TASK FORCE BAUM
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#1 TASK FORCE BAUM
AVISO IMPORTANTE PREVIO AL LADRILLO
Hola a tod@s,
Mucha gente se preguntará, yo entre ellos, que pinta un post de un relato de la II Guerra Mundial en un foro de amantes de las motos.
El tiempo que hace que estoy en el foro, me ha permitido saber que aparte de nuestra afición común a la VStrom y otro tipo de motos, existe una inquietud multicultural reflejada en posts tan diversos como pinacotecas, cinefilias, curiosidades científicas, anécdotas, humor, etc.
El éxito que tuvieron unos posts sobre la bandera de Iwo Jima, los comentarios sobre la peli de Clint Eastwood sobre el mismo tema, los posts sobre el Desembarco de Normandía o la Operación Carne Picada me han decidido a compartir este episodio casi desconocido de aquella barbarie conocida como IIWW.
Pongo este aviso, porque como veréis el post es largo, pero creo que la lectura es amena e interesante y puede ser interesante.
Salut! :ch) :ch)
Hola a tod@s,
Mucha gente se preguntará, yo entre ellos, que pinta un post de un relato de la II Guerra Mundial en un foro de amantes de las motos.
El tiempo que hace que estoy en el foro, me ha permitido saber que aparte de nuestra afición común a la VStrom y otro tipo de motos, existe una inquietud multicultural reflejada en posts tan diversos como pinacotecas, cinefilias, curiosidades científicas, anécdotas, humor, etc.
El éxito que tuvieron unos posts sobre la bandera de Iwo Jima, los comentarios sobre la peli de Clint Eastwood sobre el mismo tema, los posts sobre el Desembarco de Normandía o la Operación Carne Picada me han decidido a compartir este episodio casi desconocido de aquella barbarie conocida como IIWW.
Pongo este aviso, porque como veréis el post es largo, pero creo que la lectura es amena e interesante y puede ser interesante.
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Última edición por PapaToni el 04 Feb 2007 12:22, editado 1 vez en total.
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#2
INTRODUCCIÓN
Hace un tiempo en el post de ADIVINA LA PELÍCULA apareció un fotograma de la película: LOS VIOLENTOS DE KELLY, una película bélica en la que aparece Clint Eastwood, Donald Sutherland y el inefable KOJAK, Telly Savalas.
Después de una interesante conversación con el amigo ToKoTo recordé un episodio real de la II Guerra Mundial muy parecido al argumento de la película en el sentido que una pequeña patrulla de combate se interna en territorio enemigo creando la confusión y el desconcierto. Aunque el motivo de la incursión fue muy diferente…
Seáis o no aficionados a la historia, os invito a conocer este episodio. Paralelamente he colgado un par de posts más, en uno una pequeña biografía de Patton, para que podáis conocer más el personaje y otro sobre la película. Estos posts son para complementar la información y tener una idea de conjunto. Por supuesto, espero vuestra colaboración, comentarios y quien quiera que aporte más información, correcciones, detalles, imágenes será bienvenido.
Salut! :ch) :ch)
Hace un tiempo en el post de ADIVINA LA PELÍCULA apareció un fotograma de la película: LOS VIOLENTOS DE KELLY, una película bélica en la que aparece Clint Eastwood, Donald Sutherland y el inefable KOJAK, Telly Savalas.
Después de una interesante conversación con el amigo ToKoTo recordé un episodio real de la II Guerra Mundial muy parecido al argumento de la película en el sentido que una pequeña patrulla de combate se interna en territorio enemigo creando la confusión y el desconcierto. Aunque el motivo de la incursión fue muy diferente…
Seáis o no aficionados a la historia, os invito a conocer este episodio. Paralelamente he colgado un par de posts más, en uno una pequeña biografía de Patton, para que podáis conocer más el personaje y otro sobre la película. Estos posts son para complementar la información y tener una idea de conjunto. Por supuesto, espero vuestra colaboración, comentarios y quien quiera que aporte más información, correcciones, detalles, imágenes será bienvenido.
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Última edición por PapaToni el 04 Feb 2007 12:23, editado 1 vez en total.
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#3
FUERZA ESPECIAL BAUM
INTRODUCCIÓN
EL PORQUÉ DE TODO ELLO.
El 24 de marzo, Patton lanzó su 4ª División Acorazada a través del Rhin. Ahora bajo el mando del general William Hoge, el mismo que había capturado el puente de Remagen, la división avanzó unos treinta y dos kilómetros hacia el próximo obstáculo natural, el río Main. El Comando de Combate A cruzó por Hanau, al este de Francfort, el Comando de Combate B, a unos 30kms al sudeste del anterior, en Aschaffenburg.
El comandante del XII cuerpo, general de división Manton Eddy, llamó a Hoge por teléfono para encomendarle una extraña tarea: Patton deseaba enviar una misión especial a unos 100 kms por detrás de las líneas enemigas, en un intento de liberar a novecientos prisioneros americanos confinados en el campamento de Hammelburg. Hoge pensó que, efectivamente, se trataba de un asunto singular, pero no hizo comentarios.
Al final de aquel mismo día el propio Patton llamó por teléfono a Hoge, y con voz más alterada que de costumbre le dijo:
- ¡Esto va a hacer que la incursión de MacArthur contra Cabanatuan (*) resulte una insignificancia!.
NOTA (*) Campamento de prisioneros de las Filipinas, liberado poco antes por MacArthur.
Aquí un enlace de la wikipedia sobre el tema:
http://en.wikipedia.org/wiki/Raid_at_Cabanatuan
Hoge no replicó a Patton, pero dijo a Eddy que no le gustaba la idea. Enviar una fuerza especial al Este sólo contribuiría a dispersar los efectivos de su división, la cual ya estaba extendida a lo largo de un frente de treinta y dos kilómetros, con órdenes de dirigirse hacia el norte, después de haber cruzado el río Main. ¿Para qué correr semejante riesgo, estando tan próximo el fin de la guerra? Había muchos campos de prisioneros de guerra. ¿Era tan importante el de Hammelburg? Eddy dijo que hablaría del asunto con Patton.
Hammelburg era una ciudad de cierta importancia que se hallaba situada a orillas del sinuoso río Fränkische Saale, a unos ochenta y cinco kilómetros en línea recta desde Francfort del Main. Treinta y dos kilómetros más al Este se hallaba Schweinfurt, el famoso centro fabril de rodamientos de bola. El Oflag XIIIB (Offizierslager, campamento de oficiales prisioneros de guerra) se hallaba situado en una meseta en forma de bandeja, sobre un escarpado monte a unos cinco km al sur de Hammelburg.
En una de las secciones había unos tres mil oficiales del Real Ejército Yugoslavo, capturados después de la corta campaña de 1941. Los yugoslavos, que preferían llamarse a sí mismos servios, eran orgullosos, vehementes y tenían la tez morena. Sus uniformes se hallaban raídos, aunque conservaban muchos de sus adornos. Se mostraron extremadamente atentos y generosos con los ochocientos oficiales americanos que llegaron en enero de 1945, y por votación general donaron ciento cincuenta de sus paquetes de alimentos a sus aliados.
La mayoría de los americanos se habían visto obligaos a rendirse al comenzar la batalla del Bulge. Por consiguiente, no sentían orgullo por su unidad, y mostraban muy poco respeto hacia los oficiales de mayor graduación. Casi no había ninguna actividad interna organizada, a excepción de los servicios religiosos dominicales. A diferencia del campamento de Sagan, no había espectáculos atléticos, musicales ni teatrales. Pocos eran los que pensaban en escapar, pues era evidente que la guerra sólo duraría unos meses más. Los paquetes de la Cruz Roja llegaban una vez al mes, lo cual no era suficiente para paliar la corta ración del campamento y ello daba lugar a numerosos casos de debilitamiento, y como consecuencia a la extensión de la gripe y la pulmonía. La disentería era una dolencia generalizada.
Todo el grupo, en resumen, se hallaba en un estado lamentable, y así siguió hasta el 8 de marzo, en que llegaron de Szubin, Polonia otros 430 prisioneros americanos, comandados por el coronel Paul Goode. Este, un hombre entrado en años, había sido instructor en West Point. Cuando llegó del viaje se hallaba sumamente cansado, pero al entrar en el campamento había tal determinación en su ajado rostro, que los prisioneros del Bulge sintieron en su interior una oleada de orgullo.
De la noche a la mañana Goode y su competente ayudante, el teniente coronel John Knight Waters, instauraron de nuevo la disciplina y el orden, y “Pop” –así apodaban a Goode- se convirtió en una palabra mágica para los jóvenes oficiales que nunca se habían sentido muy satisfechos con su pasado. Se limpiaron los uniformes y los zapatos, y se ordenó un corte de pelo y de barba general. Las reuniones tomaron un cariz más militar, y se procedió a limpiar los barracones. Goode dirigió su atención enseguida hacia el comandante alemán del campamento, generalleutnant (general de división) Günther von Goeckel. Mejoraron los alimentos, se hizo mejor uso de las instalaciones del campamento, y “Pop” Goode se convirtió en un héroe, para todos, a excepción de unos pocos a quienes disgustaba su autoridad.
INTRODUCCIÓN
EL PORQUÉ DE TODO ELLO.
El 24 de marzo, Patton lanzó su 4ª División Acorazada a través del Rhin. Ahora bajo el mando del general William Hoge, el mismo que había capturado el puente de Remagen, la división avanzó unos treinta y dos kilómetros hacia el próximo obstáculo natural, el río Main. El Comando de Combate A cruzó por Hanau, al este de Francfort, el Comando de Combate B, a unos 30kms al sudeste del anterior, en Aschaffenburg.
El comandante del XII cuerpo, general de división Manton Eddy, llamó a Hoge por teléfono para encomendarle una extraña tarea: Patton deseaba enviar una misión especial a unos 100 kms por detrás de las líneas enemigas, en un intento de liberar a novecientos prisioneros americanos confinados en el campamento de Hammelburg. Hoge pensó que, efectivamente, se trataba de un asunto singular, pero no hizo comentarios.
Al final de aquel mismo día el propio Patton llamó por teléfono a Hoge, y con voz más alterada que de costumbre le dijo:
- ¡Esto va a hacer que la incursión de MacArthur contra Cabanatuan (*) resulte una insignificancia!.
NOTA (*) Campamento de prisioneros de las Filipinas, liberado poco antes por MacArthur.
Aquí un enlace de la wikipedia sobre el tema:
http://en.wikipedia.org/wiki/Raid_at_Cabanatuan
Hoge no replicó a Patton, pero dijo a Eddy que no le gustaba la idea. Enviar una fuerza especial al Este sólo contribuiría a dispersar los efectivos de su división, la cual ya estaba extendida a lo largo de un frente de treinta y dos kilómetros, con órdenes de dirigirse hacia el norte, después de haber cruzado el río Main. ¿Para qué correr semejante riesgo, estando tan próximo el fin de la guerra? Había muchos campos de prisioneros de guerra. ¿Era tan importante el de Hammelburg? Eddy dijo que hablaría del asunto con Patton.
Hammelburg era una ciudad de cierta importancia que se hallaba situada a orillas del sinuoso río Fränkische Saale, a unos ochenta y cinco kilómetros en línea recta desde Francfort del Main. Treinta y dos kilómetros más al Este se hallaba Schweinfurt, el famoso centro fabril de rodamientos de bola. El Oflag XIIIB (Offizierslager, campamento de oficiales prisioneros de guerra) se hallaba situado en una meseta en forma de bandeja, sobre un escarpado monte a unos cinco km al sur de Hammelburg.
En una de las secciones había unos tres mil oficiales del Real Ejército Yugoslavo, capturados después de la corta campaña de 1941. Los yugoslavos, que preferían llamarse a sí mismos servios, eran orgullosos, vehementes y tenían la tez morena. Sus uniformes se hallaban raídos, aunque conservaban muchos de sus adornos. Se mostraron extremadamente atentos y generosos con los ochocientos oficiales americanos que llegaron en enero de 1945, y por votación general donaron ciento cincuenta de sus paquetes de alimentos a sus aliados.
La mayoría de los americanos se habían visto obligaos a rendirse al comenzar la batalla del Bulge. Por consiguiente, no sentían orgullo por su unidad, y mostraban muy poco respeto hacia los oficiales de mayor graduación. Casi no había ninguna actividad interna organizada, a excepción de los servicios religiosos dominicales. A diferencia del campamento de Sagan, no había espectáculos atléticos, musicales ni teatrales. Pocos eran los que pensaban en escapar, pues era evidente que la guerra sólo duraría unos meses más. Los paquetes de la Cruz Roja llegaban una vez al mes, lo cual no era suficiente para paliar la corta ración del campamento y ello daba lugar a numerosos casos de debilitamiento, y como consecuencia a la extensión de la gripe y la pulmonía. La disentería era una dolencia generalizada.
Todo el grupo, en resumen, se hallaba en un estado lamentable, y así siguió hasta el 8 de marzo, en que llegaron de Szubin, Polonia otros 430 prisioneros americanos, comandados por el coronel Paul Goode. Este, un hombre entrado en años, había sido instructor en West Point. Cuando llegó del viaje se hallaba sumamente cansado, pero al entrar en el campamento había tal determinación en su ajado rostro, que los prisioneros del Bulge sintieron en su interior una oleada de orgullo.
De la noche a la mañana Goode y su competente ayudante, el teniente coronel John Knight Waters, instauraron de nuevo la disciplina y el orden, y “Pop” –así apodaban a Goode- se convirtió en una palabra mágica para los jóvenes oficiales que nunca se habían sentido muy satisfechos con su pasado. Se limpiaron los uniformes y los zapatos, y se ordenó un corte de pelo y de barba general. Las reuniones tomaron un cariz más militar, y se procedió a limpiar los barracones. Goode dirigió su atención enseguida hacia el comandante alemán del campamento, generalleutnant (general de división) Günther von Goeckel. Mejoraron los alimentos, se hizo mejor uso de las instalaciones del campamento, y “Pop” Goode se convirtió en un héroe, para todos, a excepción de unos pocos a quienes disgustaba su autoridad.
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#4
LA DECISIÓN DE PATTON
Foto Patton.
El 25 de marzo, el comandante Alexander Stiller, uno de los ayudantes de Patton, llegó inesperadamente al cuartel general de Hoge. Stiller era un hombre taciturno, antiguo Ranger de Tejas, de rostro inexpresivo y frío, que había sido sargento al servicio de Patton durante la Primera Guerra Mundial. Stiller se limitó a decir que acompañaría a la expedición que iba a marchar contra Hammelburg. Hoge se mostró sorprendido. Estaba convencido de que se había dejado de lado la empresa , y por consiguiente volvió a protestar ante Eddy, quien le contestó que no se preocupase, ya que él encontraría el modo de manejar adecuadamente a Patton.
A la mañana siguiente Patton se trasladó en avión al puesto de mando de Eddy. Cuando entró en el edificio fue informado por el general de brigada, Ralph Canine que Eddy se hallaba de inspección.
- Coja el teléfono y hable con Hill Hoge –dijo Patton, con impaciencia-. Dígale que cruce el río Main y que se dirija hacia Hammelburg.
- General, lo último que me ordenó Matt antes de salir, fue que si venía usted y mandaba que se cumpliera la orden, yo debía contestarle que no lo haría.
Patton no montó en cólera ante semejante acto de insubordinación.
- Que se ponga Hoge al teléfono –dijo tranquilamente-, y yo se lo diré personalmente.
Un momento después estaba ordenando a Hoge que “llevase adelante el plan”. Hoge adujo que no podía prescindir de un solo hombre ni de un solo tanque.
- ¡Le prometo que le reintegraré cada soldado y cada vehículo que pierda!-exclamó Patton.
Hoge se sintió desconcertado ante el tono casi suplicante que había en la voz de Patton, y con mirada sorprendida se volvió hacia Stiller, que había estado escuchando. Este le explicó en voz baja que el “viejo” se hallaba totalmente decidido a liberar los prisioneros de Hammelburg, y reveló que entre ellos se encontraba John Waters, el yerno de Patton.
(Casi un mes antes, tres oficiales americanos que habían escapado atravesando Polonia y Rusia occidental, dijeron al general de división John Deane, jefe de la misión militar de Moscú, que Waters y otros americanos eran conducidos hacia el Oeste por los alemanes. Deane telegrafió el dato a Eisenhower, el cual lo hizo saber a Patton.)
Forzado a obedecer la orden directa de Patton, Hoge accedió de mala gana a enviar el ayudante de división, General de Brigada W.L.Roberts, al teniente coronel Creighton Abrams, cuyo comando de combate B acababa de tomar un puente de ferrocarril sobre el río Main. Cuando Abrams se enteró de que iba a ser él quien tendría que enviar una fuerza especial a Hammelburg, llamó por teléfono a Hoge y le explicó que una sola compañía, aún con refuerzos, sería aniquilada totalmente. Si había que hacerlo, sería necesario enviar todo el comando de combate. Hoge le dijo que Eddy ya se había negado a emplear todo un grupo de combate para semejante misión. La primera orden seguía en pie.
Foto Patton.
El 25 de marzo, el comandante Alexander Stiller, uno de los ayudantes de Patton, llegó inesperadamente al cuartel general de Hoge. Stiller era un hombre taciturno, antiguo Ranger de Tejas, de rostro inexpresivo y frío, que había sido sargento al servicio de Patton durante la Primera Guerra Mundial. Stiller se limitó a decir que acompañaría a la expedición que iba a marchar contra Hammelburg. Hoge se mostró sorprendido. Estaba convencido de que se había dejado de lado la empresa , y por consiguiente volvió a protestar ante Eddy, quien le contestó que no se preocupase, ya que él encontraría el modo de manejar adecuadamente a Patton.
A la mañana siguiente Patton se trasladó en avión al puesto de mando de Eddy. Cuando entró en el edificio fue informado por el general de brigada, Ralph Canine que Eddy se hallaba de inspección.
- Coja el teléfono y hable con Hill Hoge –dijo Patton, con impaciencia-. Dígale que cruce el río Main y que se dirija hacia Hammelburg.
- General, lo último que me ordenó Matt antes de salir, fue que si venía usted y mandaba que se cumpliera la orden, yo debía contestarle que no lo haría.
Patton no montó en cólera ante semejante acto de insubordinación.
- Que se ponga Hoge al teléfono –dijo tranquilamente-, y yo se lo diré personalmente.
Un momento después estaba ordenando a Hoge que “llevase adelante el plan”. Hoge adujo que no podía prescindir de un solo hombre ni de un solo tanque.
- ¡Le prometo que le reintegraré cada soldado y cada vehículo que pierda!-exclamó Patton.
Hoge se sintió desconcertado ante el tono casi suplicante que había en la voz de Patton, y con mirada sorprendida se volvió hacia Stiller, que había estado escuchando. Este le explicó en voz baja que el “viejo” se hallaba totalmente decidido a liberar los prisioneros de Hammelburg, y reveló que entre ellos se encontraba John Waters, el yerno de Patton.
(Casi un mes antes, tres oficiales americanos que habían escapado atravesando Polonia y Rusia occidental, dijeron al general de división John Deane, jefe de la misión militar de Moscú, que Waters y otros americanos eran conducidos hacia el Oeste por los alemanes. Deane telegrafió el dato a Eisenhower, el cual lo hizo saber a Patton.)
Forzado a obedecer la orden directa de Patton, Hoge accedió de mala gana a enviar el ayudante de división, General de Brigada W.L.Roberts, al teniente coronel Creighton Abrams, cuyo comando de combate B acababa de tomar un puente de ferrocarril sobre el río Main. Cuando Abrams se enteró de que iba a ser él quien tendría que enviar una fuerza especial a Hammelburg, llamó por teléfono a Hoge y le explicó que una sola compañía, aún con refuerzos, sería aniquilada totalmente. Si había que hacerlo, sería necesario enviar todo el comando de combate. Hoge le dijo que Eddy ya se había negado a emplear todo un grupo de combate para semejante misión. La primera orden seguía en pie.
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#5
COMIENZA LA INCURSIÓN
En la tarde del 26 de marzo, el capitán Abraham Baum, natural del Bronx neoyorquino, se hallaba durmiendo en el interior de un carro blindado cuando le despertaron y le dijeron que se presentase inmediatamente en el puesto de mando del Comando de Combate B. Baum, antiguo cortador de patrones en una fábrica de blusas, era oficial de Inteligencia del 10º Batallón de Infantería Acorazada. Medía algo más de un metro ochenta y cinco de estatura, y al igual que su comandante de combate era sumamente enérgico. Su bigotillo, su corte de pelo y la expresión del rostro, contribuían a darle sensación de seguridad en sí mismo
Baum aún estaba tratando de librarse de la modorra, cuando entró en el puesto de mando. Pero se despejó inmediatamente en cuanto Abrams le ordenó que avanzase con una fuerza especial por detrás de las líneas enemigas y liberase a novecientos prisioneros americanos. No se le dio razón alguna, ni Baum la esperaba. Sólo se limitó a volverse hacia el comandante de su batallón, teniente coronel Harold Cohen, y le dijo bromeando:
- Con eso no se van a librar de mí. Volveré.
Le contestaron que eligieras sus hombres y que se pusiera en marcha en seguida.
A las siete de la tarde la Fuerza Especial Baum se hallaba lista para partir. Estaba integrada por 397 hombres, todos ellos experimentados en la lucha. Disponía de diez tanques “Sherman” y seis tanques ligeros, tres cañones de asalto de 105mm, veintisiete camiones oruga para trasladar a los prisioneros, siete jeeps y un vehículo auxiliar sanitario.
Baum revisó su plan de acción. Tenía que internarse unos cien kms a través de las líneas enemigas con una fuerza de reconocimiento. Sin poderío suficiente para soportar un contraataque intenso, debería aprovecharse de la sorpresa y avanzar por una zona que le era totalmente desconocida y de la que ignoraba la localización de los puntos donde el enemigo tenía concentradas sus fuerzas. En resumen, debía internarse por un país desconocido, para luchar sabía Dios contra qué, y traer de vuelta a novecientos pasajeros.
Inquieto por la misión en sí, Baum recibió otro disgusto cuando Abrams le dijo que el comandante Stiller iría con él.
- ¿Cómo se entiende eso? - inquirió Baum con tono receloso. Abrams le aseguró que Stiller sería sólo un observador, sin mando de ninguna clase, y que posiblemente Patton deseaba que Stiller se curtiese en la batalla. Pero una simple mirada a Stiller bastaba para convencerse de que éste no necesitaba curtirse en modo alguno. En cierta ocasión Patton dijo jocosamente al coronel Codman que le gustaría tener la cara de fiero luchador que poseía el comandante Al Stiller.
A semejanza de Hoge, Abrams conocía el verdadero fin de la misión. Stiller acababa de admitir confidencialmente a Cohen y a uno o dos más:
- Creo que el yerno de Patton está allí.
Los hombres de Baum, por supuesto, nada sabían de esto. En realidad, la mayor parte de ellos ni siquiera sabían que iban tras las líneas enemigas a conquistar un campamento de prisioneros de guerra.
El plan de Abrams para lanzar la Fuerza Especial Baum a través de la delgada corteza de defensas alemanas era muy sencillo. El Comando de Combate B cruzaría el puente recién capturado y limpiaría de enemigos la pequeña ciudad situada al otro lado. Luego Baum se introduciría por la brecha que quedaría abierta, y avanzaría hasta Hammelburg, unos noventa y cinco kilómetros adelante, adonde llegaría a primeras horas de la tarde del 27 de marzo. Con buena suerte estaría de regreso a las líneas americanas por la noche del mismo día.
En la tarde del 26 de marzo, el capitán Abraham Baum, natural del Bronx neoyorquino, se hallaba durmiendo en el interior de un carro blindado cuando le despertaron y le dijeron que se presentase inmediatamente en el puesto de mando del Comando de Combate B. Baum, antiguo cortador de patrones en una fábrica de blusas, era oficial de Inteligencia del 10º Batallón de Infantería Acorazada. Medía algo más de un metro ochenta y cinco de estatura, y al igual que su comandante de combate era sumamente enérgico. Su bigotillo, su corte de pelo y la expresión del rostro, contribuían a darle sensación de seguridad en sí mismo
Baum aún estaba tratando de librarse de la modorra, cuando entró en el puesto de mando. Pero se despejó inmediatamente en cuanto Abrams le ordenó que avanzase con una fuerza especial por detrás de las líneas enemigas y liberase a novecientos prisioneros americanos. No se le dio razón alguna, ni Baum la esperaba. Sólo se limitó a volverse hacia el comandante de su batallón, teniente coronel Harold Cohen, y le dijo bromeando:
- Con eso no se van a librar de mí. Volveré.
Le contestaron que eligieras sus hombres y que se pusiera en marcha en seguida.
A las siete de la tarde la Fuerza Especial Baum se hallaba lista para partir. Estaba integrada por 397 hombres, todos ellos experimentados en la lucha. Disponía de diez tanques “Sherman” y seis tanques ligeros, tres cañones de asalto de 105mm, veintisiete camiones oruga para trasladar a los prisioneros, siete jeeps y un vehículo auxiliar sanitario.
Baum revisó su plan de acción. Tenía que internarse unos cien kms a través de las líneas enemigas con una fuerza de reconocimiento. Sin poderío suficiente para soportar un contraataque intenso, debería aprovecharse de la sorpresa y avanzar por una zona que le era totalmente desconocida y de la que ignoraba la localización de los puntos donde el enemigo tenía concentradas sus fuerzas. En resumen, debía internarse por un país desconocido, para luchar sabía Dios contra qué, y traer de vuelta a novecientos pasajeros.
Inquieto por la misión en sí, Baum recibió otro disgusto cuando Abrams le dijo que el comandante Stiller iría con él.
- ¿Cómo se entiende eso? - inquirió Baum con tono receloso. Abrams le aseguró que Stiller sería sólo un observador, sin mando de ninguna clase, y que posiblemente Patton deseaba que Stiller se curtiese en la batalla. Pero una simple mirada a Stiller bastaba para convencerse de que éste no necesitaba curtirse en modo alguno. En cierta ocasión Patton dijo jocosamente al coronel Codman que le gustaría tener la cara de fiero luchador que poseía el comandante Al Stiller.
A semejanza de Hoge, Abrams conocía el verdadero fin de la misión. Stiller acababa de admitir confidencialmente a Cohen y a uno o dos más:
- Creo que el yerno de Patton está allí.
Los hombres de Baum, por supuesto, nada sabían de esto. En realidad, la mayor parte de ellos ni siquiera sabían que iban tras las líneas enemigas a conquistar un campamento de prisioneros de guerra.
El plan de Abrams para lanzar la Fuerza Especial Baum a través de la delgada corteza de defensas alemanas era muy sencillo. El Comando de Combate B cruzaría el puente recién capturado y limpiaría de enemigos la pequeña ciudad situada al otro lado. Luego Baum se introduciría por la brecha que quedaría abierta, y avanzaría hasta Hammelburg, unos noventa y cinco kilómetros adelante, adonde llegaría a primeras horas de la tarde del 27 de marzo. Con buena suerte estaría de regreso a las líneas americanas por la noche del mismo día.
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#6
ADELANTE
A las 21 horas del 26 de marzo, el Comando de Combate B cruzó el río Main.
Aunque el servicio de Inteligencia aseguró que habría escasa oposición, Abrams se vio comprometido y tuvo que lanzar cuantos efectivos tenía para abrir una brecha por la que pudiera pasar Baum. Era media noche, es decir, varias horas después de lo previsto, cuando la Fuerza Especial Baum pudo al fin cruzar el puente y puso rumbo al Este, con los infantes subidos a los tanques, y suplementos de municiones y gasolina en los camiones. Hacía calor, el ambiente estaba seco y no había luna.
La columna avanzó rápidamente a través de los primeros pueblos, sin hallar casi resistencia a causa de la sorpresa de la incursión. Los artilleros de los tanques barrían la pequeña oposición que hallaban al paso, y los infantes lanzaban granadas dentro de las puertas y ventanas para evitar la acción de los tiradores apostados.
Pero poco después el mando del Séptimo Ejército alemán se enteró de que una unidad acorazada había irrumpido entre sus efectivos –pensaban incluso que podía tratarse de una división entera-, y sospecharon que debían de ser las fuerzas de Patton., a causa de lo temerario del ataque. En efecto, los comandantes alemanes le temían y les infundía más respeto que ningún otro general americano. Los pueblos y ciudades que bordeaban la carretera recibieron la orden de fortalecer sus defensas y de bloquear el paso, pero Baum se desplazaba con tal rapidez y violencia que por más que sufrieron el fuego de algunos panzerfaust (el bazooka alemán) y armas ligeras al atravesar las poblaciones, pocas fueron las bajas que tuvieron.
Poco antes del amanecer, la Fuerza Especial, después de haber recorrido cuarenta kilómetros, entró impetuosamente en la ciudad de Lohr. Cuando los tanques ligeros llegaron ante una barricada que obstruía la carretera, se echaron a un lado y dejaron que los pesados Sherman abriesen camino. Un panzerfaust disparó desde corta distancia y dejó fuera de combate a uno de los Sherman, pero la dotación del tanque se trasladó a un camino y la columna siguió avanzando. De improviso se vieron frente a una caravana alemana que marchaba despreocupadamente hacia Lohr. Los americanos ametrallaron los camiones sin detenerse. Cuando un joven oficial vio que algunos de los muertos eran muchachas de uniforme se indispuso y vomitó.
Los invasores se dirigieron hacia el nordeste, siguiendo la orilla izquierda del sinuoso río Main. Cuando pasaron ante un convoy ferroviario antiaéreo, destruyeron la locomotora y lanzaron granadas de termita contra los cañones de 20mm. Poco después del amanecer la expedición se acercó a Gemünden, una ciudad situada en la confluencia de los ríos Sinn y Saale. La localidad le pareció a Baum un lugar perfecto para una emboscada, por lo que ordenó que no se utilizara la radio, y que ni tan sólo se hablase en voz alta. A las 06,30 de la mañana la columna entró en Gemünden. El sargento Donald Yoerk, que se hallaba en uno de los últimos tanques, quedó sorprendido al ver a los soldados alemanes que andaban despreocupadamente por las calles con sus carteras en la mano. Esta ciudad, a diferencia de las demás que habían atravesado, estaba ignorante de que se aproximaba una fuerza especial americana. Hacia la derecha de la carretera, Yoerk vio un tren que iba a cruzar un paso a nivel por donde ellos tenían que pasar. Desde el tanque que le seguía Frank Malinski disparó, y alcanzó a la locomotora con la primera andanada. Luego siguió haciendo fuego contra los vagones, hasta que de pronto estalló un vagón de municiones. Cuando se disipó la humareda, Yoerk sólo pudo ver cuatro ruedas sobre la vía, en el lugar donde había estado el vagón. Más adelante, los tanques ligeros ya habían destruido varias lanchas que navegaban por el río, y puesto fuera de servicio un tren de carga y pasajeros. Luego avanzaron los Sherman y destruyeron una docena más de convoyes ferroviarios, dejando obstruidas las vías. Por suerte, de uno de los trenes estaba desembarcando una división alemana, que se vio sumida en la confusión.
Baum ordenó al teniente William Nutto que adelantase los Sherman por el centro de la ciudad, arrasándola a ambos lados mientras avanzaban. Dos pelotones de infantería acompañaron a los tanques, pero cuando los dos primeros soldados penetraron en un puente del centro de la población, voló en pedazos y los dos hombres perecieron. Los Sherman arrasaron cuanto salía a su paso, a pesar de estar aislados del resto de la columna, que marchaba detrás. Los alemanes comenzaron a disparar panzerfaust desde las ventanas y los techos de las casas circundantes.
Baum y Nutto se hallaban algo más atrás, estudiando la situación. Oyeron el ruido de disparos en vanguardia, y corrieron hacia el puente destruido, a tiempo de ver a uno de los Sherman cubierto de soldados alemanes. El tanque movía la torreta en todas direcciones, como si quisiera librarse de los alemanes. En ese momento estalló una granada junto a Baum y Nutto, lanzándolos contra la calzada. Cegado momentáneamente, Nutto se aferró el pecho que le dolía. También le habían dado en las piernas. Baum sintió dolor en la mano derecha y en una rodilla, y observó que la sangre se deslizaba por la pernera de su pantalón.
- Salgamos de aquí - gritó con todas sus fuerzas, y ordenó retroceder a la columna.
La carretera principal hacia Hammelburg estaba cortada, y Baum seleccionó rápidamente una nueva ruta. Dio la vuela hacia el norte, a lo largo de la orilla occidental del río Sinn, buscando un cruce. A las 8,30 de la mañana envió su primer mensaje al puesto de mando, solicitando un ataque aéreo contra los cuarteles de Gemünden.
NOTA:
Poco tiempo después de haber abandonado Baum la localidad de Gemünden, llegó un grupo encabezado por Ernst Lagendorf, a quien le dijeron que ayudase a Baum en la ciudad. Lagendorf no tenía idea de que se encontraba cincuenta y seis kilómetros detrás de las líneas enemigas. El grupo, de tres hombres y una emisora, lanzó llamadas en alemán, y no tardaron en rendirse trescientos soldados germanos. Lagendorf les dijo que esperasen a la próxima unidad americana, y regresó a su unidad sin haber disparado un solo tiro…
Y sin saber que había estado varias horas en territorio enemigo.
El Séptimo Ejército alemán acababa de tener conocimiento de la destrucción de Lohr y Gemünden, y ordenó inmediatamente que todas las fuerzas disponibles detuvieran a los soldados americanos. Fue un alemán, sin embargo, el que ayudó a Baum a resolver su problema inmediato. Un paracaidista germano cansado de la guerra, le hizo saber que el mejor lugar para cruzar el río Sinn era por Burgsinn, unos trece kilómetros más arriba de Gemünden.
Dos kilómetros más adelante los americanos capturaron a otro alemán. Este era más importante, pero resultó de menos utilidad. Se trataba de un general cuyo “Wolkswagen2 fue a meterse directamente entre la columna americana.
- ¿Quién demonios es usted? – inquirió Baum, cuando el general avanzó con gesto orgulloso, colocándose los guantes.
El alemán comenzó a explicarse en su idioma, pero Baum le interrumpió diciendo:
- Metan a este cerdo en un camión y sigamos adelante.
La columna cruzó el río Sinn, y luego se internó hacia el sudeste, por un camino de montaña. El terreno era desigual y boscoso, pero el suelo resultaba lo suficientemente firme para el avance de los tanques y los vehículos. Al cabo de algunos minutos llegaron junto a un grupo de unos setecientos prisioneros soviéticos, que al ver los tanques americanos asaltaron a sus guardias y les quitaron las armas. Baum entregó a los rusos los doscientos alemanes que habían capturado, y los soviéticos le aseguraron que se dedicarían a la táctica de guerrillas por la zona, hasta que llegasen las tropas americanas.
La fuerza especial atravesó a continuación el Fränkische Saale, y sólo faltaban ocho kilómetros para su meta cuando un avión alemán de reconocimiento se dejó caer sobre la columna. Baum ordenó hacer alto. En el relativo silencio que siguió alcanzó a escuchar el sonido de vehículos acorazados no muy lejos. No tenía objeto el ocultarse, de modo que decidió encaminarse hacia el nordeste, directamente sobre Hammelburg. Poco después vio los primeros tanques alemanes, sólo dos, que tras hacer algunos disparos inofensivos desaparecieron. Pero Baum sabía que había otros en las proximidades.
A las 14,30 apareció al fin ante la columna la ciudad de Hammelburg. A un kilómetro escaso de los primeros edificios, la caravana salió de la carretera y comenzó el ascenso de l a escarpada colina, en dirección al campamento de prisioneros.
De improviso apareció al frente un tanque alemán, y luego varios más. Baum ordenó a sus seis Sherman que atacasen, y por radio mandó al sargento Charles Gram. que hiciese avanzar los tres cañones autopropulsados. La batalla por el campamento Oflag XIIIB había comenzado.
A las 21 horas del 26 de marzo, el Comando de Combate B cruzó el río Main.
Aunque el servicio de Inteligencia aseguró que habría escasa oposición, Abrams se vio comprometido y tuvo que lanzar cuantos efectivos tenía para abrir una brecha por la que pudiera pasar Baum. Era media noche, es decir, varias horas después de lo previsto, cuando la Fuerza Especial Baum pudo al fin cruzar el puente y puso rumbo al Este, con los infantes subidos a los tanques, y suplementos de municiones y gasolina en los camiones. Hacía calor, el ambiente estaba seco y no había luna.
La columna avanzó rápidamente a través de los primeros pueblos, sin hallar casi resistencia a causa de la sorpresa de la incursión. Los artilleros de los tanques barrían la pequeña oposición que hallaban al paso, y los infantes lanzaban granadas dentro de las puertas y ventanas para evitar la acción de los tiradores apostados.
Pero poco después el mando del Séptimo Ejército alemán se enteró de que una unidad acorazada había irrumpido entre sus efectivos –pensaban incluso que podía tratarse de una división entera-, y sospecharon que debían de ser las fuerzas de Patton., a causa de lo temerario del ataque. En efecto, los comandantes alemanes le temían y les infundía más respeto que ningún otro general americano. Los pueblos y ciudades que bordeaban la carretera recibieron la orden de fortalecer sus defensas y de bloquear el paso, pero Baum se desplazaba con tal rapidez y violencia que por más que sufrieron el fuego de algunos panzerfaust (el bazooka alemán) y armas ligeras al atravesar las poblaciones, pocas fueron las bajas que tuvieron.
Poco antes del amanecer, la Fuerza Especial, después de haber recorrido cuarenta kilómetros, entró impetuosamente en la ciudad de Lohr. Cuando los tanques ligeros llegaron ante una barricada que obstruía la carretera, se echaron a un lado y dejaron que los pesados Sherman abriesen camino. Un panzerfaust disparó desde corta distancia y dejó fuera de combate a uno de los Sherman, pero la dotación del tanque se trasladó a un camino y la columna siguió avanzando. De improviso se vieron frente a una caravana alemana que marchaba despreocupadamente hacia Lohr. Los americanos ametrallaron los camiones sin detenerse. Cuando un joven oficial vio que algunos de los muertos eran muchachas de uniforme se indispuso y vomitó.
Los invasores se dirigieron hacia el nordeste, siguiendo la orilla izquierda del sinuoso río Main. Cuando pasaron ante un convoy ferroviario antiaéreo, destruyeron la locomotora y lanzaron granadas de termita contra los cañones de 20mm. Poco después del amanecer la expedición se acercó a Gemünden, una ciudad situada en la confluencia de los ríos Sinn y Saale. La localidad le pareció a Baum un lugar perfecto para una emboscada, por lo que ordenó que no se utilizara la radio, y que ni tan sólo se hablase en voz alta. A las 06,30 de la mañana la columna entró en Gemünden. El sargento Donald Yoerk, que se hallaba en uno de los últimos tanques, quedó sorprendido al ver a los soldados alemanes que andaban despreocupadamente por las calles con sus carteras en la mano. Esta ciudad, a diferencia de las demás que habían atravesado, estaba ignorante de que se aproximaba una fuerza especial americana. Hacia la derecha de la carretera, Yoerk vio un tren que iba a cruzar un paso a nivel por donde ellos tenían que pasar. Desde el tanque que le seguía Frank Malinski disparó, y alcanzó a la locomotora con la primera andanada. Luego siguió haciendo fuego contra los vagones, hasta que de pronto estalló un vagón de municiones. Cuando se disipó la humareda, Yoerk sólo pudo ver cuatro ruedas sobre la vía, en el lugar donde había estado el vagón. Más adelante, los tanques ligeros ya habían destruido varias lanchas que navegaban por el río, y puesto fuera de servicio un tren de carga y pasajeros. Luego avanzaron los Sherman y destruyeron una docena más de convoyes ferroviarios, dejando obstruidas las vías. Por suerte, de uno de los trenes estaba desembarcando una división alemana, que se vio sumida en la confusión.
Baum ordenó al teniente William Nutto que adelantase los Sherman por el centro de la ciudad, arrasándola a ambos lados mientras avanzaban. Dos pelotones de infantería acompañaron a los tanques, pero cuando los dos primeros soldados penetraron en un puente del centro de la población, voló en pedazos y los dos hombres perecieron. Los Sherman arrasaron cuanto salía a su paso, a pesar de estar aislados del resto de la columna, que marchaba detrás. Los alemanes comenzaron a disparar panzerfaust desde las ventanas y los techos de las casas circundantes.
Baum y Nutto se hallaban algo más atrás, estudiando la situación. Oyeron el ruido de disparos en vanguardia, y corrieron hacia el puente destruido, a tiempo de ver a uno de los Sherman cubierto de soldados alemanes. El tanque movía la torreta en todas direcciones, como si quisiera librarse de los alemanes. En ese momento estalló una granada junto a Baum y Nutto, lanzándolos contra la calzada. Cegado momentáneamente, Nutto se aferró el pecho que le dolía. También le habían dado en las piernas. Baum sintió dolor en la mano derecha y en una rodilla, y observó que la sangre se deslizaba por la pernera de su pantalón.
- Salgamos de aquí - gritó con todas sus fuerzas, y ordenó retroceder a la columna.
La carretera principal hacia Hammelburg estaba cortada, y Baum seleccionó rápidamente una nueva ruta. Dio la vuela hacia el norte, a lo largo de la orilla occidental del río Sinn, buscando un cruce. A las 8,30 de la mañana envió su primer mensaje al puesto de mando, solicitando un ataque aéreo contra los cuarteles de Gemünden.
NOTA:
Poco tiempo después de haber abandonado Baum la localidad de Gemünden, llegó un grupo encabezado por Ernst Lagendorf, a quien le dijeron que ayudase a Baum en la ciudad. Lagendorf no tenía idea de que se encontraba cincuenta y seis kilómetros detrás de las líneas enemigas. El grupo, de tres hombres y una emisora, lanzó llamadas en alemán, y no tardaron en rendirse trescientos soldados germanos. Lagendorf les dijo que esperasen a la próxima unidad americana, y regresó a su unidad sin haber disparado un solo tiro…
Y sin saber que había estado varias horas en territorio enemigo.
El Séptimo Ejército alemán acababa de tener conocimiento de la destrucción de Lohr y Gemünden, y ordenó inmediatamente que todas las fuerzas disponibles detuvieran a los soldados americanos. Fue un alemán, sin embargo, el que ayudó a Baum a resolver su problema inmediato. Un paracaidista germano cansado de la guerra, le hizo saber que el mejor lugar para cruzar el río Sinn era por Burgsinn, unos trece kilómetros más arriba de Gemünden.
Dos kilómetros más adelante los americanos capturaron a otro alemán. Este era más importante, pero resultó de menos utilidad. Se trataba de un general cuyo “Wolkswagen2 fue a meterse directamente entre la columna americana.
- ¿Quién demonios es usted? – inquirió Baum, cuando el general avanzó con gesto orgulloso, colocándose los guantes.
El alemán comenzó a explicarse en su idioma, pero Baum le interrumpió diciendo:
- Metan a este cerdo en un camión y sigamos adelante.
La columna cruzó el río Sinn, y luego se internó hacia el sudeste, por un camino de montaña. El terreno era desigual y boscoso, pero el suelo resultaba lo suficientemente firme para el avance de los tanques y los vehículos. Al cabo de algunos minutos llegaron junto a un grupo de unos setecientos prisioneros soviéticos, que al ver los tanques americanos asaltaron a sus guardias y les quitaron las armas. Baum entregó a los rusos los doscientos alemanes que habían capturado, y los soviéticos le aseguraron que se dedicarían a la táctica de guerrillas por la zona, hasta que llegasen las tropas americanas.
La fuerza especial atravesó a continuación el Fränkische Saale, y sólo faltaban ocho kilómetros para su meta cuando un avión alemán de reconocimiento se dejó caer sobre la columna. Baum ordenó hacer alto. En el relativo silencio que siguió alcanzó a escuchar el sonido de vehículos acorazados no muy lejos. No tenía objeto el ocultarse, de modo que decidió encaminarse hacia el nordeste, directamente sobre Hammelburg. Poco después vio los primeros tanques alemanes, sólo dos, que tras hacer algunos disparos inofensivos desaparecieron. Pero Baum sabía que había otros en las proximidades.
A las 14,30 apareció al fin ante la columna la ciudad de Hammelburg. A un kilómetro escaso de los primeros edificios, la caravana salió de la carretera y comenzó el ascenso de l a escarpada colina, en dirección al campamento de prisioneros.
De improviso apareció al frente un tanque alemán, y luego varios más. Baum ordenó a sus seis Sherman que atacasen, y por radio mandó al sargento Charles Gram. que hiciese avanzar los tres cañones autopropulsados. La batalla por el campamento Oflag XIIIB había comenzado.
Última edición por PapaToni el 04 Feb 2007 12:47, editado 3 veces en total.
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#7
LA LIBERACIÓN DEL CAMPO DE PRISIONEROS
Los prisioneros percibieron a lo lejos el primer intercambio de disparos entre los tanques atacantes y los defensores. Entonces el coronel Goode corrió a reunirse con los demás prisioneros, que se habían concentrado junto a las vallas de alambre de púa. A través de los campos, en los que pastaban las ovejas, el padre Paul Cavanaugh, capellán jesuita de la 106 División, observó como dos pelotones de centinelas alemanes se colocaban en lugares preestablecidos, sobre la cima de la colina, mientras una compañía completa se situaba en posición a lo largo de la carretera de Hammelburg. A un lado de la misma carretera se advertían dos cañones de 40 milímetros.
Durante treinta minutos los prisioneros esperaron, hasta que de improviso estalló un atronador estrépito de ametralladoras, bazotas, fusiles y morteros a través de la pradera.
- Esa es la forma en que comienza una batalla de tanques, padre – declaró el coronel Goode. – He presenciado las suficientes para darme cuenta de ello. Los muchachos del general Patton se están acercando, y los alemanes sin duda van a trasladarnos de aquí.
Dijo que de todos modos esperaba que los americanos les ganasen la partida.
Mientras crecía el rumor de la batalla, algunos de los hombres se encaminaron a la cocina para apoderarse de lo que había en las despensas y darse un buen atracón. Otros cien, en cambio, se dirigieron hacia el barracón del padre Cavanaugh, donde éste iba a confesarles antes de la misa. A las 15,50, la sirena dio unos cuantos avisos y por los altavoces se divulgó la siguiente advertencia:
- ¡Todos los prisioneros deben permanecer en sus barracones!
Unos pocos rezagados cruzaron rápidamente hacia el lugar donde se estaba celebrando la misa.
- Como ya somos demasiados – dijo el padre Cavanaugh un momento después -, comenzaré la misa inmediatamente, y más tarde impartiré una absolución general, antes de la Santa Comunión.
Mientras se colocaba las vestiduras, vio que caían algunas granadas, que no llegaron a estallar. Comenzó en seguida a rezar las plegarias ante un altar improvisado con una sencilla mesa.
Al llegar al Evangelio, otra granada, cayó en las proximidades, y todo el mundo se arrojó al suelo. Después de un momento, el padre Cavanaugh salió de debajo del altar, con la sensación de que no estaba dando muy buen ejemplo. Pidió calma a los prisioneros y les rogó que siguieran de rodillas.
- Si algo ocurre no tenéis más que tenderos en el suelo – manifestó-. Voy a daros la absolución general.
Con mano temblorosa hizo la señal de la cruz ante su congregación, y añadió:
- Tened calma. Acortaré la misa todo lo posible para que todos podáis recibir la Comunión.
De cara al altar, el sacerdote leyó la plegaria “Hanc igitur”. Nunca hasta entonces parecieron tener aquellas palabras un mayor significado:
- Acepta la ofrenda de nuestra sumisión, ¡Oh, Señor!. Danos la paz. Líbranos del mal eterno y recíbenos en el grupo de tus elegidos. Por Cristo nuestro Señor, amén.
Norman Smolka no era católico, pero se hallaba presente porque dormía en aquel mismo barracón. Cuando levantó la vista del suelo, vio los rayos del sol que entraban por una ventana, bañando en luz al sacerdote. Este, según su propia expresión, “parecía el mismo Dios”.
Algo más allá, el yerno de Patton, se hallaba observando la acción desde el piso bajo del barracón de Goode. Waters era un apuesto joven oriundo de Baltimore, de treinta y nueve años de edad. Había asistido dos años a la universidad de John Hopkins, donde estudió arte y ciencias, y luego trasladó sus estudios a West Point. En 1931 se graduó como segundo teniente de caballería. Era un hombre tranquilo, de habla parsimoniosa y de notables aptitudes, que desempeñaba el cometido de oficial ejecutivo en el Primer Regimiento Acorazado, cuando le capturaron en febrero de 1943, en el norte de África.
Waters alcanzaba a ver varios tanques americanos desplazándose por el campo y disparando sus cañones. En ese momento entró el general Von Goeckel, el cual manifestó que se constituía en prisionero de Goode, y que la guerra había terminado para él. Preguntó si algún americano se ofrecía voluntario para ir afuera y ordenar el alto el fuego. Según parece, los americanos disparaban contra los barracones de los yugoslavos, porque los tomaban por alemanes a causa de su uniforme.
- Iré yo – dijo Waters -. Hay que conseguir una bandera americana y un trapo blanco, a fin de que no nos disparen.
Unos minutos más tarde, Waters salía por la puerta principal del campamento. Detrás iba el capitán Fuchs, un intérprete alemán, y a continuación seguían otros dos voluntarios americanos, uno con la bandera de Estados Unidos, y el otro con una sábana blanca atada a un palo. Tenían la intención de eludir el campo de batalla, estableciendo contacto por un lado.
La Fuerza Especial Baum estaba dirigiéndose en esos momentos hacia el terreno elevado donde los guardias se hallaban parapetados. La lucha de tanques en la colina había sido breve pero feroz. Baum perdió cinco camiones oruga y tres jeeps, pero sus Sherman habían puesto fuera de combate a tres tanques alemanes y tres o cuatro camiones cargados con municiones.
Densas nubes de humo cubrían la zona en el momento en que la partida de Waters seguía avanzando en dirección a la columna de Baum. A un kilómetro de la puerta del campamento encontraron un granero rodeado de una valla. Cincuenta metros más adelante vieron correr hacia ellos a un soldado de extraño uniforme. Waters no sabía si se trataba de un soldado alemán o de un americano vestido de paracaidista, y gritó:
- ¡Amerikanisch!
El soldado era alemán, y al oír a Waters saltó sobre la valla, empuñó el fusil e hizo fuego contra ellos antes de que el intérprete alemán pudiera explicarle lo que ocurría. Waters notó como si le hubiesen golpeado con un palo, pero a pesar de ello no sintió dolor alguno. Mientras yacía en la zanja donde había caído, Waters pensó: “Maldito, me has estropeado la fiesta”.
A Fuchs – el capitán intérprete- le costó varios minutos convencer a su compatriota de que no debía dispara, pues eran parlamentarios. Luego el yerno de Patton fue colocado sobre una manta, y le llevaron de vuelta al campamento.
Dentro de los barracones, los americanos se agolpaban contra las ventanas, vitoreando a los tanques americanos como si estuviesen presenciando un partido de béisbol. Una bala perdida destrozó unos cristales, y todo el mundo se lanzó al suelo, pero al cabo de unos momentos regresaron a las ventanas. Desde el segundo piso de la enfermería, el comandante médico Albert Berndt, de la 28ª División, vio a los tanques Sherman que enfilaban hacia la meseta. De pronto una ametralladora alemana comenzó a disparar desde el techo. Temiendo un ataque a la enfermería, que no tenía distintivo alguno, Berndt corrió hacia la oficina de Goode y le sugirió que los médicos y enfermeros trasladasen su sección al otro lado del edificio. Goode concedió el permiso a Berndt para llevar a cabo el traslado, pero le aconsejó que esperase a que el fuego disminuyese de intensidad. Una hora y media más tarde Goode se enteró de que aún no se había hecho el traslado y mandó llamara a Berndt. Este explicó que no había juzgado prudente enviar a sus hombres afuera, bajo el intenso fuego. En ese momento se abrió la puerta y llegaron los que portaban a Waters, herido.
Los prisioneros percibieron a lo lejos el primer intercambio de disparos entre los tanques atacantes y los defensores. Entonces el coronel Goode corrió a reunirse con los demás prisioneros, que se habían concentrado junto a las vallas de alambre de púa. A través de los campos, en los que pastaban las ovejas, el padre Paul Cavanaugh, capellán jesuita de la 106 División, observó como dos pelotones de centinelas alemanes se colocaban en lugares preestablecidos, sobre la cima de la colina, mientras una compañía completa se situaba en posición a lo largo de la carretera de Hammelburg. A un lado de la misma carretera se advertían dos cañones de 40 milímetros.
Durante treinta minutos los prisioneros esperaron, hasta que de improviso estalló un atronador estrépito de ametralladoras, bazotas, fusiles y morteros a través de la pradera.
- Esa es la forma en que comienza una batalla de tanques, padre – declaró el coronel Goode. – He presenciado las suficientes para darme cuenta de ello. Los muchachos del general Patton se están acercando, y los alemanes sin duda van a trasladarnos de aquí.
Dijo que de todos modos esperaba que los americanos les ganasen la partida.
Mientras crecía el rumor de la batalla, algunos de los hombres se encaminaron a la cocina para apoderarse de lo que había en las despensas y darse un buen atracón. Otros cien, en cambio, se dirigieron hacia el barracón del padre Cavanaugh, donde éste iba a confesarles antes de la misa. A las 15,50, la sirena dio unos cuantos avisos y por los altavoces se divulgó la siguiente advertencia:
- ¡Todos los prisioneros deben permanecer en sus barracones!
Unos pocos rezagados cruzaron rápidamente hacia el lugar donde se estaba celebrando la misa.
- Como ya somos demasiados – dijo el padre Cavanaugh un momento después -, comenzaré la misa inmediatamente, y más tarde impartiré una absolución general, antes de la Santa Comunión.
Mientras se colocaba las vestiduras, vio que caían algunas granadas, que no llegaron a estallar. Comenzó en seguida a rezar las plegarias ante un altar improvisado con una sencilla mesa.
Al llegar al Evangelio, otra granada, cayó en las proximidades, y todo el mundo se arrojó al suelo. Después de un momento, el padre Cavanaugh salió de debajo del altar, con la sensación de que no estaba dando muy buen ejemplo. Pidió calma a los prisioneros y les rogó que siguieran de rodillas.
- Si algo ocurre no tenéis más que tenderos en el suelo – manifestó-. Voy a daros la absolución general.
Con mano temblorosa hizo la señal de la cruz ante su congregación, y añadió:
- Tened calma. Acortaré la misa todo lo posible para que todos podáis recibir la Comunión.
De cara al altar, el sacerdote leyó la plegaria “Hanc igitur”. Nunca hasta entonces parecieron tener aquellas palabras un mayor significado:
- Acepta la ofrenda de nuestra sumisión, ¡Oh, Señor!. Danos la paz. Líbranos del mal eterno y recíbenos en el grupo de tus elegidos. Por Cristo nuestro Señor, amén.
Norman Smolka no era católico, pero se hallaba presente porque dormía en aquel mismo barracón. Cuando levantó la vista del suelo, vio los rayos del sol que entraban por una ventana, bañando en luz al sacerdote. Este, según su propia expresión, “parecía el mismo Dios”.
Algo más allá, el yerno de Patton, se hallaba observando la acción desde el piso bajo del barracón de Goode. Waters era un apuesto joven oriundo de Baltimore, de treinta y nueve años de edad. Había asistido dos años a la universidad de John Hopkins, donde estudió arte y ciencias, y luego trasladó sus estudios a West Point. En 1931 se graduó como segundo teniente de caballería. Era un hombre tranquilo, de habla parsimoniosa y de notables aptitudes, que desempeñaba el cometido de oficial ejecutivo en el Primer Regimiento Acorazado, cuando le capturaron en febrero de 1943, en el norte de África.
Waters alcanzaba a ver varios tanques americanos desplazándose por el campo y disparando sus cañones. En ese momento entró el general Von Goeckel, el cual manifestó que se constituía en prisionero de Goode, y que la guerra había terminado para él. Preguntó si algún americano se ofrecía voluntario para ir afuera y ordenar el alto el fuego. Según parece, los americanos disparaban contra los barracones de los yugoslavos, porque los tomaban por alemanes a causa de su uniforme.
- Iré yo – dijo Waters -. Hay que conseguir una bandera americana y un trapo blanco, a fin de que no nos disparen.
Unos minutos más tarde, Waters salía por la puerta principal del campamento. Detrás iba el capitán Fuchs, un intérprete alemán, y a continuación seguían otros dos voluntarios americanos, uno con la bandera de Estados Unidos, y el otro con una sábana blanca atada a un palo. Tenían la intención de eludir el campo de batalla, estableciendo contacto por un lado.
La Fuerza Especial Baum estaba dirigiéndose en esos momentos hacia el terreno elevado donde los guardias se hallaban parapetados. La lucha de tanques en la colina había sido breve pero feroz. Baum perdió cinco camiones oruga y tres jeeps, pero sus Sherman habían puesto fuera de combate a tres tanques alemanes y tres o cuatro camiones cargados con municiones.
Densas nubes de humo cubrían la zona en el momento en que la partida de Waters seguía avanzando en dirección a la columna de Baum. A un kilómetro de la puerta del campamento encontraron un granero rodeado de una valla. Cincuenta metros más adelante vieron correr hacia ellos a un soldado de extraño uniforme. Waters no sabía si se trataba de un soldado alemán o de un americano vestido de paracaidista, y gritó:
- ¡Amerikanisch!
El soldado era alemán, y al oír a Waters saltó sobre la valla, empuñó el fusil e hizo fuego contra ellos antes de que el intérprete alemán pudiera explicarle lo que ocurría. Waters notó como si le hubiesen golpeado con un palo, pero a pesar de ello no sintió dolor alguno. Mientras yacía en la zanja donde había caído, Waters pensó: “Maldito, me has estropeado la fiesta”.
A Fuchs – el capitán intérprete- le costó varios minutos convencer a su compatriota de que no debía dispara, pues eran parlamentarios. Luego el yerno de Patton fue colocado sobre una manta, y le llevaron de vuelta al campamento.
Dentro de los barracones, los americanos se agolpaban contra las ventanas, vitoreando a los tanques americanos como si estuviesen presenciando un partido de béisbol. Una bala perdida destrozó unos cristales, y todo el mundo se lanzó al suelo, pero al cabo de unos momentos regresaron a las ventanas. Desde el segundo piso de la enfermería, el comandante médico Albert Berndt, de la 28ª División, vio a los tanques Sherman que enfilaban hacia la meseta. De pronto una ametralladora alemana comenzó a disparar desde el techo. Temiendo un ataque a la enfermería, que no tenía distintivo alguno, Berndt corrió hacia la oficina de Goode y le sugirió que los médicos y enfermeros trasladasen su sección al otro lado del edificio. Goode concedió el permiso a Berndt para llevar a cabo el traslado, pero le aconsejó que esperase a que el fuego disminuyese de intensidad. Una hora y media más tarde Goode se enteró de que aún no se había hecho el traslado y mandó llamara a Berndt. Este explicó que no había juzgado prudente enviar a sus hombres afuera, bajo el intenso fuego. En ese momento se abrió la puerta y llegaron los que portaban a Waters, herido.
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#8
EL LARGO REGRESO A CASA
El padre Cavanaugh estaba dando la comunión, y sus manos temblaban tanto que temió dejar caer al suelo las Sagradas Hostias. Cuando estaba concluyendo, se dejó oír un grito de alegría en el exterior. El sacerdote se volvió hacia el altar y terminó la misa. Después preguntó:
- ¿Qué ha ocurrido?
- Padre, somos libres! ¡Nos han liberado!
En efecto, el general Von Goeckel acababa de rendirse a Goode.
- Es algo maravilloso – manifestó el comandante Fred Oseth.- Mientras se celebraba la misa, hemos sido liberados. Ya no es usted un prisionero de guerra, padre.
Vestido aún para la misa, el sacerdote miró a través de la ventana y observó un tanque americano que se detenía en el patio. Los prisioneros se apiñaron a su alrededor, tratando de abrazar a sus libertadores. El padre Cavanaugh no dejó de notar el fuerte contraste que ofrecían los recién llegados, al compararlos con los descarnados prisioneros. El sacerdote se quitó lentamente las vestiduras sagradas y las empaquetó en una caja de cartón. Cuando salió al exterior, vio innumerable sábanas blancas colgando de las ventanas. Los americanos y los yugoslavos gritaban llenos de júbilo, estrechándose las manos y dándose abrazos.
Mientras los prisioneros daban cuenta de la comida más abundante que jamás se había servido en el Oflag XIIIB, llegó la orden de Goode de empaquetar las pertenencias personales. Al anochecer los americanos formaron en fila de cinco en fondo, con mantas a la espalda y sacos del campamento como equipaje. El padre Cavanaugh llenó un saco de harina – que le había sido regalado por un yugoslavo para que lo emplease como toalla – con su ropa, un breviario y algunos alimentos. Otros se llevaban hasta unas estufas que habían improvisado con latas de conserva.
Iluminados por las llamas de un edificio incendiado, los americanos pasaron triunfalmente ante los yugoslavos, que no cesaban de dar vítores. Salieron luego a través de un gran agujero abierto en la valla exterior por los tanques de Baum, y se encaminaron hacia los campos, después de dejar atrás las torres del campamento se reunieron con el cuerpo principal de la Fuerza Especial Baum, situada en la cima de la meseta, y cuyos tanques se destacaban contra el cielo como oscuros patos gigantes.
Agotados por los acontecimientos del día y por el ejercicio que suponía trepar la colina, los ex prisioneros se sentaron sobre la tierra helada, sintiéndose libres, al fin. No cesaban de reír y de bromear. De pronto se dejaron oír dos disparos de fusil, y la tensión se apoderó otra vez de todos. Circuló la orden de no encender cigarrillos ni luz alguna. Durante casi dos horas permanecieron todos sentados, temblando de frío, en tanto que la luna aparecía y desaparecía entre las nubes. Goode estaba hablando con Baum, quien se enteró con sorpresa de que no había 900 prisioneros, sino 1.291, demasiados para poder llevarlos a todos de vuelta. Entristecido, Baum se volvió, mirando a los hombres que se hallaban allí sentados, llenos de esperanza por regresar a sus hogares. Entonces dijo a Goode que sólo se llevaría a los que estuvieran en condiciones de montar sobre los tanques y de ir en los camiones, luchando durante el regreso.
Goode se aproximó a sus hombre y les dijo que habría que dividirlos en tres grupos: los que quisieran escapar sin ayuda alguna, los que pudieran viajar sobre los tanques y en los camiones, y los que por hallarse demasiado agotados juzgasen que deberían regresar al campamento.
- Hemos sido liberados - afirmó Goode -, pero hasta que lleguemos a las líneas americanas, cada uno debe valerse por sí mismo. Tenemos que recorrer una distancia de cien kilómetros sin alimentos ni otros suministros, y nos hallamos muy debilitados… Cada uno puede hacer lo que crea mas conveniente.
Para la mayoría fue un rudo golpe enterarse de que aquellas fuerzas no eran la vanguardia del ejército de Patton, sino sólo una pequeña columna que osadamente se había abierto paso entre las tropas enemigas, y que ahora tendría que regresar con gran trabajo a sus líneas. Pero al menos allí había una esperanza de huir, y unos setecientos prisioneros comenzaron a recorrer los vehículos de la fuerza especial, buscando sitio para subir, e incluso luchando por conseguir un lugar.
Las pertenencias individuales se arrojaron a la cuneta, a fin de que cupieran más viajeros. Mientras éstos subían y se les entregaban armas, un grupo de alemanes se acercaron subrepticiamente y lanzaron andanadas de bazookas. Uno de los tanques quedó envuelto en llamas. Baum ordenó rápidamente formar de nuevo la columna en un lugar más a cubierto.
Muchos eran los prisioneros que aún no se habían decidido y que vagaban por los alrededores, sin saber qué partido tomar. Bruce Matthews, un capellán protestante, se acercó a su antiguo comandante de regimiento, el coronel Theodore Seely, y le preguntó si tenía que darle alguna orden.
- Ninguna, capellán; cada uno está en libertad de hacer lo que le plazca.
- ¿Tiene algún consejo que darme?
- No, capellán.
- ¿Puede decirme qué es lo que piensa hacer, señor?
- Voy a regresar al campamento – dijo Seely, sencillamente.
- Gracias, señor – replicó Matthews, y sin vacilar trepó al guardabarros izquierdo de un camión. El calor del motor le produjo una grata sensación, en la noche helada.
El teniente Alan Jones, hijo del comandante de la 106ª División, fue izado sobre un tanque, ya que sus pies habían quedado congelados durante el penoso viaje desde Las Ardenas. Luego el comandante del tanque decidió que varios hombres estorbaban los movimientos del cañón de la torreta, y Jones y otros tuvieron que bajarse. Se vio entonces a Jones, que iniciaba con paso vacilante la marcha hacia el Oeste, guiado por las estrellas.
Varios centenares de prisioneros americanos habían formado ya grupos de fugitivos que iban desapareciendo en la oscuridad. El teniente Alexander Bolling, amigo de Jones e hijo del general Alexander R.Bolling, comandante de la 84ª División, se reunió a otros tres prisioneros y juntos se dirigieron colina abajo, hacia el Oeste. Oyeron ladridos de perros. La caza acababa de comenzar.
Más de un tercio de los hombres se encontraban en malas condiciones para marchar o luchar, y regresaron lentamente al campamento. Más tarde Cavanaugh se reunió con aquel triste y silencioso grupo. Poco después de la media noche el sacerdote volvió a atravesar el orificio practicado en la valla del campamento. Los yugoslavos, que habían dado a los americanos tan ruidosa despedida unas horas antes, contemplaron calladamente su regreso.
Cuando el sacerdote entraba en los barracones, alguien le dijo en tono decepcionado:
- Aún no estamos libres, padre.
- Bien, de todos modos, vamos a descansar – contestó el padre Cavanaugh, y se acostó en su catre.
Pocos minutos habían transcurrido, cuando otro prisionero gritó:
– Los alemanes nos trasladan de aquí! ¡Estén preparados dentro de quince minutos!
A la 1,30 de la madrugada del 28 de marzo, 500 americanos, que no se encontraban en condiciones de marchar hacia la libertad, fueron alineados ante los barracones por cuarenta centinelas, los cuales les hicieron salir a continuación por la puerta del campamento. Se les hizo llenar los bolsillos con el único alimento que había en el lugar: patatas. Mientras el desalentado grupo iniciaba la marcha hacia Hammelburg, comenzó a caer una llovizna helada sobre la región. En la oscuridad pudieron entrever numerosos grupos de soldados alemanes que esperaban con calma al otro lado de la carretera. Pocos minutos más tarde una columna motorizada se acercó a los prisioneros, que se echaron a los lados para dejarla pasar. Algunos vehículos se detuvieron, y el padre Cavanaugh pudo oír a los conductores de la caravana hablar con los guardias en voz baja.
El padre Cavanaugh estaba dando la comunión, y sus manos temblaban tanto que temió dejar caer al suelo las Sagradas Hostias. Cuando estaba concluyendo, se dejó oír un grito de alegría en el exterior. El sacerdote se volvió hacia el altar y terminó la misa. Después preguntó:
- ¿Qué ha ocurrido?
- Padre, somos libres! ¡Nos han liberado!
En efecto, el general Von Goeckel acababa de rendirse a Goode.
- Es algo maravilloso – manifestó el comandante Fred Oseth.- Mientras se celebraba la misa, hemos sido liberados. Ya no es usted un prisionero de guerra, padre.
Vestido aún para la misa, el sacerdote miró a través de la ventana y observó un tanque americano que se detenía en el patio. Los prisioneros se apiñaron a su alrededor, tratando de abrazar a sus libertadores. El padre Cavanaugh no dejó de notar el fuerte contraste que ofrecían los recién llegados, al compararlos con los descarnados prisioneros. El sacerdote se quitó lentamente las vestiduras sagradas y las empaquetó en una caja de cartón. Cuando salió al exterior, vio innumerable sábanas blancas colgando de las ventanas. Los americanos y los yugoslavos gritaban llenos de júbilo, estrechándose las manos y dándose abrazos.
Mientras los prisioneros daban cuenta de la comida más abundante que jamás se había servido en el Oflag XIIIB, llegó la orden de Goode de empaquetar las pertenencias personales. Al anochecer los americanos formaron en fila de cinco en fondo, con mantas a la espalda y sacos del campamento como equipaje. El padre Cavanaugh llenó un saco de harina – que le había sido regalado por un yugoslavo para que lo emplease como toalla – con su ropa, un breviario y algunos alimentos. Otros se llevaban hasta unas estufas que habían improvisado con latas de conserva.
Iluminados por las llamas de un edificio incendiado, los americanos pasaron triunfalmente ante los yugoslavos, que no cesaban de dar vítores. Salieron luego a través de un gran agujero abierto en la valla exterior por los tanques de Baum, y se encaminaron hacia los campos, después de dejar atrás las torres del campamento se reunieron con el cuerpo principal de la Fuerza Especial Baum, situada en la cima de la meseta, y cuyos tanques se destacaban contra el cielo como oscuros patos gigantes.
Agotados por los acontecimientos del día y por el ejercicio que suponía trepar la colina, los ex prisioneros se sentaron sobre la tierra helada, sintiéndose libres, al fin. No cesaban de reír y de bromear. De pronto se dejaron oír dos disparos de fusil, y la tensión se apoderó otra vez de todos. Circuló la orden de no encender cigarrillos ni luz alguna. Durante casi dos horas permanecieron todos sentados, temblando de frío, en tanto que la luna aparecía y desaparecía entre las nubes. Goode estaba hablando con Baum, quien se enteró con sorpresa de que no había 900 prisioneros, sino 1.291, demasiados para poder llevarlos a todos de vuelta. Entristecido, Baum se volvió, mirando a los hombres que se hallaban allí sentados, llenos de esperanza por regresar a sus hogares. Entonces dijo a Goode que sólo se llevaría a los que estuvieran en condiciones de montar sobre los tanques y de ir en los camiones, luchando durante el regreso.
Goode se aproximó a sus hombre y les dijo que habría que dividirlos en tres grupos: los que quisieran escapar sin ayuda alguna, los que pudieran viajar sobre los tanques y en los camiones, y los que por hallarse demasiado agotados juzgasen que deberían regresar al campamento.
- Hemos sido liberados - afirmó Goode -, pero hasta que lleguemos a las líneas americanas, cada uno debe valerse por sí mismo. Tenemos que recorrer una distancia de cien kilómetros sin alimentos ni otros suministros, y nos hallamos muy debilitados… Cada uno puede hacer lo que crea mas conveniente.
Para la mayoría fue un rudo golpe enterarse de que aquellas fuerzas no eran la vanguardia del ejército de Patton, sino sólo una pequeña columna que osadamente se había abierto paso entre las tropas enemigas, y que ahora tendría que regresar con gran trabajo a sus líneas. Pero al menos allí había una esperanza de huir, y unos setecientos prisioneros comenzaron a recorrer los vehículos de la fuerza especial, buscando sitio para subir, e incluso luchando por conseguir un lugar.
Las pertenencias individuales se arrojaron a la cuneta, a fin de que cupieran más viajeros. Mientras éstos subían y se les entregaban armas, un grupo de alemanes se acercaron subrepticiamente y lanzaron andanadas de bazookas. Uno de los tanques quedó envuelto en llamas. Baum ordenó rápidamente formar de nuevo la columna en un lugar más a cubierto.
Muchos eran los prisioneros que aún no se habían decidido y que vagaban por los alrededores, sin saber qué partido tomar. Bruce Matthews, un capellán protestante, se acercó a su antiguo comandante de regimiento, el coronel Theodore Seely, y le preguntó si tenía que darle alguna orden.
- Ninguna, capellán; cada uno está en libertad de hacer lo que le plazca.
- ¿Tiene algún consejo que darme?
- No, capellán.
- ¿Puede decirme qué es lo que piensa hacer, señor?
- Voy a regresar al campamento – dijo Seely, sencillamente.
- Gracias, señor – replicó Matthews, y sin vacilar trepó al guardabarros izquierdo de un camión. El calor del motor le produjo una grata sensación, en la noche helada.
El teniente Alan Jones, hijo del comandante de la 106ª División, fue izado sobre un tanque, ya que sus pies habían quedado congelados durante el penoso viaje desde Las Ardenas. Luego el comandante del tanque decidió que varios hombres estorbaban los movimientos del cañón de la torreta, y Jones y otros tuvieron que bajarse. Se vio entonces a Jones, que iniciaba con paso vacilante la marcha hacia el Oeste, guiado por las estrellas.
Varios centenares de prisioneros americanos habían formado ya grupos de fugitivos que iban desapareciendo en la oscuridad. El teniente Alexander Bolling, amigo de Jones e hijo del general Alexander R.Bolling, comandante de la 84ª División, se reunió a otros tres prisioneros y juntos se dirigieron colina abajo, hacia el Oeste. Oyeron ladridos de perros. La caza acababa de comenzar.
Más de un tercio de los hombres se encontraban en malas condiciones para marchar o luchar, y regresaron lentamente al campamento. Más tarde Cavanaugh se reunió con aquel triste y silencioso grupo. Poco después de la media noche el sacerdote volvió a atravesar el orificio practicado en la valla del campamento. Los yugoslavos, que habían dado a los americanos tan ruidosa despedida unas horas antes, contemplaron calladamente su regreso.
Cuando el sacerdote entraba en los barracones, alguien le dijo en tono decepcionado:
- Aún no estamos libres, padre.
- Bien, de todos modos, vamos a descansar – contestó el padre Cavanaugh, y se acostó en su catre.
Pocos minutos habían transcurrido, cuando otro prisionero gritó:
– Los alemanes nos trasladan de aquí! ¡Estén preparados dentro de quince minutos!
A la 1,30 de la madrugada del 28 de marzo, 500 americanos, que no se encontraban en condiciones de marchar hacia la libertad, fueron alineados ante los barracones por cuarenta centinelas, los cuales les hicieron salir a continuación por la puerta del campamento. Se les hizo llenar los bolsillos con el único alimento que había en el lugar: patatas. Mientras el desalentado grupo iniciaba la marcha hacia Hammelburg, comenzó a caer una llovizna helada sobre la región. En la oscuridad pudieron entrever numerosos grupos de soldados alemanes que esperaban con calma al otro lado de la carretera. Pocos minutos más tarde una columna motorizada se acercó a los prisioneros, que se echaron a los lados para dejarla pasar. Algunos vehículos se detuvieron, y el padre Cavanaugh pudo oír a los conductores de la caravana hablar con los guardias en voz baja.
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#9
LA LUCHA DEL CAMINO DE REGRESO
La Fuerza Especial Baum, cuyos componentes se hallaban agotados por el esfuerzo realizado, avanzaba lentamente cuesta abajo, al otro lado de la colina, por un camino bastan te malo. Los hombres de Baum llevaban viajando y luchando veinticuatro horas, aproximadamente, y aún les quedaba una prueba más dura, hasta llegar a las líneas americanas. El camino se hizo más estrecho, hasta que por fin los tres tanques medianos que iban en vanguardia no pudieron continuar y tuvieron que retroceder más de un kilómetro hasta encontrar otro camino en dirección al Oeste. Unas débiles señales que aparecían en la superficie rocosa, ponían de manifiesto que los tanques ligeros enviados por delante, con fines de reconocimiento, habían pasado por aquel lugar.
Cuando el cuerpo principal de la expedición iniciaba la marcha por el nuevo camino, observaron que los tanques ligeros regresaban. El jefe de los mismos tenía buenas noticias que darles: el camino conducía casi directamente hasta Hessdorf, ciudad situada en la autopista Hammelburg-Würzburg. Por consiguiente, la Fuerza Especial inició el avance con relativa rapidez, haciendo notables progresos a pesar de las frecuentes paradas que debían hacerse para permitir el agrupamiento de los vehículos.
Eran casi las dos de la madrugada cuando la columna entrón en Hessdorf. Cerca de la plaza principal de la población la caravana se vio bloqueada por dos camiones que habían abandonado los alemanes. Varios ex prisioneros saltaron de los tanques, empujaron los camiones fuera del paso, y la caravana siguió su camino. El estrépito alarmó tanto a los habitantes de la población, que en las puertas y ventanas de las casas comenzaron a aparecer sábanas blancas colgando. La columna prosiguió adelante en la oscuridad, y al fin se dirigió hacia el Norte, en dirección a Hammelburg. Baum y sus efectivos se hallaban ya en una carretera principal. Podían regresar por donde habían llegado, pero Baum intuía que toda la zona sería en esos momentos un avispero de alemanes, por lo que decidió dirigirse hacia el Noroeste, hasta establecer contacto con la 4ª División Acorazada.
Su manera de razonar era correcta, pero los alemanes también le estaban esperando dos kilómetros más adelante, en la próxima ciudad. En los suburbios de Hollrich el tanque que iba en cabeza tuvo que frenar apresuradamente para evitar estrellarse contra unos bloques que obstruían la carretera. De pronto surgieron unos fogonazos cegadores a ambos lados del camino, y los proyectiles de los bazookas alemanes estallaron sobre el tanque, matando a su comandante y a uno de los ex prisioneros. El artillero del tanque lanzó andanadas a ciegas con su ametralladora.
Una nueva descarga de bazookas se abatió sobre los tanques de vanguardia. En el segundo tanque uno de los ocupantes pretendió escapar y cayó muerto por una granada, cuando salía por la torreta. Otros que iban encima del vehículo quedaron mal heridos. Pasaron unos minutos antes de que los exhaustos americanos pudieran reaccionar. Entonces los ocupantes de los tanques iniciaron un fuego endiablado contra los lados de la carretera, y los alemanes tuvieron que ponerse a cubierto.
Reinaba una tremenda confusión mientras las trazadoras balas amarillas y rojas iluminaban la noche en todas direcciones, y de pronto la lucha cesó tan bruscamente como había comenzado, dejándose oír solamente el rumor de los motores y los lamentos de los heridos. Para Baum resultaba suicida seguir adelante a través de la ciudad a oscuras, por lo que los tanques y camiones retrocedieron pesadamente por la estrecha carretera, hasta que estuvieron en condiciones de dar la vuelta. Pocos minutos más tarde la caravana salió del camino para reorganizarse en la cima de una colina. La intensidad de la acción había estimulado a los ex prisioneros, que no cesaban de aconsejar a las dotaciones de los tanques, las que por fin les ordenaron que se callasen. Baum hizo un balance de sus fuerzas. Había comenzado la expedición con 307 hombres y ahora sólo disponía de un centenar en condiciones de luchar. El mismo se hallaba herido en una mano y una rodilla. Le quedaban seis tanques ligeros, tres medianos, tres cañones de asalto y veintidós camiones oruga.
Ordenó entonces que se trasladara la gasolina desde ocho camiones a los tanques.
Se prendió fuego a continuación a los camiones oruga que ya no eran de utilidad, y se colocó a los heridos graves en un edificio donde se pintó el emblema de la Cruz Roja. Luego Baum reunió al resto de sus hombres y les dijo que iban a cruzar a campo través y que se utilizarían los camiones como puentes, si era necesario, para atravesar los ríos. A lo lejos podía oírse el rumor de los tanques enemigos que se acercaban desde el Este. Baum terminó con unas palabras de ánimo, y por fin gritó:
- En marcha!
La Fuerza Especial Baum, cuyos componentes se hallaban agotados por el esfuerzo realizado, avanzaba lentamente cuesta abajo, al otro lado de la colina, por un camino bastan te malo. Los hombres de Baum llevaban viajando y luchando veinticuatro horas, aproximadamente, y aún les quedaba una prueba más dura, hasta llegar a las líneas americanas. El camino se hizo más estrecho, hasta que por fin los tres tanques medianos que iban en vanguardia no pudieron continuar y tuvieron que retroceder más de un kilómetro hasta encontrar otro camino en dirección al Oeste. Unas débiles señales que aparecían en la superficie rocosa, ponían de manifiesto que los tanques ligeros enviados por delante, con fines de reconocimiento, habían pasado por aquel lugar.
Cuando el cuerpo principal de la expedición iniciaba la marcha por el nuevo camino, observaron que los tanques ligeros regresaban. El jefe de los mismos tenía buenas noticias que darles: el camino conducía casi directamente hasta Hessdorf, ciudad situada en la autopista Hammelburg-Würzburg. Por consiguiente, la Fuerza Especial inició el avance con relativa rapidez, haciendo notables progresos a pesar de las frecuentes paradas que debían hacerse para permitir el agrupamiento de los vehículos.
Eran casi las dos de la madrugada cuando la columna entrón en Hessdorf. Cerca de la plaza principal de la población la caravana se vio bloqueada por dos camiones que habían abandonado los alemanes. Varios ex prisioneros saltaron de los tanques, empujaron los camiones fuera del paso, y la caravana siguió su camino. El estrépito alarmó tanto a los habitantes de la población, que en las puertas y ventanas de las casas comenzaron a aparecer sábanas blancas colgando. La columna prosiguió adelante en la oscuridad, y al fin se dirigió hacia el Norte, en dirección a Hammelburg. Baum y sus efectivos se hallaban ya en una carretera principal. Podían regresar por donde habían llegado, pero Baum intuía que toda la zona sería en esos momentos un avispero de alemanes, por lo que decidió dirigirse hacia el Noroeste, hasta establecer contacto con la 4ª División Acorazada.
Su manera de razonar era correcta, pero los alemanes también le estaban esperando dos kilómetros más adelante, en la próxima ciudad. En los suburbios de Hollrich el tanque que iba en cabeza tuvo que frenar apresuradamente para evitar estrellarse contra unos bloques que obstruían la carretera. De pronto surgieron unos fogonazos cegadores a ambos lados del camino, y los proyectiles de los bazookas alemanes estallaron sobre el tanque, matando a su comandante y a uno de los ex prisioneros. El artillero del tanque lanzó andanadas a ciegas con su ametralladora.
Una nueva descarga de bazookas se abatió sobre los tanques de vanguardia. En el segundo tanque uno de los ocupantes pretendió escapar y cayó muerto por una granada, cuando salía por la torreta. Otros que iban encima del vehículo quedaron mal heridos. Pasaron unos minutos antes de que los exhaustos americanos pudieran reaccionar. Entonces los ocupantes de los tanques iniciaron un fuego endiablado contra los lados de la carretera, y los alemanes tuvieron que ponerse a cubierto.
Reinaba una tremenda confusión mientras las trazadoras balas amarillas y rojas iluminaban la noche en todas direcciones, y de pronto la lucha cesó tan bruscamente como había comenzado, dejándose oír solamente el rumor de los motores y los lamentos de los heridos. Para Baum resultaba suicida seguir adelante a través de la ciudad a oscuras, por lo que los tanques y camiones retrocedieron pesadamente por la estrecha carretera, hasta que estuvieron en condiciones de dar la vuelta. Pocos minutos más tarde la caravana salió del camino para reorganizarse en la cima de una colina. La intensidad de la acción había estimulado a los ex prisioneros, que no cesaban de aconsejar a las dotaciones de los tanques, las que por fin les ordenaron que se callasen. Baum hizo un balance de sus fuerzas. Había comenzado la expedición con 307 hombres y ahora sólo disponía de un centenar en condiciones de luchar. El mismo se hallaba herido en una mano y una rodilla. Le quedaban seis tanques ligeros, tres medianos, tres cañones de asalto y veintidós camiones oruga.
Ordenó entonces que se trasladara la gasolina desde ocho camiones a los tanques.
Se prendió fuego a continuación a los camiones oruga que ya no eran de utilidad, y se colocó a los heridos graves en un edificio donde se pintó el emblema de la Cruz Roja. Luego Baum reunió al resto de sus hombres y les dijo que iban a cruzar a campo través y que se utilizarían los camiones como puentes, si era necesario, para atravesar los ríos. A lo lejos podía oírse el rumor de los tanques enemigos que se acercaban desde el Este. Baum terminó con unas palabras de ánimo, y por fin gritó:
- En marcha!
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#10
EL FINAL DE LA TASK FORCE BAUM
La Fuerza Especial Baum se hallaba rodeada casi por completo. Por el Sur y el Nordeste se acercaban cañones autopropulsados. Dos compañías de infantería y seis tanques se aproximaban desde el Sudeste, en tanto que seis Tigres lo hacían desde el Norte, y una columna de carros blindados por el Noroeste.
Baum acababa de subir a su jeep cuando presenció la descarga cerrada de tanques más intensa que jamás había contemplado. Los camiones incendiados hacían que la caravana resultase un blanco perfecto para los alemanes. Los tres cañones de asalto de Baum lanzaron una cortina de humo, en un vano intento por ocultar a los demás vehículos, pero las descargas alemanas siguieron produciéndose con mortífera exactitud. Dos cañones de asalto, así como un tanque ligero y varios camiones oruga fueron alcanzados de lleno, y las llamas que de ellos se alzaron atrajeron nuevas descargas desde varios puntos.
El comando Don Boyer, de la 7ª División Acorazada, estaba manejando una ametralladora en el interior de un tanque. Aunque maldecía continuamente, no dejaba de sentirse contento por vez primera desde que le habían capturado en la batalla del Bulge. Pero la valentía no era suficiente en aquellas circunstancias, y la Fuerza Especial Baum estaba siendo aniquilada por un enemigo que no alcanzaba a ver. Al cabo de quince minutos todos los vehículos americanos se encontraban en llamas, y los tanques y la infantería alemanes comenzaban a estrechar el cerco. Al quedarse sin tanques, Baum se encaminó a los bosques, donde procedió a reorganizar los restos de sus fuerzas. Varias veces trató de llevar a cabo un ataque contra el lugar que habían abandonado, para ver si aún podía salvarse algo, pero en cada ocasión el puñado de americanos fue rechazado duramente.
- ¡Formen grupos de cuatro y dispérsense! – exclamó Baum.
Luego dio algunas órdenes apresuradas y se alejó en unión de un ex prisionero y del comandante Stiller, el cual demostró ser un valiente y callado luchador. Los tres procuraron ocultarse en una arboleda, pero se vieron perseguidos por una jauría de perros. En la confusión, Baum resultó herido en una pierna. Era la tercera herida que recibía en dos días.
Todo ocurrió tan rápidamente que Baum apenas si tuvo tiempo de librarse de su chapa de identificación, a fin de que los alemanes no descubriesen que era judío. Cuando él y otros seis eran conducidos hacia un granero por un solo soldado alemán, Baum se quitó el casco e iba a golpear con él al desprevenido guardia, cuando Stiller se lo impidió aferrándole por la muñeca.
Los prisioneros fueron sometidos a interrogatorio, y varios ex cautivos del campamento dijeron a los alemanes que Baum era uno de ellos, y le permitieron unirse al grupo que regresaba hacia el Oflag XIIIB. Apoyándose en Stiller y otro hombre, Baum emprendió la marcha por la carretera.
Las primeras luces del día revelaron una colina sembrada materialmente de restos humeantes de tanques y camiones. También los bosquecillos circundantes se hallaban ardiendo. El edificio señalado con el símbolo de la Cruz Roja estaba en ruinas. Era la tumba de la Fuerza Especial Baum.
La Fuerza Especial Baum se hallaba rodeada casi por completo. Por el Sur y el Nordeste se acercaban cañones autopropulsados. Dos compañías de infantería y seis tanques se aproximaban desde el Sudeste, en tanto que seis Tigres lo hacían desde el Norte, y una columna de carros blindados por el Noroeste.
Baum acababa de subir a su jeep cuando presenció la descarga cerrada de tanques más intensa que jamás había contemplado. Los camiones incendiados hacían que la caravana resultase un blanco perfecto para los alemanes. Los tres cañones de asalto de Baum lanzaron una cortina de humo, en un vano intento por ocultar a los demás vehículos, pero las descargas alemanas siguieron produciéndose con mortífera exactitud. Dos cañones de asalto, así como un tanque ligero y varios camiones oruga fueron alcanzados de lleno, y las llamas que de ellos se alzaron atrajeron nuevas descargas desde varios puntos.
El comando Don Boyer, de la 7ª División Acorazada, estaba manejando una ametralladora en el interior de un tanque. Aunque maldecía continuamente, no dejaba de sentirse contento por vez primera desde que le habían capturado en la batalla del Bulge. Pero la valentía no era suficiente en aquellas circunstancias, y la Fuerza Especial Baum estaba siendo aniquilada por un enemigo que no alcanzaba a ver. Al cabo de quince minutos todos los vehículos americanos se encontraban en llamas, y los tanques y la infantería alemanes comenzaban a estrechar el cerco. Al quedarse sin tanques, Baum se encaminó a los bosques, donde procedió a reorganizar los restos de sus fuerzas. Varias veces trató de llevar a cabo un ataque contra el lugar que habían abandonado, para ver si aún podía salvarse algo, pero en cada ocasión el puñado de americanos fue rechazado duramente.
- ¡Formen grupos de cuatro y dispérsense! – exclamó Baum.
Luego dio algunas órdenes apresuradas y se alejó en unión de un ex prisionero y del comandante Stiller, el cual demostró ser un valiente y callado luchador. Los tres procuraron ocultarse en una arboleda, pero se vieron perseguidos por una jauría de perros. En la confusión, Baum resultó herido en una pierna. Era la tercera herida que recibía en dos días.
Todo ocurrió tan rápidamente que Baum apenas si tuvo tiempo de librarse de su chapa de identificación, a fin de que los alemanes no descubriesen que era judío. Cuando él y otros seis eran conducidos hacia un granero por un solo soldado alemán, Baum se quitó el casco e iba a golpear con él al desprevenido guardia, cuando Stiller se lo impidió aferrándole por la muñeca.
Los prisioneros fueron sometidos a interrogatorio, y varios ex cautivos del campamento dijeron a los alemanes que Baum era uno de ellos, y le permitieron unirse al grupo que regresaba hacia el Oflag XIIIB. Apoyándose en Stiller y otro hombre, Baum emprendió la marcha por la carretera.
Las primeras luces del día revelaron una colina sembrada materialmente de restos humeantes de tanques y camiones. También los bosquecillos circundantes se hallaban ardiendo. El edificio señalado con el símbolo de la Cruz Roja estaba en ruinas. Era la tumba de la Fuerza Especial Baum.
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#11
EPÍLOGO
La misión de Hammelburg fue un completo fracaso, pero la valiente columna realizó un cometido muy distinto y aún más importante de lo que Patton había previsto. La Fuerza Especial Baum dejó a su paso un reguero de destrucción. Cada una de las ciudades por donde había pasado se hallaba en un estado total de confusión. El cuartel general del Séptimo Ejército alemán aún no estaba del todo al corriente de lo que había sucedido, y lanzó contra la zona el equivalente de varias divisiones, con el fin de vigilar los cruces estratégicos y los puentes, en tanto que otra fuerza considerable recorría las colinas ayudada por perros de presa, procurando rodear al millar de prisioneros que habían escapado del campamento.
El precio de la hazaña no fue pequeño. Además de las pérdidas experimentadas por la fuerza de Baum, John Waters, el yerno de Patton, se hallaba malherido en un hospital de Hammelburg. La bala le había entrado por un muslo, saliéndole por la cadera izquierda. Un médico yugoslavo, el coronel Radovan Danich, equipado sólo con vendajes de papel y un cuchillo de mesa, estaba tratando diestramente de curarle la herida.
El oficial de Prensa del Tercer Ejército se limitó a decir que se había perdido una fuerza especial, y no dio más explicaciones. Algún tiempo más tarde, sin embargo, se revelaron algunos detalles acerca de lo acontecido, y Patton reunió a los corresponsales en una conferencia de Prensa. Manifestó categóricamente a los periodistas que hasta nueve días después de haber llegado Baum a Hammelburg no supo que su yerno se encontraba entre los prisioneros. Para demostrarlo exhibió su Diario oficial y el privado, y declaró a continuación:
- Tratamos de liberar al campamento porque temíamos que los alemanes, al retirarse, pudieran dar muerte a los prisioneros americanos.
Hoge, Abrams y Stiller sabían que las cosas habían ocurrido de modo diferente, pero como buenos soldados guardaron silencio. Stiller murió sin revelar la verdad, y los otros dos esperaron casi veinte años para hacerlo.
La misión de Hammelburg fue un completo fracaso, pero la valiente columna realizó un cometido muy distinto y aún más importante de lo que Patton había previsto. La Fuerza Especial Baum dejó a su paso un reguero de destrucción. Cada una de las ciudades por donde había pasado se hallaba en un estado total de confusión. El cuartel general del Séptimo Ejército alemán aún no estaba del todo al corriente de lo que había sucedido, y lanzó contra la zona el equivalente de varias divisiones, con el fin de vigilar los cruces estratégicos y los puentes, en tanto que otra fuerza considerable recorría las colinas ayudada por perros de presa, procurando rodear al millar de prisioneros que habían escapado del campamento.
El precio de la hazaña no fue pequeño. Además de las pérdidas experimentadas por la fuerza de Baum, John Waters, el yerno de Patton, se hallaba malherido en un hospital de Hammelburg. La bala le había entrado por un muslo, saliéndole por la cadera izquierda. Un médico yugoslavo, el coronel Radovan Danich, equipado sólo con vendajes de papel y un cuchillo de mesa, estaba tratando diestramente de curarle la herida.
El oficial de Prensa del Tercer Ejército se limitó a decir que se había perdido una fuerza especial, y no dio más explicaciones. Algún tiempo más tarde, sin embargo, se revelaron algunos detalles acerca de lo acontecido, y Patton reunió a los corresponsales en una conferencia de Prensa. Manifestó categóricamente a los periodistas que hasta nueve días después de haber llegado Baum a Hammelburg no supo que su yerno se encontraba entre los prisioneros. Para demostrarlo exhibió su Diario oficial y el privado, y declaró a continuación:
- Tratamos de liberar al campamento porque temíamos que los alemanes, al retirarse, pudieran dar muerte a los prisioneros americanos.
Hoge, Abrams y Stiller sabían que las cosas habían ocurrido de modo diferente, pero como buenos soldados guardaron silencio. Stiller murió sin revelar la verdad, y los otros dos esperaron casi veinte años para hacerlo.
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#12
MÁS INFO
Para quien quiera saber más sobre el tema, he puesto unos enlaces interesantes:
Enlace:
http://en.wikipedia.org/wiki/Task_Force_Baum
http://www.taskforcebaum.de/index1.html
http://www.milmag.com/newsite/features/ ... ammelburg/
http://en.wikipedia.org/wiki/U.S._37th_Armor_Regiment
Una interesante web con fotos de la época y las mismas localizaciones hoy:
http://www.thirdreichruins.com/mainspessart.htm
http://www.johndlock.com/current_hammelburg.php3
Un interesante artículo sobre Baum 60 años después:
http://www.signonsandiego.com/uniontrib ... frbdo.html
Espero que os haya gustado.
Salut! :ch) :ch)
P.D.; Tengo problemas con mi viejo ordenata. Cuando pueda iré poniendo imágenes.
Para quien quiera saber más sobre el tema, he puesto unos enlaces interesantes:
Enlace:
http://en.wikipedia.org/wiki/Task_Force_Baum
http://www.taskforcebaum.de/index1.html
http://www.milmag.com/newsite/features/ ... ammelburg/
http://en.wikipedia.org/wiki/U.S._37th_Armor_Regiment
Una interesante web con fotos de la época y las mismas localizaciones hoy:
http://www.thirdreichruins.com/mainspessart.htm
http://www.johndlock.com/current_hammelburg.php3
Un interesante artículo sobre Baum 60 años después:
http://www.signonsandiego.com/uniontrib ... frbdo.html
Espero que os haya gustado.
Salut! :ch) :ch)
P.D.; Tengo problemas con mi viejo ordenata. Cuando pueda iré poniendo imágenes.