Ventilar los sacos de dormir, desmontar la tienda, preparar el desayuno, cargar las motos, consultar los mapas para la etapa del día, buscar gasolinera, llenar la nevera de alimentos frescos... En un par de días desaparecerá esta rutina y regresaremos a lo cotidiano, y la cabeza volverá a ponerse en funcionamiento para organizar un próximo viaje.
Llevamos más de veinte días comiendo en un bol de silicona plegable, con un tenedor y una cuchara plegables, nos vestimos con el mismo pantalón y la misma chaqueta cada mañana, una botella de aluminio nos lleva sirviendo estás tres semanas para transportar el agua fresca, un bañador, dos camisetas, un par de calcetines... Todo lo que necesitamos para vivir está guardado en las maletas de la moto, cada cosa del equipaje tiene un uso muy concreto y lo que no hemos utilizado en este viaje, se borra de la lista y no volveremos a llevarlo en las siguientes ocasiones.
Y la pregunta es ¿Para qué demonios sirven los cientos de cosas que guardamos en los armarios de casa?
Esta asimilación es deliberadamente surrealista: estamos atrapados dentro de una máquina de engranajes que no paran de girar y no es factible salir de este movimiento continuo. Pero un viaje, llevando con nosotros lo esencial para vivir, nos abre una perspectiva hacia el reconocimiento de esa humildad que parece haberse perdido en este siglo XXI, plagado de egos, postureos y superficialidades. Aunque, asumiendo el "mea culpa", no es muy aleccionador evangelizar sobre la sobriedad viajando con una moto que cuesta más de 10.000 euros, con todo tipo de adelantos tecnológicos para estar comunicado y con una VISA lo suficientemente cargada como para solucionar cualquier problema que surja durante esta aventura... si es que conducir una moto disfrutando como un niño por esas carreteras del mundo se pueda considerar una aventura.
Eso es lo que pasa cuando te alejas durante tantos días de tu zona de confort: que te invade la filosofía barata, jejeje... Así que vamos a lo rutinario.
Ha amanecido un día muy fresco. A 1200 metros de altura, en el Parque Natural del Ardeche, la temperatura a las 7 de la mañana era de 12°. Leyendo las noticias sobre la ola de calor que atraviesa España me sentía un ser privilegiado.
Los bosques de la región del Alto Loira_edit_124645374814116.jpg
Hemos recogido en poco más de una hora y a las 9 de la mañana ya estábamos circulando por las colinas de este parque natural. Enseguida hemos cambiado a la región del Alto Loira, en dirección al Parque de los Volcanes de Auvernia, aunque solo hemos tocado de refilón le Puy en Velay, dejando los otros "puys" (colinas afiladas correspondientes a conos volcánicos) al noreste de nuestra ruta.
Hoy no hacía apenas viento y, durante los primeros 200 kilómetros, la temperatura no ha subido de 24 grados pero, al cambiar radicalmente el escenario de la etapa y descender hasta el valle del río Lot, el termómetro se ha disparado y en ningún momento ha bajado de los 30°.
Alba, uno de los pueblos del valle del Lot.jpg
Si los primeros 200 kilómetros han discurrido entre lomas y collados, el resto de la jornada, unos 120 kilómetros más, han dibujado los meandros del caprichoso río Lot, atravesando en diagonal la región de Occitania (Lozere, Aveyron...), una de las menos pobladas de Francia (86 habitantes por km2, frente a los 106 de la media nacional). Las carreteras son un auténtico lujo, el tráfico muy reducido y los paisajes son como de novela: casi se nos había olvidado que en varias ocasiones el termómetro de las motos ha pasado de los 35°.
Sobre las 4 de la tarde, con más de 300 kilómetros recorridos por carreteras olvidadas y sudorosos, hemos visto anunciado un camping con piscina en la localidad de Larnagol, desde donde os estoy escribiendo esta crónica.
Camping en Larnagol.jpg
Parte de guerra
Llevamos ya recorridos unos 6.000 kilómetros y, aunque las motos salieron totalmente revisadas de Madrid, en un viaje tan largo es muy difícil que no surjan algunos problemas.
Aunque las dos motos funcionan perfectamente, la rueda trasera de la VStrom 800 (Pirelli Scorpion STR) está en las últimas y no se si llegará hasta Madrid o me tocará cambiarla en ruta, sobre todo porque el asfalto está muy caliente y en estas condiciones la goma se degrada con rapidez.
La KTM 890 de Raquel tendría que haber pasado un mantenimiento de suspensiones hace algunos miles de kilómetros, pero fuimos demasiado optimistas y preferimos dejarlo para cuando regresáramos de este viaje. El retén de la barrera derecha de la horquilla lleva varios días tirando aceite: le pasé el plástico para limpiarlo, pero no ha funcionado... Lleva más de 50.000 km sin cambiar el aceite de la horquilla y los retenes y estas son las consecuencias. Pero nada que nos impida seguir disfrutando del viaje.
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