La Aristócrata
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#1 La Aristócrata
Hola a todos.
No sé si este foro general es el correcto para publicar este particular artículo. Lo cierto es que he buscado y tengo muy claro si debe quedarse aquí o colocarlo en "Mundo de la Moto". Si no está bien en este rincón, doy por hecho que será desplazado por algún moderador a donde corresponda.
Bien.
Se trata de una composición con tinte un tanto literario que trata de romper un mito que para mí se hizo literalmente migas con estas experiencias. Hablo del mito de las motos inglesas concretamente de los 70, nada que ver, por cierto, con las maravillas que hace Triumph hoy en día.
Dado que tiene un tamaño tal vez demasiado largo para un hilo, coloco aquí una parte y a continuación el enlace con una de las webs en las que se ha publicado.
Espero que la lectura os resulte amena, aunque de lo que estoy seguro es de que os reiréis durante algún pasaje de la misma.
(Si alguno no ve las fotos, por favor, que lo escriba. Gracias)
LA ARISTÓCRATA
Era una obra de la mecánica digna de ser contemplada plácidamente. Todo en ella era belleza y distinción, sobriedad y armonía Todo, hasta que se ponía en marcha.
Acababa de recuperar mi libertad tras una mili tardía y traumática que cogió mi vida a contrapié y que, para resultar aun más sangrante si cabe, supuso el periodo en el que he sufrido el síndrome de abstinencia más agudo y prolongado de mi vida. Demasiados meses, veinte, forzado a vivir sin una vital compañía para mí: La de una moto.
Así pues, al dejar atrás el ejército, necesitaba imperiosamente una máquina lo más grande posible y también, desde luego, lo más barata a mi alcance. No tenía un duro.
Me puse de inmediato a buscar afanosamente esa moto que me resarciera de mi castrense penitencia; sin embargo no resultaba tarea fácil, en absoluto, porque rodando y preguntando aquí y allí, tan sólo encontraba calderos renqueantes de cuatro tiempos, Sanglas ex-beneméritas y cosas así, y chicharras afónicas de dos, como por ejemplo algunas Mercurio (Bultaco) hastiadas de bregar por las obras del M.O.P.
Una tarde me dejé caer por la dirección que me había recomendado algún conocido. Allí me recibió un individuo de aspecto descuidado y mirada codiciosa, al que parecía envolver un halo de cierta siniestralidad. Me atendió en su angosta oficina, un rincón polvoriento donde los papeles reposaban sobre bandejas enrejadas, además de sobre la propia mesa, esparcidos como los naipes de una baraja tras una partida perdida. En cuanto le expuse lo que necesitaba, reaccioné con una convicción inmediata, como si los recortes de mis pretensiones hubieran encajado al instante con la silueta de una oferta que mantenía a la expectativa, y me hizo de inmediato pasar atrás, a la inmensidad de su local, o más bien de una nave.
Se trataba de un almacén lóbrego y sucio, un espacio inmundo más propio de un suburbio industrial depauperado que de la digna calle de El Example donde se escondía. Pasamos ante dos filas de motos mugrientas, algunas de ellas no eran más que el cadáver de un siniestro, hasta que nos adentramos en el pasillo de la tercera.
Y allí estaba.
Apenas si adivinaba qué era bajo aquella luz mortecina y el silencio intencionado del vendedor. La sacó de la formación y la llevó hasta un espacio sobre el que caía el haz tembloroso de un fluorescente ennegrecido. Allí me la descubrió cuando, con un trapo harapiento, comenzó a llevarse el polvo que la cubría, retirando esa funda que el tiempo y la quietud habían echado sobre ella para guardar su estancia como el mejor de los champañas reposando dentro de su cueva.
Era larga, muy larga, y esbelta, y aparentaba además la gracilidad de una bailarina de El Real. Pero al mismo tiempo contrastaban en ella siluetas voluptuosas que no sobresalían, que aparecían simplemente grabadas sobre sus costados, y también figuras barrocas que en algunas partes se retorcían como arabescos sin salir del plano. Un faro Lucas, imponente y ducal, relucía con soberbia sobre un imperio de cromados y aluminio pulido que luchaban por brillar dentro de aquella penumbra. Su estabilidad sobre raíles era tan legendaria como su origen, y hasta el propio anagrama de la marca era un ejercicio de gótica distinción. Su nombre más tarde lo conocí en su completa extensión- se leía de la misma forma en que los ujieres anunciaban solemnemente, siglos atrás, la entrada a un baile monárquico de cada personaje de rancio abolengo.
Norton-Comando 850, MK-3, Electric Start, Réplica John Player.
El tipo de halo siniestro y mirada codiciosa debió percibir de inmediato el entusiasmo que iluminó mi cara y la avidez que despuntaba en mis ojos con un brillo infantil. La Aristócrata me fascinó desde el primer momento en que la vi relucir bajo aquel triste fluorescente. El vendedor la empujé con solemne lentitud, para ganar incluso un mayor glamour, y la llevé hasta la acera para mostrármela astutamente bajo un sol de septiembre que se filtraba entre las hojas palmípedas de los castaños. La silueta majestuosa de la Norton me había cautivado y, desde luego, a él ya no le cabía la menor duda. Aprovechó mi momento de fascinación para realizar una serie de manipulaciones sobre la máquina, que me pasaron totalmente inadvertidas, hasta que el poder del bicilíndrico dejó oír su bronco bramar escalando por las fachadas y los balcones. Fue el momento mágico en el que terminó de hechizarme y en el que, contemplándome, aquel ruin compra-venta lamentó haber fijado con anterioridad un precio y no poder elevarlo en unas suculentas cifras.
Me la llevé en ese mismo instante, no hubiera soportado ni siquiera unas horas de espera por cualquier trámite estúpido que retrasaran ese mágico y ansiado momento: El de verme por fin, después de tantos meses, subido en mi propia moto.. Sin embargo, pronto empezaría a conocer el lado funesto de aquella distinguida adquisición.
¿Vibraciones? Ja. Me gustaría que todos los que se quejan hoy en día de este mal mecánico probasen aquella Norton Comando y sintieran trepidar los huesos, castañetear los dientes y un termitero africano recorriendo sus manos y sus pies aún media hora después de haberla parado. Tal vez es que habría que hablar de vibraciones en las motos de ahora y de seísmos en el caso de aquella Norton.
El primer elemento que se desmontó, apenas una semana después de comprarla, fue el motor de arranque. Intenté reacoplarlo con unos nuevos tornillos de estrella, pero de inmediato me encontré con la primera y casi insalvable peculiaridad británica de aquella moto orgullosa: un paso de rosca ignoto para mí llamado wilbur. Poco después, una cabeza de tornillo me descubrió con su inexplicable medida el porqué de la existencia y el propio nombre de una herramienta Universal: La Llave Inglesa. La llave del 10 era pequea y la del 11 grande. Después de dar unos cuantos tumbos, me resigné a dejar el motor de arranque sin más sujección que el propio reposo sobre el cárter, detrás de los cilindros y debajo de los carburadores; cuando necesitase arrancar, lo acoplaría con la mano y, si los pistones estaban en su punto debido, el rótor tendría fuerza suficiente para poner en marcha el bicilíndrico, si no, habría que echar el pie a la palanca del kit start. Y eso, casi por sí solo, requeriría otra entrega completa.
No había asimilado aún las especiales circunstancias del arranque, cuando el embrague empezó a patinar. Al parecer se trataba de un despiste de ingeniería, insólito para mí, que motivaba su sistema de diafragma -decían que diseñado por Porsche- y que exigía una cura periódica, cada mil millas aproximadamente, por una circunstancia demasiado complicada y aburrida como para explicarla ahora.
Un par de semanas más tarde, un problema eléctrico, cuya esencia he olvidado, me mostraría la tercera exquisitez británica de aquella delicada belleza. Después de una hora de brico-moto, no daba con la solución y no dejaba de consumir fusibles de forma misteriosa: fundía uno, lo sustituía por otro que se volvía a fundir como por arte de alguna brujería de Las Islas. Y no iba desencaminado, porque, finalmente, alguien que probablemente se apiadó de mí, me confió que el circuito eléctrico estaba diseñado justo a la inversa de la fórmula universal que utilizan todos los vehículos: en la Norton, el positivo estaba conectado al chasis.
¡Ah, sí !, recuerdo que como cuarta peculiaridad inglesa, de estrambótica sofisticación, lucía un enchufe en el lateral. Un enchufe, sí, con el aspecto de cualquier enchufe doméstico que resaltase en una pared de los sesenta. Para el traje térmico, decían ¿?
Pero sin duda el mal congénito que me veía obligado a sufrir y combatir eran, como decía, las vibraciones, que se extendían como un cáncer por toda la máquina. Con la Norton descubrí una nueva función de la limpieza de la moto que aún hoy en día sigo aplicando en las que poseo. Limpiar me servía, sobre todo, para pasar lista a todos los componentes, incluso a los que se alojaban en los rincones más escondidos, y verificar que se hallaban bien apretados. La limpiaba y repasaba casi cada día, porque La Aristócrata se desguazaba por momentos, y los que más sufrieron esa peculiaridad fueron, tal vez, mis compañeros de las salidas dominicales, que acabaron apartándose de mí lado como si fuese un apestado.
CONTINÚA EN...
http://motocicletaclasica.es/index.php? ... &Itemid=77
Tomás Pérez
No sé si este foro general es el correcto para publicar este particular artículo. Lo cierto es que he buscado y tengo muy claro si debe quedarse aquí o colocarlo en "Mundo de la Moto". Si no está bien en este rincón, doy por hecho que será desplazado por algún moderador a donde corresponda.
Bien.
Se trata de una composición con tinte un tanto literario que trata de romper un mito que para mí se hizo literalmente migas con estas experiencias. Hablo del mito de las motos inglesas concretamente de los 70, nada que ver, por cierto, con las maravillas que hace Triumph hoy en día.
Dado que tiene un tamaño tal vez demasiado largo para un hilo, coloco aquí una parte y a continuación el enlace con una de las webs en las que se ha publicado.
Espero que la lectura os resulte amena, aunque de lo que estoy seguro es de que os reiréis durante algún pasaje de la misma.
(Si alguno no ve las fotos, por favor, que lo escriba. Gracias)
LA ARISTÓCRATA
Era una obra de la mecánica digna de ser contemplada plácidamente. Todo en ella era belleza y distinción, sobriedad y armonía Todo, hasta que se ponía en marcha.
Acababa de recuperar mi libertad tras una mili tardía y traumática que cogió mi vida a contrapié y que, para resultar aun más sangrante si cabe, supuso el periodo en el que he sufrido el síndrome de abstinencia más agudo y prolongado de mi vida. Demasiados meses, veinte, forzado a vivir sin una vital compañía para mí: La de una moto.
Así pues, al dejar atrás el ejército, necesitaba imperiosamente una máquina lo más grande posible y también, desde luego, lo más barata a mi alcance. No tenía un duro.
Me puse de inmediato a buscar afanosamente esa moto que me resarciera de mi castrense penitencia; sin embargo no resultaba tarea fácil, en absoluto, porque rodando y preguntando aquí y allí, tan sólo encontraba calderos renqueantes de cuatro tiempos, Sanglas ex-beneméritas y cosas así, y chicharras afónicas de dos, como por ejemplo algunas Mercurio (Bultaco) hastiadas de bregar por las obras del M.O.P.
Una tarde me dejé caer por la dirección que me había recomendado algún conocido. Allí me recibió un individuo de aspecto descuidado y mirada codiciosa, al que parecía envolver un halo de cierta siniestralidad. Me atendió en su angosta oficina, un rincón polvoriento donde los papeles reposaban sobre bandejas enrejadas, además de sobre la propia mesa, esparcidos como los naipes de una baraja tras una partida perdida. En cuanto le expuse lo que necesitaba, reaccioné con una convicción inmediata, como si los recortes de mis pretensiones hubieran encajado al instante con la silueta de una oferta que mantenía a la expectativa, y me hizo de inmediato pasar atrás, a la inmensidad de su local, o más bien de una nave.
Se trataba de un almacén lóbrego y sucio, un espacio inmundo más propio de un suburbio industrial depauperado que de la digna calle de El Example donde se escondía. Pasamos ante dos filas de motos mugrientas, algunas de ellas no eran más que el cadáver de un siniestro, hasta que nos adentramos en el pasillo de la tercera.
Y allí estaba.
Apenas si adivinaba qué era bajo aquella luz mortecina y el silencio intencionado del vendedor. La sacó de la formación y la llevó hasta un espacio sobre el que caía el haz tembloroso de un fluorescente ennegrecido. Allí me la descubrió cuando, con un trapo harapiento, comenzó a llevarse el polvo que la cubría, retirando esa funda que el tiempo y la quietud habían echado sobre ella para guardar su estancia como el mejor de los champañas reposando dentro de su cueva.
Era larga, muy larga, y esbelta, y aparentaba además la gracilidad de una bailarina de El Real. Pero al mismo tiempo contrastaban en ella siluetas voluptuosas que no sobresalían, que aparecían simplemente grabadas sobre sus costados, y también figuras barrocas que en algunas partes se retorcían como arabescos sin salir del plano. Un faro Lucas, imponente y ducal, relucía con soberbia sobre un imperio de cromados y aluminio pulido que luchaban por brillar dentro de aquella penumbra. Su estabilidad sobre raíles era tan legendaria como su origen, y hasta el propio anagrama de la marca era un ejercicio de gótica distinción. Su nombre más tarde lo conocí en su completa extensión- se leía de la misma forma en que los ujieres anunciaban solemnemente, siglos atrás, la entrada a un baile monárquico de cada personaje de rancio abolengo.
Norton-Comando 850, MK-3, Electric Start, Réplica John Player.
El tipo de halo siniestro y mirada codiciosa debió percibir de inmediato el entusiasmo que iluminó mi cara y la avidez que despuntaba en mis ojos con un brillo infantil. La Aristócrata me fascinó desde el primer momento en que la vi relucir bajo aquel triste fluorescente. El vendedor la empujé con solemne lentitud, para ganar incluso un mayor glamour, y la llevé hasta la acera para mostrármela astutamente bajo un sol de septiembre que se filtraba entre las hojas palmípedas de los castaños. La silueta majestuosa de la Norton me había cautivado y, desde luego, a él ya no le cabía la menor duda. Aprovechó mi momento de fascinación para realizar una serie de manipulaciones sobre la máquina, que me pasaron totalmente inadvertidas, hasta que el poder del bicilíndrico dejó oír su bronco bramar escalando por las fachadas y los balcones. Fue el momento mágico en el que terminó de hechizarme y en el que, contemplándome, aquel ruin compra-venta lamentó haber fijado con anterioridad un precio y no poder elevarlo en unas suculentas cifras.
Me la llevé en ese mismo instante, no hubiera soportado ni siquiera unas horas de espera por cualquier trámite estúpido que retrasaran ese mágico y ansiado momento: El de verme por fin, después de tantos meses, subido en mi propia moto.. Sin embargo, pronto empezaría a conocer el lado funesto de aquella distinguida adquisición.
¿Vibraciones? Ja. Me gustaría que todos los que se quejan hoy en día de este mal mecánico probasen aquella Norton Comando y sintieran trepidar los huesos, castañetear los dientes y un termitero africano recorriendo sus manos y sus pies aún media hora después de haberla parado. Tal vez es que habría que hablar de vibraciones en las motos de ahora y de seísmos en el caso de aquella Norton.
El primer elemento que se desmontó, apenas una semana después de comprarla, fue el motor de arranque. Intenté reacoplarlo con unos nuevos tornillos de estrella, pero de inmediato me encontré con la primera y casi insalvable peculiaridad británica de aquella moto orgullosa: un paso de rosca ignoto para mí llamado wilbur. Poco después, una cabeza de tornillo me descubrió con su inexplicable medida el porqué de la existencia y el propio nombre de una herramienta Universal: La Llave Inglesa. La llave del 10 era pequea y la del 11 grande. Después de dar unos cuantos tumbos, me resigné a dejar el motor de arranque sin más sujección que el propio reposo sobre el cárter, detrás de los cilindros y debajo de los carburadores; cuando necesitase arrancar, lo acoplaría con la mano y, si los pistones estaban en su punto debido, el rótor tendría fuerza suficiente para poner en marcha el bicilíndrico, si no, habría que echar el pie a la palanca del kit start. Y eso, casi por sí solo, requeriría otra entrega completa.
No había asimilado aún las especiales circunstancias del arranque, cuando el embrague empezó a patinar. Al parecer se trataba de un despiste de ingeniería, insólito para mí, que motivaba su sistema de diafragma -decían que diseñado por Porsche- y que exigía una cura periódica, cada mil millas aproximadamente, por una circunstancia demasiado complicada y aburrida como para explicarla ahora.
Un par de semanas más tarde, un problema eléctrico, cuya esencia he olvidado, me mostraría la tercera exquisitez británica de aquella delicada belleza. Después de una hora de brico-moto, no daba con la solución y no dejaba de consumir fusibles de forma misteriosa: fundía uno, lo sustituía por otro que se volvía a fundir como por arte de alguna brujería de Las Islas. Y no iba desencaminado, porque, finalmente, alguien que probablemente se apiadó de mí, me confió que el circuito eléctrico estaba diseñado justo a la inversa de la fórmula universal que utilizan todos los vehículos: en la Norton, el positivo estaba conectado al chasis.
¡Ah, sí !, recuerdo que como cuarta peculiaridad inglesa, de estrambótica sofisticación, lucía un enchufe en el lateral. Un enchufe, sí, con el aspecto de cualquier enchufe doméstico que resaltase en una pared de los sesenta. Para el traje térmico, decían ¿?
Pero sin duda el mal congénito que me veía obligado a sufrir y combatir eran, como decía, las vibraciones, que se extendían como un cáncer por toda la máquina. Con la Norton descubrí una nueva función de la limpieza de la moto que aún hoy en día sigo aplicando en las que poseo. Limpiar me servía, sobre todo, para pasar lista a todos los componentes, incluso a los que se alojaban en los rincones más escondidos, y verificar que se hallaban bien apretados. La limpiaba y repasaba casi cada día, porque La Aristócrata se desguazaba por momentos, y los que más sufrieron esa peculiaridad fueron, tal vez, mis compañeros de las salidas dominicales, que acabaron apartándose de mí lado como si fuese un apestado.
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Tomás Pérez
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#2 Re: La Aristócrata
Ja!! Que bueno.
Y aún hoy nos asombramos de que los ingleses no quieran formar parte de la Unión Europea... si no tienen nada en común con el resto de europeos!!
Y aún hoy nos asombramos de que los ingleses no quieran formar parte de la Unión Europea... si no tienen nada en común con el resto de europeos!!
- Chichu
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#3 Re: La Aristócrata
Lo leido hasta el enlace muy bueno, y muy típico de las inglesas de antaño... por eso les pasó lo que les pasó... cuando yo las veía por primera vez muy a principios de los 70, me encantaban, pero como también comencé a leer revistas de motos y tenía unos vecinos muy "motards" para la época, me hablaban de los problemas de las motos inglesas...y era cierto... Nunca tuve ninguna, y compré en 1979 una Morini 3 y medio..., cuando sustituí mi Ossa Enduro 350... , y no siendo tampoco la panacea...
Disculpad el tocho...
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- stromcio90
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#4 Re: La Aristócrata
Muy interesante tu relato, Tomás. Esa moto es una belleza.
Soy un enamorado de las motos clásicas, aunque desgraciadamente nunca haya tenido oportunidad de subirme a ninguna. . Me fascinan e hipnotizan las líneas, los brillos y los detalles de diseño de esas máquinas, las cuales veo como obras maestras. Una moto como la que nos presentas, y vista en la calle, nos hace volver la cabeza y pararnos unos segundos a contemplarla.
Ahora me viene al recuerdo aquella exposición que en 2005 se organizó aquí en Donostia-San Sebastián, denominada El arte de la motocicleta , de la que realmente salí impresionado con las maravillas que allí se expusieron: desde las motos de principios de siglo hasta las más modernas, pasando por las que pilotaron campeones de diversas épocas; asimismo era interesante ver prototipos de motos y chásis que nunca vieron la luz de la producción en serie. Aquel evento fue una maravilla digna de verse por todos los que amamos las motos.
Vss
Soy un enamorado de las motos clásicas, aunque desgraciadamente nunca haya tenido oportunidad de subirme a ninguna. . Me fascinan e hipnotizan las líneas, los brillos y los detalles de diseño de esas máquinas, las cuales veo como obras maestras. Una moto como la que nos presentas, y vista en la calle, nos hace volver la cabeza y pararnos unos segundos a contemplarla.
Ahora me viene al recuerdo aquella exposición que en 2005 se organizó aquí en Donostia-San Sebastián, denominada El arte de la motocicleta , de la que realmente salí impresionado con las maravillas que allí se expusieron: desde las motos de principios de siglo hasta las más modernas, pasando por las que pilotaron campeones de diversas épocas; asimismo era interesante ver prototipos de motos y chásis que nunca vieron la luz de la producción en serie. Aquel evento fue una maravilla digna de verse por todos los que amamos las motos.
Vss
Seguiré montando en moto hasta que llegue mi hora, y cuando esto ocurra, espero que haya carreteras en el cielo o en el infierno, pues vaya donde vaya pienso seguir ruteando por allí....
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- V.I.P.
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#5 Re: La Aristócrata
Gran moto la "Mora" 3 1/2. Hice un viaje de entonces Barcelona-Madrid-Barcelona. Sólo ese viaje dio para otra historia.Chichu escribió:una Morini 3 y medio..., cuando sustituí mi Ossa Enduro 350... :
Y la Ossa Enduro 350, la de la franja azul, que en realidad era sólo de 300 cc. La tuvo un amigo mío cuando era adolescente, y tuve la suerte de conducirla un par de veces. Me parecía una moto gigante y con una potencia inimaginable. Está claro que todo es relativo en esta vida.
Muchas gracias por tus comentarios.
Un saludo.
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- V.I.P.
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#6 Re: La Aristócrata
Sí, sí. Si otros motoristas me hacían muchos comentarios en los semáforos y los peatones cuando iba a arrancarla, después de dejar el charco o el chorro de aceite en la acera.stromcio90 escribió: Una moto como la que nos presentas, y vista en la calle, nos hace volver la cabeza y pararnos unos segundos a contemplarla.
Ahora me viene al recuerdo aquella exposición que en 2005 se organizó aquí en Donostia-San Sebastián
Vss
Aquella exposición me la perdí. Quise ir, pero me la perdí. No creas que no lo he lamentado.
Gracias por tus comentarios.
Un saludo.
- gorktron
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#7 Re: La Aristócrata
Mas info de las Ossa Enduro: http://www.motocra.com/ossa/enduro.html#Desert%20350moriwoki escribió:Gran moto la "Mora" 3 1/2. Hice un viaje de entonces Barcelona-Madrid-Barcelona. Sólo ese viaje dio para otra historia.Chichu escribió:una Morini 3 y medio..., cuando sustituí mi Ossa Enduro 350... :
Y la Ossa Enduro 350, la de la franja azul, que en realidad era sólo de 300 cc. La tuvo un amigo mío cuando era adolescente, y tuve la suerte de conducirla un par de veces. Me parecía una moto gigante y con una potencia inimaginable. Está claro que todo es relativo en esta vida.
Muchas gracias por tus comentarios.
Un saludo.
Un vecino mio tenia la pepsi (la Enduro 250, roja) y nos pasábamos horas babeando de envidia.
Salu2,
GorkTron
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#8 Re: La Aristócrata
Gracias a ti, faltaría más...moriwoki escribió:Gran moto la "Mora" 3 1/2. Hice un viaje de entonces Barcelona-Madrid-Barcelona. Sólo ese viaje dio para otra historia.Chichu escribió:una Morini 3 y medio..., cuando sustituí mi Ossa Enduro 350... :
Y la Ossa Enduro 350, la de la franja azul, que en realidad era sólo de 300 cc. La tuvo un amigo mío cuando era adolescente, y tuve la suerte de conducirla un par de veces. Me parecía una moto gigante y con una potencia inimaginable. Está claro que todo es relativo en esta vida.
Muchas gracias por tus comentarios.
Un saludo.
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#10 Re: La Aristócrata
La Commando era, además de una belleza, una moto con una conducción, según dicen, fascinante.
Su chasis featherbed (lecho de plumas) era de lo mejorcito de la época.
La moto debía de vibrar mucho, por el calado de su cigüeñal a 360º (de ahí viene el nombre de twin, que ahora se aplica incorrectamente a todos los bicilíndricos), ya que ambos pistones subían y bajaban a la vez, pero en fases del ciclo distintas.
Le pusieron aislamiento elástico - el famoso Isolastic - entre el motor y el chasis, pero se desajustaba y acababa dando más problemas. En cambio, en mi Yankee, un sistema similar funcionaba de maravilla.
Lo que sí recuerdo es lo bien que sonaba.
Y a Lucas, que era el fabricante del sistema eléctrico, los moteros ingleses le bautizaron como "príncipe de las tinieblas", por la cantidad de veces que se quedaban a oscuras.......
Bonita historia la de la Commando.
Su chasis featherbed (lecho de plumas) era de lo mejorcito de la época.
La moto debía de vibrar mucho, por el calado de su cigüeñal a 360º (de ahí viene el nombre de twin, que ahora se aplica incorrectamente a todos los bicilíndricos), ya que ambos pistones subían y bajaban a la vez, pero en fases del ciclo distintas.
Le pusieron aislamiento elástico - el famoso Isolastic - entre el motor y el chasis, pero se desajustaba y acababa dando más problemas. En cambio, en mi Yankee, un sistema similar funcionaba de maravilla.
Lo que sí recuerdo es lo bien que sonaba.
Y a Lucas, que era el fabricante del sistema eléctrico, los moteros ingleses le bautizaron como "príncipe de las tinieblas", por la cantidad de veces que se quedaban a oscuras.......
Bonita historia la de la Commando.
No sólo las botellas tienen curvas
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#11 Re: La Aristócrata
Si has leído el relato, te podrás hacer una pequeña idea de la trepidación. Es cierta esa particularidad del cigüeñal calado a 360º y es verdad, también, que yo mismo, sin pensarlo llamo twin a todos los bicilíndricos.roadstero escribió: La moto debía de vibrar mucho, por el calado de su cigüeñal a 360º (de ahí viene el nombre de twin, que ahora se aplica incorrectamente a todos los bicilíndricos), ya que ambos pistones subían y bajaban a la vez, pero en fases del ciclo distintas.
Le pusieron aislamiento elástico - el famoso Isolastic - entre el motor y el chasis, pero se desajustaba y acababa dando más problemas. En cambio, en mi Yankee, un sistema similar funcionaba de maravilla.
Lo que sí recuerdo es lo bien que sonaba.
Y a Lucas, que era el fabricante del sistema eléctrico, los moteros ingleses le bautizaron como "príncipe de las tinieblas", por la cantidad de veces que se quedaban a oscuras.......
Bonita historia la de la Commando.
De la Yankee, ¡qué decir! ¿Verdad? La joya tan esperada que, desgraciadamente, llegó tarde al mercado. Tengo su silueta grabada en la memoria y el efecto sobrecogedor que producían sus 58 CV.
En cuanto a Lucas, pues la verdad, yo sólo tuve con la Norton un problema eléctrico. Lo describo en una extensión, también publicada, de este relato -porque sí, dio para más-. El problema es que, si más, la Aristócrata empezó a arder debajo del asiento, precisamente cuando había conseguido ligar con alguien en quien tenía mucho interés. Por suerte había un coche de policía al lado, dotado con su extintor y apagué pronto las llamas que se habían formado junto a la batería. Aparqué la moto y nos fuimos en un taxi.
Dos días después, porque no me atreví antes. Fui a recogerla con la furgoneta de un amigo, creo recordar, limpié el polvo blanco dejado por el halón y me dio por meter la llave de contacto y probar. Sorprendentemente, se encendieron los chivatos del cuadro y a la primera patada, a la primera, ¡Arrancó! Funcionaba todo, y así quedó hasta el día en que me la robaron.
Nunca fui un devoto seguidor de los fenómenos paranormales, pero entenderás que éste me dejó particularmente perplejo.
Un saludo.