muy poco más caro y duraba mucho más, además de darnos más libertad, alquilamos uno.
Esta era la tercera vez que Nat y yo usábamos un kayak, y me alegra decir que tras ser capaces de ir de compras a IKEA sin discutirnos, remar un kayak en línea recta sin soltarse improperios es una clara señal de que nuestra relación es sólida.
El trayecto por el lago hasta las cuevas nos brindó unas vistas excelentes, y llegamos a destino antes de lo que esperábamos. Tras unas maniobras un tanto amateurs, amarré el kayak a las escaleras que subían a las cuevas y desembarcamos justo cuando llegaba otro barco con un pequeño grupo de turistas.
La coincidencia no podía ser más oportuna, pues no teníamos linternas y nos habían dicho en la caseta de los kayaks que las cuevas estaban iluminadas pero el generador lo ponían en marcha los guías que llegaban en barco con grupos. Nos unimos a los que acababan de llegar y aprovechamos la luz y la explicación.
Las cuevas eran fascinantes, y parece que hay mucho más debajo del agua, al menos otras tres cuevas según nos dijeron. No se ha explorado todo aun, y se dice que pueden ser las cuevas submarinas más profundas del mundo. No puedo imaginar la sensación de claustrofobia que se debe experimentar en esas situaciones, nadando hacia adelante por huecos estrechísimos sabiendo que no hay superficie a la que salir si algo falla.
Nos tomamos el trayecto de vuelta con mucha más calma sabiendo que teníamos tiempo de sobra, y cuando llegamos a la caseta nos dijeron que el corto trayecto para cruzar el cañón hasta la otra orilla, desde donde un sendero salía montaña arriba hacia una iglesia, era gratuito para los clientes que habían alquilado un kayak, así que aprovechamos para ir a visitar la iglesia. Cuando nos bajamos tras el corto viaje, el chico nos advirtió sobre el calor a esas horas y nos enseñó una placa de hierro y un martillo colgando de un árbol y nos dijo que lo usáramos para llamar el barco de vuelta.
Me considero un buen montañero, pero casi me muero en la subida hasta la iglesia con aquel calor… al menos la visita valía la pena, la iglesia estaba en una pequeña esplanada en un collado donde también había una fuente e instalaciones de picnic y acampada para la gente que hacía el camino de 16km que llega al cañón desde Skopje, al otro lado de la montaña.
De vuelta paré a recoger mis calzoncillos, que se habían mojado en el kayak y que había dejado tendidos al sol en la subida, y cuando llegamos a la orilla usamos el intercomunicador para llamar el barco.
https://youtu.be/ZlZ8UM_BFL8
El GPS nos llevó por un camino mucho más directo a la vuelta, que imagino que era el que Goran me había querido explicar el día anterior, y volvimos al mismo restaurante para una comida muy tardía, ya que tanto los platos como el servicio había sido excelentes el día anterior. Allí estuvimos charlando mucho rato con Ace, nuestro camarero, que nos contó, entre muchas otras cosas, que había estado trabajando de voluntario para ayudar en las inundaciones y se quejó de que la ayuda se estaba repartiendo de forma desigual según a qué partido estuvieran afiliados los afectados. Si visitáis Skopje, os recomiendo el restaurante, Etno Bar Grill, a la orilla del río en el centro.
- Rixelieu
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#29 Sexta marcha
Día 19 – Martes 16 de Agosto – De Skopje a Blagoevgrad (225km)
Hoy fue, quizá por primera vez desde hacía bastante tiempo, un día bastante tranquilo en cuanto a visitas, excursiones y exploraciones. Subimos a las colinas al sur de Skopje antes de dejar la ciudad para ver las vistas desde la cruz del milenio, una estructura de 66 metros de altura construida para conmemorar 2.000 años de cristianismo. Nos llevamos una decepción al ver que solo era accesible por telecabina, no por carretera, pero había buenas vistas desde el aparcamiento donde terminaba la carretera y disfrutamos de unas vistas excelentes de la ciudad que añadieron un elemento más a la lista de lugares de los que mis impresiones de Skopje se alimentaban: Barcelona vista desde las colinas de Collserola.
Dejamos la ciudad por la autopista y en el cuadro de la moto vi algo que no había visto desde hacía bastante tiempo: ¡la sexta marcha! Cubrimos una buena distancia (algo aburrida) antes de que se terminara la autopista, que por cierto no es que estuviese en muy buenas condiciones para lo que nos costó en peajes. Se terminaba en Kumanovo, desde donde una carretera nacional normal que culminaba en un tramo de largas y fantásticas curvas colina arriba nos llevó a la frontera con Bulgaria.
De todas las fronteras que habíamos cruzado esperaba que esta fuese con diferencia la más fácil y rápida; dejar un país generalmente es cuestión de un par de minutos y entrábamos en la UE con pasaportes de la UE y un vehículo registrado en la UE con seguro de la UE, pero por alguna razón que desconocemos los macedonios se tomaron su tiempo para comprobar cada uno de los pocos coches en la fila y los papeles de sus ocupantes, y aun fue peor para entrar en Bulgaria. Me sentí tentando de hacer eso que se ve tanto en las películas, donde los americanos que están en el extranjero claman ‘¡soy un ciudadano americano!’ a la que algo no cuadra, y ponerme a gritar ‘¡soy un ciudadano de la UE, dejadme entrar!’
Una vez en el otro lado aun nos quedaba un buen rato hasta nuestro destino del día: Blagoevgrad, una pequeña ciudad situada entre los parques naturales de Rila y Pirin. En principio íbamos a pasar solo una noche aqui hasta que tuviéramos información de la zona y decidiéramos a dónde ir luego, pero el hotel resultó ser barato y muy agradable, y vimos que la excursión que queríamos hacer al día siguiente estaba a tan solo una hora de allí, así que decidimos quedarnos dos noches.
Por la tarde fuimos a ver la ciudad y comprar provisiones para la excursión, y Nat tuvo otra lección sobre barrios obreros en Europa del este.
Hoy fue, quizá por primera vez desde hacía bastante tiempo, un día bastante tranquilo en cuanto a visitas, excursiones y exploraciones. Subimos a las colinas al sur de Skopje antes de dejar la ciudad para ver las vistas desde la cruz del milenio, una estructura de 66 metros de altura construida para conmemorar 2.000 años de cristianismo. Nos llevamos una decepción al ver que solo era accesible por telecabina, no por carretera, pero había buenas vistas desde el aparcamiento donde terminaba la carretera y disfrutamos de unas vistas excelentes de la ciudad que añadieron un elemento más a la lista de lugares de los que mis impresiones de Skopje se alimentaban: Barcelona vista desde las colinas de Collserola.
Dejamos la ciudad por la autopista y en el cuadro de la moto vi algo que no había visto desde hacía bastante tiempo: ¡la sexta marcha! Cubrimos una buena distancia (algo aburrida) antes de que se terminara la autopista, que por cierto no es que estuviese en muy buenas condiciones para lo que nos costó en peajes. Se terminaba en Kumanovo, desde donde una carretera nacional normal que culminaba en un tramo de largas y fantásticas curvas colina arriba nos llevó a la frontera con Bulgaria.
De todas las fronteras que habíamos cruzado esperaba que esta fuese con diferencia la más fácil y rápida; dejar un país generalmente es cuestión de un par de minutos y entrábamos en la UE con pasaportes de la UE y un vehículo registrado en la UE con seguro de la UE, pero por alguna razón que desconocemos los macedonios se tomaron su tiempo para comprobar cada uno de los pocos coches en la fila y los papeles de sus ocupantes, y aun fue peor para entrar en Bulgaria. Me sentí tentando de hacer eso que se ve tanto en las películas, donde los americanos que están en el extranjero claman ‘¡soy un ciudadano americano!’ a la que algo no cuadra, y ponerme a gritar ‘¡soy un ciudadano de la UE, dejadme entrar!’
Una vez en el otro lado aun nos quedaba un buen rato hasta nuestro destino del día: Blagoevgrad, una pequeña ciudad situada entre los parques naturales de Rila y Pirin. En principio íbamos a pasar solo una noche aqui hasta que tuviéramos información de la zona y decidiéramos a dónde ir luego, pero el hotel resultó ser barato y muy agradable, y vimos que la excursión que queríamos hacer al día siguiente estaba a tan solo una hora de allí, así que decidimos quedarnos dos noches.
Por la tarde fuimos a ver la ciudad y comprar provisiones para la excursión, y Nat tuvo otra lección sobre barrios obreros en Europa del este.
- motón
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#30 Re: Balkan Adventure 2016
Que señor viaje.
Y que bonita esa Africa. Por cierto, que gomas llevas?
Y que bonita esa Africa. Por cierto, que gomas llevas?
DISFRUTA LA VIDA
- Rixelieu
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#31 Re: Balkan Adventure 2016
Unas Heidanau K60. He llevado varios juegos de estas y de Mitas E07 en la V y dan muy buen resultado, al menos para mi estilo de conducción (no corro demasiado en asfalto). Quería poner las Mitas porque salen mejor de precio que las Heidenau, pero no me las podían conseguir a tiempo para el viaje, el cambio de ruedas fue dos días antes de salir.motón escribió:Que señor viaje.
Y que bonita esa Africa. Por cierto, que gomas llevas?
- Rixelieu
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#32 Ocho lagos y un pico
Día 20 – Miércoles 17 de agosto – De Blagoevgrad a Panichishte y vuelta (165km)
Hasta el momento, en este viaje hemos pasado tiempo en la playa, en barcos y ferris, haciendo kayak, haciendo turismo y ahora íbamos a hacer trekking en Bulgaria, un país que con sus muchos parques naturales nos brindaba la oportunidad perfecta pero como podéis imaginar, viajar en moto no nos permite llevar demasiado equipo, así que tuvimos que moderar un poco nuestras ambiciones. Tras investigar un poco descubrimos una ruta bastante popular: el camino de los siete lagos en el parque natural de Rila.
La ruta sale desde un telesilla pasado el pueblo de Panichishte, parte de una estación de esquí que en verano funciona como instalación para hacer bici de descenso. Se puede subir con el telesilla hasta el refugio de Rilski Ezera, desde donde comienza el camino, o a pie desde el aparcamiento, cosa que añade entre una hora y una hora y media a las cinco o seis horas que se tarda en ver los siete lagos.
Estaba claro que era un camino muy popular a juzgar por la cantidad de coches que encontramos aparcados a ambos lados de la carretera desde un buen trecho antes de llegar al aparcamiento, para el cual había que pagar. Al acercarnos al chico que estaba cobrando a los coches, nos dijo ‘moto free’ y nos indicó que pasáramos, y cuando llegamos al final del aparcamiento, el hombre que controlaba el acceso al telesilla nos hizo señas para que aparcáramos justo pasado el edificio, donde se encontraban los coches del personal y las máquinas pisa pistas. Una vez más, es un placer viajar en moto.
Vale la pena subir en telesilla no solo por el tiempo que se ahorra, cosa que permite disfrutar con más calma del recorrido por los lagos, sino también por las vistas que ofrece del valle a medida que gana altura. Una vez en el refugio entendimos por qué habíamos leído que era imposible perderse en esta ruta; no solo había una larga hilera de personas subiendo lentamente montaña arriba, además el camino estaba bien trillado y era imposible no verlo.
Empezamos el recorrido en sentido anti horario, como la mayoría de gente, ascendiendo por un sendero empinado con una empinada caída a la izquierda desde donde pronto tuvimos vistas a los dos últimos lagos y a otro refugio, más grande y rodeado de cientos de tiendas.
El camino se nivelaba en una planicie de hierba donde vimos el primer lago, llamado Babreka (el riñón) y también un grupo de gente de pie en un círculo concentrados en algo que no acerté a ver qué era; podría haber sido yoga, podría haber sido algún tipo de ritual, pero a mis ojos parecía sobretodo como si estuvieran intentando estrangularse a sí mismos.
Eso, y el hecho de que estaban en medio de grandes círculos concéntricos marcados en el suelo me hizo recordar que había visto un libro a la venta en una cafetería en la carretera un poco antes de llegar al telesilla titulado ‘La guía esotérica de los lagos sagrados de Rila’. Después de eso empecé a darme cuenta de que entre los muchos turistas que andaban por ahí había un número considerable de personas que iban vestidos de forma peculiar, como si acabaran de volver de un año de meditación en algún monasterio remoto o se hubiesen trasladado en el espacio y el tiempo directamente desde Woodstock.
Al poco de dejar atrás esta curiosidad el camino volvía a empinarse hasta que encontramos el segundo lago, Okoto (el ojo), llamado así porque forma un óvalo perfecto. Aquí deberíamos haber girado a la izquierda y haber seguido ascendiendo hasta un alto saliente de roca sobre el cual se veía aún más gente con sus siluetas recortadas contra el cielo, pero vi otro camino que iba a la derecha y parecía llevar a un pico que no se veía demasiado lejos. Habíamos llegado al segundo lago antes de lo esperado, hacía un día estupendo y pensé ¿por qué no? y empezamos la ascensión.
Una hora y 300 metros de desnivel después llegamos a la cima de un pico con vistas de 360 grados sobre todo el parque. Mi altímetro daba 2714 metros, y más tarde descubrí que estábamos en un pico llamado Rilec. Desde allí tuvimos el privilegio de ver un octavo lago del otro lado de la montaña, que la mayoría de gente que hace la ruta no ve.
Volvimos al lago Okoto de nuevo y subimos al saliente de roca, desde donde vimos el tercer y más alto de los lagos, el lago Salzata (la lágrima), y contemplamos la panorámica de los siete lagos a la vez. Comimos allí, gozando de las vistas y hablando con una familia búlgara que vivían en Pamplona y que había vuelto a su país a pasar las vacaciones.
Tras volver al punto donde la cascada que cae del lago Okoto se encuentra con las aguas que vienen del Babreka nos desviamos a la derecha para volver al telesilla pasando por los cuatro lagos restantes: Bliznaka (los gemelos), Trilistnika (el trifolio), Ribnoto Ezero (el lago de lo peces) y Dolnoto Ezero (el lago bajo).
Al pasar por el refugio que habíamos visto desde lejos durante la subida, a orillas del Ribnoto Ezera, vimos mejor la enorme cantidad de tiendas que habían plantado a su alrededor. Se podían contar más de cien, desperdigadas por los alrededores del refugio y subiendo por la ladera a su lado en la otra orilla del lago. De camino al telesilla nos cruzamos con más gente que subía cargando con tiendas, claramente con la intención de hacer noche allí arriba, pero lejos de tener el aspecto de alguien que ha venido a hacer montaña. La mayoría iban mal equipados, tanto en términos de ropa como de calzado, y me pregunté si tenía algo que ver con el libro mencionado antes y la gente haciendo aquella especie de yoga en círculo. Quizá estábamos en una zona con poderes curativos, o en un punto de avistamiento de OVNIs…
Nos subimos al telesilla de vuelta a la moto, contentos de haber elegido esta opción, pues nos había dado el tiempo para subir al pico Rilec, y comenzamos el camino de vuelta a Blagoevgrad. Nos desviamos de la ruta normal porque queríamos ver el monasterio de Rila, que teníamos entendido que era el más grande del país, pero el problema era que no habíamos preparado esta visita y no sabíamos dónde se encontraba exactamente. Por esta parte del mundo los indicadores son entre escasos e inexistentes, y la gente en los pueblos no habla inglés, así que después de un rato de buscar valle arriba pasado el pueblo con el mismo nombre sin encontrarlo, y viendo que se estaba haciendo tarde, decidimos volver a la ciudad a tiempo de encontrar algo abierto para comprar algo de comida para el día siguiente.
Nat fue a hacer la compra yo me quedé con la moto y, mientras esperaba, se acercó un chavalín que se miraba la moto con fascinación. No entendía ni una sola palabra de lo que le dije, y yo no entendí ni una de lo que decía él, pero el amor por las motos es un lenguaje universal, sobretodo para los críos, y no cabía en sí de contento cuando lo senté encima y le dejé manosear la bocina y los intermitentes. Cuando Nat volvió le mostré qué botón apretar para arrancar; tendríais que haber visto que cara puso cuando lo apretó y el motor se puso en marcha con un rugido. Seguramente fue lo mejor del día para él, o de la semana, o del año, qué sé yo. Espero que le vayan bien las cosas en la vida y algún día pueda disfrutar de su propia moto.
Hasta el momento, en este viaje hemos pasado tiempo en la playa, en barcos y ferris, haciendo kayak, haciendo turismo y ahora íbamos a hacer trekking en Bulgaria, un país que con sus muchos parques naturales nos brindaba la oportunidad perfecta pero como podéis imaginar, viajar en moto no nos permite llevar demasiado equipo, así que tuvimos que moderar un poco nuestras ambiciones. Tras investigar un poco descubrimos una ruta bastante popular: el camino de los siete lagos en el parque natural de Rila.
La ruta sale desde un telesilla pasado el pueblo de Panichishte, parte de una estación de esquí que en verano funciona como instalación para hacer bici de descenso. Se puede subir con el telesilla hasta el refugio de Rilski Ezera, desde donde comienza el camino, o a pie desde el aparcamiento, cosa que añade entre una hora y una hora y media a las cinco o seis horas que se tarda en ver los siete lagos.
Estaba claro que era un camino muy popular a juzgar por la cantidad de coches que encontramos aparcados a ambos lados de la carretera desde un buen trecho antes de llegar al aparcamiento, para el cual había que pagar. Al acercarnos al chico que estaba cobrando a los coches, nos dijo ‘moto free’ y nos indicó que pasáramos, y cuando llegamos al final del aparcamiento, el hombre que controlaba el acceso al telesilla nos hizo señas para que aparcáramos justo pasado el edificio, donde se encontraban los coches del personal y las máquinas pisa pistas. Una vez más, es un placer viajar en moto.
Vale la pena subir en telesilla no solo por el tiempo que se ahorra, cosa que permite disfrutar con más calma del recorrido por los lagos, sino también por las vistas que ofrece del valle a medida que gana altura. Una vez en el refugio entendimos por qué habíamos leído que era imposible perderse en esta ruta; no solo había una larga hilera de personas subiendo lentamente montaña arriba, además el camino estaba bien trillado y era imposible no verlo.
Empezamos el recorrido en sentido anti horario, como la mayoría de gente, ascendiendo por un sendero empinado con una empinada caída a la izquierda desde donde pronto tuvimos vistas a los dos últimos lagos y a otro refugio, más grande y rodeado de cientos de tiendas.
El camino se nivelaba en una planicie de hierba donde vimos el primer lago, llamado Babreka (el riñón) y también un grupo de gente de pie en un círculo concentrados en algo que no acerté a ver qué era; podría haber sido yoga, podría haber sido algún tipo de ritual, pero a mis ojos parecía sobretodo como si estuvieran intentando estrangularse a sí mismos.
Eso, y el hecho de que estaban en medio de grandes círculos concéntricos marcados en el suelo me hizo recordar que había visto un libro a la venta en una cafetería en la carretera un poco antes de llegar al telesilla titulado ‘La guía esotérica de los lagos sagrados de Rila’. Después de eso empecé a darme cuenta de que entre los muchos turistas que andaban por ahí había un número considerable de personas que iban vestidos de forma peculiar, como si acabaran de volver de un año de meditación en algún monasterio remoto o se hubiesen trasladado en el espacio y el tiempo directamente desde Woodstock.
Al poco de dejar atrás esta curiosidad el camino volvía a empinarse hasta que encontramos el segundo lago, Okoto (el ojo), llamado así porque forma un óvalo perfecto. Aquí deberíamos haber girado a la izquierda y haber seguido ascendiendo hasta un alto saliente de roca sobre el cual se veía aún más gente con sus siluetas recortadas contra el cielo, pero vi otro camino que iba a la derecha y parecía llevar a un pico que no se veía demasiado lejos. Habíamos llegado al segundo lago antes de lo esperado, hacía un día estupendo y pensé ¿por qué no? y empezamos la ascensión.
Una hora y 300 metros de desnivel después llegamos a la cima de un pico con vistas de 360 grados sobre todo el parque. Mi altímetro daba 2714 metros, y más tarde descubrí que estábamos en un pico llamado Rilec. Desde allí tuvimos el privilegio de ver un octavo lago del otro lado de la montaña, que la mayoría de gente que hace la ruta no ve.
Volvimos al lago Okoto de nuevo y subimos al saliente de roca, desde donde vimos el tercer y más alto de los lagos, el lago Salzata (la lágrima), y contemplamos la panorámica de los siete lagos a la vez. Comimos allí, gozando de las vistas y hablando con una familia búlgara que vivían en Pamplona y que había vuelto a su país a pasar las vacaciones.
Tras volver al punto donde la cascada que cae del lago Okoto se encuentra con las aguas que vienen del Babreka nos desviamos a la derecha para volver al telesilla pasando por los cuatro lagos restantes: Bliznaka (los gemelos), Trilistnika (el trifolio), Ribnoto Ezero (el lago de lo peces) y Dolnoto Ezero (el lago bajo).
Al pasar por el refugio que habíamos visto desde lejos durante la subida, a orillas del Ribnoto Ezera, vimos mejor la enorme cantidad de tiendas que habían plantado a su alrededor. Se podían contar más de cien, desperdigadas por los alrededores del refugio y subiendo por la ladera a su lado en la otra orilla del lago. De camino al telesilla nos cruzamos con más gente que subía cargando con tiendas, claramente con la intención de hacer noche allí arriba, pero lejos de tener el aspecto de alguien que ha venido a hacer montaña. La mayoría iban mal equipados, tanto en términos de ropa como de calzado, y me pregunté si tenía algo que ver con el libro mencionado antes y la gente haciendo aquella especie de yoga en círculo. Quizá estábamos en una zona con poderes curativos, o en un punto de avistamiento de OVNIs…
Nos subimos al telesilla de vuelta a la moto, contentos de haber elegido esta opción, pues nos había dado el tiempo para subir al pico Rilec, y comenzamos el camino de vuelta a Blagoevgrad. Nos desviamos de la ruta normal porque queríamos ver el monasterio de Rila, que teníamos entendido que era el más grande del país, pero el problema era que no habíamos preparado esta visita y no sabíamos dónde se encontraba exactamente. Por esta parte del mundo los indicadores son entre escasos e inexistentes, y la gente en los pueblos no habla inglés, así que después de un rato de buscar valle arriba pasado el pueblo con el mismo nombre sin encontrarlo, y viendo que se estaba haciendo tarde, decidimos volver a la ciudad a tiempo de encontrar algo abierto para comprar algo de comida para el día siguiente.
Nat fue a hacer la compra yo me quedé con la moto y, mientras esperaba, se acercó un chavalín que se miraba la moto con fascinación. No entendía ni una sola palabra de lo que le dije, y yo no entendí ni una de lo que decía él, pero el amor por las motos es un lenguaje universal, sobretodo para los críos, y no cabía en sí de contento cuando lo senté encima y le dejé manosear la bocina y los intermitentes. Cuando Nat volvió le mostré qué botón apretar para arrancar; tendríais que haber visto que cara puso cuando lo apretó y el motor se puso en marcha con un rugido. Seguramente fue lo mejor del día para él, o de la semana, o del año, qué sé yo. Espero que le vayan bien las cosas en la vida y algún día pueda disfrutar de su propia moto.
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#33 Re: Balkan Adventure 2016
Hago un pequeño inciso en la crónica para aclarar un poco la mística de las montañas de Rila y los personajes que me encontré allí. Al volver hice un poco de investigación y descubrí de qué iba el tema.
Os dejo un enlace a un artículo sobre la danza ritual que se celebra en los lagos:
https://stromingtheworld-es.com/2016/09 ... s-de-rila/
Os dejo un enlace a un artículo sobre la danza ritual que se celebra en los lagos:
https://stromingtheworld-es.com/2016/09 ... s-de-rila/
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#34 El pueblo fantasma
Día 21 – Jueves 18 de agosto – De Blagoevgrad a Rila y a Bansko (135km)
Íbamos a trasladarnos a una población diferente para estar más cerca del parque natural de Pirin pero, una vez más, no teníamos aún información sobre excursiones en la zona, así que sabíamos que no íbamos a subir a la montaña hoy. Eso, y el hecho de que la población adonde íbamos estaba a tan solo una hora, nos hizo decidir volver a Rila por la mañana e intentar visitar el monasterio antes de ir hacia allí.
Esta vez habíamos hecho los deberes y encontramos el monasterio sin problemas, era simplemente cuestión de ir más lejos valle arriba, pero no teníamos tiempo el día anterior y nos lo hubiéramos encontrado cerrado.
Al igual que con el telesilla, nos encontramos coches aparcados en la carretera un rato antes del monasterio, pero cuando llegamos un policía nos dejó aparcar la moto al lado de la carretera en la esquina misma del edificio. Vimos que no era el único agente de policía, había bastantes, además de guardas de seguridad privados y varias furgonetas con antenas parabólicas de distintos canales de televisión.
Pregunté de qué iba el asunto y me dijeron que el líder religioso más importante del país, no recuerdo exactamente con qué cargo, obispo, arzobispo, papa… estaba oficiando la misa ese día, y además el presidente de Bulgaria también se encontraba allí.
Por suerte, aparte de la presencia policial y de los medios, el monasterio no estaba particularmente lleno, así que pudimos disfrutar de la visita.
Al atravesar el arco de la puerta principal el contraste entre los muros de piedra exteriores, que son casi de fortaleza, y los arcos pintados que sostienen los diferentes niveles de la residencia es sorprendente. Sabía que se trataba del monasterio más grande del país, y una de sus principales atracciones turísticas, pero debo admitir que superó con creces mis expectativas.
Tras la visita bajamos por el valle de vuelta a la zona de Blagoevgrad y el calor, y luego otra vez montaña arriba, esta vez hacia el parque natural de Pirin, contentos de tener temperaturas razonables de nuevo.
Habíamos encontrado alojamiento en una especia de hotel-resort de esquí en Bansko, que habíamos elegido porque aparentemente era la población principal de acceso al parque. De camino hacia allí vimos incontables carteles en los bordes de la carretera anunciando no solo spas y tiendas de deportes, sino casinos y discotecas. No parecía precisamente mi tipo de lugar…
Llegamos al hotel, aparcamos la moto y entramos en la zona de recepción con la gente mirándonos como si fuéramos marcianos. Ahí estábamos, con los cascos en la mano, botas, pantalones y chaqueta de moto, sudando en el calor del verano mientras los huéspedes iban pasando con brazaletes de todo incluido y un cóctel en la mano camino de la piscina, desde donde llegaba música pop a todo trapo. Esto no era el sitio ni para moteros ni para montañeros, eso estaba claro, pero bueno, era increíblemente barato, incluía desayuno, cena y bebidas y teníamos un estudio para nosotros solitos.
Por la tarde fuimos andando al centro para intentar encontrar información sobre las rutas del parque y nos sorprendió ver lo vacío que estaba. Aparte de cuatro o cinco grandes complejos hoteleros como el nuestro, que hacían ofertas todo incluido por cuatro duros para atraer clientes en verano, el resto del pueblo estaba completamente muerto. Vimos calles enteras de hoteles, restaurantes, tiendas de alquiler de esquís, bares, discotecas, casinos, centros comerciales, hasta una sex shop y un local de striptease… todo cerrado. Solo unas pocas tiendas de deportes de rebajas y de suvenires seguían abiertas en el centro, con dependientes con pinta de estar mortalmente aburridos tras los mostradores. La estación es esquí pasado el pueblo parecía enorme, de modo que estoy seguro que todas estos servicios deben cubrir las necesidades de un número muy elevado de personas durante la temporada de esquí, per nunca había visto semejante contraste antes. Ni tan siquiera pudimos encontrar un supermercado abierto, y al final compramos algo de comida para llevar a la montaña al día siguiente en una especie de colmado a un precio exorbitante. ¿Qué come la gente que vive aquí?
También encontramos la oficina de turismo, donde nos dieron información sobre otro recorrido por lagos y sobre el pico más alto del parque, el Vihren, que la segunda montaña más alta de Bulgaria. Nuestra intención era subirla al día siguiente, pero la previsión del tiempo no era halagüeña.
Íbamos a trasladarnos a una población diferente para estar más cerca del parque natural de Pirin pero, una vez más, no teníamos aún información sobre excursiones en la zona, así que sabíamos que no íbamos a subir a la montaña hoy. Eso, y el hecho de que la población adonde íbamos estaba a tan solo una hora, nos hizo decidir volver a Rila por la mañana e intentar visitar el monasterio antes de ir hacia allí.
Esta vez habíamos hecho los deberes y encontramos el monasterio sin problemas, era simplemente cuestión de ir más lejos valle arriba, pero no teníamos tiempo el día anterior y nos lo hubiéramos encontrado cerrado.
Al igual que con el telesilla, nos encontramos coches aparcados en la carretera un rato antes del monasterio, pero cuando llegamos un policía nos dejó aparcar la moto al lado de la carretera en la esquina misma del edificio. Vimos que no era el único agente de policía, había bastantes, además de guardas de seguridad privados y varias furgonetas con antenas parabólicas de distintos canales de televisión.
Pregunté de qué iba el asunto y me dijeron que el líder religioso más importante del país, no recuerdo exactamente con qué cargo, obispo, arzobispo, papa… estaba oficiando la misa ese día, y además el presidente de Bulgaria también se encontraba allí.
Por suerte, aparte de la presencia policial y de los medios, el monasterio no estaba particularmente lleno, así que pudimos disfrutar de la visita.
Al atravesar el arco de la puerta principal el contraste entre los muros de piedra exteriores, que son casi de fortaleza, y los arcos pintados que sostienen los diferentes niveles de la residencia es sorprendente. Sabía que se trataba del monasterio más grande del país, y una de sus principales atracciones turísticas, pero debo admitir que superó con creces mis expectativas.
Tras la visita bajamos por el valle de vuelta a la zona de Blagoevgrad y el calor, y luego otra vez montaña arriba, esta vez hacia el parque natural de Pirin, contentos de tener temperaturas razonables de nuevo.
Habíamos encontrado alojamiento en una especia de hotel-resort de esquí en Bansko, que habíamos elegido porque aparentemente era la población principal de acceso al parque. De camino hacia allí vimos incontables carteles en los bordes de la carretera anunciando no solo spas y tiendas de deportes, sino casinos y discotecas. No parecía precisamente mi tipo de lugar…
Llegamos al hotel, aparcamos la moto y entramos en la zona de recepción con la gente mirándonos como si fuéramos marcianos. Ahí estábamos, con los cascos en la mano, botas, pantalones y chaqueta de moto, sudando en el calor del verano mientras los huéspedes iban pasando con brazaletes de todo incluido y un cóctel en la mano camino de la piscina, desde donde llegaba música pop a todo trapo. Esto no era el sitio ni para moteros ni para montañeros, eso estaba claro, pero bueno, era increíblemente barato, incluía desayuno, cena y bebidas y teníamos un estudio para nosotros solitos.
Por la tarde fuimos andando al centro para intentar encontrar información sobre las rutas del parque y nos sorprendió ver lo vacío que estaba. Aparte de cuatro o cinco grandes complejos hoteleros como el nuestro, que hacían ofertas todo incluido por cuatro duros para atraer clientes en verano, el resto del pueblo estaba completamente muerto. Vimos calles enteras de hoteles, restaurantes, tiendas de alquiler de esquís, bares, discotecas, casinos, centros comerciales, hasta una sex shop y un local de striptease… todo cerrado. Solo unas pocas tiendas de deportes de rebajas y de suvenires seguían abiertas en el centro, con dependientes con pinta de estar mortalmente aburridos tras los mostradores. La estación es esquí pasado el pueblo parecía enorme, de modo que estoy seguro que todas estos servicios deben cubrir las necesidades de un número muy elevado de personas durante la temporada de esquí, per nunca había visto semejante contraste antes. Ni tan siquiera pudimos encontrar un supermercado abierto, y al final compramos algo de comida para llevar a la montaña al día siguiente en una especie de colmado a un precio exorbitante. ¿Qué come la gente que vive aquí?
También encontramos la oficina de turismo, donde nos dieron información sobre otro recorrido por lagos y sobre el pico más alto del parque, el Vihren, que la segunda montaña más alta de Bulgaria. Nuestra intención era subirla al día siguiente, pero la previsión del tiempo no era halagüeña.
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#35 Re: Balkan Adventure 2016
Lagos, lluvia y granizo
Día 22 – Viernes 19 de agosto – De Bansko a Vihren y vuelta (32km)
La previsión meteorológica resultó ser acertada y a la mañana siguiente el cielo estaba cubierto y ni siquiera veíamos las montañas valle arriba. Cada diez minutos o así caían fuertes chubascos, así que desayunamos y nos sentamos en la terraza delantera del hotel a leer un rato, escribir un rato, y pasar el rato en general esperando que el tiempo mejorara un poco para poder al menos subir en moto hasta el refugio de Vihren, unos 16km montaña arriba, y ver los lagos.
A mediodía la lluvia nos dio por fin un respiro y cogimos la moto y subimos enseguida mientras se abrían algunos agujeros azules en el cielo. Llegamos al refugio a través de una preciosa carretera de montaña y nos sorprendió ver la cantidad de coches que había allí a pesar de la lluvia.
Empezamos a andar para ir a ver al menos los dos primeros lagos, que estaban a media hora y una hora y media del refugio respectivamente; las montañas parecían más altas y más imponentes, este parque daba un impresión más alpina que Rila.
Llegamos al primer lago, también llamado Otoko, que era bastante pequeño, y seguimos hasta el segundo con las nubes cerniéndose sobre nosotros de nuevo. Para cuando teníamos el segundo lago a la vista ya oíamos truenos tras la montañas, así que hicimos un par de fotos y empezamos a volver al refugio.
https://youtu.be/GVZ5yEVrmks
La lluvia empezó a caer antes incluso de que llegáramos al primer lago, y en cinco minutos estábamos empapados. Para cuando alcanzamos el refugio, estaba diluviando e incluso caía granizo. Saqué el traje y las botas de moto de las maletas y me cambié corriendo en el porche del refugio, delante de toda la gente que se había metido allí para escapar la lluvia, intentando no pillar una pulmonía.
Cuando la lluvia paró por fin volvimos al hotel y dimos por terminado el día, algo tristes por no haber podido ver más. Una cosa nos daba esperanzas, sin embargo: al día siguiente íbamos a Sofia, que estaba a tan solo 150km, y habíamos visto en el refugio que la ascensión al Vihren eran unas tres horas. Estaba previsto que el tiempo mejorase, así que decidimos levantarnos muy temprano, ver si el cielo estaba despejado e intentar subir el pico antes de ir a Sofía.
Día 22 – Viernes 19 de agosto – De Bansko a Vihren y vuelta (32km)
La previsión meteorológica resultó ser acertada y a la mañana siguiente el cielo estaba cubierto y ni siquiera veíamos las montañas valle arriba. Cada diez minutos o así caían fuertes chubascos, así que desayunamos y nos sentamos en la terraza delantera del hotel a leer un rato, escribir un rato, y pasar el rato en general esperando que el tiempo mejorara un poco para poder al menos subir en moto hasta el refugio de Vihren, unos 16km montaña arriba, y ver los lagos.
A mediodía la lluvia nos dio por fin un respiro y cogimos la moto y subimos enseguida mientras se abrían algunos agujeros azules en el cielo. Llegamos al refugio a través de una preciosa carretera de montaña y nos sorprendió ver la cantidad de coches que había allí a pesar de la lluvia.
Empezamos a andar para ir a ver al menos los dos primeros lagos, que estaban a media hora y una hora y media del refugio respectivamente; las montañas parecían más altas y más imponentes, este parque daba un impresión más alpina que Rila.
Llegamos al primer lago, también llamado Otoko, que era bastante pequeño, y seguimos hasta el segundo con las nubes cerniéndose sobre nosotros de nuevo. Para cuando teníamos el segundo lago a la vista ya oíamos truenos tras la montañas, así que hicimos un par de fotos y empezamos a volver al refugio.
https://youtu.be/GVZ5yEVrmks
La lluvia empezó a caer antes incluso de que llegáramos al primer lago, y en cinco minutos estábamos empapados. Para cuando alcanzamos el refugio, estaba diluviando e incluso caía granizo. Saqué el traje y las botas de moto de las maletas y me cambié corriendo en el porche del refugio, delante de toda la gente que se había metido allí para escapar la lluvia, intentando no pillar una pulmonía.
Cuando la lluvia paró por fin volvimos al hotel y dimos por terminado el día, algo tristes por no haber podido ver más. Una cosa nos daba esperanzas, sin embargo: al día siguiente íbamos a Sofia, que estaba a tan solo 150km, y habíamos visto en el refugio que la ascensión al Vihren eran unas tres horas. Estaba previsto que el tiempo mejorase, así que decidimos levantarnos muy temprano, ver si el cielo estaba despejado e intentar subir el pico antes de ir a Sofía.
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#36 Catástrofe en el monte Vihren
Día 23 – Sábado 20 de agosto – De Bansko al refugio Vihren a Sofia (189km)
A las 6:00 el cielo ya estaba azul y tras dejar un par de bolsas en recepción, hicimos el check out y nos fuimos directos al refugio Vihren. Ya había varios coches aparcados delante, e iban llegando más mientras nos cambiamos la ropa y
El sol salió por encima de las montañas a medida que ganábamos altura por un camino bien trillado, pero lejos de ser la autopista de turistas del recorrido de los siete lagos de Rila.
A pesar de que se trataba de un ascenso relativamente sencillo, pues el camino estaba claramente indicado con marcas rojas y no había necesidad de trepar en ningún punto, el modo en que la ruta ganaba altura no perdonaba. Salía directo hacia arriba desde el refugio y se mantenía así durante la mayor parte de los 900m de desnivel.
Alcanzamos el collado previo al pico a una buena hora, después de dejar atrás varios grupos de personas que habían salido antes pero iban a un ritmo más lento, y desde allí vimos que el pico estaba cubierto de nubes.
Por suerte no eran lo bastante densas para suponer un problema de visibilidad serio, y aun podíamos seguir bien el camino hacia la cima. La coronamos en dos horas exactas, una hora menos de lo que decían las reseñas y el indicador en el refugio
La temperatura era mucho más baja aquí y hacía bastante viento, así que hicimos unas fotos, comimos algo y disfrutamos de vistas fugaces del paisaje a través de algún agujero ocasional en las nubes.
La bajada fue aún más rápida, y solo paramos dos o tres veces a quitarnos ropa a medida que la temperatura subía de nuevo durante el descenso al valle. Nos sorprendió ver la cantidad de gente que subía; estaba claro que era un pico popular, pero pocas veces he visto tanta gente empezar a subir tan tarde. No solo hacía demasiado calor para subir a esa hora, sino que se estaban empezando a formar nubes en los picos de alrededor, y el tiempo puede cambiar muy rápidamente en la montaña una vez llegada la tarde. Nos habíamos puesto en camino a las 8:30 y había solo unos pocos grupos por delante nuestro; si uno empieza a andar a esas horas en los Pirineos, tiene muchos números de estar entre los últimos.
Cuando llegamos al refugio miré el reloj para ver lo que habíamos tardado: cuatro horas en total, ascenso y descenso. Era un tiempo muy bueno, y metí la mano en la mochila para sacar la GoPro y hacer una foto al reloj con el refugio de fondo. Palpé por todas partes pero no la encontraba. Vacié la mochila, le di la vuelta a todos los bolsillos y constaté, horrorizado, que la cámara no estaba allí.
Recordaba que había hecho la última foto en el collado, justo después de bajar de la ladera rocosa del pico, y de ahí en adelante habíamos parado dos veces: la primera yo había guardado la braga en la mochila y la segunda Nat había sacado cosas para encontrar unos pañuelos de papel. O bien me la había dejado encima de una piedra en la primera parada, o se había caído de la mochila en la segunda. Las posibilidades parecían apuntar al segundo caso.
Esto había sido a unos 300m por encima del nivel del refugio, así que sin pensarlo dos veces, le dije a Nat que me esperase allí y salí corriendo montaña arriba. Llegué al lugar un rato más tarde, empapado en sudor y sin respiración, esperando encontrar la cámara en el suelo, ya que era un rincón apartado del camino principal, pero no estaba allí. El otro lugar estaba mucho más arriba, casi a dos tercios del camino hasta el pico, y esta vez en pleno camino, así que las posibilidades de encontrarla eran escasas… Sin embargo no quería irme sin intentarlo, no por la cámara en si, podía comprar otra, sino porque en la tarjeta SD había muchos de los vídeos y fotos que habíamos hecho en lo que llevábamos de vacaciones.
Tras intentar recuperar el aliento un momento seguí corriendo montaña arriba hasta que llegué al otro punto, pero la cámara tampoco estaba allí. Abatido, comencé el descenso, aun rápido, pues Nat solo sabía que había subido hasta el punto más abajo y me imaginaba que estaría empezando a preocuparse de que tardara tanto.
Llegué al refugio exhausto, me había llegado cruzar con gente tres veces: durante el descenso normal, subiendo corriendo y bajando otra vez. Me pregunto qué deberían haber pensado. En total había subido un desnivel de 1600m, perdido la ventaja de tiempo que teníamos al llegar al refugio tras el primer descenso y ahora teníamos que coger las cosas y hacer todo el camino hasta Sofía.
Con los ánimos bajo mínimos, recogimos nuestras cosas del hotel y dejamos Bansko. Nat estaba muy triste por las fotos, y yo intentaba restarle importancia al tema y decirle que no se preocupara, pero entre el calor sofocante en el valle de Blagoevgrad, mi cansancio y el trecho que nos faltaba, terminé por contestarle mal cuando paramos en una gasolinera, cosa que me hizo sentir fatal el resto del camino hasta Sofía.
Con semejante humor, no es de extrañar que la primera impresión que nos llevamos de la ciudad no fuese exactamente buena, cosa que se vio agravada por el hecho de que entramos por lo que luego descubrí que era lo que llaman ‘el barrio gitano’, donde vimos calle tras calle de gente llevando desperdicios en carros tirados por mulas y coches a medio desmontar cada dos esquinas.
La cosa empezó a mejorar poco a poco cuando llegamos al hotel, vimos la habitación, nos dimos una ducha y salimos a ver la famosa catedral de Alexander Nevsky a la puesta de sol. Para cuando encontramos un restaurante de carnes a la parrilla, nos dimos un buen atracón y nos tomamos dos gin-tonics de postre, por fin conseguimos sonreír de nuevo.
A las 6:00 el cielo ya estaba azul y tras dejar un par de bolsas en recepción, hicimos el check out y nos fuimos directos al refugio Vihren. Ya había varios coches aparcados delante, e iban llegando más mientras nos cambiamos la ropa y
El sol salió por encima de las montañas a medida que ganábamos altura por un camino bien trillado, pero lejos de ser la autopista de turistas del recorrido de los siete lagos de Rila.
A pesar de que se trataba de un ascenso relativamente sencillo, pues el camino estaba claramente indicado con marcas rojas y no había necesidad de trepar en ningún punto, el modo en que la ruta ganaba altura no perdonaba. Salía directo hacia arriba desde el refugio y se mantenía así durante la mayor parte de los 900m de desnivel.
Alcanzamos el collado previo al pico a una buena hora, después de dejar atrás varios grupos de personas que habían salido antes pero iban a un ritmo más lento, y desde allí vimos que el pico estaba cubierto de nubes.
Por suerte no eran lo bastante densas para suponer un problema de visibilidad serio, y aun podíamos seguir bien el camino hacia la cima. La coronamos en dos horas exactas, una hora menos de lo que decían las reseñas y el indicador en el refugio
La temperatura era mucho más baja aquí y hacía bastante viento, así que hicimos unas fotos, comimos algo y disfrutamos de vistas fugaces del paisaje a través de algún agujero ocasional en las nubes.
La bajada fue aún más rápida, y solo paramos dos o tres veces a quitarnos ropa a medida que la temperatura subía de nuevo durante el descenso al valle. Nos sorprendió ver la cantidad de gente que subía; estaba claro que era un pico popular, pero pocas veces he visto tanta gente empezar a subir tan tarde. No solo hacía demasiado calor para subir a esa hora, sino que se estaban empezando a formar nubes en los picos de alrededor, y el tiempo puede cambiar muy rápidamente en la montaña una vez llegada la tarde. Nos habíamos puesto en camino a las 8:30 y había solo unos pocos grupos por delante nuestro; si uno empieza a andar a esas horas en los Pirineos, tiene muchos números de estar entre los últimos.
Cuando llegamos al refugio miré el reloj para ver lo que habíamos tardado: cuatro horas en total, ascenso y descenso. Era un tiempo muy bueno, y metí la mano en la mochila para sacar la GoPro y hacer una foto al reloj con el refugio de fondo. Palpé por todas partes pero no la encontraba. Vacié la mochila, le di la vuelta a todos los bolsillos y constaté, horrorizado, que la cámara no estaba allí.
Recordaba que había hecho la última foto en el collado, justo después de bajar de la ladera rocosa del pico, y de ahí en adelante habíamos parado dos veces: la primera yo había guardado la braga en la mochila y la segunda Nat había sacado cosas para encontrar unos pañuelos de papel. O bien me la había dejado encima de una piedra en la primera parada, o se había caído de la mochila en la segunda. Las posibilidades parecían apuntar al segundo caso.
Esto había sido a unos 300m por encima del nivel del refugio, así que sin pensarlo dos veces, le dije a Nat que me esperase allí y salí corriendo montaña arriba. Llegué al lugar un rato más tarde, empapado en sudor y sin respiración, esperando encontrar la cámara en el suelo, ya que era un rincón apartado del camino principal, pero no estaba allí. El otro lugar estaba mucho más arriba, casi a dos tercios del camino hasta el pico, y esta vez en pleno camino, así que las posibilidades de encontrarla eran escasas… Sin embargo no quería irme sin intentarlo, no por la cámara en si, podía comprar otra, sino porque en la tarjeta SD había muchos de los vídeos y fotos que habíamos hecho en lo que llevábamos de vacaciones.
Tras intentar recuperar el aliento un momento seguí corriendo montaña arriba hasta que llegué al otro punto, pero la cámara tampoco estaba allí. Abatido, comencé el descenso, aun rápido, pues Nat solo sabía que había subido hasta el punto más abajo y me imaginaba que estaría empezando a preocuparse de que tardara tanto.
Llegué al refugio exhausto, me había llegado cruzar con gente tres veces: durante el descenso normal, subiendo corriendo y bajando otra vez. Me pregunto qué deberían haber pensado. En total había subido un desnivel de 1600m, perdido la ventaja de tiempo que teníamos al llegar al refugio tras el primer descenso y ahora teníamos que coger las cosas y hacer todo el camino hasta Sofía.
Con los ánimos bajo mínimos, recogimos nuestras cosas del hotel y dejamos Bansko. Nat estaba muy triste por las fotos, y yo intentaba restarle importancia al tema y decirle que no se preocupara, pero entre el calor sofocante en el valle de Blagoevgrad, mi cansancio y el trecho que nos faltaba, terminé por contestarle mal cuando paramos en una gasolinera, cosa que me hizo sentir fatal el resto del camino hasta Sofía.
Con semejante humor, no es de extrañar que la primera impresión que nos llevamos de la ciudad no fuese exactamente buena, cosa que se vio agravada por el hecho de que entramos por lo que luego descubrí que era lo que llaman ‘el barrio gitano’, donde vimos calle tras calle de gente llevando desperdicios en carros tirados por mulas y coches a medio desmontar cada dos esquinas.
La cosa empezó a mejorar poco a poco cuando llegamos al hotel, vimos la habitación, nos dimos una ducha y salimos a ver la famosa catedral de Alexander Nevsky a la puesta de sol. Para cuando encontramos un restaurante de carnes a la parrilla, nos dimos un buen atracón y nos tomamos dos gin-tonics de postre, por fin conseguimos sonreír de nuevo.
- andrea
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#37 Re: Balkan Adventure 2016
El remate de los gins, ni pintado
Enhorabuena y gracias por compartirlo, es un poco como haber estado por allí
Enhorabuena y gracias por compartirlo, es un poco como haber estado por allí
- Chichu
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#39 Partidas
Día 24 – Domingo 21 de agosto – De Sofía al aeropuerto de Sofía y vuelta
Sofía es una ciudad muy bonita, pero como capital no la disfrutamos tanto como Skopje. Quizá era porque no teníamos expectativas previas para Skopje y nos sorprendió, quizá era porque aun estábamos apenados por la pérdida de la cámara y las fotos, pero imagino que era sobretodo porque esa tarde Nat iba a coger el avión de vuelta a Barcelona. Sus vacaciones tocaban a su fin, y a la mañana siguiente tenía que estar en el trabajo.
Insistía en que ahora empezaba la parte del viaje para disfrutar yo solo, e ir de adventure rider de verdad, pero habíamos pasado tres semanas fantásticas juntos y sentía que ya había visto todo lo que habíamos planeado ver. Iba a encontrarme con mi hermana y su marido en Atenas para pasar el siguiente fin de semana juntos allí, y me daba ola impresión de que no sabía que hacer con los días que quedaban de por medio.
Tras visitar la ciudad la llevé al aeropuerto, nos despedimos y volví al hotel, sintiendo un vacío enorme. La habitación era demasiado grande ahora, y me senté a planear la ruta para el día siguiente e intentar escribir un rato.
Sofía es una ciudad muy bonita, pero como capital no la disfrutamos tanto como Skopje. Quizá era porque no teníamos expectativas previas para Skopje y nos sorprendió, quizá era porque aun estábamos apenados por la pérdida de la cámara y las fotos, pero imagino que era sobretodo porque esa tarde Nat iba a coger el avión de vuelta a Barcelona. Sus vacaciones tocaban a su fin, y a la mañana siguiente tenía que estar en el trabajo.
Insistía en que ahora empezaba la parte del viaje para disfrutar yo solo, e ir de adventure rider de verdad, pero habíamos pasado tres semanas fantásticas juntos y sentía que ya había visto todo lo que habíamos planeado ver. Iba a encontrarme con mi hermana y su marido en Atenas para pasar el siguiente fin de semana juntos allí, y me daba ola impresión de que no sabía que hacer con los días que quedaban de por medio.
Tras visitar la ciudad la llevé al aeropuerto, nos despedimos y volví al hotel, sintiendo un vacío enorme. La habitación era demasiado grande ahora, y me senté a planear la ruta para el día siguiente e intentar escribir un rato.
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#40 Re: Balkan Adventure 2016
muy buena cronica ......y mejor viaje
- Rixelieu
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#41 Milagro en Sofía
Día 25 – Lunes 22 de agosto – De Sofía a Idilevo (273km)
Mientras preparaba este viaje vi un hilo sobre Bulgaria en el HUBB y pregunté por sitios a que ver, ya que era el país sobre el que había buscado menos información. Alguien mencionó el Motocamp de Doug allí, que sonaba a algo parecido al Biker Camp en el que estuve cuando fui a Budapest. Disfruté mucho de aquella experiencia, así que tenía muchas ganas de ir hacia las montañas del centro del país y ver de qué iba el tema.
Se supone que el Motocamp debería haber sido el tema principal del día, al fin y al cabo resultó ser un sitio maravilloso, si no fuera porque algo distinto y completamente inesperado ocurrió por la mañana, mucho antes de que me pusiera en camino.
De hecho, la historia comienza la noche anterior. Estaba publicando los artículos del blog y las fotos en Facebook cuando vi que tenía una solicitud de amistad de alguien llamado Julian que vivía en Sofía. Que yo recordara, no habíamos conocido a nadie en los últimos días, así que no le presté atención y seguí escribiendo.
A la mañana siguiente, cuando agarré el teléfono de la mesilla de noche para detener la alarma del despertador, vi una notificación de una de esas aplicaciones que vienen con el móvil y que no se pueden eliminar a pesar de que nadie las usa. Iba a ignorarla, pero entonces vi que era de la misma persona que me había enviado la solicitud de amistad en Facebook y me pudo la curiosidad por ver quién insistía tanto en contactarme. Abrí el mensaje y leí: ‘Hola, creo que he encontrado tu cámara, estoy intentando contactarte a través de tu cuenta de Facebook’.
No me lo podía creer. Medio dormido aún, tuve que leer el mensaje dos veces más antes de responder a toda prisa. Me preguntó si aún estaba en Bulgaria, y cuando le dije que estaba en Sofía, no en Bansko, contestó que él también estaba en la capital. Me envió una dirección y vi que estaba al sur del centro, así que le dije que podía estar allí en una hora. Aun estaba en calzoncillos y tan anonadado que ni se me pasó por la cabeza cómo podía haber dado conmigo. Me vestí, bajé a la cafetería a hacer un desayuno exprés, cargué la moto, hice el check out y seguí las indicaciones del GPS hasta su dirección. No fue hasta que estaba ya en la moto rodeado del tráfico de hora punta de un lunes por la mañana cuando me planteé la pregunta: no había ningún tipo de detalles de contacto en la propia cámara, y en las fotos y vídeos que contenía no se mencionaba mi nombre en ningún momento. ¿Quizá la matrícula de la moto? ¿Pero cómo puede alguien el Bulgaria conseguir mi nombre usando la matrícula de un vehículo extranjero? Estaba intrigadísimo.
Cuando llegué al punto de encuentro ya me estaba esperando y, efectivamente, tenía mi cámara. Estaba tan contento de haber recuperado las fotos y los vídeos que me lancé de inmediato a una retahíla de profundo agradecimiento, y una vez más, tardé en caer en hacerle la pregunta del millón: ¿Cómo me había encontrado?
Mediante una increíble sucesión de golpes de suerte y a base de puro talento de detective, así fue cómo. Me contó que había pensado en dejar la cámara en el refugio Vihren, pero luego cayó en que quién fuera que la había perdido quizá ya no estaba en la zona, así que dejó su número de contacto con una nota y se llevó la cámara con él a Sofía. Una vez allí miró las fotos para ver si había algo que le pudiera ayudar a identificar al propietario. Examinándolas, vio que yo llevaba un pin en mi chaqueta de moto que decía ‘Rider1000’ y pensó que quizá era algún tipo de club, así que lo buscó en Google y encontró la web. Como puede que sepáis si seguís este blog, la Rider1000 es un reto que consiste en hacer 1000km en un día alrededor de Catalunya, y casualidad de casualidades, la lista de los participantes de la última edición aún está colgada en su web.
‘Un momento’ puede que penséis. ‘No sabía tu nombre, así que ¿cómo te encontró en la lista?’ Buena pregunta. También había visto mi moto en las fotos, y la reconoció como la nueva Africa Twin. En la lista de participantes de la Rider1000 se publica el nombre completo del motero y la marca y modelo de la moto, pero no la matrícula ni ninguna otra información, así que tuve mucha suerte no solo de que quien encontró mi cámara entendiera lo suficiente de motos como para identificar marca y modelo de la mía, sino de tener esa moto en particular. Imaginad, había 850 personas en esa lista, y solo dos se habían apuntado con la nueva Africa Twin. ¡Gracias a Dios que no tengo una GS!
De modo que ahora nuestro hombre tenía dos nombres, y en la misma web se pueden ver las fotos que se hacen de cada participante antes de tomar la salida, frente a un tablero de patrocinadores. Buscó los dos nombres y me identificó a mí comparando las fotos con las de la GoPro. Voilà, ya tenía mi nombre completo. Tras eso, le bastó con buscarme en Facebook para contactarme.
Tenía que irse, así que no tuvimos tiempo de hablar mucho más, pero está claro que me devolvió la fe en la especie humana durante una buena temporada.
Pero las aventuras de tener una Africa Twin no terminan ahí… Después de que se fuera me quedé donde nos habíamos encontrado para mandarle un mensaje a Nat, que se alegró sobremanera al recibir las noticias y no terminaba de creérselo, sobretodo al recibir una historia semejante en versión condensada a través de WhatsApp. Estaba yo sentado en la moto, en la cuneta de una gran avenida, con los warnings puestos, trasteando con el móvil, cuando un chico en un escúter se paró a mi lado y me preguntó si necesitaba ayuda. Resulta que él también tenía una AT nueva, empezamos a hablar y me dijo que vivía justo a la vuelta de la esquina, y me llevó al garaje a enseñármela. En lo que debía ser ya la enésima coincidencia de la mañana, cuando mencioné que iba hacia el Motocamp en Idilevo me dijo que acababa de estar allí el día anterior, que era amigo de la gente que lo llevaba y sacó un mapa para recomendarme las mejores carreteras para llegar hasta allí evitando las vías principales. Increíble. Y aun no eran ni las 11 de la mañana.
Tras darnos los contactos, salí de Sofía siguiendo las indicaciones de Nikolay y disfruté de lo lindo por las carreteras perdidas de las montañas del parque nacional de los Balcanes Centrales, atravesando pueblecitos, bosques… completamente solo, sin tráfico que me molestara.
Vi una estación de pesaje abandonada al lado de la carretera y, a su lado, un par de mesas, una barbacoa y un pequeño altar con una fuente, todo ello junto al río, y pensé que era un buen lugar para parar a comer. Cuando aparqué la moto sobre la plataforma de la báscula vi a través de los cristales rotos que la báscula seguía allí, a diferencia de lo que ocurre con estos aparatos una vez caen en desuso, y que la puerta estaba abierta.
Atraído por la curiosidad, di la vuelta y entré en el edificio. Había un pequeño baño, una habitación con un sofá y una cama y los restas de una cocina y una sala más grande con un escritorio y la báscula, que se veía en buen estado y parecía funcionar. Jugueteé un poco con ella para ver cuánto pesaba mi moto con todo el equipaje y el depósito casi lleno. La báscula era muy precisa, se podía ajustar hasta unidades de kilo, y después de trastear con ella un rato me dio una lectura de un poco por encima de 280kg. Mmm…
A primera hora de la tarde llegué al pueblo de Idilevo. A unos pocos km de la carretera principal, era un pueblecito minúsculo, casi salí por el otro lado antes de darme cuenta de que había llegado, y justo antes del final vi una vieja moto pintada con la Union Jack y frente a ella, del otro lado de la calle, una valla con un cartel de madera tallada que decía ‘Doug Motocamp’.
Paré frente a la valla y Polly salió a recibirme. Era la única que había de los tres que llevan el sitio, los otros dos, Doug e Ivo, estaban de viaje. Me enseñó el lugar, había cuatro habitaciones para huéspedes (Yamaha, Honda, BMW y Harley), me tocó la Yamaha, la Honda ya estaba ocupada. Había también una sala/bar en un pajar, una zona de barbacoa y un taller con herramientas y espacio para guardar motos.
Me di una ducha y me senté en una de las mesas a lado de la barbacoa a escribir un rato cuando empezó a llegar más gente. Había una barbacoa esa noche y Polly me había invitado a unirme a ellos. Antes de que me diese cuenta, había mucha más gente de la que podía entrar en las cuatro habitaciones, y la cerveza de la nevera self-service no me ayudó a recordar todos los nombres que me dieron en cuestión de minutos.
Hablando con varias personas me di cuenta de que la mayoría no eran huéspedes, sino viajeros cuyos caminos les habían llevado a este minúsculo pueblo en medio de Bulgaria algún momento de sus vidas y se habían dado cuenta de que era la base de operaciones perfecta tanto para explorar esta parte del mundo (Grecia, Turquía, Macedonia, Albania, Kosovo, Montenegro, Rumanía, etc. quedan todos muy cerca) como para punto de partida de viajes más largos hacia el este.
Algunos de ellos habían dejado una moto aquí y volaban desde Alemania o el Reino Unido (donde vivía la mayoría de ellos) para pasar el verano aquí en moto en vez de invertir una semana en llegar y otra en volver, otros habían incluso comprado una casa en el pueblo y la estaban arreglando, ya que tanto el precio de las propiedades como la mano de obra eran increíblemente bajos.
La tarde pasó a ser noche y nos dedicamos a comer carne, beber cerveza y compartir incontables historias sobre motos y viajes. Esto era un pequeño paraíso, un Shangri-La donde todos los moteros que vagan por el mundo pueden encontrar un momento de descanso, comodidad y la compañía de aquellos que como ellos, piensan en la aventura.
Mientras preparaba este viaje vi un hilo sobre Bulgaria en el HUBB y pregunté por sitios a que ver, ya que era el país sobre el que había buscado menos información. Alguien mencionó el Motocamp de Doug allí, que sonaba a algo parecido al Biker Camp en el que estuve cuando fui a Budapest. Disfruté mucho de aquella experiencia, así que tenía muchas ganas de ir hacia las montañas del centro del país y ver de qué iba el tema.
Se supone que el Motocamp debería haber sido el tema principal del día, al fin y al cabo resultó ser un sitio maravilloso, si no fuera porque algo distinto y completamente inesperado ocurrió por la mañana, mucho antes de que me pusiera en camino.
De hecho, la historia comienza la noche anterior. Estaba publicando los artículos del blog y las fotos en Facebook cuando vi que tenía una solicitud de amistad de alguien llamado Julian que vivía en Sofía. Que yo recordara, no habíamos conocido a nadie en los últimos días, así que no le presté atención y seguí escribiendo.
A la mañana siguiente, cuando agarré el teléfono de la mesilla de noche para detener la alarma del despertador, vi una notificación de una de esas aplicaciones que vienen con el móvil y que no se pueden eliminar a pesar de que nadie las usa. Iba a ignorarla, pero entonces vi que era de la misma persona que me había enviado la solicitud de amistad en Facebook y me pudo la curiosidad por ver quién insistía tanto en contactarme. Abrí el mensaje y leí: ‘Hola, creo que he encontrado tu cámara, estoy intentando contactarte a través de tu cuenta de Facebook’.
No me lo podía creer. Medio dormido aún, tuve que leer el mensaje dos veces más antes de responder a toda prisa. Me preguntó si aún estaba en Bulgaria, y cuando le dije que estaba en Sofía, no en Bansko, contestó que él también estaba en la capital. Me envió una dirección y vi que estaba al sur del centro, así que le dije que podía estar allí en una hora. Aun estaba en calzoncillos y tan anonadado que ni se me pasó por la cabeza cómo podía haber dado conmigo. Me vestí, bajé a la cafetería a hacer un desayuno exprés, cargué la moto, hice el check out y seguí las indicaciones del GPS hasta su dirección. No fue hasta que estaba ya en la moto rodeado del tráfico de hora punta de un lunes por la mañana cuando me planteé la pregunta: no había ningún tipo de detalles de contacto en la propia cámara, y en las fotos y vídeos que contenía no se mencionaba mi nombre en ningún momento. ¿Quizá la matrícula de la moto? ¿Pero cómo puede alguien el Bulgaria conseguir mi nombre usando la matrícula de un vehículo extranjero? Estaba intrigadísimo.
Cuando llegué al punto de encuentro ya me estaba esperando y, efectivamente, tenía mi cámara. Estaba tan contento de haber recuperado las fotos y los vídeos que me lancé de inmediato a una retahíla de profundo agradecimiento, y una vez más, tardé en caer en hacerle la pregunta del millón: ¿Cómo me había encontrado?
Mediante una increíble sucesión de golpes de suerte y a base de puro talento de detective, así fue cómo. Me contó que había pensado en dejar la cámara en el refugio Vihren, pero luego cayó en que quién fuera que la había perdido quizá ya no estaba en la zona, así que dejó su número de contacto con una nota y se llevó la cámara con él a Sofía. Una vez allí miró las fotos para ver si había algo que le pudiera ayudar a identificar al propietario. Examinándolas, vio que yo llevaba un pin en mi chaqueta de moto que decía ‘Rider1000’ y pensó que quizá era algún tipo de club, así que lo buscó en Google y encontró la web. Como puede que sepáis si seguís este blog, la Rider1000 es un reto que consiste en hacer 1000km en un día alrededor de Catalunya, y casualidad de casualidades, la lista de los participantes de la última edición aún está colgada en su web.
‘Un momento’ puede que penséis. ‘No sabía tu nombre, así que ¿cómo te encontró en la lista?’ Buena pregunta. También había visto mi moto en las fotos, y la reconoció como la nueva Africa Twin. En la lista de participantes de la Rider1000 se publica el nombre completo del motero y la marca y modelo de la moto, pero no la matrícula ni ninguna otra información, así que tuve mucha suerte no solo de que quien encontró mi cámara entendiera lo suficiente de motos como para identificar marca y modelo de la mía, sino de tener esa moto en particular. Imaginad, había 850 personas en esa lista, y solo dos se habían apuntado con la nueva Africa Twin. ¡Gracias a Dios que no tengo una GS!
De modo que ahora nuestro hombre tenía dos nombres, y en la misma web se pueden ver las fotos que se hacen de cada participante antes de tomar la salida, frente a un tablero de patrocinadores. Buscó los dos nombres y me identificó a mí comparando las fotos con las de la GoPro. Voilà, ya tenía mi nombre completo. Tras eso, le bastó con buscarme en Facebook para contactarme.
Tenía que irse, así que no tuvimos tiempo de hablar mucho más, pero está claro que me devolvió la fe en la especie humana durante una buena temporada.
Pero las aventuras de tener una Africa Twin no terminan ahí… Después de que se fuera me quedé donde nos habíamos encontrado para mandarle un mensaje a Nat, que se alegró sobremanera al recibir las noticias y no terminaba de creérselo, sobretodo al recibir una historia semejante en versión condensada a través de WhatsApp. Estaba yo sentado en la moto, en la cuneta de una gran avenida, con los warnings puestos, trasteando con el móvil, cuando un chico en un escúter se paró a mi lado y me preguntó si necesitaba ayuda. Resulta que él también tenía una AT nueva, empezamos a hablar y me dijo que vivía justo a la vuelta de la esquina, y me llevó al garaje a enseñármela. En lo que debía ser ya la enésima coincidencia de la mañana, cuando mencioné que iba hacia el Motocamp en Idilevo me dijo que acababa de estar allí el día anterior, que era amigo de la gente que lo llevaba y sacó un mapa para recomendarme las mejores carreteras para llegar hasta allí evitando las vías principales. Increíble. Y aun no eran ni las 11 de la mañana.
Tras darnos los contactos, salí de Sofía siguiendo las indicaciones de Nikolay y disfruté de lo lindo por las carreteras perdidas de las montañas del parque nacional de los Balcanes Centrales, atravesando pueblecitos, bosques… completamente solo, sin tráfico que me molestara.
Vi una estación de pesaje abandonada al lado de la carretera y, a su lado, un par de mesas, una barbacoa y un pequeño altar con una fuente, todo ello junto al río, y pensé que era un buen lugar para parar a comer. Cuando aparqué la moto sobre la plataforma de la báscula vi a través de los cristales rotos que la báscula seguía allí, a diferencia de lo que ocurre con estos aparatos una vez caen en desuso, y que la puerta estaba abierta.
Atraído por la curiosidad, di la vuelta y entré en el edificio. Había un pequeño baño, una habitación con un sofá y una cama y los restas de una cocina y una sala más grande con un escritorio y la báscula, que se veía en buen estado y parecía funcionar. Jugueteé un poco con ella para ver cuánto pesaba mi moto con todo el equipaje y el depósito casi lleno. La báscula era muy precisa, se podía ajustar hasta unidades de kilo, y después de trastear con ella un rato me dio una lectura de un poco por encima de 280kg. Mmm…
A primera hora de la tarde llegué al pueblo de Idilevo. A unos pocos km de la carretera principal, era un pueblecito minúsculo, casi salí por el otro lado antes de darme cuenta de que había llegado, y justo antes del final vi una vieja moto pintada con la Union Jack y frente a ella, del otro lado de la calle, una valla con un cartel de madera tallada que decía ‘Doug Motocamp’.
Paré frente a la valla y Polly salió a recibirme. Era la única que había de los tres que llevan el sitio, los otros dos, Doug e Ivo, estaban de viaje. Me enseñó el lugar, había cuatro habitaciones para huéspedes (Yamaha, Honda, BMW y Harley), me tocó la Yamaha, la Honda ya estaba ocupada. Había también una sala/bar en un pajar, una zona de barbacoa y un taller con herramientas y espacio para guardar motos.
Me di una ducha y me senté en una de las mesas a lado de la barbacoa a escribir un rato cuando empezó a llegar más gente. Había una barbacoa esa noche y Polly me había invitado a unirme a ellos. Antes de que me diese cuenta, había mucha más gente de la que podía entrar en las cuatro habitaciones, y la cerveza de la nevera self-service no me ayudó a recordar todos los nombres que me dieron en cuestión de minutos.
Hablando con varias personas me di cuenta de que la mayoría no eran huéspedes, sino viajeros cuyos caminos les habían llevado a este minúsculo pueblo en medio de Bulgaria algún momento de sus vidas y se habían dado cuenta de que era la base de operaciones perfecta tanto para explorar esta parte del mundo (Grecia, Turquía, Macedonia, Albania, Kosovo, Montenegro, Rumanía, etc. quedan todos muy cerca) como para punto de partida de viajes más largos hacia el este.
Algunos de ellos habían dejado una moto aquí y volaban desde Alemania o el Reino Unido (donde vivía la mayoría de ellos) para pasar el verano aquí en moto en vez de invertir una semana en llegar y otra en volver, otros habían incluso comprado una casa en el pueblo y la estaban arreglando, ya que tanto el precio de las propiedades como la mano de obra eran increíblemente bajos.
La tarde pasó a ser noche y nos dedicamos a comer carne, beber cerveza y compartir incontables historias sobre motos y viajes. Esto era un pequeño paraíso, un Shangri-La donde todos los moteros que vagan por el mundo pueden encontrar un momento de descanso, comodidad y la compañía de aquellos que como ellos, piensan en la aventura.
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#42 Re: Balkan Adventure 2016
Espectacular
Me alegro que encontraras la cámara, después del palizón p'arriba y p'abajo...
Me alegro que encontraras la cámara, después del palizón p'arriba y p'abajo...
Paz Y Amor
- Rixelieu
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#43 Un OVNI comunista
Día 26 – Martes 23 de agosto – De Idilevo a Buzludzha y vuelta (162km)
La noche anterior había empezado a llover mientras estábamos haciendo la barbacoa y la lluvia se convirtió en tormenta mientras yo dormía cómodamente enroscado debajo de un nórdico con las gotas golpeando contra la ventana y el techo. A la mañana siguiente el cielo amaneció cubierto y había previsión de lluvia durante el día, así que descarté aventurarme a explorar pistas por las montañas, estaba todo lleno de barro y unos días antes una de las chicas británicas que pasaba el verano en el pueblo había tenido una caída con la moto mientras hacía offroad y se había hecho daño en el hombro.
Decidí pasarme por Sevlievo, la población grande más cercana, a conseguir aceite para el engrasador de la cadena y dedicarme un poco a la moto. Una vez terminadas las tareas el tiempo parecía haber mejorado un poco, así que decidí ir a visitar Buzludzha, que estaba a unos 60km de carretera y era algo que tenía ganas de visitar.
Buzludzha no es un pueblo, sino una montaña, y la razón por la que iba a ir allí no era hacer senderismo sino visitar el monumento que se encuentra en la cima, a más de 1400m sobre el nivel del mar. No se trata de un monumento cualquiera, sino de un monstruo de hormigón construido en 1981 para conmemorar la fundación del Partido Comunista búlgaro en una reunión secreta que había tenido lugar allí cien años atrás.
El edificio es una enorme estructura circular de hormigón que se parece a un platillo volador con una alta torre detrás, y alojaba un pabellón para funciones del estado y celebraciones. No demasiado orgullosos del pasado comunista, el gobierno búlgaro dejó el edificio abandonado y actualmente se está desmoronando lentamente en medio de la nada.
Tras subir por el paso Shipka, otro fichaje en mi lista de grandes carreteras, tomé una carretera más pequeña que llevaba hasta el monumento. Esta estaba en mucho peor estado, seguramente también olvidada por el gobierno, pues solo lleva hasta el edificio.
Había bastante niebla esa mañana, y tras unas cuantas curvas cerradas llegué a un collado desde donde la imponente estructura se reveló entre las brumas. En el collado mismo había otra construcción monumental, dos manos enormes aguantando sendas antorchas, desde donde un camino peatonal subía hasta el edificio. La carretera sin embargo seguía, rodeando la montaña, así que fui con la moto hasta el pie mismo de la gran escalinata que llevaba a la entrada.
Hasta hace poco el edifico había estado abierto, pero últimamente el techo se había deteriorado considerablemente, de modo que el gobierno había decidido soldar las puertas para evitar el acceso. A pesar de ello, la gente se las había apañado para abrir una entrada a través de los ventanales de las escaleras, y desde entonces una especie de batalla se iba librando de forma regular: alguien cortaba las barras que cerraban el acceso y a los poicos días las autoridades volvían a soldarlas. Poder visitar el interior del edificio era cuestión de tener suerte con el calendario y que la visita coincidiera con la ventana de tiempo correcta.
En el Motocamp los últimos rumores eran que acababan de volver a cerrarlo y, efectivamente, cuando llegué descubrí que no había manera posible de acceder al interior a pesar de darle la vuelta varias veces. Me llevé una gran decepción, pero debo admitir que a pesar de todo era impresionante solo desde fuera.
Me libré de la lluvia de vuelta y logré llegar seco al Motocamp, donde pasé el resto del día poniéndome al día con el blog y charlando con la gente que había por allí.
La noche anterior había empezado a llover mientras estábamos haciendo la barbacoa y la lluvia se convirtió en tormenta mientras yo dormía cómodamente enroscado debajo de un nórdico con las gotas golpeando contra la ventana y el techo. A la mañana siguiente el cielo amaneció cubierto y había previsión de lluvia durante el día, así que descarté aventurarme a explorar pistas por las montañas, estaba todo lleno de barro y unos días antes una de las chicas británicas que pasaba el verano en el pueblo había tenido una caída con la moto mientras hacía offroad y se había hecho daño en el hombro.
Decidí pasarme por Sevlievo, la población grande más cercana, a conseguir aceite para el engrasador de la cadena y dedicarme un poco a la moto. Una vez terminadas las tareas el tiempo parecía haber mejorado un poco, así que decidí ir a visitar Buzludzha, que estaba a unos 60km de carretera y era algo que tenía ganas de visitar.
Buzludzha no es un pueblo, sino una montaña, y la razón por la que iba a ir allí no era hacer senderismo sino visitar el monumento que se encuentra en la cima, a más de 1400m sobre el nivel del mar. No se trata de un monumento cualquiera, sino de un monstruo de hormigón construido en 1981 para conmemorar la fundación del Partido Comunista búlgaro en una reunión secreta que había tenido lugar allí cien años atrás.
El edificio es una enorme estructura circular de hormigón que se parece a un platillo volador con una alta torre detrás, y alojaba un pabellón para funciones del estado y celebraciones. No demasiado orgullosos del pasado comunista, el gobierno búlgaro dejó el edificio abandonado y actualmente se está desmoronando lentamente en medio de la nada.
Tras subir por el paso Shipka, otro fichaje en mi lista de grandes carreteras, tomé una carretera más pequeña que llevaba hasta el monumento. Esta estaba en mucho peor estado, seguramente también olvidada por el gobierno, pues solo lleva hasta el edificio.
Había bastante niebla esa mañana, y tras unas cuantas curvas cerradas llegué a un collado desde donde la imponente estructura se reveló entre las brumas. En el collado mismo había otra construcción monumental, dos manos enormes aguantando sendas antorchas, desde donde un camino peatonal subía hasta el edificio. La carretera sin embargo seguía, rodeando la montaña, así que fui con la moto hasta el pie mismo de la gran escalinata que llevaba a la entrada.
Hasta hace poco el edifico había estado abierto, pero últimamente el techo se había deteriorado considerablemente, de modo que el gobierno había decidido soldar las puertas para evitar el acceso. A pesar de ello, la gente se las había apañado para abrir una entrada a través de los ventanales de las escaleras, y desde entonces una especie de batalla se iba librando de forma regular: alguien cortaba las barras que cerraban el acceso y a los poicos días las autoridades volvían a soldarlas. Poder visitar el interior del edificio era cuestión de tener suerte con el calendario y que la visita coincidiera con la ventana de tiempo correcta.
En el Motocamp los últimos rumores eran que acababan de volver a cerrarlo y, efectivamente, cuando llegué descubrí que no había manera posible de acceder al interior a pesar de darle la vuelta varias veces. Me llevé una gran decepción, pero debo admitir que a pesar de todo era impresionante solo desde fuera.
Me libré de la lluvia de vuelta y logré llegar seco al Motocamp, donde pasé el resto del día poniéndome al día con el blog y charlando con la gente que había por allí.
- Rixelieu
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#44 El lago Batak
Día 27 – Miércoles 24 de agosto – De Idilevo al lago Batak (259km)
Bulgaria, que al principio solo debía ser el sitio donde Nat cogía el avión de vuelta a casa y donde yo empezaba también el camino de vuelta, resultó ser mucho, mucho más interesante de lo que me había esperado. El siguiente paso en mis vagos planes era llegar a Atenas el viernes para encontrarme con mi hermana y su marido, que empezaban sus vacaciones entonces, de modo que tenía unos dos días y medio para pasar entre Bulgaria y Grecia.
Decidí no apretar demasiado y, tras pedir consejo en el Motocamp, decidí dirigirme directo al sur en vez de al oeste para volver a la arteria principal que baja de Sofía. Esa autopista pasa por el valle de Blagoevgrad, donde habíamos llegado a estar a 37 grados la semana anterior, y no tenía intención de repetir la experiencia. La ruta hacia el sur me llevaría por carreteras de montaña, una frontera mucho menos transitada y zonas bastante despobladas en el norte de Grecia. Un plan perfecto.
No me gusta llegar a una frontera hacia el final de día, y no parecía haber mucha oferta de donde elegir en cuestión de cámpings o alojamiento del lado griego, así que siguiendo el consejo de Peachy, otro expatriado Británico de Idilevo que se conocía la zona, decidí quedarme del lado Búlgaro e ir a un cámping en un lago llamado Batak.
Salí de Idilevo con las capas de lluvia puestas en el traje, pues parecía que iba a llover y hacía bastante frío. La temperatura cayó aún más cuando crucé el macizo de los Montes Balcanes y al llegar al paso Beklemeto, a 1.520m, había tanta niebla que no pude disfrutar en absoluto de las vistas. De lo que sí disfruté fue de la carretera, otra de las grandes, y del descenso por la vertiente sur de la montaña, donde el sol asomó por fin y la temperatura subió rápidamente. Para cuando llegué a Kamare, la primera población al pie de la montaña, ya hacía tanto calor que tuve que parar a quitármelo todo y abrir las ventilaciones del traje.
Desde allí el trayecto se volvió mucho más monótono. Hacía calor y el paisaje no era más que una extensa llanura de campos ocre. La carretera era buena y recta, lo que significaba más coches yendo más rápido, y poca diversión en una moto. En las afueras de Plovdiv atravesé un lugar llamado Trud, al que le otorgué el premio El Pueblo Más Feo Del Planeta.
Como podéis intuir, la calor y el paisaje anónimo no le hacían demasiado favores a mi estado de ánimo, pero la cosa cambió rápidamente al dejar Plovdiv en dirección oeste y girar al sur en Pazardzhik hacia las montañas de nuevo. El indicador de altura en mi GPS iba aumentando y empecé a temer que si el lago estaba más arriba de lo que pensaba, las iba a pasar canutas en el saco por la noche…
El lago Batak era preciso, y el cámping tenía una pequeña isla delante. Paré en recepción, que no era más que una minúscula cabaña de madera, pero no había nadie. El cámping estaba medio vacío, solo había unas pocas caravanas y ninguna tienda, y las pocas personas que vi estaban lejos, paseando por la orilla o pescando. Me estaba preguntando que hacer cuando vi un pequeño letrero en la ventana de la cabaña con un número de teléfono y un aviso de que llamáramos si no había nadie. Me respondió un chico que me dijo que plantara la tienda donde quisiera y me dio la clave de la wifi. ¿Wifi? Había unas duchas y baños detrás de la cabaña, pero no había ni bar, ni una sala común, ni cocina… pero había wifi, y luego descubrí que llegaba hasta mi tienda. ¡Menudo lujo! Me recordó a un cámping en el que estuve en Finlandia hace unos años.
Planté la tienda y me senté a escribir en una mesa de madera cuando aparecieron los dueños e hicimos el registro en un momento. Me dijeron que supuestamente tenía que rellenar un formulario bastante completo porque las autoridades estaban bastante preocupadas por la posibilidad de que hubiera refugiados de paso por la zona, pero se conformaron con mi nombre y me hicieron un 15% de descuento cuando les dije que había encontrado el sitio a través de Motocamp.
Pensé en ir a dar una vuelta por la orilla del lago, pero para entonces ya se estaban formando nubarrones negros otra vez y empezaba a tronar, así que me puse a preparar una cena temprana con el hornillo para estar listo para enroscarme en el saco dentro de la tienda cuando llegara la tormenta.
La tormenta hizo acto de presencia tras hacerse de noche, y con ella llegó lluvia torrencial y un viento que sacudió la tienda toda la noche, pero estaba tan cansado que, con los tapones de los oídos, dormí sin casi enterarme toda la noche.
Bulgaria, que al principio solo debía ser el sitio donde Nat cogía el avión de vuelta a casa y donde yo empezaba también el camino de vuelta, resultó ser mucho, mucho más interesante de lo que me había esperado. El siguiente paso en mis vagos planes era llegar a Atenas el viernes para encontrarme con mi hermana y su marido, que empezaban sus vacaciones entonces, de modo que tenía unos dos días y medio para pasar entre Bulgaria y Grecia.
Decidí no apretar demasiado y, tras pedir consejo en el Motocamp, decidí dirigirme directo al sur en vez de al oeste para volver a la arteria principal que baja de Sofía. Esa autopista pasa por el valle de Blagoevgrad, donde habíamos llegado a estar a 37 grados la semana anterior, y no tenía intención de repetir la experiencia. La ruta hacia el sur me llevaría por carreteras de montaña, una frontera mucho menos transitada y zonas bastante despobladas en el norte de Grecia. Un plan perfecto.
No me gusta llegar a una frontera hacia el final de día, y no parecía haber mucha oferta de donde elegir en cuestión de cámpings o alojamiento del lado griego, así que siguiendo el consejo de Peachy, otro expatriado Británico de Idilevo que se conocía la zona, decidí quedarme del lado Búlgaro e ir a un cámping en un lago llamado Batak.
Salí de Idilevo con las capas de lluvia puestas en el traje, pues parecía que iba a llover y hacía bastante frío. La temperatura cayó aún más cuando crucé el macizo de los Montes Balcanes y al llegar al paso Beklemeto, a 1.520m, había tanta niebla que no pude disfrutar en absoluto de las vistas. De lo que sí disfruté fue de la carretera, otra de las grandes, y del descenso por la vertiente sur de la montaña, donde el sol asomó por fin y la temperatura subió rápidamente. Para cuando llegué a Kamare, la primera población al pie de la montaña, ya hacía tanto calor que tuve que parar a quitármelo todo y abrir las ventilaciones del traje.
Desde allí el trayecto se volvió mucho más monótono. Hacía calor y el paisaje no era más que una extensa llanura de campos ocre. La carretera era buena y recta, lo que significaba más coches yendo más rápido, y poca diversión en una moto. En las afueras de Plovdiv atravesé un lugar llamado Trud, al que le otorgué el premio El Pueblo Más Feo Del Planeta.
Como podéis intuir, la calor y el paisaje anónimo no le hacían demasiado favores a mi estado de ánimo, pero la cosa cambió rápidamente al dejar Plovdiv en dirección oeste y girar al sur en Pazardzhik hacia las montañas de nuevo. El indicador de altura en mi GPS iba aumentando y empecé a temer que si el lago estaba más arriba de lo que pensaba, las iba a pasar canutas en el saco por la noche…
El lago Batak era preciso, y el cámping tenía una pequeña isla delante. Paré en recepción, que no era más que una minúscula cabaña de madera, pero no había nadie. El cámping estaba medio vacío, solo había unas pocas caravanas y ninguna tienda, y las pocas personas que vi estaban lejos, paseando por la orilla o pescando. Me estaba preguntando que hacer cuando vi un pequeño letrero en la ventana de la cabaña con un número de teléfono y un aviso de que llamáramos si no había nadie. Me respondió un chico que me dijo que plantara la tienda donde quisiera y me dio la clave de la wifi. ¿Wifi? Había unas duchas y baños detrás de la cabaña, pero no había ni bar, ni una sala común, ni cocina… pero había wifi, y luego descubrí que llegaba hasta mi tienda. ¡Menudo lujo! Me recordó a un cámping en el que estuve en Finlandia hace unos años.
Planté la tienda y me senté a escribir en una mesa de madera cuando aparecieron los dueños e hicimos el registro en un momento. Me dijeron que supuestamente tenía que rellenar un formulario bastante completo porque las autoridades estaban bastante preocupadas por la posibilidad de que hubiera refugiados de paso por la zona, pero se conformaron con mi nombre y me hicieron un 15% de descuento cuando les dije que había encontrado el sitio a través de Motocamp.
Pensé en ir a dar una vuelta por la orilla del lago, pero para entonces ya se estaban formando nubarrones negros otra vez y empezaba a tronar, así que me puse a preparar una cena temprana con el hornillo para estar listo para enroscarme en el saco dentro de la tienda cuando llegara la tormenta.
La tormenta hizo acto de presencia tras hacerse de noche, y con ella llegó lluvia torrencial y un viento que sacudió la tienda toda la noche, pero estaba tan cansado que, con los tapones de los oídos, dormí sin casi enterarme toda la noche.
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#45 De los lagos canadienses a los Monegros
Día 28 – Jueves 25 de agosto – Del lago Batak a Vergina (389km)
Mis días sobre la moto iban alargándose ahora uqe viajaba solo, y a estas alturas ya tenía puesto el chip de larga distancia. Éste iba a ser el día más largo hasta el momento, pero no tenía intención de hacer grandes tiradas seguidas, la AT es menos cómoda que la V-Strom o la Super Ténéré como moto de turismo, así que me prometí parar a descansar cada 100km.
Había estado lloviendo toda la noche y no me gusta plegar la tienda cuando está mojada, pero no había salido el sol por la mañana, así que de poco servía esperar a que se secara. Le quité todo el agua que pude, la desmonté y me puse en camino con todas las capas del traje puestas, ya que hacía bastante frío.
En honor a Robert Frost tomé el camino menos transitado hacia el sur hasta un paso fronterizo pequeño, y una vez más Bulgaria me ofreció sus mejores paisajes: bosques densos y lagos con superficie de espejo que bien podrían haber estado en Canadá.
Cuando llegué a la frontera solamente había unos pocos coches y dos camiones delante de mí, pero como ya había experimentado al entrar en el país, la policía de fronteras en Bulgaria deben ser de lo más lento del mundo. Con todo el papeleo comprobado, recorrí la corta distancia hasta el lado griego, donde tras echar un vistazo al pasaporte y hacer el comentario de rigor sobre el Barça me dejaron pasar a lo que parecía otro mundo.
Si me dicen que me habían teletransportado a los Monegros me lo hubiera creído al instante. Donde hacía apenas una hora había lagos y bosques verdes ahora había colinas ocres con muy pocos árboles, el olor a vegetación seca en el aire y una temperatura que subía por momentos.
A pesar del contraste el paisaje era precioso, especialmente en la ruta que había elegido, evitando poblaciones grandes y carreteras principales. Llegué cerca de una ciudad llamada Drama, pero giré al sur antes de alcanzarla, y no fue hasta cerca de Serres cuando empecé a encontrar carreteras más grandes.
Mis primeras buenas impresiones de Grecia cambiaron rápidamente. El paisaje era ahora principalmente llanuras quemadas por el sol, todo tenía un aire de abandono y las carreteras no eran mejores de lo que había encontrado en otros países. La carretera de circunvalación alrededor de Serres parecía sacada de Rusia: un asfalto catastrófico, cruces con semáforos cada pocos metros que hacían imposible avanzar rápido, y los peores conductores que me había encontrado hasta el momento en este viaje. Parece que los conductores griegos son muy resentidos: adelantaba a alguien en un coche con más de 15 años y luego los veía por el retrovisor acelerando, haciendo lo posible para volver a alcanzarme. Avanzaba hasta el principio de la cola en un semáforo en rojo y el coche de al lado estaba con la marcha puesta, haciendo patinar el embrague, listo para no dejarme salir delante suyo en cuanto el semáforo cambiara a verde. Por amor de Dios, si hasta señoras en utilitarios que se caían a pedazos lo hacían… ¿Cómo demonios esperaban salir más rápido que una moto?
Al cabo de poco entré en la autopista para intentar ahorrar algo de tiempo visto que no había paisaje que contemplar y que las carreteras principales se estaban degradando, y me sorprendió encontrar casetas de peaje al cabo de unos pocos kilómetros. No había visto ni un solo indicador en ningún lugar de acceso a la autopista que anunciara que era de peaje. Era la primera vez que me encontraba algo así. No era mucho dinero, pero lo pagué a regañadientes viendo el deplorable estado del asfalto, que formaba ondulaciones de palmo por la combinación del calor y el peso de los camiones, y las hordas de conductores agresivos. Ah, y no aceptaban tarjetas en el peaje.
Un buen rato después me alegré de dejar la autopista y dirigirme al pueblecito de Vergina, donde había encontrado una habitación barata en un pensión. Al menos esto supuso un final positivo al día: el sitio era tranquilo, la habitación estaba bien, la chica de recepción era muy agradable y me dejaron entrar la moto al jardín, donde la veía desde mi balcón. La única nota negativa fue que tampoco querían saber nada de tarjetas de crédito, y todo lo que llevaba encima eran lev búlgaros, así que tuve que ir en busca del único cajero automático del pueblo.
Me llevó un buen rato, ya que el lugar parecía estar formado por casas con jardín y no tener centro, pero al final conseguí encontrarlo, así como un pequeño supermercado donde compré la cerveza que marca el final del día.
Mis días sobre la moto iban alargándose ahora uqe viajaba solo, y a estas alturas ya tenía puesto el chip de larga distancia. Éste iba a ser el día más largo hasta el momento, pero no tenía intención de hacer grandes tiradas seguidas, la AT es menos cómoda que la V-Strom o la Super Ténéré como moto de turismo, así que me prometí parar a descansar cada 100km.
Había estado lloviendo toda la noche y no me gusta plegar la tienda cuando está mojada, pero no había salido el sol por la mañana, así que de poco servía esperar a que se secara. Le quité todo el agua que pude, la desmonté y me puse en camino con todas las capas del traje puestas, ya que hacía bastante frío.
En honor a Robert Frost tomé el camino menos transitado hacia el sur hasta un paso fronterizo pequeño, y una vez más Bulgaria me ofreció sus mejores paisajes: bosques densos y lagos con superficie de espejo que bien podrían haber estado en Canadá.
Cuando llegué a la frontera solamente había unos pocos coches y dos camiones delante de mí, pero como ya había experimentado al entrar en el país, la policía de fronteras en Bulgaria deben ser de lo más lento del mundo. Con todo el papeleo comprobado, recorrí la corta distancia hasta el lado griego, donde tras echar un vistazo al pasaporte y hacer el comentario de rigor sobre el Barça me dejaron pasar a lo que parecía otro mundo.
Si me dicen que me habían teletransportado a los Monegros me lo hubiera creído al instante. Donde hacía apenas una hora había lagos y bosques verdes ahora había colinas ocres con muy pocos árboles, el olor a vegetación seca en el aire y una temperatura que subía por momentos.
A pesar del contraste el paisaje era precioso, especialmente en la ruta que había elegido, evitando poblaciones grandes y carreteras principales. Llegué cerca de una ciudad llamada Drama, pero giré al sur antes de alcanzarla, y no fue hasta cerca de Serres cuando empecé a encontrar carreteras más grandes.
Mis primeras buenas impresiones de Grecia cambiaron rápidamente. El paisaje era ahora principalmente llanuras quemadas por el sol, todo tenía un aire de abandono y las carreteras no eran mejores de lo que había encontrado en otros países. La carretera de circunvalación alrededor de Serres parecía sacada de Rusia: un asfalto catastrófico, cruces con semáforos cada pocos metros que hacían imposible avanzar rápido, y los peores conductores que me había encontrado hasta el momento en este viaje. Parece que los conductores griegos son muy resentidos: adelantaba a alguien en un coche con más de 15 años y luego los veía por el retrovisor acelerando, haciendo lo posible para volver a alcanzarme. Avanzaba hasta el principio de la cola en un semáforo en rojo y el coche de al lado estaba con la marcha puesta, haciendo patinar el embrague, listo para no dejarme salir delante suyo en cuanto el semáforo cambiara a verde. Por amor de Dios, si hasta señoras en utilitarios que se caían a pedazos lo hacían… ¿Cómo demonios esperaban salir más rápido que una moto?
Al cabo de poco entré en la autopista para intentar ahorrar algo de tiempo visto que no había paisaje que contemplar y que las carreteras principales se estaban degradando, y me sorprendió encontrar casetas de peaje al cabo de unos pocos kilómetros. No había visto ni un solo indicador en ningún lugar de acceso a la autopista que anunciara que era de peaje. Era la primera vez que me encontraba algo así. No era mucho dinero, pero lo pagué a regañadientes viendo el deplorable estado del asfalto, que formaba ondulaciones de palmo por la combinación del calor y el peso de los camiones, y las hordas de conductores agresivos. Ah, y no aceptaban tarjetas en el peaje.
Un buen rato después me alegré de dejar la autopista y dirigirme al pueblecito de Vergina, donde había encontrado una habitación barata en un pensión. Al menos esto supuso un final positivo al día: el sitio era tranquilo, la habitación estaba bien, la chica de recepción era muy agradable y me dejaron entrar la moto al jardín, donde la veía desde mi balcón. La única nota negativa fue que tampoco querían saber nada de tarjetas de crédito, y todo lo que llevaba encima eran lev búlgaros, así que tuve que ir en busca del único cajero automático del pueblo.
Me llevó un buen rato, ya que el lugar parecía estar formado por casas con jardín y no tener centro, pero al final conseguí encontrarlo, así como un pequeño supermercado donde compré la cerveza que marca el final del día.
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#46 Re: Balkan Adventure 2016
Pedazo viaje, pedazo crónica y fotos de mayor quiero ser como tu
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#47 Sentimientos contradictorios
Día 29 – Viernes 26 de agosto – de Vergina hasta Atenas (485km)
Tenia un buen trecho hasta Atenas hoy y estaba decidido a evitar la autopista, donde se concentraba la mayor parte del tráfico (y de conductores lunáticos) y ver algo de paisajes agradables lejos de polígonos industriales, fábricas, chatarrerías y la grima general que rodea las grandes poblaciones, de modo que planeé una ruta que me llevara los más cerca posible a monte Olimpo sin desviarme de mi destino final y luego hacia el sur vía Larisa, Farsala, Lama, Thiva y, al final de todo, un tramo de autopista durante los kilómetros finales hasta Atenas.
Las malas primera impresiones que había tenido el día anterior no tardaron en desaparecer; llené el depósito en la primera gasolinera que encontré al salir de Vergina (la que el GPS situaba delante de la pensión existía, pero estaba abandonada) y tuve una corta charla, principalmente a base de gestos, con las señora de la gasolinera sobre las pegatinas de distintos países en la moto. Durante la mayor parte del día las carreteras eran muy agradables, con poco tráfico, adentrándose en las montañas, bajando hasta las llanuras y atravesando campos. Las únicas excepciones era, como me esperaba, las pocas poblaciones grandes que tuve que cruzar, pero incluso eso fue mejor de lo esperado, ya que eran más pequeñas de lo que me temía y el tráfico no era muy denso.
El tiempo también había acompañado durante casi todo el camino, pero al final no pude escaparme del viento, que apareció a unos 150km de Atenas y fue tan molesto que, combinado con la fatiga de un largo día en la moto, terminó por darme dolor de cabeza. Hice un última parada para tomar un Ibuprofeno y me adentré en Atenas, temeroso de lo que me iba a encontrar.
Era con diferencia la ciudad más grande del viaje, el hotel que había encontrado estaba justo al norte del centro, y tenía mucho números de encontrarme con lo peor del tráfico de inicio del fin de semana.
La autopista se convirtió en una carretera de circunvalación que dejé al cabo de poco siguiendo las indicaciones del GPS y no tardé más de unos pocos semáforos en llegar al hotel. En resumidas cuentas, una entrada fácil y sin incidentes, cosa que agradecí. Me sorprendió ver la cantidad de motos grandes que había en la ciudad, sobretodo Suzuki V-Strom y Yamaha TDM 900, esta última rara de ver en España, y la cantidad de gente que iba sin casco. ¿Acaso no era obligatorio?
En el hotel de dijeron que aparcase la moto directamente en frente de las escaleras de la puerta principal, desde donde el recepcionista, que estaba de guardia 24h, pudiera verla, e insistieron en que no dejara nada en ella.
Aún me quedaba tiempo al final del día tras haberme instalado en la habitación, así que decidí salir a explorar el barrio y conseguir información para el día siguiente. MI hermana y su marido llegaban muy temprano por la mañana con un vuelo nocturno desde Madrid, pero no nos alojábamos en el hotel donde me encontraba yo ahora, cuando reservamos el nuestro no tenían habitación para mi el viernes, así que me tuve que buscar éste. El del sábado estaba a tan solo unas calles, así que me acerqué a preguntar si podía dejar mis cosas allí a las 7:00 de la mañana siguiente y si había algún sitio para guardar la moto.
Anduve toda la calle de ida y vuelta y no fui capaz de dar con el bed and breakfast… no era un calle larga, quizá siete u ocho manzanas pequeñas, y no me había apuntado el número exacto, un error, lo sé, pero esperaba encontrar algún cartel fácilmente visible en el edificio. Resultó que no había más que una hoja de papel impresa y plastificada pegada a la pared al lado del portal, y solo la vi porque había un tipo con maleta y mochila delante esperando a que loe abrieran la puerta. Había un timbre en el letrero, y tras pulsarlo varias veces vino el propietario, pero no de dentro del edificio, sino andando calle arriba. Parece que tenían dos pisos separados y el timbre era inalámbrico y sonaba en el otro, el tipo que se estaba esperando me dijo que había leído que supuestamente teníamos que llamar una vez y esperar unos minutos. El chico del B&B dijo que no había problema en cuanto a la mañana siguiente, y me indicó un párquing a la vuelta de la esquina donde se quedarían la moto por 5 euros al día. Por lo que había visto hasta el momento en la calle, era un precio que estaba más que dispuesto a pagar por tener la moto en un lugar seguro.
Lo poco que había visto intentando encontrar el B&B y lo que vi luego cuando me di un paseo hasta la estación de tren para encontrar información sobre pases de bus y metro me chocó bastante. Esto no era lo que me esperaba encontrar en el centro de una capital de la UE: las calles estaban muy sucias, los árboles no se habían podado desde quién sabe cuándo, tenía que andar agachándome para evitar las ramas, las plantas y césped en las jardineras de los espacios públicos estaban muertas o crecían sin control, había cajas de conexiones del alumbrado público con las puertas colgando, un número alarmante de comercios tenían los aparadores cubiertos con tablones o rejas o simplemente estaban abandonados, cubiertos en grafiti o con las lunas rotas, había edificios enteros vacíos y en estado de ruina, coches abandonados en la calle… era como si hubieran dejado de cuidarse de la ciudad hacía mucho tiempo.
Con toda la info que necesitaba para el día siguiente, volví al hotel, escribí un rato y me fui temprano a la cama, el sábado iba a empezar muy temprano e iba a ser un día largo ye tenía muchas ganas de encontrarme con mi hermana y su marido y de visitar la Acrópolis.
Tenia un buen trecho hasta Atenas hoy y estaba decidido a evitar la autopista, donde se concentraba la mayor parte del tráfico (y de conductores lunáticos) y ver algo de paisajes agradables lejos de polígonos industriales, fábricas, chatarrerías y la grima general que rodea las grandes poblaciones, de modo que planeé una ruta que me llevara los más cerca posible a monte Olimpo sin desviarme de mi destino final y luego hacia el sur vía Larisa, Farsala, Lama, Thiva y, al final de todo, un tramo de autopista durante los kilómetros finales hasta Atenas.
Las malas primera impresiones que había tenido el día anterior no tardaron en desaparecer; llené el depósito en la primera gasolinera que encontré al salir de Vergina (la que el GPS situaba delante de la pensión existía, pero estaba abandonada) y tuve una corta charla, principalmente a base de gestos, con las señora de la gasolinera sobre las pegatinas de distintos países en la moto. Durante la mayor parte del día las carreteras eran muy agradables, con poco tráfico, adentrándose en las montañas, bajando hasta las llanuras y atravesando campos. Las únicas excepciones era, como me esperaba, las pocas poblaciones grandes que tuve que cruzar, pero incluso eso fue mejor de lo esperado, ya que eran más pequeñas de lo que me temía y el tráfico no era muy denso.
El tiempo también había acompañado durante casi todo el camino, pero al final no pude escaparme del viento, que apareció a unos 150km de Atenas y fue tan molesto que, combinado con la fatiga de un largo día en la moto, terminó por darme dolor de cabeza. Hice un última parada para tomar un Ibuprofeno y me adentré en Atenas, temeroso de lo que me iba a encontrar.
Era con diferencia la ciudad más grande del viaje, el hotel que había encontrado estaba justo al norte del centro, y tenía mucho números de encontrarme con lo peor del tráfico de inicio del fin de semana.
La autopista se convirtió en una carretera de circunvalación que dejé al cabo de poco siguiendo las indicaciones del GPS y no tardé más de unos pocos semáforos en llegar al hotel. En resumidas cuentas, una entrada fácil y sin incidentes, cosa que agradecí. Me sorprendió ver la cantidad de motos grandes que había en la ciudad, sobretodo Suzuki V-Strom y Yamaha TDM 900, esta última rara de ver en España, y la cantidad de gente que iba sin casco. ¿Acaso no era obligatorio?
En el hotel de dijeron que aparcase la moto directamente en frente de las escaleras de la puerta principal, desde donde el recepcionista, que estaba de guardia 24h, pudiera verla, e insistieron en que no dejara nada en ella.
Aún me quedaba tiempo al final del día tras haberme instalado en la habitación, así que decidí salir a explorar el barrio y conseguir información para el día siguiente. MI hermana y su marido llegaban muy temprano por la mañana con un vuelo nocturno desde Madrid, pero no nos alojábamos en el hotel donde me encontraba yo ahora, cuando reservamos el nuestro no tenían habitación para mi el viernes, así que me tuve que buscar éste. El del sábado estaba a tan solo unas calles, así que me acerqué a preguntar si podía dejar mis cosas allí a las 7:00 de la mañana siguiente y si había algún sitio para guardar la moto.
Anduve toda la calle de ida y vuelta y no fui capaz de dar con el bed and breakfast… no era un calle larga, quizá siete u ocho manzanas pequeñas, y no me había apuntado el número exacto, un error, lo sé, pero esperaba encontrar algún cartel fácilmente visible en el edificio. Resultó que no había más que una hoja de papel impresa y plastificada pegada a la pared al lado del portal, y solo la vi porque había un tipo con maleta y mochila delante esperando a que loe abrieran la puerta. Había un timbre en el letrero, y tras pulsarlo varias veces vino el propietario, pero no de dentro del edificio, sino andando calle arriba. Parece que tenían dos pisos separados y el timbre era inalámbrico y sonaba en el otro, el tipo que se estaba esperando me dijo que había leído que supuestamente teníamos que llamar una vez y esperar unos minutos. El chico del B&B dijo que no había problema en cuanto a la mañana siguiente, y me indicó un párquing a la vuelta de la esquina donde se quedarían la moto por 5 euros al día. Por lo que había visto hasta el momento en la calle, era un precio que estaba más que dispuesto a pagar por tener la moto en un lugar seguro.
Lo poco que había visto intentando encontrar el B&B y lo que vi luego cuando me di un paseo hasta la estación de tren para encontrar información sobre pases de bus y metro me chocó bastante. Esto no era lo que me esperaba encontrar en el centro de una capital de la UE: las calles estaban muy sucias, los árboles no se habían podado desde quién sabe cuándo, tenía que andar agachándome para evitar las ramas, las plantas y césped en las jardineras de los espacios públicos estaban muertas o crecían sin control, había cajas de conexiones del alumbrado público con las puertas colgando, un número alarmante de comercios tenían los aparadores cubiertos con tablones o rejas o simplemente estaban abandonados, cubiertos en grafiti o con las lunas rotas, había edificios enteros vacíos y en estado de ruina, coches abandonados en la calle… era como si hubieran dejado de cuidarse de la ciudad hacía mucho tiempo.
Con toda la info que necesitaba para el día siguiente, volví al hotel, escribí un rato y me fui temprano a la cama, el sábado iba a empezar muy temprano e iba a ser un día largo ye tenía muchas ganas de encontrarme con mi hermana y su marido y de visitar la Acrópolis.
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#48 La ciudad de las ruinas
Día 30 – Sábado 27 de agosto – Atenas (0km)
A las 7:00 ya me había levantado, puesto todo en la moto y recorrida la corta distancia hasta el B&B donde me encontré con mi hermana y su marido, Alex, que tras una noche sin dormir en el avión estaban listos para llegar a la Acrópolis en cuanto sus puertas se abrieran, por delante de la mayoría de turistas.
Desayunamos de camino y un poco pasadas las 8:00 ya estábamos al pie de la colina que contiene unos de los restos arqueológicos más famosos del mundo. Había solamente unas pocas personas haciendo cola delante nuestro y todas parecían haber pasado con un amplio margen la edad de jubilación, pero aun así una chica del personal fue pasando por la cola preguntándoles si eran estudiantes. Dijeron que no, igual que no nosotros cuando nos tocó, pero un chico que había detrás nuestro, no precisamente mucho más joven que nosotros dijo ‘sí’ y, sin verificación alguna, la chica le dio una entrada gratuita. Demonios… nos podíamos haber ahorrado 30 euros.
Hay muchas cosas que ver al pie de la colina, mucho antes de alcanzar la Acrópolis misma, el Odeón de Pericles, el Teatro de Dionisio Eleuthero, el Odeón de Herodes Atticus… Pero tras dedicarles un rato, mi hermana decretó que quería ver la Acrópolis antes de que llegase el grueso de los turistas, y que ya habría tiempo de ver el resto de bajada.
Por desgracia, hay ciertos lugares en el mundo donde, no importa lo rápido que seas o cómo de temprano te levantes, no puedes huir de los grupos de los cruceros, y cuando llegamos a la entrada principal vimos las escaleras infestadas de gente con pegatinas en el polo que identificaban su pertenencia a tal o cual grupo, haciéndose fotos y escuchando a los respectivos guías, que intentaban mantener la distancia para no interferirse. Las explicaciones eran lo bastante largas para permitirnos a nosotros colarnos a través de los grupos y cruzar la entrada sin demasiada compañía.
No soy una persona especialmente dada a madrugar, pero por algo así vale la pena; entrar en una Acrópolis casi vacía a primera hora de la mañana, mientras el sol gana altura y la temperatura aun es fresca, es algo que hay que vivir. Todos hemos visto las fotos, todos la hemos estudiado más o menos en la escuela, pero poner los pies allí en persona produce una sensación difícil de explicar. No importa cuántas fotos cuelgue aquí o en Facebook, hay que venir a verlo.
Nuestras entradas incluían acceso a otros varios restos por toda la ciudad, y pasamos todo el día visitándolos a pesar de las altas temperaturas. Intento mantener este blog libre de política o religión, pero cuando uno ve lo avanzada que estaba esta civilización no puede evitar preguntarse dónde estaría hoy la humanidad si hubiera sido por enorme paso atrás que supuso el cristianismo y la edad media. Entiendo la necesidad del hombre de sentir que todo tiene un propósito o de creer en un ser superior que sí que sabe lo que hace, o al menos a quien culpar por las tragedias que suceden aleatoriamente, pero no dejo de llegar siempre a la conclusión de que la religión no nos ha hecho ningún favor. Y es solo la religión, últimamente me viene cada vez más a menudo a la cabeza aquella cita de George Carlin: ‘nunca subestimes el poder de muchos idiotas juntos’. Paseando por las ruinas me pregunté si quizá miles de años más adelante otra gente, quizá turistas de otros mundos, se pasearán entre las ruinas de nuestra civilización escuchando la explicación de su guía: ‘y en 2016 Trump se convirtió en presidente de los Estados Unidos…’
También visitamos el mercado … en el otro lado de la Acrópolis y nos perdimos un rato por las callejuelas de Plaka aunque decidimos dejarlo para la mañana siguiente y nos dirigimos a la colina de Philopappos para disfrutar de las mejores vistas de la Acrópolis.
La colina está situada al suroeste de las ruinas y es el lugar perfecto para ver la puesta de sol con unas vistas únicas de la Acrópolis bañada en el rojo del atardecer mientras el sol desaparece y luego contemplar las luces de la ciudad encenderse una a una, hasta que ha oscurecido casi por completo y la Acrópolis finalmente también se ilumina. Increíble.
A medida que atravesábamos el centro de vuelta al hotel, sin embargo, mi primera impresión de la ciudad del día anterior se vio confirmada; fuera de la Acrópolis y las calles que la rodean, la ciudad se cae a pedazos. Me quedan pocas capitales de la UE por ver (Dublín, Bratislava, Oslo, Luxemburgo) pero creo que puedo decir que Atenas era, con diferencia, la que se encontraba en peor estado.
A las 7:00 ya me había levantado, puesto todo en la moto y recorrida la corta distancia hasta el B&B donde me encontré con mi hermana y su marido, Alex, que tras una noche sin dormir en el avión estaban listos para llegar a la Acrópolis en cuanto sus puertas se abrieran, por delante de la mayoría de turistas.
Desayunamos de camino y un poco pasadas las 8:00 ya estábamos al pie de la colina que contiene unos de los restos arqueológicos más famosos del mundo. Había solamente unas pocas personas haciendo cola delante nuestro y todas parecían haber pasado con un amplio margen la edad de jubilación, pero aun así una chica del personal fue pasando por la cola preguntándoles si eran estudiantes. Dijeron que no, igual que no nosotros cuando nos tocó, pero un chico que había detrás nuestro, no precisamente mucho más joven que nosotros dijo ‘sí’ y, sin verificación alguna, la chica le dio una entrada gratuita. Demonios… nos podíamos haber ahorrado 30 euros.
Hay muchas cosas que ver al pie de la colina, mucho antes de alcanzar la Acrópolis misma, el Odeón de Pericles, el Teatro de Dionisio Eleuthero, el Odeón de Herodes Atticus… Pero tras dedicarles un rato, mi hermana decretó que quería ver la Acrópolis antes de que llegase el grueso de los turistas, y que ya habría tiempo de ver el resto de bajada.
Por desgracia, hay ciertos lugares en el mundo donde, no importa lo rápido que seas o cómo de temprano te levantes, no puedes huir de los grupos de los cruceros, y cuando llegamos a la entrada principal vimos las escaleras infestadas de gente con pegatinas en el polo que identificaban su pertenencia a tal o cual grupo, haciéndose fotos y escuchando a los respectivos guías, que intentaban mantener la distancia para no interferirse. Las explicaciones eran lo bastante largas para permitirnos a nosotros colarnos a través de los grupos y cruzar la entrada sin demasiada compañía.
No soy una persona especialmente dada a madrugar, pero por algo así vale la pena; entrar en una Acrópolis casi vacía a primera hora de la mañana, mientras el sol gana altura y la temperatura aun es fresca, es algo que hay que vivir. Todos hemos visto las fotos, todos la hemos estudiado más o menos en la escuela, pero poner los pies allí en persona produce una sensación difícil de explicar. No importa cuántas fotos cuelgue aquí o en Facebook, hay que venir a verlo.
Nuestras entradas incluían acceso a otros varios restos por toda la ciudad, y pasamos todo el día visitándolos a pesar de las altas temperaturas. Intento mantener este blog libre de política o religión, pero cuando uno ve lo avanzada que estaba esta civilización no puede evitar preguntarse dónde estaría hoy la humanidad si hubiera sido por enorme paso atrás que supuso el cristianismo y la edad media. Entiendo la necesidad del hombre de sentir que todo tiene un propósito o de creer en un ser superior que sí que sabe lo que hace, o al menos a quien culpar por las tragedias que suceden aleatoriamente, pero no dejo de llegar siempre a la conclusión de que la religión no nos ha hecho ningún favor. Y es solo la religión, últimamente me viene cada vez más a menudo a la cabeza aquella cita de George Carlin: ‘nunca subestimes el poder de muchos idiotas juntos’. Paseando por las ruinas me pregunté si quizá miles de años más adelante otra gente, quizá turistas de otros mundos, se pasearán entre las ruinas de nuestra civilización escuchando la explicación de su guía: ‘y en 2016 Trump se convirtió en presidente de los Estados Unidos…’
También visitamos el mercado … en el otro lado de la Acrópolis y nos perdimos un rato por las callejuelas de Plaka aunque decidimos dejarlo para la mañana siguiente y nos dirigimos a la colina de Philopappos para disfrutar de las mejores vistas de la Acrópolis.
La colina está situada al suroeste de las ruinas y es el lugar perfecto para ver la puesta de sol con unas vistas únicas de la Acrópolis bañada en el rojo del atardecer mientras el sol desaparece y luego contemplar las luces de la ciudad encenderse una a una, hasta que ha oscurecido casi por completo y la Acrópolis finalmente también se ilumina. Increíble.
A medida que atravesábamos el centro de vuelta al hotel, sin embargo, mi primera impresión de la ciudad del día anterior se vio confirmada; fuera de la Acrópolis y las calles que la rodean, la ciudad se cae a pedazos. Me quedan pocas capitales de la UE por ver (Dublín, Bratislava, Oslo, Luxemburgo) pero creo que puedo decir que Atenas era, con diferencia, la que se encontraba en peor estado.
- Chichu
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#49 Re: Balkan Adventure 2016
Muy acertado tu comentario sobre lo que pudo paralizar la civilización...no puedo estar más de acuerdo contigo...
.... y sigo leyéndote....
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#50 Re: Balkan Adventure 2016
Espectacular!!!