HISTORIA UNIVERSAL

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#1 HISTORIA UNIVERSAL

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HISTORIA UNIVERSAL

La Historia del mundo es la suma de aquello que hubiera sido evitable.

BERTRAND RUSSELL

La Historia se repite. Ese es uno de los errores de la Historia.

CHARLES DARWIN

La Historia cuenta lo que sucedió, la poesía lo que debía suceder

ARISTOTELES


Repasemos la Historia.......


LA FUNDACIÓN DE ROMA



En el siglo VIII unos grupos olmecas procedentes de la zona de Veracruz se instalaron en nuevos poblados, el más importante de los cuales fue Monte Albán. Éstos fueron el origen de la cultura Zapoteca. Realizaron construcciones en piedra, desarrollaron la numeración, la escritura jeroglífica y el calendario. En Monte Albán los zapotecas construyeron una enorme plaza limitada al norte y al sur por plataformas elevadas, mientras que en los otros dos lados había templos y otras construcciones. En el centro se alza una hilera de templetes. La plataforma norte se abre al exterior mediante una amplia escalinata y un pórtico de doce columnas de dos metros de diámetro. En la plataforma sur se alza una gran pirámide. En el lado oeste se alza el Templo de los Danzantes, que es la parte más antigua de la ciudad.

Los celtas poblaban ya el norte de España, con lo que la cultura indoeuropea estaba extendida a lo largo de toda Europa. Allí se mezclaron con la población indígena, los Íberos. Los celtas usaban flechas, hondas, espadas cortas de hierro y una especie de alabarda. Rendían culto a Lug (el Sol), Taranis, (el rayo) y a muchos otros dioses, hasta cerca de 400. Sus sacerdotes, los druidas, tenían fama de buenos médicos. Eran buenos agricultores y amigos de las novedades. Cuidaban la forma física y practicaban el deporte. No tenían estructuras políticas a gran escala. Cada clan estaba gobernado por un jefe y la jefatura la heredaba el primogénito. Los otros hijos tenían que emigrar para asentarse en nuevos territorios. Tal vez por ello fueron el pueblo indoeuropeo que más se extendió por Europa.

Los historiadores antiguos dicen que los íberos eran de mediana estatura, morenos y enjutos. Muy caballeros, leales y de carácter indomable, muy buenos guerreros. También dicen que eran indolentes y perezosos, y odiaban todo lo extranjero. Las tribus íberas se agrupaban en diminutos estados monárquicos o republicanos. Habitaban poblados construidos en lugares altos y muy fortificados. Pero la cultura más importante en la península ibérica seguía siendo Tartesos, al sur, bajo la influencia fenicia.

Mientras, en Italia coexistían dos coaliciones rivales de ciudades-estado: Etruria al noroeste y el Lacio inmediatamente al sur. El resto de la península itálica estaba poblado por tribus primitivas.

Grecia progresaba muy lentamente. No hacía mucho que Homero había compuesto sus dos famosos poemas: la Ilíada y la Odisea, rememorando para los señores dorios las glorias de la era micénica. La vida seguía siendo dura. La vida en las Polis (o ciudades-estado) condicionó fuertemente la evolución de la sociedad griega. La figura del rey perdió relevancia (en una ciudad pequeña y pobre, el rey no podía tener grandes atribuciones, ni hacer grandes ostentaciones). En muchas Polis llegó incluso a desaparecer, y el gobierno quedaba en manos de asambleas de nobles (la aristocracia o gobierno de los mejores). Cada ciudad tenía su propio ejército. Estos ejércitos eran, naturalmente, pequeños, formados por soldados de infantería pesadamente armados, los hoplitas. La calidad de vida de una ciudad, dentro de la pobreza generalizada en que vivían todas, dependía en gran medida de la calidad de su ejército, así que los griegos eran ejercitados en el combate desde niños. Las polis más fuertes sometían a sus vecinas.

Así, por ejemplo, Esparta controlaba toda Laconia, formada por las ciudades del valle del Eurotas. Su forma de gobierno era atípica, pues tenía simultáneamente dos reyes, probablemente fruto de que dos tribus dorias se la repartieron siglos atrás (los espartanos decían que sus reyes descendían de los dos hijos gemélos de su primer rey). No obstante, el poder de los reyes se limitaba a dirigir el ejército. Los asuntos internos estaban regulados por una asamblea de treinta ancianos (la gerusía) en la que los reyes contaban como dos votos más. Además había cinco éforos o magistrados encargados de hacer cumplir las decisiones de la asamblea. Tenían incluso autoridad para multar o castigar a los reyes si violaban la ley. Los espartanos propiamente dichos no superaban apenas el cinco por ciento de la población. Las únicas actividades que consideraban honorables eran el gobierno y la guerra. El resto de las actividades estaban en manos de los ilotas (esclavos) y los periecos, hombres libres pero sin ningún poder político. La mayor rival de Esparta era Argos, que controlaba la Argólida. Su organización era similar a la espartana (sin la duplicidad de reyes), pero algo menos rígida. Así podríamos recorrer ciudades y más ciudades, cada cual con sus características propias, cada cual con su propia identidad nacional que se negaba a identificarse con cualquier otra, pese a la afinidad cultural que, sin duda, había entre todas ellas.

Una ciudad que destacó por otras razones fue Delfos. Estaba situada en la región llamada Fócida, al pie del monte Parnaso. En tiempos micénicos se llamaba Pito,y en ella había un santuario dedicado a la antigua diosa Gea, atendido por una sacerdotisa de la que se creía que podía hablar con los dioses. Tras la invasión doria, Pito cambió su nombre por Delfos y se consagró al dios Apolo (Gea no significaba nada para los dorios). Con este cambio de imagen consiguió que perdurara su tradición de interlocutora de los dioses. El oráculo de Delfos fue ganando en reputación, y todas las ciudades enviaban periódicamente embajadores a consultarlo. Los embajadores llevaban ofrendas, con lo que Delfos se enriqueció.

Entre tanto Egipto seguía sumido en el caos, con un ejército incontrolable sobre el que el faraón no tenía ninguna autoridad. Si el oriente próximo no hubiera estado tan convulsionado por esta época, sin duda Egipto habría sido una presa fácil para el saqueo.

Asiria había quebrado el poder de Siria para poco después decaer ella misma. Israel y Judá aprovecharon la situación. En 798 el rey Joacaz de Israel fue sucedido por su hijo Joás, cuyo ejército no tuvo dificultad en derrotar al rey sirio Benhadad III en tres batallas sucesivas, con lo que Israel recuperó los territorios que había poseído en tiempos de Ajab. En Judá, el descontento del clero y del ejército con el rey Joás culminó con un golpe de estado en 797, tras el cual se proclamó rey a su hijo Amasías, quien pronto restableció el dominio de Judá sobre Edom. Joás y Amasías, viendo que la fortuna les sonreía, no tardaron en medir sus fuerzas. Esto sucedio en 786, en la batalla de Betsamés, cerca de Jerusalén. Israel logró una victoria decisiva. Amasías fue tomado prisionero y Jerusalén fue ocupada. Parte de sus fortificaciones fueron destruidas y el templo fue saqueado. Amasías continuó siendo rey de Judá, pero su reino se convirtió en tributario de Israel. Joás de Israel murió en 783 y fue sucedido por su hijo Jeroboam II, que sometió completamente a Siria e hizo de Samaria la ciudad más influyente de la mitad occidental de la Media Luna Fértil.

En 782 murió el rey Hsüan, y el trono chino fue ocupado por su hijo Yü. Ahora un pueblo bárbaro procedente de las estepas del norte, los Ch'uan-jung, amenazan las fronteras.

En 778 subió al trono de Urartu el rey Argistis I, quien aprovechando el declive asirio logró unir bajo su dominio el norte de Mesopotamia. Por su parte, Babilonia cayó en poder de los caldeos.

En el año 776 se celebraron los primeros Juegos Olímpicos en Grecia. Se celebraban cada cuatro años en la ciudad de Olimpia, al oeste del Peloponeso en honor del dios Zeus. Los griegos llegaron al compromiso de suspender toda guerra durante el periodo de los juegos, para que todo el que quisiera (de sexo masculino, eso sí) pudiera acudir a presenciarlos. Olimpia se convirtió en una ciudad sagrada, al igual que Delfos, ciudades a las que nadie se atrevía a atacar, pues con ello se ganaría la represalia conjunta de toda Grecia. Los representantes de las distintas ciudades podían reunirse allí a parlamentar aunque sus ciudades estuviesen en guerra, sin temor a un ataque a traición. Los ganadores de los juegos no recibían ninguna recompensa, aparte de una rama de olivo y, por supuesto, la fama.

En 771 los Ch'uan-jung, aliados con miembros descontentos de la familia real, ocupan el valle del Wei, con lo que se perdió la mayor parte de las tierras reales. El rey Yü murió en los desórdenes y su hijo P'ing se hizo cargo del gobierno y se vio obligado a trasladar la capital hacia el este, a Luoyang. El rey P'ing contó con la ayuda del estado de Qin, pero cuando éste recuperó la tierra que habían invadido los bárbaros, no la devolvió al rey, sino que la incorporó a sus dominios, lo que le convirtió de repente en una nueva potencia en China. A partir de este momento los nuevos monarcas (Cheu orientales) dejaron de tener poder real, pero conservaron una autoridad formal que se mantuvo durante mucho tiempo.

Volviendo a Canaán, el derrotado rey Amasías de Judá fue víctima de un golpe de estado como lo fuera su padre. Fue asesinado en 769 y sucedido por su hijo Ozías. Bajo su reinado Judá siguió supeditada a Israel, pero el rey no hizo nada por modificar la situación. Al contrario, se centró en recuperar económicamente el país y tuvo éxito. Reconstruyó las fortificaciones de Jerusalén, tomó algunas ciudades-estado filisteas y reconstruyó el puerto de Elat, a orillas del mar Rojo, que había tenido cierta importancia en tiempos de Salomón. Con ello revitalizó notablemente el comercio en Judá.

En 761 Egipto se fragmentó una vez más. En Tebas se instauró la XXIII dinastía, mientras en el Bajo Egipto continuaba reinando (formalmente) la XXII. En realidad había un tercer centro de poder. Desde el desmoronamiento del Imperio Nuevo, Egipto había perdido el control de Nubia, que pasó a ser gobernada por nativos, con capital en Napata. Sin embargo, Nubia había asimilado completamente la cultura egipcia. Cuando Sheshonk ocupó Tebas, algunos sacerdotes de Amón se refugiaron en Napata, donde fueron bien recibidos y formaron una especie de gobierno en el exilio, que en estos momentos era tan fuerte o más que las dos partes en que se había dividido Egipto.

En 760, un pastor de Judá llamado Amós se atrevió a penetrar en el santuario israelita de Betel y habló en nombre de Dios con unos planteamientos novedosos:

... Porque tengo sabidas vuestras muchas maldades y vuestros escandalosos delitos; enemigos sois de la justicia, codiciosos de recibir dones, opresores de los pobres en los tribunales. [...] Buscad el bien y no el mal, a fin de que tengáis vida; y así estará con vosotros el Señor Dios de los ejércitos, como decís que está. [...] Yo aborrezco y desecho vuestras festividades, no me es agradable el olor de los sacrificios en vuestras reuniones, y cuando vosotros me presentéis vuestros holocaustos y vuestros dones, no los aceptaré, ni volveré mi vista hacia las gordas víctimas que me ofrecéis en voto. [Amós V 12-22]
En suma, Dios acusaba a los israelitas de respetar los rituales al tiempo que llevaban una vida corrupta, y por ello les amenazaba con mil desgracias si no se arrepentían. El sacerdote de Betel conminó a Amós a que volviera a Judá y así lo hizo, pero fue la primera voz entre otras muchas que se alzaron a partir de entonces anteponiendo la rectitud de costumbres a la práctica de los rituales.
El año 753 es, según la tradición, el año en que se fundó una ciudad llamada Roma. La tradición es pura leyenda: habla de un rey de Alba que usurpó el trono a su hermano, mató a los hijos de éste y obligó a su hija a hacerse virgen vestal (algo parecido a lo que hoy en día es una monja). No obstante, la virgen concibió dos hijos gemelos del dios Marte, Rómulo y Remo, que fueron abandonados, criados primero por una loba y luego por unos pastores y, cuando fueron adultos, restauraron a su abuelo en el trono y se dispusieron a fundar una nueva ciudad. Discutieron sobre el lugar idóneo para ello, Rómulo eligió el monte Palatino, y marcó con un arado los límites de la ciudad. Remo cruzó el surco para indicar que no reconocía la autoridad de su hermano sobre el territorio, y entonces éste lo mató. Así Rómulo fundo Roma y se convirtió en su primer rey. Los colonos eran latinos, pero entre ellos había escasas mujeres, así que se las areglaron para secuestrar mujeres sabinas, lo que ocasionó una guerra. A causa de una traición, los sabinos lograron entrar en Roma, pero las sabinas, que se habían aficionado a sus esposos, intercedieron por ellos, y así la Roma primitiva resultó ser una mezcla de latinos y sabinos.

¿Qué sucedió en realidad? Por supuesto es imposible decir nada a ciencia cierta. La Roma primitiva estaba emplazada sobre el monte Palatino, junto al Tíber, pero con el tiempo se extendió hasta otras seis colinas vecinas, siete en total. Se sabe que el Palatino estaba ocupado por cabañas de pastores desde al menos el siglo X y que en la fecha tradicional de la fundación las demás colinas tenían también habitantes. Probablemente, Alba decidió fundar una colonia fortificada en el Palatino para contener a los etruscos (Roma estaba situada justo en la frontera con Etruria). Por algún motivo, Roma escapó al control de Alba, probablemente con la ayuda de los sabinos y, por qué no, de los propios etruscos. La actividad de los primeros romanos fue rural. Los ciudadanos estaban divididos en tres tribus: tricios, ramnos y lucerios, que tal vez se correspondan con tres colectivos, uno de latinos, otro de sabinos y otro de etruscos, que se unieron para formar Roma. Cada tribu se dividía en diez curias, a su vez formadas por varias familias. Poco se puede decir de Roma en esta época. De hecho, sería absurdo ocuparse de una ciudad tan insignificante si no fuera por que siglos más tarde iba a dominar el mundo.
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LA EXPANSIÓN ÁRABE


En 630 el Imperio Chino había logrado neutralizar la amenaza de los turcos orientales (en gran parte gracias a la ayuda de militares turcos). Después de destruir algunos pueblos turcos y de sellar alianzas con otros, China pudo derrotar también a los turcos occidentales y establecer su protectorado sobre los territorios de la ruta de la seda hasta Persia y la India.

Por esta época los tibetanos empezaron a organizarse. El Tíbet estaba dividido en diecisiete feudos situados alrededor del principado de Yar-Klungs, pero en un momento dado el rey Nam-ri empezó a federarlos bajo su autoridad. Envió a la India a su consejero Thon-mi Sambhota para que trajera un sistema de escritura.

En el sur de la India murió el rey Mahendravarman I, que fue sucedido por Narasimhavarman I, que mandó construir el puerto de Mahabalipuram para desarrollar el comercio con el sureste asiático.

En el reino visigodo se debatía desde hacía tiempo entre dos tendencias: por una parte, la nobleza reivindicaba su derecho a la elección del monarca, mientras que algunos reyes poderosos habían tratado de consolidar una monarquía hereditaria al estilo franco. El rey Suintila había sido elegido por los nobles, pero trató de asociar al trono a su esposa Teodora, a su hermano Geila y a su hijo Ricimer, con lo cual se encontró con la oposición radical de la nobleza. Además, la Iglesia Católica también prefería una monarquía electiva, pues tenía la suficiente influencia como para sacar buen partido de laelección del rey. En 631 murió sin descendencia Cariberto, el rey de Aquitania hermano del rey franco Dagoberto I, quien transformó Aquitania en ducado y la asignó al duque Boggis. El duque de Septimania, Sisenando, logró el apoyo de Dagoberto I para derrocar a Suintila. Avanzó hasta Zaragoza, donde fue proclamado rey por la nobleza y el clero. En 632 Dagoberto I trató de disolver el reino eslavo de Samo, e inició así una guerra en el este.

Después de tres años de guerra, el rey Penda de Mercia, en coalición con el galés Cadwallan, logró acorralar a Eduino de Northumbria en Hatfield, a unos cincuenta kilómetros al sur de York. Allí murió Eduino y Cadwallan se dedicó a devastar su reino. La población debió de pensar que tales desgracias se debían a la ira de los dioses, a los que habían abandonado al convertirse al cristianismo, así que Northumbria volvió al paganismo. Paulino y su gente tuvieron que abandonar York.

Persia consiguió salir de la anarquía bajo Yazdgard III, un nieto de Cosroes II de quince años de edad.

Mahoma había establecido unos años antes que todo musulmán debía peregrinar a La Meca al menos una vez en su vida. Al poco tiempo de volver de una peregrinación, el Profeta enfermó y murió en Medina. Se dijo que el Profeta había sido envenenado por una judía, en venganza por la matanza de judíos que había ordenado en Medina unos años antes. La dirección del islam pasó a manos de su anciano suegro Abú Bakr, que se convirtió así en el primer Califa (sucesor). Tras la muerte del profeta, numerosas tribus y ciudades que habían manifestado su acatamiento del islam se lo pensaron mejor y no reconocieron la autoridad del Califa. Incluso apostataron del islam. Abú Bakr se mantuvo firme y sometió sangrientamente a sus enemigos.

Mahoma no había dejado nada escrito (principalmente porque no sabía escribir), por lo que sus enseñanzas se conservaron únicamente en la memoria de sus seguidores y, ocasionalmente, escritas en los lugares más insólitos (omóplatos de camello, hojas de palmera, piedras, etc.) Tras la muerte del profeta, todo este material fue compilado por Zhaid ibn Thabit, bajo la dirección del Califa. Así fue redactándose lo que se convertiría en El Corán (la lectura), el libro sagrado de los musulmanes.

En 633 casi toda Arabia estaba bajo el dominio de Abú Bakr. En un acto de increíble osadía, el Califa envió sendos mensajes a Heraclio y a Yazdgard III invitándolos a someterse al islam. Obviamente, ninguno de los dos gobernantes hizo el menor caso, así que los audaces jinetes árabes empezaron a hostigar simultáneamente las fronteras de las dos grandes potencias de la zona.

Dagoberto I tuvo que desistir de su intento de dominar el reino de Samo, así que se limitó a reforzar las fronteras orientales de su reino. Tuvo que confiar su defensa a los sajones, a los austrasianos y a Radulfo, el duque de Turingia.

Cuando Eduino mató al rey Ethelfrith de Northumbria, los hijos de éste se refugiaron en el norte. Uno de ellos, llamado Osvaldo, se había convertido al cristianismo céltico, y había pasado un tiempo en Iona. Tras la muerte de Eduino regresó a Northumbria y mató a Cadwallan en una batalla. Osvaldo se convirtió en rey de Northumbria y se alió con Wessex casándose con una hija de su rey.

El Cuarto Concilio de Toledo reconoció a Sisenando como legítimo rey de los visigodos, condenó a Suintila, acusado de ladrón, asesino y corrupto, estableció como obligatoria la elección del rey por la nobleza y la Iglesia, declaró al rey ungido de Dios, y por lo tanto inviolable, y también estableció algunas medidas antisemitas.

El Concilio estuvo presidido por Isidoro de Sevilla, quien unos años antes había escrito en su Crónica de los visigodos que Suintila era "munícipe para todos, largo para pobres e indigentes, pronto a la misericordia, hasta el punto de que mereciera ser llamado no sólo Príncipe de los Pueblos, sino también Padre de los Pobres." Tras el Concilio, Isidoro no borró este párrafo, sino que añadió una nota diciendo que se había equivocado en su juicio. Luego relató los crímenes del Rey y "las riquezas robadas a los pobres". Suintila murió en 634.

Un ejército árabe había entrado en Persia el año anterior. Los persas reunieron rápidamente un ejército y los derrotaron rotundamente en la llamada batalla del puente. Mientras tanto, en el frente romano, los árabes tomaron la ciudad de Bosrah, al este del Jordán. La entrega de la ciudad fue considerada una traición en Constantinopla, pues no consideraban que los árabes fueran un enemigo poderoso. Poco después murió el Califa Abú Bakr y fue sucedido por Umar I, que había sido uno de los colaboradores más activos de Mahoma.

Dagoberto I destituyó a Pipino de Landen de su cargo de Mayordomo de Palacio y lo mantuvo retenido en Neustria. Su puesto lo ocupó Ansegisal, hijo del obispo de Metz que había sido regente junto con Pipino durante la minoría de edad del monarca. Ansegisal se casó con Begga, hija de Pipino. Para consolidar la sucesión, Dagoberto I nombró rey de Austrasia a su hijo de tres años Sigeberto III. En 635 tuvo un segundo hijo al que convirtió inmediatamente en Clodoveo II, rey de Neustria.

Tras un largo asedio, los árabes tomaron Damasco. Heraclio empezó a darse cuenta de que había subestimado a este pueblo. Formó un ejército y lo envió a Siria bajo el mando de su hermano Teodoro, que recuperó la ciudad. Pero los árabes formaron un ejército mayor y volvieron a la carga en 636. Se libró una gran batalla junto al río Yarmuk, un afluente del Jordán, al sur del mar de Galilea. La pesada caballería imperial se enfrentó a la caballería ligera de los árabes. Por tres veces, los romanos rompieron las líneas enemigas, pero los árabes se dispersaban y se reunían ágilmente. Cuando los romanos quedaron agotados, llegaron por todas partes gritando sus llamamientos a Alá. El ejército imperial fue aniquilado.

Ahora estaba claro que los árabes constituían una seria amenaza. Mahoma había sembrado en ellos la idea de la guerra santa: todo musulman que muriera defendiendo el islam iría al septimo cielo, la parte más selecta del paraíso. Los ejércitos musulmanes podían ser más toscos que los romanos y los persas, pero eran más numerosos y sus hombres desconocían el miedo a la muerte.

Ese mismo año murió el rey visigodo Sisenando, así como san Isidoro de Sevilla, que es la principal fuente de información sobre el reino visigodo en esta época, por lo que sabemos muy poco sobre el reinado de Sisenando y el de sus sucesores, el primero de los cuales fue Chintila. San Isidoro fue un erudito que se interesó por todo el saber que estaba a su alcance. Además del latín, dominaba la lengua gótica, el griego y el hebreo. Escribió sobre historia, teología, ciencia, gramática, etc. En su obra apenas hay nada original, y trata por igual a todas las fuentes, mezclando hechos reales con toda clase de leyendas y supersticiones. Pese a ello tuvo una gran difusión y, por consiguiente, una gran influencia en los siglos posteriores. Además de su hermano san Leandro, también fueron santos sus otros dos hermanos: san Fulgencio y santa Florentina.

También murió el rey lombardo Arioaldo, que fue sucedido por Rotario.

En 637 los árabes ocuparon Jerusalén. Desde entonces que no se volvió a saber nada de la Vera Cruz. Enardecidos por sus victorias frente al Imperio Romano, volvieron a atacar a Persia. Se produjo un enfrentamiento en Qasidiya, junto al Éufrates, unos ochenta killómetros al sur de donde había estado Babilonia. Los dos ejércitos tenían aproximadamente el mismo número de hombres y la batalla se prolongó durante dos días, pero luego los árabes recibieron un sustancial refuerzo proveniente de Siria. Una tormenta de arena favoreció a los árabes, pues el viento soplaba hacia el frente persa. Los soldados tuvieron que retroceder y finalmente huyeron en desbandada. Los árabes tomaron Ctesifonte.

Los persas empezaron a reorganizarse alrededor de la ciudad de Nehavend, cerca de Ecbatana, la antigua capital meda. Sorprendentemente, Heraclio no hizo lo propio tras las derrotas sufridas ante los árabes. Nunca organizó un nuevo ejército para enviarlo contra los invasores. Probablemente Heraclio llegó a la convicción de que era inútil tratar de salvar una tierra que no quiere ser salvada. Siria y Egipto se habían entregado a los persas prácticamente sin resistencia, ahora Siria había vuelto a entregarse a los árabes y era una mera cuestión de tiempo que Egipto hiciera lo mismo. Enviar un ejército arreglaría poco, pues podría ganar una batalla, pero eso no sirve para nada sin el apoyo de la población. El problema real era que Siria y Egipto no sentían ninguna lealtad hacia Constantinopla, y ello se debía principalmente a que sus habitantes eran monofisitas y Constantinopla era católica.

Nuevamente, Heraclio contó con el apoyo de Sergio, el patriarca de Constantinopla, que estuvo dispuesto a modificar la postura de la Iglesia para acercarla al monofisismo. En 638 Sergio promulgó una doctrina que fue llamada monotelismo (una sola voluntad): Los católicos afirmaban que Jesucristo tenía dos naturalezas, una divina y otra humana, mientras que los monofisitas consideraban que sólo había en él una naturaleza divina. El monotelismo afirmaba que Jesucristo tenía dos naturalezas animadas por una única voluntad, por lo que en la práctica actuaba como si tuviera una única naturaleza, tal y como creían los monofisitas. Sergio murió ese mismo año, pero su sucesor, Pablo, siguió adelante con el monotelismo.

Probablemente Heraclio esperaba que el monotelismo eliminara los recelos de Siria y Egipto hacia Constantinopla y permitiera que el pueblo acogiera a un futuro ejército como liberador y no como "otro conquistador". Sin embargo el monotelismo resultó ser un fracaso. Los teólogos de Siria y Egipto lo rechazaron de plano y lo mismo hizo la Iglesia Romana. No es de extrañar: las sutilezas teológicas sobre Jesucristo difícilmente podían interesar al pueblo llano. Eran meras excusas para canalizar discrepancias políticas e ideologías nacionalistas que no iban a zanjarse con juegos de palabras.

En Roma murió el Papa Honorio I y en su lugar fue elegido Severino, pero al ser abiertamente opuesto al monotelismo el gobernador de Roma, Mauricio, impidió su consagración, que no pudo llevarse a cabo hasta dos años después.

También murieron el rey franco Dagoberto I y su Mayordomo de Palacio, Ansegisal. Nuevamente el reino quedó dividido en dos: Sigeberto III quedó como rey de Austrasia y Clodoveo II como rey de Neustria. Tenían siete y tres años respectivamente, lo que hizo que el poder real lo ejerciera la nobleza. En Austrasia el poder recayó en el viejo Pipino de Landen, que logró recuperar los privilegios que Dagoberto I le había retirado y se convirtió de nuevo en Mayordomo de Palacio.

En 639 murió el rey visigodo Chintila, y la nobleza eligió como sucesor a Tulga.

En 640 murió Pipino de Landen. Surgieron muchos candidatos a Mayordomo de Palacio, pero Grimoaldo I, hijo de Pipino, terminó imponiéndose e hizo valer el carácter hereditario del cargo tal y como lo había establecido el rey Clotario II años atrás.

Un ejército árabe partió de Siria hacia Egipto, bajo el mando del general Amr ibn al-As. Llegó hasta Pelusio y, tras un mes de asedio, tomó la ciudad.

El emperador chino Taizong tomó como concubina a Wu Zhao, hija de un general que había apoyado al emperador para llegar al poder. Desde entonces se entabló una rivalidad entre ella y la Emperatriz Wang, que era estéril.

El Papa Severino pudo ser consagrado finalmente, tras lo cual condenó el monotelismo y, en represalia, el gobernador de Roma, Mauricio, saqueó el palacio de Letrán. Se dice que Severino murió del disgusto. En su lugar fue elegido Juan IV, que siguó luchando contra el monotelismo, al que condenó en un concilio celebrado en 641.

Ese año murió el emperador Heraclio, mientras los árabes ocupaban Egipto sin esfuerzo. Entre las medidas que Heraclio tomó para cohesionar el Imperio, estuvo la de abandonar el latín como lengua oficial y sustituirla por el griego, que era la lengua que realmente hablaba la población. Esto supuso un paso más en el distanciamiento cada vez mayor entre oriente y occidente. Por esta época en oriente volvió a ponerse de moda la barba. Puede parecer un hecho intrascendente, pero contribuyó a acrecentar la hostilidad entre orientales y occidentales. En occicente la barba se asociaba con los bárbaros incivilizados, mientras que en oriente los rostros afeitados recordaban a los de los eunucos, que tenían fama de mezquinos y despreciables. Así, la imágen típica del oriental causaba un cierto rechazo en el occidental típico, y viceversa.

Heraclio dejó el Imperio a sus dos hijos, Constantino III y Heracleonas. Eran hermanastros, pues Heracleonas era hijo de Martina, segunda mujer y sobrina de Heraclio. Un sector de la Iglesia consideró incestuoso este matrimonio, pero Heraclio tenía el prestigio suficiente como para seguir adelante. La corte se dividió entre partidarios de uno y otro emperador, y Martina se puso al frente de los partidarios de su hijo. Tal vez se hubiera desatado una guerra civil si Constantino III no hubiera muerto a los pocos meses de reinado. Probablemente murió de tuberculosis, pero se rumoreó que Martina lo había envenenado. La opinión pública se volvió contra Heracleonas y Martina, por lo que el emperador se vio obligado a abdicar y exiliarse antes de que acabara el año. Fue elegido emperador su sobrino Constante II, hijo de Constantino III, que contaba sólo con once años de edad.

El rey Penda de Mercia decidió que le apetecía combatir de nuevo contra Northumbria, y usó de nuevo como excusa el cristianismo de su rey Osvaldo. Al igual que había sucedido con Eduino, el rey Osvaldo fue derrotado y muerto por Penda. Osvaldo tenía un hermano llamado Oswiu, que se apoderó del trono de Northumbria y, para afianzar su posición, se casó con una hija de Eduino. Para evitar que se repitiera la historia de sus dos predecesores, Oswiu trató de aplacar a Penda, le entregó como rehén a uno de sus hijos e hizo que su hija se casara con un hijo de Penda. Luego le ofreció tributo y lo reconoció como señor.

El rey tibetano Nam-ri murió envenenado, y fue sucedido por su hijo Srong-btsan Sgam-po, que se casó con una princesa China y otra Nepalí, ambas budistas. Fundó la ciudad de Lhassa y empezó la construcción de un gran palacio, el Potala. Gracias a las buenas relaciones con la China y la India el nivel de vida del Tíbet mejoró sustancialmente: llegaron la cerveza, el aguardiente, el papel, la tinta y el arte de la cerámica y del riego. Esto permitió iniciar el cultivo de la cebada.

En 642 Amr ibn al-As tomó Alejandría. La ciudad fue reconquistada por un breve periodo, pero luego volvió a caer, y desde entonces los árabes dominaron todo Egipto. Se cuenta que los libros de la Biblioteca de Alejandría fueron puestos a los pies del Califa Umar, quien sentenció de este modo: "Si estos libros coinciden con el Corán, son innecesarios; si están en desacuerdo con él, son perniciosos. En cualquier caso, destruidlos." Pero es poco probable que esta historia sea cierta y, si lo és, es poco probable que los árabes destruyeran más que unos pocos libros. La Biblioteca de Alejandría había sido destruida mucho antes por los cristianos en su lucha contra el paganismo. En persia los árabes obtuvieron otra gran victoria. El rey Yazdgard III tuvo que huir hacia el noreste mientras los árabes ocupaban sistemáticamente todo el Imperio.

Tras la muerte del Papa Juan IV fue elegido Teodoro I. Condenó el monotelismo, y llegó a deponer a Pablo, el Patriarca de Constantinopla (a lo cual, claro, nadie hizo caso). El emperador Constante II seguía apostando por la posibilidad de que el monotelismo se ganara a los cristianos persas y egipcios, como paso previo a una posible reconquista de estos territorios.

El rey visigodo Tulga fue víctima de una conjuración de la nobleza, que le obligó a tonsurarse y convertirse en monje (lo cual lo inhabilitaba como rey para siempre). En su lugar fue elegido Chindasvinto, que tenía entonces unos setenta y nueve años. Probablemente fue una elección de compromiso, con la que la nobleza pretendió aplazar unos años (los pocos que viviera Chindasvinto) la elección del nuevo rey. Sin embargo Chindasvinto no resultó fácil de manejar. Hizo matar a muchos nobles, redujo a sus familias a la esclavitud y confiscó sus bienes. Muchos nobles tuvieron que huir a África o al reino franco.

En 643 un peregrino chino llamado Huien Tsang llegó a la India, donde el rey Harsa organizó en su honor una gran asamblea presidida por una imagen de Buda a la que acudieron reyes vecinos, brahmanes, jainistas y monjes budistas. Se pronunciaron discursos, se hicieron ofrendas a buda y Harsa distribuyó una parte del tesoro real.

El rey lombardo Rotario promulgó en Pavía las llamadas Leyes de Rotario, una recopilación de costumbres germánicas.

En 644 murió el Califa Umar I, asesinado en la mezquita de Medina por un esclavo persa. Fue él quien estableció la fecha de la Hégira (la huida de Mahoma a Medina) en el 16 de julio de 622, y la fijó como el primer día del calendario musulmán, vigente hasta la actualidad. Hay que tener presente que el año islámico tiene 354 o 355 días (es lunar), por lo que 33 años islámicos equivalen a 32 años solares. Como nuevo Califa fue elegido Utmán, yerno de Mahoma y perteneciente a una familia noble de La Meca, los Omeyas.

Por esta época existían al menos cuatro ediciones del Corán, con las diferencias suficientes para provocar disputas e interpretaciones divergentes. Por ello Utmán nombró una comisión que preparase una única version oficial, que sería la obligatoria para todos los musulmanes hasta la actualidad. Las demás versiones fueron destruidas. El Corán que sobrevivió consta de 144 suras (capítulos) ordenados (criterio científico donde los haya) según su longitud, desde el más largo hasta el más breve, salvo el primero, que es más corto pero contiene los dogmas fundamentales del islam.

Se pueden distinguir en él dos fuentes básicas, una más antigua redactada en La Meca en prosa rimada y otra posterior redactada en Medina en una prosa más pesada, monótona y repetitiva. Ambas aparecen mezcladas en una maraña que nadie hasta ahora ha intentado analizar. Hay versículos de una intercalados en versículos de la otra, algunos de los más recientes contradicen a los más antiguos y tal vez sea imposible fechar correctamente las distintas partes. Años más tarde surgió la versión oficial de el Corán es la transcripción literal de un libro que está en el cielo y que le fue dictado a Mahoma por el arcángel san Gabriel.

En 645 el clan Soga perdió la supremacía en Japón. Fue sustituido por el clan Nakatomi, que implantó un sistema de gobierno calcado de la China de los Tang. Promulgó un código de leyes conocido como código Taika.
El Islam
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EL REY SALOMÓN


Una de las cuestiones que más problemas ocasionaron al rey David fue la sucesión. Por una parte estaba la casa de Saúl. Ahora que los tiempos eran buenos, era fácil que surgieran corrientes nacionalistas israelitas (anti-judías) que reclamaran un rey israelita. Bajo uno u otro pretexto, David se las arregló para ejecutar a todos los descendientes de Saúl que pudieran reclamar un derecho de sucesión. Sólo quedaba un hijo lisiado, incapacitado para reinar, por lo que David lo acogió en su casa, como muestra de buena voluntad hacia la casa de Saúl. Más problemas le ocasionaron sus propios hijos. Era costumbre entre los monarcas orientales disponer de un harén tan numeroso como fuera posible. Esto daba una imagen de magnificencia tanto a los súbditos como a los extranjeros. Una forma de sellar una alianza con otro pueblo era incorporar al harén una de sus princesas. Era todo un honor. El problema era que las distintas mujeres rivalizaban entre sí, y todas trataban de que sus hijos gozaran de mayores privilegios frente a los de las demás. Particularmente delicada era la cuestión de cuál de ellos heredaría el trono. Era frecuente que cuando el rey moría, uno de los hijos matara a sus hermanos, dirimiendo así toda dispunta por la sucesión. Sin embargo, una jugada inteligente podía ser matar a la vez al rey y a los hermanos, mientras éstos estaban desprevenidos esperando la muerte de su padre.

La monarquía de Israel era joven, pero cayó en todos estos tópicos. El hijo favorito de David era Absalón, quien fue gradualmente ganando partidarios hasta que en 970 reunió un ejército en contra de su padre y marchó contra Jerusalén. David fue cogido por sorpresa, pero seguía siendo un buen estratega. En lugar de resistir un asedio en la capital (hubiera sido humillante) logró escabullirse, huyó al otro lado del Jordán, organizó a todas las tropas leales de que pudo disponer y volvió a Jerusalén, donde no tuvo dificultad en aplastar a su inexperto hijo. David ordenó capturarlo vivo, pero Joab consideró más prudente matarlo.

La crisis alentó a los israelitas descontentos con un rey judío. Un benjaminita llamado Seba encabezó un alzamiento que David sofocó con relativa facilidad. Aunque el rey demostró por segunda vez tener las riendas bien sujetas, lo cierto es que estas rebeliones mostraban que su gobierno no estaba tan bien afirmado como él había pretendido.

Mientras tanto murió Abibaal, el rey de Tiro. En 969 fue sucedido por Hiram, que siguió impulsando la expansión de los fenicios por el Mediterráneo. Parece ser que fue por esta época cuando los fenicios aprendieron a orientarse en mar abierto mediante las estrellas, lo que facilitó las grandes expediciones a tierras lejanas.

Volviendo a Israel y el rey David, en 961 estaba ya próximo a la muerte y las tensiones de la sucesión eran mayores que nunca. Al parecer, David había designado como heredero a Adonías, su hijo mayor tras la muerte de Absalón. Adonías contaba con el apoyo de Joab, el jefe del ejército y con el de Abimelec, el sacerdote. Sin embargo, la esposa favorita de David era Betsabé, la cual gozaba de cierta influencia, la necesaria para intrigar en favor de su hijo Salomón. Se ganó el apoyo del general Banaías, que sin duda vio la posibilidad de sustituir a Joab, y del sacerdote Sadoc, que vio la posibilidad de sustituir a Abimelec. Al parecer, Adonías se vio prácticamente coronado rey y antes de la muerte de su padre ya lo celebró con un banquete. La reina jugó bien sus cartas. Ella, Banaías y Sadoc afirmaron que David les había expresado en su lecho de muerte su voluntad de que su sucesor fuera Salomón. Acusaron a Adonías de usurpador y lograron volver al pueblo contra él. Joab y Abimelec no pudieron hacer nada. El primero fue asesinado y el sacerdote tuvo que retirarse de la vida pública. Banaías consiguió la jefatura del ejército y Sadoc el sumo sacerdocio.

Hacia 960, la ciudad de Tiro fundó su primera colonia de ultramar: fue Útica, situada en la costa africana justo al sudoeste de la isla de Sicilia. Sin duda, las largas expediciones fenicias necesitaban de ciudades intermedias donde hacer escalas. El Mediterráneo estaba libre de competencia, pues Grecia y Creta prácticamente no existían y Egipto casi tampoco.

Volviendo a Salomón, el nuevo rey hizo lo que frecuentemente ha hecho un usurpador con medios al llegar al trono: desplegar tal magnificencia que nadie se atreva a cuestionar su realeza. La Biblia describe el harén de Salomón, formado por unas mil mujeres, entre esposas y concubinas. Salomón ordenó construir un soberbio templo a Yahveh en Jerusalén, donde residiría el Arca de la Alianza. La construcción quedó al cuidado de los arquitectos y artesanos de Tiro.

El rey Hiram puso dos flotas a disposición de Salomón, una en el Mediterráneo y otra en el mar Rojo. La primera llegó hasta España y pasó incluso el estrecho de Gibraltar, con lo que, por primera vez, un barco navegó por el océano Atlántico. En la desembocadura del Guadalquivir fundaron la ciudad de Tartesos, y a poca distancia la ciudad de Gades, la actual Cádiz. La segunda flota tenía su base en Elat, en el extremo norte del mar Rojo, y en sus expediciones llegaba hasta el sur de Arabia.

En 954 se terminó el templo, tras lo cual Salomón inició la construcción de un palacio real, mucho más grandioso que el templo, así como otros templos para otros dioses distintos de Yahveh, en especial para los dioses principales de los reinos sometidos de Moab y Amón.

La Biblia describe con orgullo que Salomón tenía en su harén una princesa egipcia. Esto es cierto, pero el Egipto de la época no era el de antaño. La esposa egipcia de Salomón era hija de Psusennes II, que gobernaba únicamente sobre el delta del Nilo, en un reino menor que el de Salomón. Su ejército estaba compuesto mayoritariamente por mercenarios libios. Su comandante se llamaba Sheshonk. Indudablemente Sheshonk acabó por tener en sus manos el poder real, hasta el punto que Psusennes II debió de verse obligado a casar una de sus hijas con el hijo de Sheshonk, signo de que éste albergaba aspiraciones al trono. Probablemente fue esta situación la que llevó a Psusennes II a solicitar la ayuda de Salomón, de modo que probablemente fue el faraón el que tuvo por un honor que una hija suya formara parte del harén de Salomón, y no al revés.

Con la riqueza que obtuvo con el comercio, Salomón aumentó su ejército, compró caballos en Asia Menor y construyó carros. Paulatinamente, los gastos de la corte empezaron a superar los ingresos. Salomón tuvo que reformar el cobro de impuestos. Para ello dividió el imperio en doce distritos que no tenían nada que ver con las antiguas fronteras tribales, y puso a cargo de cada uno de ellos a un gobernador. La mayor eficiencia en el cobro de impuestos causó un lógico descontento del pueblo, que también se veía obligado a colaborar en las grandes construcciones. Además, Salomón dejó a Judá libre del pago de impuestos, mientras que los israelitas se veían equiparados a los pueblos conquistados, como Amón, Moab y Edom. Esto causó aún mayor resentimiento. Algunas autoridades religiosas israelitas empezaron a cuestionar la legitimidad del templo de Jerusalén, recordando que el auténtico santuario de Yahveh debía estar en la antigua Siló.

Por otra parte, la situación exterior, hasta entonces tan favorable a Israel, empezó a cambiar. En 940 murió Psusennes II, con lo que terminó la dinastía XXI. El primer rey de la dinastía XXII fue, naturalmente, Sheshonk I, quien estableció su capital en Bubastis y poco después logró hacerse con el control de Tebas, con lo que Egipto volvió a estar unido. Mientras tanto, las tribus arameas que llevaban más de un siglo infiltrándose y hostigando a Asiria empezaron a organizarse. Los arameos no parecen haber aportado ninguna cultura nueva, sino que absorbieron la de los pueblos que encontraron, en especial la de algunos reinos neohititas. Al norte de Israel se formaron principados arameos. Un hombre llamado Rezón fue erigido rey y estableció su capital en Damasco, muy cerca de la frontera israelita. El nuevo reino es conocido como Siria, si bien éste es el nombre que le dieron los griegos mucho después.

La situación explotó en 938, cuando un efraimita llamado Jeroboam estaba a cargo de los grupos de trabajo forzado encargados de las construcciones. Influido por Ajab, un líder religioso que defendía la restauración de Siló, inició una rebelión que Salomón pudo sofocar, pero Jeroboam recibió mucho apoyo popular y logró huir a Egipto, donde Sheshonk I lo acogió amistosamente. No era el primer prófugo israelita al que Sheshonk acogía. Ya tenía alojado a Hadad, un edomita que también había intentado rebelarse sin éxito contra Salomón. Probablemente Sheshonk I vio en Israel una amenaza desde que su antecesor entabló alianza con Salomón, y ahora estaba proyectando lentamente un ataque.

La ocasión se presentaría con la muerte de Salomón, que tuvo lugar en 931. Fue sucedido por su hijo Roboam. Éste no tuvo dificultades en la realización del ritual necesario para ser proclamado rey de Judá, pero para ser aceptado como rey de Israel debía pasar otros rituales en Siquem, el antiguo centro político de Efraím. Los israelitas trataron de obtener concesiones y exigieron una disminución de los impuestos. Roboam respondió con una altanera negativa, e Israel se rebeló. Probablemente Sheshonk estimuló la rebelión, e inmediatamente envió a Jeroboam, que fue proclamado rey de Israel y estableció su capital en Siquem, si bien pronto la trasladó a Tirsa, algo más al norte. Esto no supuso únicamente una partición del reino, sino un completo desmembramiento. Siria se apropió del norte de Israel, Amón recuperó su independencia, mientras que Israel retuvo a duras penas a Moab. Judá retuvo a Edom. En 926 Sheshonk I invadió Judá, saqueó Jerusalen y se llevó buena parte de los tesoros que Salomón había acumulado. Sin duda Judá se convirtió en tributaria de Egipto durante algún tiempo.

Mientras tanto, Jeroboam se encontró con ciertos problemas políticos que debía resolver. Durante los reinados de David y Salomón se hizo un considerable esfuerzo por aunar a todos los israelitas y judíos en torno a un culto común, con centro en Jerusalén. Sin embargo, dicho culto era ahora una amenaza para la monarquía israelita. Si israel seguía rindiendo culto al dios de Jerusalén, sus ejércitos podrían negarse a atacar a Judá en caso de necesidad por cuestiones religiosas. Jeroboam podría haber reconstruido Siló, pero tal vez consideraba peligroso de todos modos compartir un dios con Judá. En su lugar, fomentó dos centros religiosos, uno al sur, en Betel, a sólo 16 kilómetros de Jerusalén, y otro al norte, en Dan. En ambos colocó la figura de un toro joven, cuyo culto estaba muy arraigado en Efraím, y organizó una clase sacerdotal que cuidara de los rituales. Esto originó una perpetua enemistad entre la realeza y la aún poderosa clase sacerdotal dedicada al culto de Yahveh o, mejor dicho, de Eloím, que era el nombre que los israelitas daban al dios bíblico.

De esta época datan los documentos más antiguos que se conocen sobre la religión judeo-israelita. En ellos podemos apreciar los esfuerzos realizados durante los reinados de David y Salomón por dotar a judíos e israelitas de una tradición común. Supuestamente, las doce tribus de Israel llegaron juntas a Canaán conducidas primero por Moisés y luego por Josué. En realidad Josué debió de ser uno de los jueces o caudillos que tenía cada tribu, pero los mandatos simultáneos de estos caudillos son presentados como sucesivos, de modo que aparentemente las doce tribus estuvieron siempre bajo un mando común incluso antes de la monarquía. El dios de Moisés, identificado con el de Abraham, desempeña un papel central en el destino de Israel: cada vez que los israelitas sufren un revés, ello se interpreta como la represalia divina por una ofensa atribuida al pueblo o a sus dirigentes (normalmente la adoración de otros dioses); cada vez que las cosas van bien ello es signo del favor de Dios hacia algún varón virtuoso. (Entre los casos más forzados está el de una epidemia de peste que hubo durante el reinado de David. Según la Biblia, la causa fue que David ofendió a Dios ordenando hacer un censo de Israel.)

Además de los textos históricos y pseudohistóricos (con la historia de Abraham, Isaac, Jacob-Israel, sus doce hijos, etc.) también encontramos mitos cananeos de origen sumerio adaptados a la visión del mundo judeo-israelita. Hay una vaga historia de la creación del hombre, así como una versión del diluvio universal seguida de extensas genealogías de los patriarcas, que se corresponden con nombres de pueblos y tribus. Por ejemplo, Noé, el superviviente del diluvio según la versión Israelita del mito, tuvo tres hijos: Sem, Cam y Jafet. Del último descendían los pueblos más lejanos, entre ellos los egipcios, de Sem descendían los propios israelitas y pueblos afines, como los hebreos, mientras que Cam era el antecesor de los cananeos y otros pueblos sojuzgados (Canaán era uno de los hijos de Cam). En una primera versión, Cam (o Canaán) castró a su padre mientras éste dormía borracho. La versión final de la biblia suavizó el crimen de Cam reduciéndolo a "ver desnudo a su padre y no cubrirlo". En cualquier caso, Noé maldijo a Cam (y a sus descendientes), condenándolo a ser "esclavo de los esclavos de sus hermanos", lo que justificaba que los israelitas mataran o esclavizaran a los cananeos. Los egipcios habían importado tiempo atrás esclavos negros procedentes del África central. Los israelitas explicaron el color negro de su piel como signo de que eran descendientes del maldito Cam, y así introdujeron en la historia una idea que, aunque no consta explícitamente en la Biblia, sería retomada en muchas ocasiones de la tradición judía por su extremada conveniencia: que los negros están hechos para ser esclavos.

Mientras tanto, en 919 murió el rey de Egipto Sheshonk I y fue sucedido por Osorkon I, que heredó un Egipto relativamente próspero, si bien el nuevo rey no supo o no pudo hacer más que mantenerlo a duras penas.

El rey Roboam de Judá murió en 913 y fue sucedido por su hijo Abiyyam, que murió a los dos años y fue sucedido a su vez por su hijo Asa, en 911. Los judíos recordaban el reinado de David como su época más gloriosa, y nunca cuestionaron el derecho al trono de sus descendientes. No ocurría lo mismo en Israel, cuya mayor debilidad fue en todo momento la falta de una tradición tanto política como religiosa. Por esta época los arameos estaban sólidamente instalados en Siria. El reino de Damasco, bajo el rey Benhadad I, se había extendido en los últimos años hasta convertirse en una nación tan grande como Israel. Sin embargo, también la vecina Asiria estaba resurgiendo. El mismo año que Asa subió al trono de Judá, el rey Adad-Narari II ocupaba el trono de Asiria y empezó a reorganizarla. Pronto empezó a mostrar su poder sobre los principados arameos.

Jeroboam murió en 910 y fue sucedido por su hijo Nadab, pero no logró mantenerse en el trono más de un año. Un general llamado Basa dio un golpe de estado en 909 y ocupó el trono. Para consolidar su cuestionable derecho al trono estimuló la guerra contra Judá. El rey Asa envió presentes al rey sirio rogándole que atacara a Israel. Benhadad I accedió complacido ante esta posibilidad de expansión, y así se formó una alianza gracias a la cual .la débil Judá pudo resistir a Israel.
El rey David.
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STV, creo que te has confundido en una cosilla que has dicho.
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Pericuto escribió:STV, creo que te has confundido en una cosilla que has dicho.

El texto no es mío. Está copiado de una página web. Ya me gustaría tener

esos conocimientos. :-:;Z40
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jeje, era broma.
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JULIO CÉSAR


En 50 la carrera política de Julio César pasaba por un momento crítico. En cuanto terminara su proconsulado en la Galia, sus enemigos en Roma lo tendrían muy fácil para procesarlo por cualquier causa, pues todo gobernador romano podía ser declarado culpable de cualquier crimen cometido durante su mandato con la misma facilidad con la que podía ser declarado inocente si así convenía. La única forma de evitarlo era ser elegido cónsul inmediatamente. Por razones técnicas, el primer consulado al que podía aspirar era al de 48, así que necesitaba prorrogar su proconsulado hasta las elecciones de 49 y arreglárselas para que el Senado le dispensara de presentar personalmente la candidatura. Esta vez, cumplir el trámite no sólo le privaría del triunfo que le correspondía por sus victorias en la Galia, sino que presentarse inerme en Roma podría ser muy peligroso para su vida.

Los últimos años dedicó los beneficios obtenidos en la guerra a ganarse amistades en Roma. Construyó edificios espléndidos, planeó construir un nuevo foro, planeó unos juegos fastuosos en honor de su difunta hija Julia y, en palabras de Cicerón, "en cuanto conocía a alguien valeroso y sin escrúpulos cargado de deudas o arruinado, lo incluía en su círculo de amigos". Entre estos estaban Salustio Crispo, que fue restituido en el Senado por intervención de César, y Cayo Escribonio Curio, que fue elegido tribuno. Por el contrario, en el consulado estaba un firme representante del partido senatorial, llamado Marcelo.

El Senado aprobó que César y Pompeyo debían entregar una legión cada uno para una expedición contra los partos, pero Pompeyo cedió la que unos años antes le había prestado a César, así que fue César quien se vio obligado a prescindir de dos legiones. Sin embargo, Marcelo no las envió a oriente, sino que las dejó en Capua a disposición del Senado. César trasladó algunas de sus legiones a la Galia Cisalpina.

Pompeyo era procónsul en España (aunque se las había arreglado para quedarse en Roma), y también terminaba su mandato. Curio defendió que César y Pompeyo debían disolver sus legiones simultáneamente, ya que sólo así "el Senado y el Pueblo Romano podrían actuar libremente". Sin embargo, no había signos de que Pompeyo fuera a prescindir de sus legiones. Al contrario, cuando Marcelo terminó su consulado encomendó a Pompeyo la protección de Roma y le traspasó las dos legiones que debían haber sido enviadas al este.

Los cónsules del 49 fueron también conservadores, pero en el tribunado estaba Marco Antonio. En la primera reunión del Senado, Curio presentó una carta de César escrita tres días antes y llevada a caballo. En ella César se mostraba dispuesto a renunciar a la Galia Cisalpina, e incluso a la Transalpina si fuera necesario, a cambio de conservar el gobierno de Iliria (asociado al de la Galia Cisalpina) y dos legiones hasta tomar posesión del consulado. Posteriormente rebajó sus condiciones cambiando la toma de posesión por el día de la elección, con lo que dejaba un periodo en el que podía ser vulnerable, pero en el que confiaba en poder defenderse.

Sin embargo, esta rebaja y otros hechos anteriores, como la entrega de las dos legiones, fueron tomados como signos de debilidad, y los conservadores se negaron a negociar. Los tribunos lograron que la carta de César fuera leída en el Senado, pero los cónsules impidieron que se debatiera sobre ella. A lo largo de la sesión se decidió que si César no disolvía inmediatamente sus legiones y entraba en Roma como un ciudadano más, sería declarado proscrito. Cicerón trató de adoptar una posición conciliadora, pero los enemigos de César fueron intransigentes. Tras varios días de negociaciones, el Senado emitió un Senatus Consultum Vltimum por el que se decretaba el estado de excepción y se conferían plenos poderes a Pompeyo.

Entonces Marco Antonio urdió una estratagema. Él y el otro tribuno huyeron hacia el campamento de César en la Galia Cisalpina afirmando que sus vidas corrían peligro. Ahora César podía salir en defensa de los tribunos, sagrados representantes del Pueblo, amenazados por el Senado. No era legal, pero el pueblo lo consideraría justo.

Esa misma noche César cruzó el río Rubicón con una legión, el cual marcaba la frontera de la Galia Cisalpina. Según las decisiones del Senado, este paso lo convertía en un proscrito y se iniciaba así la Segunda Guerra Civil. No es muy creíble, pero se dice que al cruzar el río César pronunció la famosa frase alea iacta est (la suerte está echada). Llegó así a la ciudad de Rímini, donde se encontró con los tribunos huidos y arengó a sus hombres para que los defendieran de las injusticias que se cometían contra ellos.

Pompeyo había asegurado al Senado que, en caso de que César se sublevara, bastaría una palabra suya para poner a toda Italia en pie de guerra, pero, para su sorpresa, se encontró con que César ocupó rápidamente Etruria mientras él se veía obligado a retirarse hacia el sur, y muchos de sus hombres desertaban para unirse a su oponente. Pompeyo tuvo que embarcar hacia Grecia, y con él huyeron la mayor parte de los senadores. A los tres meses de cruzar el Rubicón César dominaba Italia y pronto ocupó también Sicilia, Córcega y Cerdeña, importantes para suministrar alimento a Italia. Curio fue enviado a África.

Cicerón se había quedado en Roma y César trató de ganarlo para su causa, pero no pudieron llegar a ningún acuerdo y finalmente Cicerón decidió reunirse con Pompeyo. Pompeyo estaba en Grecia, pero donde más legiones tenía era en España. César decidió trasladarse a España. Dejó a Marco Antonio en Italia, dispuso dos legiones en Iliria para prevenir un ataque del este y encargó que se reuniera una flota para defender las costas de Italia en su ausencia. Al partir dijo: "voy a combatir a un ejército sin caudillo; a mi regreso lo haré contra un caudillo sin ejército". Eligió la ruta terrestre. En su camino, la ciudad de Massilia le negó la entrada, aduciendo neutralidad, pero luego acogió a oficiales leales a Pompeyo. César dejó un contingente asediando la ciudad y siguió su camino. Su vanguardia ya había llegado a España pero, esperando refuerzos, no se enfrentó abiertamente a las tropas de Pompeyo, sino que inició una guerra de posiciones. Cuando llegó César, tras sufrir algunos percances, logró empujar a sus enemigos a un paraje desértico donde se vieron obligados a rendirse por falta de agua. César fue magnánimo con los vencidos y la mayoría de ellos se unieron a su ejército. El resto de la campaña fue muy fácil, pues la mayor parte del territorio se puso de su parte por propia voluntad. César fue magnánimo con los que se rindieron y muy generoso con quienes le apoyaron. Muchos españoles obtuvieron la ciudadanía romana.

Mientras tanto Massilia capituló. Ahora César controlaba toda la parte occidental de las posesiones romanas, al menos en Europa, pues en África las cosas no le iban bien: el rey Juba I de Numidia estaba obteniendo victorias en favor de Pompeyo.

Como preparación de su campaña en el este para el año siguiente, César liberó a Aristóbulo II, el rey de Judea depuesto por Pompeyo, junto a su hijo mayor, Alejandro, y los envió a Judea. Si conseguían suficientes seguidores como para que Aristóbulo II recuperara su trono, ciertamente Judea pasaría a ser partidaria de César. No obstante, Pompeyo logró que ambos fueran asesinados.

Ese año murió el emperador chino Xuandi. Éste había sabido tomar las riendas del poder en detrimento de la corte, pero su sucesor, Yuandi, se desinteresó de la política y las intrigas palaciegas volvieron a estar a la orden del día. Una de las cuestiones que se planteaban entonces era la conveniencia de trasladar la capital a Luoyang, más al este, como una forma de atenuar el desgaste político que había sufrido la dinastía Han en las últimas décadas.

En 48 César se hizo elegir Cónsul por los restos del Senado que quedaban en Roma. Luego embarcó con sus tropas hacia Iliria acompañado de Marco Antonio y puso sitio a Dirraquio. Al parecer, César ignoraba que Pompeyo había pasado el año alistando legiones y construyendo una flota, de modo que no era el "caudillo sin ejército" que esperaba encontrar. La flota de Pompeyo apareció de improviso y César comprendió que debía huir. Se adentró en Grecia. Probablemente, Pompeyo hubiera hecho bien en aprovechar la ocasión pasando a Italia, pero estaba ansioso de enfrentarse a César y demostrar al mundo que él era el mejor de los dos. Dejó a Catón en Dirraquio con parte del ejército y se lanzó a la persecución de César. Lo alcanzó en Farsalia, una ciudad de Tesalia. Allí tuvo lugar la batalla que tanto había anhelado.

El ejército de Pompeyo doblaba al de César en número de soldados. El ataque lo inició la caballería, que trató de rodear al ejército de César y causar estragos en su retaguarda. Pero César sabía que los jinetes eran jóvenes aristócratas romanos, así que había dispuesto a algunos hombres para hacerles frente con la orden de no arrojar sus lanzas, sino de usarlas únicamente contra los rostros de los jinetes. César previó que los presumidos aristócratas antes caerían del caballo que correrían el riesgo de que sus caras fueran marcadas, y así fue, la caballería fue neutralizada. La infantería de César desorganizó el ejército de Pompeyo. Éste podía haberse reorganizado (César estaba acostumbrado a recuperarse de situaciones similares), pero Pompeyo huyó, el ejército se derrumbó y César obtuvo una victoria definitiva.

Tras la victoria de Farsalia, Grecia y las provincias de Asia Menor comprendieron que, en realidad, siempre habían estado de parte de César. Algunos de los generales de Pompeyo se pusieron también de su lado. Entre ellos Junio Bruto, que tras la batalla fue a buscarlo y obtuvo inmediatamente su perdón. César le asignó un cargo relevante.

Pompeyo tuvo que huir a Egipto. Allí podría reclutar un nuevo ejército con el que volver a enfrentarse a César. Él era el tutor del joven rey Ptolomeo XIII, había sido él quien puso en el trono a su padre y, por consiguiente, era rey gracias a él. No cabía duda de que le debía favores. Cuando llegó, encontró al país en un momento crítico. En la práctica, Egipto estaba siendo gobernado por varios cortesanos: principalmente el eunuco Potino, el preceptor del rey Teódoto y el estratega Aquilas. El más influyente era Potino. Cleopatra, la hermana del rey pronto tuvo desavenencias con todos ellos, así que unos meses antes había abandonado Alejandría y ahora volvía con un ejército dispuesta a hacerse con el trono.

En estas circunstancias, la llegada de Pompeyo era todo un problema para la corte. Si recibían al general, César podía ponerse de parte de Cleopatra, y si le negaban el asilo, sería Pompeyo quien la apoyara. Potino encontró una solución al dilema: envió una barca a la galera de Pompeyo con emisarios que dieron grandes muestras de alegría y le rogaron que desembarcara para que el pueblo pudiera aclamarlo como se merecía. Pompeyo desembarcó y, apenas hubo puesto el pie en tierra, ante la vista de su mujer y su hijo, que lo contemplaban desde el barco, fue apuñalado. El plan era brillante: Pompeyo estaba muerto y no podría ayudar a Cleopatra, y César estaría agradecido a Ptolomeo XIII por haberle librado de su enemigo, así que tampoco apoyaría a Cleopatra.

Tras la batalla de Farsalia, los conservadores propusieron a Cicerón dirigir la "república en el exilio", pero éste se negó y volvió a Roma. Catón tomó las tropas que Pompeyo había dejado en Dirraquio y las trasladó a África, para unirlas con las del rey Juba I. Por su parte, César hizo algunos arreglos en oriente, entre los cuales estuvo la ratificación de Antípatro al frente de Judea, el cual nombró a su vez a su hijo mayor, Fasael, gobernador de Jerusalén y a su hijo Herodes gobernador de Galilea. Luego, envió a Marco Antonio a Roma y, sin conocer la muerte de Pompeyo, llegó a Egipto con cuatro mil hombres dispuesto a tomarlo prisionero. Potino le llevó su cabeza y le pidió ayuda contra Cleopatra. Ésta envió una embajada pidiendo audiencia a César, al tiempo que le llevaba unos regalos. Probablemente Potino habría evitado de un modo u otro que la entrevista se realizara, pero no había motivo para privar a César de sus regalos. Entre ellos resultó estar una alfombra dentro de la cual resultó estar la propia Cleopatra, que se presentó así en los aposentos de César.

Cleopatra no tuvo dificultades en convencer a César de que su aspiración al trono de Egipto era legítima. Las razones principales que aportó se las había dado a ella la Naturaleza, y Potino carecía de argumentos similares con los que rebatirlas. César ordenó que se respetara la voluntad de Ptolomeo XII: Cleopatra y su hermano habían de gobernar conjuntamente. Esto no satisfizo a Potino, que comprendió que Cleopatra, con el apoyo de César, no tardaría en deshacerse de él y de todos sus adversarios. Su respuesta fue ordenar a Aquilas que atacara a César. Los romanos tuvieron que defenderse por las calles de Alejandría, y con dificultad llegaron al puerto, donde César hizo incendiar todos los barcos egipcios para que no pudieran impedir la llegada de refuerzos. El fuego se propagó hasta la Biblioteca, y muchos libros ardieron. Finalmente, César pudo atrincherarse en el Faro y Potino fue tomado como rehén. La situación parecía controlada y César se dispuso a esperar refuerzos. Sin embargo, Potino logró comunicarse con Aquilas desde su prisión y organizó varios intentos de envenenar a César, por lo que éste terminó ejecutándolo. La medida generó más revueltas, y aún se produjeron más cuando Arsínoe, hermana de Cleopatra, abandonó el palacio real junto con su chambelán, el eunuco Ganimedes. Luego se produjeron disensiones entre los egipcios y Ganimedes reemplazó a Aquilas al mando del ejército.

Cuando llegaron unos primeros refuerzos, César se dispuso a conquistar toda la isla de Faros. Se produjeron enfrentamientos y, en un momento dado, César tuvo que tirarse al agua, donde dejó su capa roja para distraer a los arqueros y pudo salvarse a nado. Al día siguiente los alejandríanos mostraban la capa como trofeo y se extendió el rumor de que César había muerto. El rumor llegó a Roma, donde se produjeron alteraciones del orden que Marco Antonio sólo supo refrenar matando a algunos senadores.

Finalmente llegaron refuerzos numerosos desde Pérgamo. Entre ellos había un destacamento de judíos capitaneado por el propio Antípatro, lo que hizo que la comunidad judía de Alejandría se pusiera de parte de César. Ahora César pudo ocupar el Delta y marchó sobre Alejandría. Se produjo una batalla junto al Nilo en la que César salió victorioso. Ptolomeo XIII trató de huir en una barcaza demasiado cargada que terminó zozobrando y pereció ahogado.

Ahora Cleopatra quedó confirmada como reina de Egipto, pero tenía que haber un rey, y afortunadamente le quedaba otro hermano de diez años, que pasó a ser Ptolomeo XIV. Su hermana Arsínoe fue desterrada a Roma. Se cuenta que Cleopatra llevó a César río arriba en un fastuoso barco para enseñarle las maravillas del país. El caso fue que César permaneció en Egipto unos nueve meses, el tiempo suficiente para que, unos meses después de su partida, Cleopatra diera a luz a Ptolomeo César, más conocido por Cesarión (pequeño césar).

Durante su estancia en Egipto, César se sorprendió de la simplicidad de su calendario: el año estaba dividido en doce meses de 30 días, y al final se añadían otros cinco para que el año tuviera en total 365 días. El calendario romano, en cambio, era mucho más complicado. Tenía también doce meses, unos de 29 días y otros de 31, excepto el último, febrero, que tenía 27. El número total de días era de 354 y, para adecuarlo a las estaciones, el Pontifex Maximus añadía 22 días cada dos años, que se agrupaban con los cinco últimos días de febrero para formar un mes adicional de 27 días al final del año, llamado mercedario (dejando a febrero con sólo 22 días). César estaba familiarizado con esto porque había sido Pontifex Maximus, y sabía que el sistema debía de tener algún fallo, porque lo cierto era que, según la tradición, la primavera empezaba en marzo, pero en la práctica había que esperar lo menos hasta mayo para gozar del tiempo primaveral.

César trató el asunto con el astrónomo Sosígenes, que le explicó que la causa de ese fenómeno (aparte de que los pontífices habían alargado o acortado años más de una vez por cuestiones políticas) se debía a que el ciclo estacional no tenía 365 días, sino 365 días y un cuarto. Por ello era necesario insertar un día más cada cuatro años. Esa pérdida acumulada durante siglos era suficiente para trasladar las estaciones de sus fechas tradicionales. Por cierto que, aunque los sabios alejandrinos eran conscientes del problema, nunca consiguieron que los testarudos egipcios aceptaran incorporar esta corrección a su calendario. En cambio, César encargó a Sosígenes que diseñara un calendario que tuviera esto en cuenta, que participara de la sencillez del calendario egipcio (es decir, que no requiriera añadir meses adicionales y mucho menos al gusto de los sacerdotes), pero que respetara en lo posible las tradiciones romanas al respecto. De este modo, César volvió a Roma con un proyecto de reforma del calendario bajo el brazo que no tardaría en llevar a la práctica.

Pero César no fue directamente a Roma. Durante su estancia en Egipto César había descuidado la guerra que tenía pendiente. Catón dominaba la provincia de África y contaba con el apoyo de Juba I de Numidia y Bocco II de Mauritania. La situación de España era inestable, porque los gobernantes partidarios de César no estaban realizando una buena gestión y ello dio alas a los partidarios de Pompeyo. Al mismo tiempo Farnaces, el hijo de Mitrídates VI del Ponto al que Pompeyo había dejado como rey del Bósforo Cimerio, aprovechó la guerra civil para invadir el Ponto y tratar de recuperar así el reino de su padre.

En 47 César marchó al Ponto, allí fue a su encuentro Casio Longino, que había luchado junto a Pompeyo en Farsalia. César lo perdonó y le permitió seguir prestando servicios bajo su mando. Encontró a Farnaces en Zala, justo en la frontera occidental del reino. Apenas hubo batalla. Los hombres de Farnaces se dispersaron apenas César lanzó su ataque. Durante todo este tiempo, César mantenía contacto epistolar con Roma. Su informe sobre este suceso se redujo a su famoso Veni, uidi, uici (llegué, vi, vencí). Poco después desembarcó en Tarento, donde Cicerón fue a recibirle esperando su perdón. No tuvo necesidad de pedirlo. César lo saludó efusivamente y conversó con él en un largo paseo. Desde entonces, César nunca dejó de tratar a Cicerón con respeto. En general, ésta fue la política de César: en lugar de organizar una matanza como había hecho Sila, César perdonó a todos sus enemigos excepto a aquellos que ya había perdonado una vez y se habían vuelto a poner en su contra.

En Roma tuvo que tomar muchas decisiones, pues Marco Antonio había demorado todas las cuestiones relevantes hasta su regreso. En su ausencia se habían sugerido medidas económicas, como abolir las deudas y bajar el precio de los arrendamientos. César se negó a lo primero para evitar que le acusaran de que lo hacía en su propio beneficio y, en cuanto a lo segundo, hizo lo que pudo, aunque no era fácil de controlar.

En 46 fueron elegidos cónsules César y Marco Emilio Lépido. Bruto fue designado propretor de la Galia Cisalpina. César aprovechó el consulado para realizar la reforma del calendario propuesta por Sosígenes. A partir de entonces el año tendría 365 días repartidos en 12 meses, cada uno con el mismo número de días que tiene en la actualidad. Cada cuatro años se añadiría un día más para ajustar más exactamente el ciclo estacional. Técnicamente no era un día añadido, sino duplicado: todos los años tenían 365 días, pero uno de cada cuatro tenía uno duplicado. Este día era el 23 de febrero, que es donde en el calendario anterior se insertaba el mes mercedario cada dos años. Los romanos no numeraban los días del mes consecutivamente, sino que había tres fechas distinguidas: las Calendas, los Idus y las Nonas, y cada día se contaba a partir de los que faltaban para la más próxima de estas fechas hacia delante. Así, las calendas eran el primero de mes, y el 23 de febrero era el día sexto antes de las calendas de marzo. Cada cuatro años, después de este día venía el día sexto duplicado antes de las calendas de marzo. En latín, "sexto duplicado" era bis sextus, por lo que los años con día bis sextus pasaron a llamarse bisiestos.

Para compensar el desplazamiento de las estaciones debido a la acumulación de errores del sistema precedente, César decretó que ese año tuviera excepcionalmente 80 días adicionales, distribuidos en un mes mercedario usual y el resto entre noviembre y diciembre. Por razones obvias ese año pasó a ser conocido como el año de la confusión.

Para mayor confusión, para contar el tiempo transcurrido entre dos fechas, los romanos tenían el vicio de contar desde el primer día considerado hasta el último (y así consideraban que de lunes a lunes había ocho días, igual que nosotros aún decimos que dos semanas son una quincena y no una "catorcena"). El decreto de César fue mal interpretado, y se entendió que cada cuatro años significaba bisiesto, no bisiesto, no bisiesto, bisiesto, y hasta que se descubrió el error se intercalaron años bisiestos cada tres años en lugar de cada cuatro.

Otro punto conflictivo fue fijar el inicio del año. La tradición original era que el año empezaba el solsticio de primavera, esto es, el 21 de marzo, pero pronto hubo quien consideró más natural empezar el 1 de marzo, pero luego hubo quienes pensaron que el mes de enero (ianuarius) estaba dedicado al dios Jano, relacionado con los principios y finales de las cosas, luego el año debía empezar el 1 de enero (además era la fecha en que los magistrados ocupaban sus cargos). En la práctica, cada cual tenía su criterio. El decreto de César establecía que el año empezaba el 1 de enero, pero en este punto cada cual mantuvo su propia costumbre.

En lo que sí hubo acuerdo fue en que el mes de nacimiento de César dejara de llamarse quintilis y pasara a llamarse mes de Julio. (Otra versión dice que esto fue una propuesta de Marco Antonio tras la muerte de César.) El nuevo calendario se conoce desde entonces como Calendario Juliano.

Mientras tanto Catón, Escipión (el suegro de Pompeyo que llegó de España) y Juba I habían reunido el equivalente a 10 legiones en Útica, en la provincia de África. El hijo de Escipión aportó una flota y así formaron un respetable ejército con el que oponerse a César. Si hubieran invadido Italia mientras César estaba en Egipto o en El Ponto, tal vez hubieran tenido una oportunidad, pero perdieron mucho tiempo con disensiones entre ellos, pues todos menos Catón estaban más interesados en su éxito personal que en el de la postura política que defendían. Ahora César estaba en condiciones de enfrentarse a ellos. Sin embargo, antes tuvo que hacer frente a un último imprevisto.

La magnanimidad de César provocó el descontento entre los soldados, que esperaban enriquecerse con las propiedades de sus enemigos. Además, su larga ausencia había relajado la disciplina. Los soldados recibían a pedradas a los emisarios de los generales y llegaron a asesinar a algunos senadores. Ahora una legión avanzó sobre Roma para presentar sus exigencias personalmente a César. Éste se dirigió sólo hacia ellos saliéndoles al paso, sin más protección que su espada en el cinto. Ante su presencia, los soldados enmudecieron. Él les preguntó qué querían, y ellos respondieron que el licenciamiento (y, se sobrentendía, la generosa recompensa que César concedía a sus hombres cuando los licenciaba). La despectiva respuesta de César empezó con el tratamiento quirites (ciudadanos), en lugar del habitual commilitones (camaradas), dando a entender así que los daba por licenciados. Es indicativo de lo bajo que había caído la ciudad de Roma que César pudiera herir el orgullo de sus hombres llamándolos ciudadanos, cosa que en otro tiempo hubiera producido el efecto contrario. A continuación les aseguró que tendrían cuanto se les había prometido, pero después de la expedición que preparaba y tras haber celebrado el triunfo ante todas sus tropas (entre las que, se entendía, ya no estaban ellos). Los soldados le suplicaron que les dejara participar en la expedición, y renunciaron voluntariamente, como castigo por su insubordinación, a la décima parte del botín que les correspondiera. César los perdonó a todos, pero separó a los cabecillas y los destinó a tareas burocráticas.

Cuentan que cuando César desembarcó en África tropezó y se cayó, lo que fácilmente podía haber sido interpretado como un mal augurio, pero él reaccionó a tiempo, cogió un puñado de tierra y dijo "¡África, ya eres mía!" César se encontró con las tropas capitaneadas por Escipión cerca de la ciudad de Tapso. En su avance, César llevó a sus enemigos a un terreno donde no pudieron desplegar adecuadamente sus fuerzas. Los elefantes de Juba I tuvieron que disponerse en el frente, en lugar de en las alas. César logró ahuyentarlos, de modo que penetraron en sus propias lineas y asolaron su propio campamento. Los soldados de César obligaron a su trompeta a dar la señal de avance, y avanzaron cuando César consideraba más prudente esperar un momento más propicio. Penetraron por la brecha abierta por los elefantes e hicieron una carnicería.

Desde Tapso, César se dirigió a Útica, donde estaba Catón. Cuando se conoció la derrota, Catón, Juba I y otros miembros del partido senatorial optaron por suicidarse, otros huyeros a España y otros fueron hechos prisioneros y ejecutados. Una parte de Numidia se convirtió en la provincia de Africa Nova, mientras que otra parte engrosó el reino de Mauritania, pues el rey Boco I se decantó por César en el último momento, y César le disculpó haber apoyado a sus enemigos. Como gobernador de Numidia, César designo a Salustio Crispo, que se enriqueció escandalosamente a costa de sus provincianos, si bien nunca fue llevado a juicio.

Ahora sólo España ofrecía resistencia. No obstante, César lo dejó correr temporalmente y volvió a Roma, donde celebró cuatro triunfos en cuatro días consecutivos, por sus victorias en la Galia, en Egipto, en El Ponto y en África. Entre las muestras de sus conquistas estaba el galo Vercingétorix, que seguía prisionero y, tras ser exhibido en el triunfo, fue ejecutado.

César fue nombrado dictador por un periodo de 10 años. Cicerón defendió a varios partidarios de Pompeyo, apelando continuamente a la clemencia de César. No obstante, Cicerón había prácticamente abandonado la actividad política y se había retirado a su villa de Túsculo, donde se dedicaba a escribir estudios. Ese año publicó sus tratados de retórica Orator y Bruto.

César no tardó en ocuparse personalmente de España, donde la resistencia estaba encabezada por los hijos de Pompeyo, Cneo y Sexto, junto con otros generales leales. Dejó Roma a cargo de Lépido y se dirigió a España a marchas forzadas. Tras unos enfrentamientos menores, la batalla decisiva tuvo lugar en 45 cerca de la ciudad de Munda (la actual Montilla, al sur de Córdoba). César dio la orden de ataque a pesar de que para ello sus hombres tenían que avanzar colina arriba. Se entabló un combate encarnizado en el que los pompeyanos resistieron bien porque, entre otras cosas, conocían mejor el terreno. Por un momento parecía que César, como Aníbal, iba a perder su última batalla, pero, a sus cincuenta y cinco años, bajó de su caballo y quitándose el casco para que se le reconociera fácilmente se situó en primera línea, con lo que sus hombres cobraron nuevo ánimo. Cuando César advirtió un movimiento de tropas enemigas gritó ¡ya huyen!, lo que confundió a los enemigos y acrecentó aún más a los suyos. Después de luchar durante todo el día, César obtuvo una victoria completa. La mayoría de los líderes pompeyanos murieron, entre ellos Cneo Pompeyo, al que alguien le cortó la cabeza y se la llevó a César, que la expuso en público. En cambio, Sexto Pompeyo permaneció oculto y empezó a ganar poder discretamente cuando César dejó España.

El resto de España no tardó en rendirse. César pasó un tiempo reorganizando el territorio con el acostumbrado sistema de impuestos en función del grado de colaboración o resistencia mostrada por cada ciudad. Luego volvió a Roma y celebró un triunfo más. Hispania y la Galia fueron repobladas con numerosos veteranos de las legiones de César, lo que aceleró el proceso de romanización.
Cicerón recibió un duro golpe con la muerte de su hija Tulia. Continuó absorbido por su producción literaria (De amicitia, De senectute, etc.), en la que incorporó elementos de la filosofía griega.
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AMÍLCAR BARCA


En 250, el reino de Qin continuaba el proceso de expansión iniciado años atrás que le había llevado a apoderarse de media China y a derrocar a la monarquía Cheu. Por estas fechas se anexionó el pequeño territorio dominado por los Cheu, con lo que la dinastía fue definitivamente destruida. El rey nombró canciller a un magnate comercial llamado Lu Buwei. Poco después murió el monarca y Lu asumió la regencia del sucesor Cheng, menor de edad.

En la India tuvo lugar el Tercer Concilio Budista, en Pataliputra, por iniciativa del rey Asoka. Parece ser que Asoka se convirtió al budismo. En cualquier caso, durante su reinado el budismo se expandió más allá de las fronteras de la India. Según la tradición, Asoka envió misioneros a Bactriana (en el Imperio Seléucida), a Birmania y Ceilán. No obstante a esto, los Maurya potenciaron igualmente las otras dos religiones indias: el jainismo y el hinduismo. Los fundamentos del hinduismo están recogidos en los veda, antiquísimos textos transmitidos oralmente, considerados como una revelación. A ellos se añadieron los textos correspondientes a la tradición, interpretación humana de la doctrina revelada. Estos textos fueron adquiriendo su forma definitiva en un largo periodo que se inicia con el reinado de los Maurya.

El brahmanismo había generado nuevas variantes. Su versión más popular reconocía una tercera vía para la liberación del alma: la vía de la devoción, consistente en la devoción incondicional hacia alguna de las antiguas divinidades brahmánicas. Los dioses que contaron con mayor número de adoradores fueron Visnú y Siva. El budismo, por su parte, empezó a escindirse en dos sectas principales. Una era conocida como el Gran Vehículo, porque consideraba que el budismo podía llevar a la salvación a toda la humanidad, y consideraba a Buda como una divinidad encarnada. Frente a ella estaba el Pequeño Vehículo, más fiel a las enseñanzas originales de Buda, que reconocía a su doctrina como incompleta y según la cual la salvación requería una vida monástica.

Ceilán era a la sazón un reino con capital en Anuradhapura, y ese mismo año se había convertido en rey Tissa, el introductor del budismo. Algo después de que los cingaleses llegaran a la isla les siguieron los Tamiles, y actualmente ambos rivalizaban por la hegemonía.

El Imperio Seléucida se desmembraba sin que su rey Antíoco II pudiera hacer nada para evitarlo: Diódoto, el gobernador de Bactriana, declaró su independencia y lo mismo sucedió en Partia, donde un caudillo de una tribu nómada, llamado Arsaces, afirmó también su independencia. Dijo ser descendiente de Artajerjes II, lo cual era falso sin duda, pero le dio popularidad entre sus súbditos. De este modo se desgajaron del Imperio dos extensas regiones, que se sumaban a las que ya se habían segregado los años anteriores. Por el contrario, las relaciones de Antíoco II con Egipto habían mejorado, hasta el punto de que repudió a su esposa Laódice para casarse con Berenice, hermana de Ptolomeo III. Ese año murió Nicomedes I de Bitinia y fue sucedido por Ziaelas. El trono del Ponto fue ocupado por Mitrídates II, que tuvo que hacer frente a los gálatas (los galos que se habían asentado en Asia Menor).

Por esta época destacaba en Alejandría el matemático Apolonio, de Perga, una ciudad costera de Asia Menor. Destacan sus estudios sobre las secciones cónicas. También estaba Ctesibio, que usó agua y chorros de aire para mover máquinas. Construyó un reloj de agua en el que un chorro iba levantando un flotador cuya altura marcaba la hora. Pero la figura más notable de la época era a la sazón el director de la Biblioteca: Eratóstenes, de Cirene, quien calculó nada menos que el radio de la Tierra. En efecto, le llegó la noticia de que en Siena, una ciudad cercana, más al sur, el día del solsticio de verano (el 21 de junio) el Sol se hallaba a medio día justo en el zénit (las columnas no producían sombra alguna). Esto se debía a que la ciudad estaba justo sobre el trópico de Cáncer. Por otra parte, observó que ese día en Alejandría no ocurría lo mismo, sino que los palos producían una pequeña sombra. Entendió que esto sólo podía deberse a la curvatura de la Tierra, de modo que mandó medir la distancia entre las dos ciudades y, junto con la medida de un palo y la de su sombra, calculó que la Tierra es una esfera de 40.000 kilómetros de circunferencia, una cifra casi exacta.

Había otro genio griego, amigo de Eratóstenes, pero no vivía en Alejandría, sino en su ciudad natal, Siracusa. Era pariente del rey Hierón II. Se llamaba Arquímedes, realizó importantes descubrimientos matemáticos, sobre el cálculo de áreas y volúmenes, obtuvo una aproximación del número pi con 10 decimales exactos, pero sus avances en física tuvieron mucha más fama. Descubrió la sencilla fórmula matemática que regula la palanca y comprendió que no había ningún límite teórico a su posibilidad de multiplicar las fuerzas, lo que le llevó a exclamar "dadme un punto de apoyo y moveré el mundo". Se cuenta que Hierón II le retó a mover algo grande. Arquímedes eligió un barco situado en el muelle y lo llenó de carga y pasajeros. Construyó un complicado sistema de poleas y con él sacó el barco del agua sin ayuda de nadie.

Más famosa es la historia de la corona. Se cuenta que Hierón II encargó a Arquímedes que descubriera si una corona de oro que había encargado a un joyero era auténtica o si el joyero había empleado otros metales para abaratarla. Para ello Arquímedes necesitaba conocer el peso y el volumen. Lo primero era fácil, lo segundo no (el rey no estaba dispuesto a fundir su corona). Un día Arquímedes observó cómo el agua se desbordaba de su bañera al introducirse él, y comprendió que el agua desplazada debía tener el mismo volumen que la parte sumergida de su cuerpo, así que podía determinar el volumen de la corona metiéndola en un recipiente con agua hasta el borde y recogiendo el agua desbordada. Se cuenta que salió del baño gritando ¡Eureka! (lo encontré) y, en su euforia por contarle su idea al rey, se olvidó de vestirse.

Mientras tanto, Roma y Cartago seguían en guerra. En 249 Roma dispuso de una nueva flota y la envió contra Lilibeo bajo el mando de Publio Claudio Pulcro (el hermoso), hijo menor de Claudio el Ciego y hermano de Apio Claudio Caudex. En lugar de mantener el asedio a Lilibeo, Claudio decidió atacar a la flota Cartaginesa, que estaba en Drepanum, algo más al norte. Como era habitual en la época, en las naves iban sacerdotes encargados de dictaminar si los augurios eran buenos, para lo cual se basaban en el comportamiento de unos pollos. Los pollos no querían comer, lo cual era muy mala señal, pero Claudio demostró su opinión acerca de tales sandeces arrojando los pollos al mar. "Si no quieren comer, que beban", dijo. Pero si él no era supersticioso, sus hombres sí que lo era, así que su sacrilegio debió de causar no poca inquietud. El caso es que los cartagineses vieron venir a la flota romana, cuando Claudio confiaba en un ataque por sorpresa. Su flota fue destruida y a él se le impuso una pesada multa por traición. Poco después se suicidó.

Finalmente, los cartagineses encontraron a un excelente general. Se llamaba Amílcar Barca y, con tan sólo 22 años, fue puesto al mando de los ejércitos sicilianos en 248. Trató de llevar la guerra a Italia, y durante dos años dirigió ataques contra las costas de la península. En 246 tomó Panormo (Palermo) por sorpresa y continuó haciendo incursiones por Sicilia. Lilibeo resistía mejor que nunca.

Ese mismo año murio el rey parto Arsaces I, y fue sucedido por su hermano Tirídates, que estableció su capital en Dara y luego en Hecatómpilos. Bajo su reinado Partia extendió sus fronteras. También murió Ptolomeo II, y fue sucedido por su hijo Ptolomeo III. Poco después murió Antíoco II. Su primera esposa, Laódice, se las arregló para envenenar a su exmarido, asesinar después a Berenice junto al hijo de ésta, y poner en el trono a su propio hijo, que pasó a ser Seleuco II. Inmediatamente Ptolomeo III inició la Tercera Guerra Siriapara vengar a su hermana, y llegó a conquistar Mesopotamia. Se cuenta que la esposa de Ptolomeo III, una princesa cirenaica llamada también Berenice, decidió cortarse el pelo y depositarlo en un templo de Afrodita como ofrenda para que los dioses protegieran a su marido. Un día, la cabellera desapareció y, para consolar a la reina (o tal vez para evitar que rodaran cabezas cuando volviera Ptolomeo III), un astrónomo griego le explicó que la cabellera no había sido robada sacrílegamente, sino que los dioses habían aceptado la ofrenda y la habían depositado en el cielo y, en efecto, le señaló una constelación "nueva" que desde entonces es conocida como la Cabellera de Berenice (Coma Berenices, en la nomenclatura latina posterior).

En 245 subió al trono de Esparta un rey revolucionario. Se llamaba Agis IV. Trató de imponer un nuevo orden y sugirió que la tierra fuera redistribuida entre 4500 ciudadanos, entre los cuales incluía a los periecos (pero no a los ilotas). Sin embargo, una buena parte de Esparta no aceptaba estas ideas, y logró el apoyo del otro rey, Leónidas II.

En 242 Arato había logrado unir a casi todo el Peloponeso en la Liga Aquea. Faltaba Esparta, con la que no se podía contar, y Corinto. Con unos pocos soldados, realizó una hábil incursión con la que logró tomar el Acrocorinto (la fortaleza de la ciudad), expulsó a la guarnición macedónica y logró la adhesión de los corintios a la Liga. Este año murió Alejandro II de Épiro. Estaba casado con su hermana Olimpia, que continuó como regente del reino. Por esta época, un ilirio llamado Agrón, que era jefe de un grupo de bandidos se proclamó rey de Iliria, independizándo así su territorio de Macedonia.

Mientras tanto Roma había construido una nueva flota, con la que derrotó a la flota cartaginesa y privó de suministros a Amílcar, que no tardó en comprender que no estaba en condiciones de seguir luchando. En 241 Amílcar firmó la paz, con lo que puso fin a la Primera Guerra Púnica. Cartago se vio obligada por primera vez a abandonar completamente Sicilia, que pasó a manos de Roma, salvo Siracusa, que siguió gobernada por Hierón II, aliado de Roma. Además Cartago tuvo que pagar una pesada indemnización.

Roma se encontró así en una situación nueva. Hasta entonces, los territorios conquistados estaban habitados mayoritariamente por pueblos italianos (con unos pocos griegos) con una cultura y una lengua afines. Roma no tuvo excesiva dificultad en vender la idea de una "confederación italiana", aunque ella era la única con poder decisorio en última instancia. En cambio, en Sicilia había una mezcla de griegos, cartagineses y tribus nativas, que poco tenían que ver con la cultura italiana. Por ello un nuevo sistema de gobierno fue inaugurado. El territorio fue considerado como un botín de guerra, encomendado a un nuevo funcionario encargado de las "tareas de gestión de la victoria" (en latín, provincia). Con el tiempo, la palabra "provincia" fue aplicada al territorio mismo. El funcionario fue llamado pretor, (algo así como presidente, el nombre que antiguamente se había dado a los cónsules).

Ptolomeo III regresó de Babilonia. Comprendió que no estaba en condiciones de afirmar sus conquistas, así que decidió abandonar Mesopotamia y conservó únicamente las posiciones de Siria y Canaán que juzgó le podían ser útiles. A su paso por Jerusalén hizo una ofrenda en el templo siguiendo los ritos judíos. Los Ptolomeos siempre tuvieron muy clara la importancia de contentar a todos sus súbditos en cuestiones religiosas. El rey se llevó a Egipto algunas estatuas y objetos religiosos que Cambises había tomado siglos antes, por lo que los agradecidos egipcios le concedieron el sobrenombre de Ptolomeo Evergetes (el benefactor). Ptolomeo III usó su potencial bélico también en Nubia, donde hacía siglos que no se conocía el dominio egipcio. Durante su reinado, la Biblioteca de Alejandría llegó a albergar 400.000 volúmenes. El rey ordenó que todos los viajeros que llegaran a la ciudad prestasen sus libros para ser copiados.

Seleuco II tenía un hermano, Antíoco, que aprovechó los disturbios causados por Ptolomeo III para apoderarse de Asia Menor. Muchas ciudades griegas de la zona lograron igualmente la independencia. Los dos hermanos se encontraron en Ancira. Antíoco se había aliado con Mitrídades II, el rey del Ponto y entre ambos derrotaron a Seleuco II. Luego Mitrídates II se casó con la hermana de Antíoco, que le dio como dote Capadocia, de modo que Mitrídates II vio multiplicada la superficie de su reino. Entre tanto murió Eumenes I de Pérgamo, y fue sucedido por Atalo I. Al mismo tiempo, el rey espartano Leónidas II logró llevar a juicio a Agis IV, que terminó siendo ejecutado. También murió este año el rey de Macedonia Antígono I Gonatas. Fue sucedido por su hijo Demetrio II, que se casó con Olimpia, la hermana y viuda de Alejandro II de Épiro, de modo que Épiro fue anexionado a Macedonia. El nuevo rey tuvo que enfrentarse a la Liga Etolia y se alió con el rey Agrón de Iliria.

La derrota de Cartago frente a Roma le había ocasionado serios problemas con sus soldados mercenarios, a los que no podía pagar. Una parte de ellos estaba en África, y en 240 ocuparon las ciudades de Útica e Hipona, devastaron los campos y llegaron a asediar la misma Cartago. Amílcar reunió a todos los hombres leales que pudo hallar y se dispuso a hacerles frente. El norte de África, desde el actual Marruecos hasta Libia, estaba poblado por tribus nómadas llamadas Bereberes. Había muy poca cohesión y abundantes disputas entre ellas, pero se unían rápidamente ante cualquier amenaza exterior. Las tribus bereberes que poblaban el oeste de cartago eran los Númidas, que formaban dos tribus, los Masilios y los Masesilios. Eran excelentes jinetes, y Amílcar logró que muchos de ellos entraran en sus filas. Al mismo tiempo, otro grupo de mercenarios se rebeló en Cerdeña. Éstos observaron con preocupación cómo Amílcar iba reduciendo poco a poco a los rebeldes de África, y comprendieron que en cuanto la situación allí estuviera dominada, Ámilcar pasaría a Cerdeña. Por ello en 239 solicitaron la protección de Roma. Una vez más, Roma aceptó la petición de ayuda y envió tropas a Cerdeña. Cartago protestó con todo derecho, pues esto era una violación del tratado de paz, pero Roma declaró la guerra a Cartago y exigió como condición para anularla que Cartago cediera no sólo Cerdeña, sino también Córcega. Los cartagineses indignados no tuvieron más remedio que aceptar este abuso, y Roma se apropio de las islas, si bien tuvo que iniciar una larga campaña de luchas contra las tribus locales.

En 238 cumplió 21 años el rey Cheng de Qin, que relevó de la regencia al canciller Lu, que permanece como consejero, pero en 237 es sucedido por Li Si, que iba a diseñar la política china de las próximas décadas.

Ese mismo año Amílcar logró derrotar definitivamente a los mercenarios que amenazaban Cartago. A partir de entonces pudo planear la reconstrucción de su país. Roma había expulsado a Cartado de Sicilia y después le había arrebatado Córcega y Cerdeña. Con esto, Cartago había perdido toda influencia sobre el Mediterráneo y el comercio, la base de su prosperidad, se veía amenazado de muerte. Esto produjo un enfrentamiento entre los gobernantes de Cartago y Amílcar. La oligarquía que gobernaba Cartago vivía del comercio, por lo que era partidaria de evitar en el futuro cualquier confrontación con Roma y tratar de recuperarse cuanto antes de los estragos de la guerra. En cambio, Amílcar odiaba a Roma con todo su ser, pues si bien había vencido a Cartago honorablemente, luego la había extorsionado rompiendo todos los acuerdos en su beneficio. Ambas partes llegaron a un acuerdo. Amílcar persuadió al senado cartaginés para que le pusiera al frente de una expedición a España. Allí Cartago tenía unas pocas colonias, pero Amílcar planeaba extender la influencia cartaginesa sobre toda la costa y también en el interior. Su idea era reclutar y entrenar allí un ejército con el que poder atacar a Roma, aunque se guardó muy bien de revelar estos planes. El senado cartaginés aceptó con gusto la idea de que Amílcar se alejara de Cartago. Tal vez muriera en España antes de que pudiera volver. Amílcar partió acompañado por su yerno Asdrúbal y su hijo Aníbal, de nueve años de edad. El plan inicial de Amílcar había sido dejar a su hijo en Cartago, pero éste le imploró que le llevara con él, a lo cual Amílcar accedió a condición de que el niño jurara enemistad eterna hacia Roma. Estableció su base en Gades (la actual Cádiz), desde donde ocupó fácilmente varios poblados del valle del Guadalquivir, pero luego se encontró con la firme oposición de los Turdetanos, descendientes de los Tartesios, según la tradición. Su caudillo Istolacio formó un gran ejército de celtas e íberos, pero Amílcar venció y mandó ejecutar a Istolacio. Esto no dio fin a la resistencia turdetana. Otro caudillo, llamado Indortes, consiguió el apoyo de los Vetones y los Lusitanos y, comprendiendo que no podían detener a los cartagineses en los terrenos llanos, ofrecieron resistencia desde las montañas, probablemente en Sierra Morena.

En 235 Atalo I de Pérgamo se enfrentaba definitivamente a los galos, que todavía continuaban sus pillajes por Asia Menor. Desde esta fecha, los galos permanecieron en Galacia, donde no tardaron en civilizarse. Atalo I hizo esculpir una estatua en Atenas en conmemoración de su victoria. Se llamaba El galo moribundo, aunque a veces se la conoce por el título erróneo de El gladiador muerto. Es una de las muestras más famosas del arte de la época que se conserva en la actualidad.

Los gálatas establecieron un sistema de gobierno muy diferente de la monarquía, más acorde con las tradiciones galas. El territorio estaba dividido en tres regiones, correspondientes a tres tribus galas que habían entrado en Asia Menor. Cada una de ellas estaba gobernada por cuatro tetrarcas.

Ese año murio el rey Diódoto I de Bactriana, y fue sucedido por su hijo Diódoto II que, aliado con el rey parto Tirídates frustró el intento de Seleuco II de recuperar lo que había sido la parte oriental del Imperio. También murió el rey de Esparta Leónidas II y fue sucedido por su hijo Cleomenes III. Éste se había casado con la viuda de Agis IV, y decidió continuar su proyecto, pero comprendió que primero necesitaba afirmar su autoridad. Reunió cuantos hombres pudo y se enfrentó a la Liga Aquea en una serie de batallas de las que salió siempre victorioso.

En 232 los romanos eligieron tribuno de la plebe a Cayo Flaminio, que logró imponer una distribución de tierras en favor de los más pobres, pese a la oposición de los senadores y, en particular, de su propio padre. Estimuló la creación de juegos para los plebeyos y trató de disuadir a los senadores de todo interés por el comercio (donde podían ejercer muchas formas de competencia desleal sobre los menos poderosos). Entre tanto Amílcar había sitiado a Indortes, que fue capturado y asesinado cuando trató de romper el cerco. Ahora Amílcar dominaba el sur de España y logró engrosar su ejército con indígenas.

En 231 Roma había sometido finalmente a los nativos de Córcega y Cerdeña, y convirtió a ambas islas en su segunda provincia, después de Sicilia. Por primera vez desde el reinado de Numa Pompilio, las puertas del templo de Jano estuvieron cerradas, en señal de que Roma no mantenía guerra alguna. Sin embargo contemplaba con recelo los éxitos de Amílcar en España, que, tras haber afianzado el sur, se estaba ocupando de la costa oriental. Puesto que no tenía motivos para actuar, se limitó a enviar una embajada con la intención de intimidar a Amílcar, cosa que no logró. Amílcar fundó la ciudad de Akra Leuké, cerca de la actual Alicante, y la convirtió en la base de sus operaciones.

Ese mismo año, el rey Agrón de Iliria, que ya había conquistado varias ciudades de Épiro, realizó una incursión por el Peloponeso. Al año siguiente, en 230, ayudó a Demetrio II de Macedonia a levantar el sitio que los etolios habían impuesto a la ciudad macedónica de Medione, pero murió inmediatamente después de esta victoria.
La Primera Guerra Púnica
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LOS ISRAELITAS


Durante el siglo XI China experimentó cambios importantes en su estructura política y social. Tras un reinado de unos 500 años, la dinastía de los Chang fue derrocada, y se instauró la dinastía Cheu. Su primer rey fue Wu, y provenía de los confines occidentales del país. Estableció la capital en Hao, en el valle del Wei. Distribuyó el territorio entre los miembros de su familia y los aliados. Se originó así un sistema feudal en el que unos grandes señores ejercían a la vez la autoridad política y religiosa, regulando el culto tradicional a los antepasados. Estos señores gozaban de gran independencia, y la sumisión al rey era meramente formal. Sólo los parientes más próximos (que ocuparon los estados de Qi, Lu y Jin) estuvieron realmente sometidos al monarca. En los siglos siguientes se llamó Wu a una clase de sacerdotes hechiceros que gozaron del respeto (o a veces del temor) de los chinos de todas las clases sociales. En esta época la diversidad cultural china se había subsumido en una identidad nacional por la que los chinos se distinguían a sí mismos de los bárbaros no civilizados del entorno. El mundo se concebía como un cuadrilátero, a cada uno de cuyos lados correspondía un color y una divinidad. Por encima de los dioses de los puntos cardinales, del Sol, de la Luna, de la Tierra, de las montañas, nubes, ríos y demás fenómenos naturales, estaba Shangdi, la divinidad suprema omnipotente, que residía en un palacio junto con cinco ministros. No obstante, Shangdi no contaba con santuarios, ni se le ofrecían sacrificios. Los antepasados del rey estaban en contacto con Shangdi. Los vivos podían ponerse en contacto con sus antepasados mediante un oráculo basado en la observación de huesecillos.

El rey Wu fue sucedido por su hijo Ch'eng, cuyo reinado legitimó definitivamente el cambio dinástico. Se conservan muchos documentos sobre ceremonias y actos de investidura encaminados sin duda a que la antigua nobleza aceptara a los nuevos amos.

En México aparecen las primeras manifestaciones arquitectónicas olmecas: los poblados se concentran alrededor de los centros ceremoniales, se construyen casas sobre plataformas de piedra, templos, basamentos escalonados y montículos funerarios. Aparece una mitología más estructurada. Los principales dioses eran Huehueteotl, dios del fuego y Tlaloc, dios de la lluvia. Se han encontrado cabezas colosales de más de dos metros de altura, lápidas, sarcófagos y muchas obras de gran maestría técnica.

Hacia 1100 los dorios ocuparon el Peloponeso, con lo que completaron la conquista de Grecia y terminó definitivamente la edad Micénica. Grecia cayó en la paz de los cementerios. Durante los desórdenes de los años precedentes, los campesinos tendieron a atrincherarse en ciudades amuralladas, que ahora se convirtieron en unidades autosuficientes bajo el dominio dorio, conocidas como Polis. La palabra Polis significa "ciudad" en griego, pero la polis no era una ciudad en el sentido usual. Era una ciudad-estado sin ninguna relación con las polis vecinas, con una economía de subsistencia y, en esta época, en los umbrales de la miseria. Mientras los griegos micénicos se habían mezclado con los pelásgicos, los dorios adoptaron una actitud clasista, o incluso racista, frente a los micénicos, reducidos a la esclavitud. Esparta se convirtió en una de las principales polis dorias, mientras que Micenas, Tirinto y otras ciudades importantes del periodo anterior fueron incendiadas y reducidas a tristes aldeas. Hubo, no obstante, unas pocas regiones que se libraron del dominio dorio. Una de ellas fue el Ática, con Atenas a la cabeza, y otra era Arcadia, situada en los montes más altos del Peloponeso. En estas zonas surgió una identidad jonia que reivindicaba su legítima ocupación de Grecia, frente a los dorios invasores. Así, mientras los dorios tenían a los jonios como iguales a sus esclavos, los jonios tenían a los dorios como salvajes. Una parte de la población jonia emigró a las islas del Egeo. La primera en recibirlos fue Eubea, la isla mayor del Egeo y más próxima al continente. Allí se fundó la ciudad de Calcis, cuyo nombre deriva de la palabra griega para "bronce". Probablemente fue un centro de trabajo del bronce. Al este de Calcis estaba la ciudad de Eretria, que también alcanzó cierta importancia.

Mientras tanto, Egipto seguía bajo el reinado oficial de los ramésidas y bajo el dominio real de los sacerdotes. En 1093 fue asesinado el rey asirio Teglatfalasar I y sus sucesores no supieron mantener el imperio. Las invasiones arameas se hicieron más efectivas y toda mesopotamia permaneció en la anarquía durante más de un siglo, durante el que se libraron continuos y estériles combates entre Asiria, Babilonia y Urartu. En 1075 murió Ramsés XI y fue sucedido por el sacerdote de Amón, pese a no guardar ningún parentesco con el antiguo rey. Por otro lado, en la región del delta se proclamó rey simultáneamente otro sacerdote que inauguró la XXI dinastía. Egipto volvía a estar dividido.

En Canaán, los fenicios y los filisteos ocupaban la costa con cierta prosperidad, mientras los israelitas iban afianzando sus conquistas. Aunque originalmente eran un conglomerado de tribus muy distintas en todos los aspectos, la necesidad de hacer causa común frente a los cananeos fue unificándolos y paulatinamente fueron creando una mítica historia común basada en tradiciones diversas.

El relato afirma que los israelitas eran originariamente esclavos en Egipto, a los que un patriarca llamado Moisés liberó con la ayuda de un dios poderoso. Éste hizo un pacto con los israelitas: a cambio de ser adorado les concedería una tierra prometida, habitada hasta entonces por pecadores a los que debían destruir en su nombre y con su ayuda. La forma en que debían adorar a este dios quedaba completamente estipulada en la alianza a través de un código escrito de diez mandamientos. Los israelitas (incluido el propio Moisés) incumplieron en muchas ocasiones estas leyes, así que fueron castigados a vagar por el desierto del Sinaí durante cuarenta años, de modo que sólo sus hijos verían la tierra prometida. Moisés fue sucedido por Josué, que conquistó fácilmente Canaán con la ayuda divina.

Se ha puesto en cuestión que algo de esto tenga una base histórica, pero indudablemente la ley mosaica existe y, aunque probablemente tiene muchos añadidos posteriores, su núcleo es un complejo sistema de leyes diseñado para regular la vida de un pueblo de ganaderos nómadas. Además de los diez mandamientos primitivos, había todo un sistema de leyes transmitidas oralmente que regulaban por completo la vida itinerante de los israelitas en sus aspectos penales, sociales (regulación de la propiedad, incluida la esclavitud), religiosos y hasta cuestiones de higiene y alimentación. La base del sistema de justicia era el ojo por ojo y diente por diente: los delitos de sangre se pagaban con la muerte y los daños a la propiedad con multas. No es razonable suponer que dichas leyes fueron creadas después, cuando los israelitas ya no eran un pueblo nómada (al contrario, muchas de ellas quedaron desfasadas) y, a la vez, la ley mosaica era demasiado refinada para haber sido ideada por unos toscos pastores. Por otra parte, la leyenda de Moisés y sus antecedentes están adornados con varias fábulas de indudable origen egipcio.

Una conjetura razonable es que Moisés dirigió la retirada de un grupo (relativamente pequeño) de cananeos cuando los hicsos fueron expulsados de Egipto y los condujo hacia el Sinaí. Tal vez planeó reclutar un ejército entre la población nómada de la península con el que reconquistar Egipto o al menos una parte de Canaán. Tal vez alertó a los nativos de que un Egipto resurgido amenazaba con dominar de nuevo sus tierras y los llevó consigo hacia el sur (librándolos, en cierto sentido, de la esclavitud egipcia). Tal vez así se convirtió en caudillo de una tribu (la que después se desdoblaría en las tribus de Efraím y Manasés). En cualquier caso, podemos aceptar que alguien llamado Moisés guió por el desierto a un pueblo de pastores nómadas y que, según la Biblia, les dio unas leyes. El relato bíblico encaja aquí muy bien: como todos los legisladores de la época, Moisés no podía esperar que sus leyes fueran respetadas si no tenían un origen divino, así que debió de escoger el dios más temido por sus hombres, un dios de las tormentas al que los pastores suplicaran clemencia en los peores temporales, se retiró a un monte y volvió con unas tablas de piedra en las que estaban esculpidos los diez mandamientos básicos de su ley.

Moisés fue más meticuloso que Abraham al describir a su dios. Probablemente no lo inventó, sino que lo tomó de entre los numerosos dioses que a la sazón debían de tener sus hombres. Probablemente, este dios se llamaba Eloím. Se conocen dos textos de la época en la que los israelitas ya estaban asentados en Canaán, uno correspondiente a la tribu de Efraím y otro a la de Judá, los cuales relatan tradiciones similares, pero el dios de Efraím se llama Eloím,mientras que el dios de Judá se llama Yahveh. La tribu de Judá fue una de las últimas que se unió a la confederación de Israel, y es probable que identificara un dios propio con el dios de Efraím (igual que los egipcios identificaron en su día los dioses Ra y Amón). La versión final de la Biblia fue escrita por los judíos, por lo que el nombre definitivo del dios de Moisés fue Yahveh. De hecho, los israelitas desarrollaron más adelante la idea de que pronunciar el nombre de dios era un sacrilegio. Es posible que ello fuera un medio con el que los sacerdotes trataron de evitar polémicas sobre si el dios común de los israelitas era Eloím, Yahveh, u otro. Esto casi hace que los judíos olvidaran el nombre de su dios. En efecto, el hebreo sólo escribe las consonantes, si bien más tarde se ideó un sistema de signos ortográficos para indicar las vocales. En las ediciones de la Biblia, sobre las consonantes YHVH los judíos anotaban las vocales de Adonay, el Señor, que es lo que leían en la práctica para no pronunciar el inefable nombre de Dios. La combinación de las consonantes de Yahveh con las vocales de Adonay produce una palabra extraña al oído hebreo que evoluciona de forma natural a Jehovah. Aún hoy hay creyentes que llaman así a su dios, sin darse cuenta de que este nombre es simplemente un híbrido absurdo de vocales y consonantes de dos palabras distintas.

Volviendo a Moisés, sus leyes muestran claramente su esfuerzo por asegurar el temor de dios en su pueblo, así como un intento de excluir la competencia de otros cultos. Basta leer los dos primeros mandamientos:

1) Yo soy el Señor, dios tuyo, que te he sacado de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí.

2) No harás para ti imagen de escultura ni figura alguna de las cosas que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni de las que hay en las aguas, debajo de la tierra. No las adorarás ni rendirás culto. Yo soy el Señor, dios tuyo, el fuerte, el celoso, que castigo la maldad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación, de aquellos que me aborrecen; y que uso de misericordia hasta millares de generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos. (Ex. XX, 2-6)

Es de notar que Moisés no tenía las pretensiones de Akenatón, y en ningún momento insinuó que su dios fuera el único verdadero. Sólo decía que su dios no toleraba que quienes le adoraban rindieran culto también a otros ídolos. Moisés instituyó una clase sacerdotal que cuidaba de las cuestiones del culto y le sustituían como juez en los casos menores. Según la Biblia, el sacerdocio estaba encomendado a la tribu de Leví, a la cual pertenecía el propio Moisés. Tal vez los levitas fueran los cananeos que escaparon de Egipto con Moisés cuando los hicsos fueron expulsados.

Las Tablas de la Ley fueron guardadas en un arca sagrada, el Arca de la Alianza, pues Dios prometió a los israelitas una "tierra de la que mana leche y miel", como a menudo es descrita en la Biblia, si seguían sus leyes. Éstas son las palabras de la Alianza:

Respondió el Señor: Yo estableceré Alianza con este pueblo en presencia de todos; haré prodigios nunca vistos sobre la tierra, ni en nación alguna: para que vea ese pueblo que tú conduces la obra terrible que Yo, el Señor, he de hacer. Tú observa todas las cosas que yo te encomiendo en este día y Yo mismo arrojaré de delante de ti al amorreo, y al cananeo, y al heteo, al ferezeo también, y al heveo, y al jebuseo. Guárdate de contraer jamás amistad con los habitantes de aquella tierra, lo que ocasionaría tu ruina. Antes bien destruye sus altares, rompe sus estatuas y arrasa los bosquetes [consagrados a sus ídolos]. No adores a ningún dios extranjero. El Señor tiene por nombre Celoso. Dios quiere ser amado Él solo. No hagas liga con los habitantes de aquellos países, no sea que después de haberse corrompido con sus dioses y adorado sus estatuas, alguno te convide a comer de las cosas sacrificadas. No desposarás a tus hijos con sus hijas, no suceda que, después de haber idolatrado ellas, induzcan también a tus hijos a corromperse con la idolatría. (Ex. XXXIV, 10-16).

Evidentemente este texto contiene anacronismos, pero tal vez refleja una prevención original de Moisés, que no estaba dispuesto a que sus hombres cometieran el mismo error que los hicsos y así, para evitar que convivieran con los pueblos invadidos con riesgo de que éstos terminaran alzándose contra ellos, inventó e inculcó en sus hombres la intolerancia religiosa. En efecto, cada vez que los israelitas tienen ocasión de conquistar una ciudad, el mandato divino es siempre pasar a cuchillo a todos sus habitantes, incluso a las mujeres y a los niños. Los israelitas aplicaron esta política siempre que la ocasión lo permitió.

Si en efecto Moisés salió de Egipto cuando la expulsión de los hicsos, entonces su peregrinaje no fue de cuarenta años, sino de unos trescientos. Tal vez el plan original de Moisés fue reconquistar Egipto o, al menos Canaán, lo antes posible, pero en un momento dado debió de darse cuenta de que el Nuevo Imperio Egipcio era intocable, por lo que debió de comunicar a su pueblo que, a causa de sus muchos pecados, Dios había decidido que ninguno de ellos vería la tierra prometida, sino que se la daría a sus hijos, después de que ellos murieran en el desierto. Los israelitas usaban la palabra "hijo" en un sentido muy laxo, que igual podía significar "nieto", o "bisnieto", o lo que fuera. De este modo, los israelitas (o una parte de los que después serían llamados israelitas) debieron de permanecer en la península del Sinaí, o tal vez en Arabia, mientras Egipto fue invencible, conservando siempre la ilusión de la tierra prometida, y salieron de nuevo a escena tan pronto como detectaron signos de debilidad.

Hay una parte del relato bíblico que no encaja con esta interpretación, lo que indica una procedencia distinta. Según esta parte, los israelitas descendían de José (en realidad de José y sus once hermanos, pero este añadido es sin duda muy posterior), que era un cananeo que, de esclavo, había pasado a virrey de Egipto. La leyenda de José parece provenir de los tiempos de Amenofis III y Akenatón (cuando Moisés ya llevaría muerto mucho tiempo). La familia de José proliferó, pero "Entre tanto, se alzó en Egipto un nuevo rey, que nada sabía de José" (Ex. I, 8) y los israelitas fueron reducidos a la esclavitud. Después, el dios de Moisés lanza sobre Egipto una serie de plagas hasta que el rey decide liberar a los israelitas, luego se arrepiente de su decisión y sale a perseguirlos, pero el dios de Moisés abre un pasillo en las aguas del mar Rojo y lo vuelve a cerrar cuando los israelitas ya habían pasado al otro lado, mientras el rey egipcio moría ahogado. ¿De qué faraón escaparon los israelitas? La Biblia dice también que los esclavos israelitas "... edificaron al faraón las fuertes ciudades almacenes de Fitom y Ramsés" (Ex. I, 11), Así que el faraón debía de ser Ramsés II o, a lo sumo, su hijo Meneptah. Ahora bien, por supuesto, ninguno de ellos murió en el mar Rojo.

Es muy probable que alguna de las tribus israelitas escapara de la parte oriental del delta del Nilo en tiempos de Meneptah (los que edificaron las ciudades de Fitom y Ramsés). Las siete plagas pueden ser un recuerdo de las calamidades que sufrió Egipto con la invasión de los pueblos del mar y, ciertamente, éstas pudieron darles la oportunidad de escapar. El nombre de la tribu de Isacar parece provenir de Sokar, que era un dios egipcio. Las historias de los recién llegados acabarían fundiéndose anacrónicamente con las leyendas sobre Moisés, aportando más colorido a la salida de Egipto. El intervalo tradicional de cuarenta años puede ser un compromiso entre los tres siglos de una fuente y los pocos años de otra.

Al llegar a Canaán, los israelitas entraron en contacto con la leyenda de Abraham. Probablemente fue a través de los hebreos. Al parecer, los Idumeos se consideraban descendientes de Esaú, el primogénito de Isaac, hijo a su vez de Abraham, y, por consiguiente, legítimos herederos de la tierra que le había sido concedida a éste por su dios. Por su parte, los moabitas y amonitas se consideraban descendientes de Lot, sobrino de Abraham. Esto obligó a modificar las leyendas no sin cierto descaro. Por ejemplo, la relación de Esaú con Edom es explicada así en el Génesis:

Había un día guisado Jacob cierta menestra cuando Esaú, que volvía fatigado del campo, se llegó a él y le dijo: Dame esa menestra roja que has cocido, pues estoy sumamente cansado. Por cuya causa se le dio después el sobrenombre de Edom [que, por una falsa etimología, se interpreta como "rojo"]. (Gen. XXV, 29-30).

Esta teoría legitimaba las posesiones hebreas, pues el dios de Abraham había otorgado Canaán a sus descendientes. En Gen. XIV, 13, Abraham es llamado Abram el hebreo. Ahora bien, Josué llegaba también con un dios que le había prometido una tierra que, sin duda, tenía que ser Canaán. No debió de ser difícil identificar el dios de Moisés con el dios de Abraham. Para consolidar la recién creada confederación israelita, Josué debió de convencer a sus socios de que todos ellos descendían de Abraham a través de su nieto Jacob. Con el tiempo se limarían los detalles: al igual que Esaú había tenido doce hijos (que se correspondían con otras tantas tribus idumeas), también Jacob tuvo doce descendientes, uno de ellos era José, que a su vez tuvo dos hijos: Efraím y Manasés, y once hermanos, en correspondencia con las once tribus restantes. Sin embargo la leyenda necesitaba algunas modificaciones que, de nuevo, la Biblia recoge sin complejos. Por ejemplo, intercalado en la historia de Jacob, sin que guarde relación alguna con lo anterior y lo posterior, encontramos este sorprendente pasaje:

Quedóse solo y he aquí que se le apareció un personaje que comenzó a luchar con él hasta la mañana. Viendo este varón que no podía sobrepujar a Jacob, le tocó el tendón del muslo, que al instante se secó. Y le dijo: déjame ir, que ya raya el alba. Jacob respondió: No te dejaré ir si no me das la bendición. ¿Cómo te llamas?, le preguntó. Él respondió: Jacob. No ha de ser ya tu nombre Jacob, sino Israel [que, por una etimología no del todo correcta, significa "hombre que lucha con Dios"], porque si con el mismo Dios te has mostrado grande, ¿cuánto más prevalecerás contra los hombres? Preguntóle Jacob: ¿cuál es tu nombre? Respondió: ¿por qué quieres saber mi nombre? Y allí mismo le dio su bendición. (Gen. XXXII, 24-29)

En lo que sigue, Jacob sigue llamándose Jacob. Sólo en el libro del Éxodo pasa a ser llamado Israel. De este modo, los israelitas pasaron a considerarse hijos de Jacob. Según estas cuentas, las tribus de Israel pasaron a ser doce: Efraím y Manases eran dos medias tribus, que componían la tribu de José. La diosa Raquel pasó a ser la madre de José y Benjamín, mientras que Lía se convirtió en la madre de Rubén, Isacar y Zabulón. Gad y Aser pasaron a ser hijos de una esclava de Lía, mientras que la madre de Dan y Neftalí fue una esclava de Raquel. El supuesto antecesor de la tribu sacerdotal de Leví, así como los de los últimos miembros de la coalición, Judá y Simeón, debieron de incorporarse tardíamente entre los hijos de Lía. La tierra concedida por el dios de Abraham a sus descendientes se convirtió en una mera promesa que no se realizó hasta que sus auténticos herederos, esto es, los israelitas, ocuparon Canaán. De nuevo, algunos puntos débiles del argumento se fueron retocando más adelante. Por ejemplo, Jacob no era realmente el heredero de Abraham (por línea directa), sino que lo era Esaú, pero Esaú decidió cederle amablemente los derechos a cambio de la famosa menestra roja (que, más concretamente, era un plato de lentejas). Además, Jacob se las arregló con la ayuda de su madre para que Isaac lo declarara su heredero en su lecho de muerte, confundiéndolo con Esaú. En fin, añadiendo a esto una serie de profecías que garantizaban que era voluntad divina que Jacob heredara los derechos de Abraham, los israelitas se encontraron con que su invasión era, se mirara como se mirara, la voluntad de Dios.

La Biblia da indicios de que Josué debió de aprovechar la historia de Abraham para infundir ánimo a sus hombres. Al parecer, Dios ordenó a Josué que los circuncidara a todos. Probablemente fue Josué quien "descubrió" que el dios de Abraham (o el de Moisés) había ratificado su alianza con el rito de la circuncisión (rito de origen egipcio que practicaban los cananeos, pero no los israelitas). Josué debió de explicar a sus hombres que durante los años de peregrinaje por el desierto habían abandonado la circuncisión, y sin duda ése era el motivo por el que Dios no les ayudaba a conquistar la tierra prometida, pero la orden que Dios he daba ahora hacía presagiar que, una vez circuncidados, Dios los reconocería como su pueblo elegido y los conduciría triunfantes a la victoria. Filosofías aparte, es razonable pensar que unos hombres toscos amedrentados por la opulencia de las tierras civilizadas (algo revueltas, pero civilizadas al fin) redoblarían su ánimo tras un ritual tan molesto como el que se les proponia (un hombre dispuesto a eso, merecía sin duda los favores del "dios de los ejércitos", como se le empezaba a llamar).

Según el libro de Josué, el efecto de la circuncisión fue inmediato: los israelitas ganaron todas las batallas. Dios separó las aguas del Jordán para facilitar el paso de su pueblo. Para tomar Jericó, sólo tuvieron que hacer sonar unas trompetas (siguiendo la indicación divina) y las murallas cayeron, juego fueron tomando una ciudad tras otra matando a cada rey junto con todos sus habitantes, el Sol detuvo su curso para que Josué pudiera terminar una batalla, etc. En cambio, en el libro de los Jueces la invasión se describe como un proceso mucho más penoso, lleno de avances y retrocesos, un proceso que se llevó a cabo a lo largo de unos cien años.

La religión israelita era muy diversa. Todas las tribus debieron de adoptar como dios principal al dios de Efraím, identificado con el de Abraham, llamado Eloím o Yahveh. Le erigieron un santuario en Siló, en territorio de Efraím, donde se guardaba el Arca de la Alianza, que contenía las tablas con los diez mandamientos y era el centro de numerosas peregrinaciones y rituales. Los levitas consiguieron que las pocas ciudades que quedaron a su cargo se convirtieran en una especie de santuarios respetados por todos, donde podían refugiarse los perseguidos en busca de justicia. Tal vez ellos conservaron más o menos íntegras las tradiciones del culto a Yahveh, en particular su recelo y desprecio hacia otros dioses, pero lo cierto es que esta pretendida exclusividad fue siempre minoritaria entre los israelitas: cada tribu había traído sus propias creencias a las que no estaba dispuesta a renunciar. Los israelitas adoraban a una multitud de dioses de origen cananeo o incluso egipcio: Baal, Astarté, Anat, etc. Estaba muy difundida la creencia de que los muertos viajaban a un lugar llamado Seol, sobre el que, al parecer, Dios no tenía jurisdicción, donde permanecían para siempre, si bien se les podía invocar con ayuda de unas estatuillas sagradas llamadas Terafim con las que se les podía consultar y predecir el futuro. Otra manifestación religiosa israelita la constituían los profetas. Aunque el concepto de profeta evolucionó considerablemente a lo largo de la historia, en esta época eran una especie de místicos que entraban en trance y supuestamente tenían visiones adivinatorias. Los profetas en éxtasis debían de intimidar bastante a las gentes sencillas, así que gozaban de cierta autoridad.

Los principales enemigos de los israelitas eran, sin duda, los filisteos. La Biblia contiene muchas leyendas sobre las luchas entre israelitas y filisteos, la más famosa de las cuales es sin duda la de Sansón y Dalila. Hacia el 1050 los filisteos infligieron una grave derrota a los efraimitas cerca de Siló. Efraím trató de reponerse recurriendo a sus aliados, pero la disciplina filistea superó con creces a la desorganización israelita y los filisteos vencieron de nuevo. Una derrota completa de Efraím podía suponer la creación de un imperio filisteo y el desastre para todos los israelitas. Efraím trató de dar un golpe de efecto: transportó el Arca de la Alianza desde Siló hasta las inmediaciones de los ejércitos filisteos. Esto infundió ánimos a sus hombres, pues pensaban que ahora su dios estaba con ellos (la idea de que Dios está en todas partes no se le había ocurrido todavía a nadie, la cuestión entonces para los israelitas era más bien si Yahveh sería capaz de derrotar a los dioses filisteos). Sin embargo, los filisteos confiaron en sus propios dioses, atacaron inmediatamente y las armas de hierro prevalecieron una vez más sobre las armas de bronce y el dios israelita juntos. Siló fue destruida para siempre y el Arca de la Alianza fue capturada. Los filisteos dominaron los territorios de Efraím y Benjamín, poniendo en jaque al resto del territorio israelita.

Sin embargo, parece ser que resistió una especie de guerrilla en las montañas encabezada por un líder religioso llamado Samuel, que pronto ganó una gran reputación entre todos los israelitas. Más tarde, cuando Samuel ya era mayor, destacó un joven benjaminita llamado Saúl. Hacía tiempo que los israelitas se planteaban la conveniencia de elegir un rey, pero ahora Samuel retomó la cuestión con más insistencia y propuso elegir a Saúl. Si Israel quería sobrevivir necesitaba unirse bajo un mando único. La idea no acababa de convencer a los profetas y, aunque la mayoría de los israelitas debía de verla con buenos ojos, el problema era que ninguna tribu parecía dispuesta a aceptar un rey de otra tribu por el mero hecho de que conviniera aceptar uno.

Sin embargo, Saúl logró la reputación necesaria gracias a unos incidentes ocurridos en Gad, al este del Jordán. Los amonitas habían cercado la ciudad de Jabes-Galaad y sólo aceptaban la rendición si sus habitantes consentían que se les sacara el ojo derecho (o al menos, así lo contaron luego los israelitas). Por ello, los sitiados decidieron resistir y pidieron ayuda a las tribus del otro lado del Jordán. Saúl aceptó la petición, reunió todos los hombres que pudo, eludió a los filisteos, llegó a la ciudad antes de lo previsto, sorprendió a los amonitas y liberó la ciudad. Fue la primera hazaña de la que los israelitas podían enorgullecerse desde los tiempos de Jefté. El éxito de Saúl hizo triunfar a la corriente partidaria de elegirlo rey y Samuel, haciendo valer su propia reputación, se apresuró a investirlo con un ritual religioso apropiado. Esto sucedió hacia el 1020. El nuevo rey estableció su capital en Guibá, en el territorio de Benjamín, a unos cinco kilómetros al norte de Jerusalén.

Por esta época llegó al trono de Tiro el rey Abibaal. La ciudad tenía ya varios siglos de historia, pero hasta este momento había estado supeditada a Sidón, la principal ciudad fenicia. Sin embargo, ahora la situación iba a cambiar. La ciudad entera fue trasladada a una isla rocosa, donde era prácticamente inexpugnable y podía ser bien defendida con la ayuda de una flota. Los fenicios contaban con una larga tradición naval que se había venido abajo con la llegada de los pueblos del mar. Bajo Abibaal, la ciudad de Tiro fue recuperando esa tradición y ello le dio la supremacía frente a la antigua Sidón.

Volviendo a los israelitas, los filisteos se propusieron abortar la creación del reino de Saúl, pero no les resultó fácil. Jonatán, el hijo de Saúl, derrotó a una pequeña guarnición filistea cercana a Guibá, mientras su padre se atrincheraba en Michmash, un poco más al norte. Los filisteos avanzaron contra Michmash, pero fueron sorprendidos por una rápida incursión de Jonatán. Los filisteos calcularon mal el número de tropas que les atacaba y decidieron retirarse. Ante esta situación, Judá, sometida desde un principio a los filisteos, decidió rebelarse y se declaró fiel a Saúl. Un ejército unido judeo-israelita derrotó a los filisteos en Shocoh, al sur de Jerusalén, y toda Judá quedó anexionada a Israel. Saúl llevó sus tropas a Judá y derrotó a los amalecitas, un pueblo nómada que vivía al sur y que causaba los típicos estragos periódicos. Así el rey mostró su poder a Judá al tiempo que se ganaba su gratitud.

Sin embargo, Saúl no fue tan buen diplomático como general. Por una parte recelaba de su hijo Jonatán, que había conseguido gran popularidad ante el ejército y temía que pudiera derrocarle. Llegó a ordenar la ejecución de Jonatán por cierta violación de un ritual, pero el ejército se opuso y tuvo que revocar la orden. La situación se volvió más tensa. Por otro lado, Saúl disputó a Samuel la autoridad religiosa, lo que le valió la enemistad del propio Samuel. Tras otros roces menores, la situación más tensa se produjo a raíz de la campaña contra los amalecitas. Al parecer, Samuel había indicado a Saúl cuál era la voluntad de Yahveh:

Ve, pues, ahora y destroza a Amalec, y arrasa cuanto tiene: no le perdones ni codicies nada de sus bienes, sino mátalo todo, hombres, mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos. (Reg. XV, 3)

Sin embargo, Saúl sólo mató a los amalecitas, pero perdonó la vida a su rey Agag, (tal vez para usarlo como rehen) y distribuyó el botín entre sus soldados como recompensa (en lugar de sacrificarlo a Dios). El caso es que Samuel humilló públicamente a Saúl, tras lo cual consideró prudente retirarse a un segundo plano, pero Saúl sabía que en lo sucesivo contaba con la oposición de Samuel y, con él, la de los profetas. Saúl se volvió receloso hasta la paranoia. Entre las víctimas de sus sospechas estaba, además de su hijo, un joven judío que se había trasladado a Guibá tras la anexión. Se llamaba David, y pertenecía a una importante familia de Belén, al sur de Jerusalén. David era un político inteligente (más que Saúl) y también un buen general. Al principio gozó del favor de Saúl, que le concedió la mano de su hija Mical, pero era íntimo amigo de Jonatán, lo que suscitó los recelos del rey. Como David no era hijo suyo, lo tenía más fácil para urdir su muerte, pero Jonatán le previno y David abandonó sigilosamente Guibá y llegó a Judá, donde tuvo que mantener una guerra de guerrillas contra Saúl. David contaba con el apoyo de Samuel y los profetas, tal vez por el mero hecho de que se oponía a Saúl.

El rey persiguió implacablemente a David. Llegó a matar a un grupo de sacerdotes al enterarse de que uno de ellos había ayudado a David cuando huyó de Guibá. Con el tiempo, logró que a David le costara más obtener ayuda, hasta el punto que en un momento dado decidió pasarse al bando de los filisteos. Éstos vieron ahora su oportunidad. Israel estaba convulsionado por revueltas internas entre los partidarios de Saúl, los de Jonatán, los profetas, y ahora uno de los oponentes de Saúl se aliaba con ellos. Sin duda, un vigoroso ataque filisteo en estas condiciones iba a tener éxito.

Hacia 1000 un ejército filisteo se enfrentó nuevamente a Israel. Jonatán optó por ayudar a su padre ante la gravedad de los hechos, pero el ejército israelita fue arrollado por el pesado armamento filisteo. Jonatán murió en la batalla y Saúl, cuando lo vio todo perdido, se suicidó. Los filisteos obtuvieron de nuevo la hegemonía sobre Israel, como si Saúl nunca hubiera existido.
Un siglo de crisis
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ALEJANDRO MAGNO



Filipo II de Macedonia se había preocupado de proporcionar a su hijo Alejandro la mejor educación, y parece ser que éste la aprovechó plenamente. El rey debió de estar muy complacido de la labor de Aristóteles, pues lo nombró gobernador de Estagira, su ciudad natal, y parece ser que hizo bien su trabajo, pues desde entonces su aniversario fue declarado día festivo. Alejandro le escribió una vez a Aristóteles: "Mi sueño, más que acrecentar mi poderío, es perfeccionar mi cultura." Pero el joven no sólo contentaba a su profesor de filosofía. Su profesor de literatura, Lisímaco, pudo comprobar que Alejandro se había aprendido de memoria la Ilíada, y Leónidas logró hacer de él un excelente jinete, esgrimista y cazador. Su personalidad era compleja. Había algo de vanidad: En cierta ocasión le invitaron a participar en las olimpiadas, pero su respuesta fue "lo haría si los demás participantes fueran reyes". Era excesivamente sensible: se decía que a menudo lloraba al oír una canción emotiva. Dicen que era capaz de escribir largas cartas a un amigo ausente a causa de una nadería. Le gustaban los retos y los riesgos hasta la insensatez. Se cuenta que domó él mismo al que se convertiría en su caballo simplemente porque le dijeron que todos los que lo habían intentado habían fracasado. Lo llamó Bucéfalo, porque tenía en la cabeza una marca que parecía un buey. Otra vez se encontró con un león y luchó contra él sin más arma que un puñal. Era abstemio, y afirmaba que una buena caminata le daba apetito para el desayuno, y que un desayuno ligero le daba apetito para la comida. Además era guapo, atlético y lleno de entusiasmo. Desde los dieciséis años Alejandro estuvo al frente de Macedonia, mientras su padre asediaba Bizancio, y supo mantener a raya a los bárbaros limítrofes. A los dieciocho años participó en la batalla de Queronea, y fue él quien condujo la carga definitiva. Los soldados le admiraban y le adoraban. Su padre también estaba orgulloso: Dicen que cuando domó a Bucéfalo su padre gritó: "Hijo mío, Macedonia es demasiado pequeña para ti".

Pero la casa real sufrió algunas conmociones. Filipo II era mujeriego, y su mujer Olimpia tenía un carácter demasiado fuerte para aceptarlo discretamente. En cambio, se dedicó a participar en rituales dionisiacos (o sea, orgías). En una ocasión, el rey la encontró dormida junto a una serpiente, y Olimpia le explicó que era una encarnación de Zeus, y que éste era el verdadero padre de Alejandro. Filipo II no dijo nada al respecto, pues no está claro si tenía más miedo a los dioses o a su esposa, y desde entonces empezó a circular el rumor de que Alejandro era un hijo ilegítimo. Esto enfrió las relaciones entre Alejandro y su padre.

En 337, justo cuando sus planes de guiar a Grecia a la conquista de Persia estaban empezando a ponerse en marcha, Filipo II decidió divorciarse de Olimpia y casarse con Cleopatra, la hija de uno de sus generales, Atalo, la cual estaba encinta de un hijo del rey (que luego resultó ser una hija). Se dice que en un banquete, Atalo propuso un brindis por el hijo legítimo del rey, y subrayó lo de "legítimo". Alejandro le arrojó un cáliz diciendo, ¿pues yo que soy?, ¿un bastardo? Filipo II se lanzó espada en mano contra Alejandro, pero estaba borracho, tropezó y cayó. "Mirad", dijo Alejandro, "no se tiene en pie y quiere alcanzar el corazón de Asia".

Tal vez Filipo II vio que Olimpia le podía traer problemas si contaba con el apoyo de su familia, la casa real de Épiro, así que trató de ganársela para sí. El rey tenía una hija, hermana de Alejandro, y le ofreció su mano a su cuñado (tío de ella), Alejandro de Épiro, el cual aceptó. La boda se celebró en 336, y en la ceremonia Filipo II fue asesinado. No cabe duda de que Olimpia debió de planearlo, tal vez con la complicidad de Alejandro. Además el testamento del rey no se encontró, por lo que Alejandro, con apenas veinte años, fue aclamado por el ejército como nuevo rey de Macedonia. Era Alejandro III, pero sus hazañas posteriores harían que fuera conocido como Alejandro Magno.

El rey persa Arses fue asesinado, y el trono cayó en manos de un pariente lejano, Darío III, bajo el cual terminó el periodo de anarquía que se había desatado con la muerte de Artajerjes III. Sin embargo, el carácter del nuevo rey distaba mucho de poseer la energía de sus predecesores, y que tan necesaria le hubiera sido a Persia en los años siguientes.

Alejandro hizo ejecutar a todo aquel que pudiera disputarle el trono. Entre ellos estaban Cleopatra, la segunda mujer de Filipo II, su hermanastro recién nacido, e incluso su primo, el que había reinado como Amintas IV hasta que su padre lo depuso. Entre tanto las ciudades griegas disolvieron la confederación que Filipo II había organizado en Corinto. Demóstenes organizó fiestas en Atenas e incluso propuso conceder un premio al asesino de Filipo II. Pero Alejandro pronto estuvo dispuesto a marchar sobre Grecia, aunque los griegos se apresuraron a enviar representantes a Corinto para aclamarle como general y reconstituir la confederación antes de que llegara.

Hay una anécdota famosa sobre la llegada de Alejandro a Corinto. Cuentan que se encontró con Diógenes, que por entonces tendría más de setenta años, y estaba tomando el sol fuera de su tonel. Alejandro le preguntó si deseaba algún favor de él. Diógenes contempló al hombre más poderoso de Grecia y le contestó, "Sí, que no me tapes el sol". Alejandro se apartó y dijo "Si no fuera Alejandro, quisiera ser Diógenes".

En 335 Alejandro tuvo que partir precipitadamente hacia el norte, pues supo que Iliria estaba planeando invadir Macedonia. Los ilirios fueron arrasados en un tiempo mínimo. Mientras tanto, en Grecia corrió el rumor de que Alejandro había muerto, así que Tebas se rebeló contra la guarnición macedónica, a la que terminó degollando, mientras Demóstenes reorganizaba su partido con oro persa. Pero Alejandro volvió, su ejército se enfrentó al tebano, que no tardó en huir. Los macedonios persiguieron a los tebanos, y dicen que entraron en la ciudad al mismo tiempo. Alejandro mandó destruir todas las casas de Tebas una por una, excepto los templos y el que fuera hogar de Píndaro. Con Atenas, en cambio, fue indulgente y no tomó represalias. Parece ser que Alejandro sentía una cierta inferioridad frente a la cultura ateniense. Cuentan que una vez, cuando dos amigos atenienses le visitaron en Pella, les dijo "Vosotros que venís de allá, ¿no tenéis la sensación de hallaros entre salvajes?" El caso es que Alejandro llegó a Corinto, donde la confederación se rehizo una vez más. Los griegos estaban deseando que partiera hacia Asia, a ver si moría allí, por lo que no le regatearon los veinte mil hombres que pidió como refuerzo de sus propios diez mil infantes y cinco mil jinetes.

Por estas fechas muchos príncipes chinos empiezan a otorgarse el título de rey, mostrando con ello que dejaban de acatar la autoridad del rey Cheu.

En 334 Alejandro marchó hacia Asia. Dejó en Grecia un tercio de sus hombres, al mando de su general Antípatro, pues ya había tenido ocasión de comprobar la clase de lealtad que podía esperar de los griegos.

Aristóteles había vuelto a Atenas. Allí cumplió finalmente su proyecto de crear una escuela al estilo de la Academia de Platón. La situó junto a un templo dedicado a Apolo Liceo (Apolo el matador de lobos), por lo que terminó siendo conocida como El Liceo, y resultó ser una dura competencia para la Academia. Aristóteles escribió cerca de 400 libros, de los que se conservan unos 50. Si Platón fue el primer gran filósofo, Aristóteles fue el primer gran científico. No escribía diálogos, sino tratados y ensayos. No dejaba que su imaginación acariciara ideas interesantes, sino que analizaba racionalmente los hechos y llegaba a las conclusiones más sensatas. Desarticuló la teoría de las ideas de su maestro, y en su lugar su metafísica se convirtió en un marco para el estudio racional del mundo. En particular desestimó las teorías paradójicas sobre la imposibilidad del movimiento y los cambios, o de la irrealidad del mundo sensible, defendidas por Parménides y Zenón. Puede objetarse que sus teorías físicas y astronómicas eran menos acertadas desde un punto de vista moderno que las de algunos de sus contemporáneos (por ejemplo, descartó el atomismo de Demócrito, o las teorías heliocéntricas de Heráclides), pero también hay que señalar que en la época no había elementos de juicio para tener a tales teorías más que como meras fantasias o especulaciones vanas.

Aristóteles creó una física muy distinta a la moderna, pero sin duda la más sensata para su época: la materia es continua, los cuerpos tienden al ocupar su lugar natural: la tierra más abajo, a continuación el agua, por encima el aire y, más arriba el fuego. Por eso las piedras caen y el humo sube, etc. A los cuatro elementos clásicos, añadio un quinto, el Éter, del que ya había hablado Platón, que constituía los cuerpos celestes. Aristóteles creía que un cuerpo dejado a su suerte termina parándose, por lo que postuló la existencia de un "motor inmóvil", esto es, algo capaz de proporcionar movimiento al universo (a los astros, al viento, etc.) pero que excepcionalmente no necesitaba de nada que lo moviera a él. Donde mejor pudo demostrar sus grandes dotes como científico fue en biología. Estudió y clasificó cuidadósamente las distintas especies que encontró. Fue el primero en observar la forma en que parían los delfines, lo que le llevó a afirmar que no eran peces. Aristóteles no se interesó por las matemáticas, pero a cambio fue el primero en sistematizar la lógica. Antes de desarrollar una teoría, Aristóteles se preocupaba de precisar el significado de los términos que emplea, distinguiendo entre definiciones, premisas, etc. recogía y analizaba los trabajos precedentes, etc. Tal vez fue el primer "profesor" en el sentido académico moderno. Naturalmente, también escribió sobre ética, política, etc. En política se mostró partidario de una Timocracia, mezcla moderada de aristocracia y democracia, pero seguía pensando en términos de ciudades-estado, estructura que en su tiempo ya se estaba viniendo abajo.

Por las mañanas daba clases a sus alumnos, pero no lo hacía desde la cátedra, sino paseando, razón por la cual sus alumnos fueron llamados peripatéticos, o paseantes. Por las tardes abría las puertas a los profanos, dando charlas sobre temas más elementales.

Volviendo a Alejandro, el principal rival con el que tendría que enfrentarse no era persa, sino griego. Se llamaba Memnón, de Rodas, y estaba al cargo de los mercenarios griegos contratados por Persia. Memnón había luchado con cierto éxito contra Filipo II y conocía el ejército macedónico. Sugirió dejar que Alejandro avanzara para después cortarle las comunicaciones por mar, al tiempo que se estimulaban revueltas en Grecia. Sin duda, sabía bien lo que decía, pero los sátrapas locales no estaban dispuestos a dejar que Alejandro pasara por sus provincias. Pensaban que sería uno más de los griegos que habían pasado por allí: que deambularía un poco y se iría. Lo importante era que lo hiciera por las provincias vecinas y no la propia, para lo cual había que hacerle frente.

Los ejércitos se encontraron junto al río Gránico, cerca de donde se había alzado Troya. La caballería de Alejandro desorganizó a los persas, y la falange pudo con los mercenarios griegos. Luego no tardó en apoderarse de la costa asiática del Egeo. Esto permitió a Memnón poner en práctica sus planes, y lentamente se dedicó a reconquistar las islas con el fin de controlar el Egeo y aislar a Alejandro. Tal vez lo habría conseguido, pero murió en 333 mientras sitiaba Lesbos.

Alejandro avanzó hacia el interior y llegó a Gordion, la antigua capital de Frigia. Allí le contaron la leyenda según la cual, el rey Gordias, fundador de la ciudad, había dedicado a Zeus su carreta cuando éste lo eligió como rey, y había hecho en ella un nudo intrincado con la profecía de que quien fuera capaz de desatarlo dominaría Asia. Es difícil saber en qué momento se creó esta leyenda, pero Alejandro se interesó por ella y, sacando su espada, cortó el "nudo gordiano". Esta técnica no estaba en las reglas, pero fue muy significativa.

El rey Darío III reunió un gran ejército de casi un millón de hombres, muchos más que los que seguían a Alejandro, pero el número importaba poco. El encuentro se produjo en Isos, donde los mercenarios griegos del lado persa lograron controlar momentáneamente la falange, pero cuando los hombres de Alejandro se acercaron a las posiciones del rey persa, éste huyo descaradamente, y con ello los persas se desmoronaron. Darío III envió embajadores ofreciendo a Alejandro toda Asia Menor y una gran suma de dinero si aceptaba la paz. Dicen que Parmenio, un general de Alejandro, dijo "si yo fuera Alejandro, aceptaría", a lo que Alejandro replicó, "Y yo también, si fuera Parmenio". En cambio, Alejandro exigió nada menos que la entrega incondicional de todo el Imperio Persa, así que la guerra continuó. Darío III se retiró a mesopotamia, pero Alejandro no le siguió. Quería asegurar toda la costa mediterránea para que el plan de Memnón no pudiera llevarse a la práctica. Para ello tenía que conquistar Fenicia y Canaán.

Las ciudades fenicias no opusieron resistencia. No hacía mucho que se habían rebelado contra persia y habían sufrido las represalias de Artajerjes III, así que vieron a Alejandro como un libertador. La única excepción fue Tiro, cuyo rey Azemilkos, temeroso precisamente de una nueva represalia persa, intentó que Alejandro pasara de largo. Le envió una embajada aceptando su soberanía, pero a cambio de que Tiro tuviera autonomía en sus asuntos internos. En particular, cuando Alejandro pidió introducir un contingente en la ciudad, el rey tirio se negó. Alejandro no podía aceptar. Precisamente, lo que más le interesaba era disponer de la flota de Tiro y de su puerto. Así que inició el asedio.

La empresa era diícil, porque Alejandro no disponía de una flota, y Tiro podía ser abastecida por mar sin dificultades. La situación se agravaría si Tiro recibiera finalmente la ayuda de Cartago. Siglos atrás, el rey Nabucodonosor II necesitó trece años para tomar la ciudad, y aun así tuvo que llegar a un acuerdo razonable. Sin embargo, Alejandro no necesitó más de nueve meses para lograr la rendición total de Tiro. Para ello hizo construir un malecón de 800 metros que uniera la ciudad a tierra firme. El primer intento fue frustrado por incursiones tirias, pero entonces Alejandro se dispuso a construir uno nuevo más ancho y más fácil de defender. Por otra parte, los barcos de las ciudades fenicias sometidas a Alejandro se pusieron de parte de éste y obstaculizaron el abastecimiento de Tiro. Los tirios no se amilanaron. Sacaron por mar cuantas mujeres y niños pudieron y los llevaron a Cartago. Los barcos leales fueron reunidos junto a las costas y la ciudad se dispuso a resistir a ultranza. Se terminó el malecón, las máquinas de asedio se acercaron y destruyeron la muralla, y en 332 la ciudad fue definitivamente tomada. 8.000 tirios fueron acuchillados y 30.000 vendidos como esclavos. Azemilkos fue el último rey que tuvo la ciudad. Con el tiempo, el mar acumuló arena alrededor del malecón construido por Alejandro, con lo que Tiro dejó de ser una isla. La roca se halla hoy en la punta de una península de kilómetro y medio de ancho.

Con la flota fenicia a su disposición, Alejandro pudo seguir hacia el sur, por Palestina. Tampoco allí encontró resistencia digna de mención, salvo en Gaza, la antigua ciudadela filistea. Los judíos de tiempos posteriores afirmaban que Alejandro quiso castigar Jerusalén porque había rechazado una petición de ayuda para el asedio de Tiro, pero a las puertas de la ciudad se encontró con el sumo sacerdote y su séquito. Al verlo, Alejandro bajó de su caballo y se inclinó, pues, según le explicó a un general, había visto una figura similar en un sueño. Luego entró en Jerusalén pacíficamente y dejó que los judíos se gobernaran según sus propias leyes.

Todo esto es falso sin lugar a dudas. Jerusalén era entonces una ciudad insignificante a la que Alejandro nunca habría pedido ayuda, y lo más probable es que pasara junto a ella sin saber que existía. Gaza era diferente. Tenía importancia táctica y Alejandro no estaba dispuesto a dejarla en su retaguardia. Estaba rodeada por terreno arenoso por el que no podía transportar las máquinas de asedio, así que ordenó construir una rampa hasta las murallas sobre las arenas, similarmente a como había hecho con Tiro sobre el mar. Rompió las murallas con las máquinas mientras sus zapadores excavaban túneles, penetró en la ciudad y realizó una matanza peor que la de Tiro. Alejandro estaba cada vez más impaciente y toda resistencia que le hiciera perder tiempo le irritaba cada vez más.

De Gaza llegó a Egipto casi sin luchar. Parece ser que los egipcios habían contactado con Alejandro en Isos pidiéndole que liberara su país del dominio Persa. Fuera como fuere, el caso es que fue recibido como un libertador. Alejandro tuvo el cuidado de fomentar esta imagen favorable que tenía entre los egipcios y logró que éstos lo coronaran como Faraón, para lo cual siguió pacientemente todos los rituales oportunos. Fue a un templo de Amón muy venerado en Libia, donde se declaró hijo de Amón (al que identificó con Zeus, con lo que siguió la corriente a su madre). Algunos ven en esto una actitud megalómana, pero también hay que objetar que los egipcios nunca hubieran aceptado de buen grado ser gobernados por un extranjero que no fuera hijo de Amón.

Tarento pidió ayuda a Alejandro de Épiro contra las tribus italianas del norte. El rey aceptó de buen grado. Estaba al tanto de las hazañas de su sobrino en oriente y tal vez soñara con imitarle en occidente. Inmediatamente se trasladó con un ejército y empezó a lograr victorias sobre los italianos.

En 331 Alejandro estaba dispuesto para adentrarse en Persia. Dejó el país en manos de autoridades nativas, excepto en lo tocante a los impuestos y la economía, que dejó en manos de un griego de Naucratis llamado Cleomenes. Su idea era dar una imagen de que Egipto estaba gobernado por nativos pero, al mismo tiempo, dejar el dinero en manos griegas. Así Cleomenes fue el verdadero gobernante del país, si bien oficialmente no tenía ningún título. Antes de partir, Alejandro se fijó en una pequeña ciudad en la desembocadura del Nilo. Ordenó construir allí un nuevo barrio al oeste. La ciudad así extendida pasó a llamarse Alejandría, aunque el propio Alejandro nunca llegó a verla. Fue proyectada por el arquitecto Dinócrates de Rodas, y Cleomenes se encargó de que la voluntad del rey se llevara a término.

Darío III estaba esperando a Alejandro. Eligió una región llana situada junto a la ciudad de Gaugamela, cerca de donde se había alzado Nínive. Hizo eliminar la menor irregularidad del terreno, con la esperanza de que su caballería pudiera imponerse al comparativamente pequeño ejército griego. Al parecer su plan era expulsar a la caballería griega con la suya y usar su numerosa infantería para desgastar lentamente a la falange. En realidad no era una buena estrategia, pues las llanuras favorecían a la falange. Por otra parte, el ejército persa contaba con carros equipados con cuchillas en sus ruedas. Alejandro llegó a donde Darío III le esperaba. Las líneas persas desbordaban a las griegas por ambos flancos, pero Alejandro se contentaba con no dejarse rodear. Conocía a Darío III y su plan era muy simple: aguardar la ocasión para atacarle a él personalmente y provocar su huida como había sucedido en Isos. El combate estaba desplazando al ejército griego hacia los bordes de la llanura. Temiendo que sus carros no serían efectivos fuera del llano, Darío III los lanzó prematuramente, pues el ejército de Alejandro todavía estaba perfectamente organizado, y no tuvo dificultad en matar a los aurigas con flechas mientras se acercaban a la carrera. A los pocos que llegaron se les dejó pasar y los griegos ganaron confianza. Finalmente Darío III se puso a tiro y Alejandro ordenó a la falange que avanzara directamente hacia él. El final fue el previsto: Darío III huyó y con él se llevó la moral de sus hombres.

Tras la batalla, Alejandro llegó a Babilonia, donde fue recibido sin resistencia. Por aquella época, Babilonia seguía sin rehacerse de la destrucción a que la condenó Jerjes. El templo de Marduk seguía en ruinas. Alejandro adoptó la misma política que en Egipto: se declaró defensor de las costumbres nativas frente a los zoroastrianos, ordenó la reconstrucción del templo de Marduk y aceptó participar en cuantos rituales consideraron convenientes los babilonios.

El rey Agis III de esparta se rebeló contra Antípatro. Desde la partida de Alejandro, Agis III había estado recibiendo dinero persa, con el que logró levantar a casi todo el Peloponeso contra Macedonia. Únicamente Megalópolis no quiso unirse a Esparta. Agis III la asedió, pero Antípatro llegó desde el norte con un gran ejército. Los espartanos fueron derrotados y Agis III murió en la batalla. Antípatro tomó rehenes espartanos y obligó a la ciudad a pagar una gran suma, pero respetó su independencia.

Al mismo tiempo Alejandro se dispuso a dejar Babilonia para continuar la conquista del Imperio Persa. Dejó la ciudad bajo el gobierno de Harpalo, que pensó que el rey nunca regresaría de su expedición, así que en lugar de llevar a cabo los proyectos que le había encargado Alejandro, decidió aprovechar el poder en su propio beneficio. El caso es que Alejandro partió hacia Susa, y luego fue a Persépolis, donde incendió los palacios persas en represalia por el incendio de Atenas que ordenara Jerjes. Luego avanzó hacia el norte, hasta Pasargadas, donde visitó la tumba de Ciro. Después supo que Darío III estaba en Ecbatana y mandó a buscarle, pero el rey persa huyó hacia el este. Finalmente, en 330, uno de sus sátrapas, Besso, que gobernaba sobre Bactriana, decidió asesinarlo y entregar su cuerpo a Alejandro. A continuació se hizo proclamar rey, con el nombre de Artajerjes IV.
Filipo II de Macedonia
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