Balkan Adventure 2016
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#52 Re: Balkan Adventure 2016
Día 31 – Domingo 28 de agosto – Atenas (0km)
Hoy marcaba el inicio de mi vuelta a casa. Mi hermana y Alex iba a coger un ferry a Santorini por la tarde para empezar el resto de sus vacaciones en las islas y yo tenía que empezar el recorrido de vuelta.
Había reservado un ferry de Igoumenista a Brindisi el martes, pero cuando empecé a planear la ruta vi que se tardaba bastante menos de lo que había pensado, así que me quedaban aún un par de días para visitar Grecia en vez de ir directo al puerto.
Decidí pasar esa noche en la ciudad también, ya que no me apetecía buscar alojamiento en las afueras y de todos modos el párquing de la moto estaba pagado hasta las 7:00 del día siguiente, así que al menos lo aprovechaba.
Visitamos los barrios de Plaka y Monastiraki por la mañana, tomamos un gyros excelente para comer y tras un largo paseo de vuelta al B&B nos despedimos. No me apetecía volver a andar hasta el centro hasta la hora de cenar, así que me quedé a planificar los días siguientes. El ferry salía a las 22:00, lo que me dejaba dos días enteros, así que tras estudiar los mapas decidí dar la vuelta a la península del Peloponeso y ver si podía irme del país con una impresión más positiva.
Hoy marcaba el inicio de mi vuelta a casa. Mi hermana y Alex iba a coger un ferry a Santorini por la tarde para empezar el resto de sus vacaciones en las islas y yo tenía que empezar el recorrido de vuelta.
Había reservado un ferry de Igoumenista a Brindisi el martes, pero cuando empecé a planear la ruta vi que se tardaba bastante menos de lo que había pensado, así que me quedaban aún un par de días para visitar Grecia en vez de ir directo al puerto.
Decidí pasar esa noche en la ciudad también, ya que no me apetecía buscar alojamiento en las afueras y de todos modos el párquing de la moto estaba pagado hasta las 7:00 del día siguiente, así que al menos lo aprovechaba.
Visitamos los barrios de Plaka y Monastiraki por la mañana, tomamos un gyros excelente para comer y tras un largo paseo de vuelta al B&B nos despedimos. No me apetecía volver a andar hasta el centro hasta la hora de cenar, así que me quedé a planificar los días siguientes. El ferry salía a las 22:00, lo que me dejaba dos días enteros, así que tras estudiar los mapas decidí dar la vuelta a la península del Peloponeso y ver si podía irme del país con una impresión más positiva.
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#53 Re: Balkan Adventure 2016
Expectacular viaje y mejor relato compañero,otro más enganchado a tu crónica.
Felicidades!!!
Felicidades!!!
Rieju Drac 50
V-Strom 650 L2
XT 660 R
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- Rixelieu
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#54 La vuelta al Peloponeso I
Día 32 – Lunes 29 de agosto – De Atenas a Finikounta (610km)
El día anterior había programado una ruta en el GPS teniendo en cuenta las carreteras que mi mapa marcaba como panorámicas e información que encontré en la web de una empresa de tours en moto. Quería alejarme de las grandes urbes de nuevo y disfrutar de carreteras de costa perdidas a mi ritmo. El destino final era Finikounta, un pequeño pueblo de playa en la punta suroeste de la península, y el único lugar donde había encontrado alojamiento dentro de mi menguante presupuesto. Terminé de marcar los waypoints, el GPS calculó la ruta y me dijo que iba a tardar… diez horas.
Bueno, iba a salir temprano, si no sacaba la moto del párquing, a partir de las 7:00 me iban a cobrar otro día entero, así que pensé que me lo tomaría con calma, pararía a menudo y siempre podría tomar una ruta más directa si me cansaba.
El hombre del párquing no hablaba nada de inglés, pero cuando moví la moto señaló a la pegatina de Albania y levantó los pulgares, así que entendí que debía ser de allí.
El cielo empezaba a iluminarse mientras transitaba por las calles del centro, y el tráfico no estaba tan mal como me había temido (el chico del B&B nos había dicho que presenciaban un accidente a diario en el cruce de delante del edificio). Estaba decidido a evitar la autopista, y mientras bordeaba el golfo de Elefsina por la vieja carretera 8, justo pasada una zona deprimente de depósitos de petróleo, el sol asomó por detrás de Atenas.
Desde ahí en adelante el viaje mejoró, y mucho. No había nadie en la carretera, y menuda carretera era. Iba serpenteando a lo largo de la costa, ofreciéndome unas vistas estupendas del golfo de Elefsina y luego del mucho mayor golfo de Megara hasta llegar al pueblo de Isthmia, en la boca del canal de Corinto.
Pensaba que la península del Peloponeso estaba unida al resto del país en de este lado, pero resulta que no. Hay un canal construido por el hombre que conecta el golfo de Megara con el golfo de Corinto para permitir a los barcos cruzar, pero es muy estrecho, a penas algo más de 20m de ancho, lo que limita el tipo de embarcaciones que pueden usarlo; la mayoría de cargueros se ven obligados a circunnavegar la península. La autopista lo cruza a través de un puente que es lo bastante alto para que los barcos pasen por debajo, pero la carretera en la que yo me encontraba estaba mucho más cerca de la embocadura y por lo tanto mucho más baja, de modo que el puente tenía que dejar pasar los barcos. En vez de algún tipo de puente basculante o levadizo el puente de Isthmia es un puente sumergible; desaparece debajo del agua y reemerge una vez el barco ha pasado. La superficie de la carretera la forman una serie de vigas de acero longitudinales para permitir que el agua se evacue rápidamente, y esta combinación de acero, agua y huecos generosos lo hace extremadamente resbaladizo y peligroso para las motos. Crucé con mucha precaución, pero cuando estaba ya a solo dos metros del otro lado la moto empezó a patinar de lado sin previo aviso. Por suerte conseguí mantener el control y subir a la orilla opuesta.
Aquí podéis ver un vídeo (no mío) del funcionamiento del puente:
https://youtu.be/AJihG6QgK8Y
Pasado el pueblo la carretera se volvía más estrecha y los pueblos más pequeños y más dispersos. Las colinas eran bastante altas y bajaban hasta el mar con laderas empinadas, formando un paisaje precioso.
Cuando llegué a las afueras de Nafplion el lugar me recordó una vez más el duro contraste entre las ciudades y el campo en Grecia. Este fue el único lugar realmente feo que encontré en todo el día, y lo dejé atrás tan rápido como pude. Tras comer algo cerca de Leonidio empecé a dirigirme hacia el interior durante un rato para ahorrar tiempo (a este ritmo iba a tardar mucho más de diez horas) y elegí evitar del todo Sparta (¡basta de ciudades!).
Durante las dos horas siguientes la carretera de costa se convirtió en una carretera de montaña que me llevó a través de un cañón, a más de 1000m cerca del monte Parnon y de bajada por el otro lado de la cordillera. Era un recorrido maravilloso, y tan solo el temor a quedarme sin gasolina empañó un poco la diversión.
No había llenado el depósito en Leonidio, pensando que iba a encontrar una gasolinera en el siguiente pueblo, pero los pueblos eran aldeas de montaña remotas y no había ni rastro de gasolineras. No fue hasta que llegué al pie de las montañas en la otra vertiente que vi un cartel que indicaba una gasolinera en un pueblo a tan solo un kilómetro en dirección opuesta a la que yo iba.
Me desvié y encontré una pequeña y decrépita gasolinera. Un tipo joven con mala pinta que na hablaba nada de inglés me llenó el depósito y mientras estaba en ello, apareció un amigo suyo y empezó a andar alrededor de la moto. Cuando vio la pegatina de Albania la señaló y dijo ‘fuck Albania’, sin un rastro de humor en el tono de su voz. Pasaba con creces de los dos metros y no parecía especialmente inteligente, pero estaba seguro de que me podía arrancar la cabeza de los hombros de un solo mamporro con las manazas que tenía. Le dije ‘Claro, lo que tú digas’, pagué y me largué pitando de allí. Al menos tenía el depósito lleno y había visto una criatura extraña: un scooter Yamaha con transmisión por cardan.
En vez de ir directo a Kalamata bajé hasta encontrar de nuevo la costa en el pueblo de Gihtio y luego subí resiguiendo la orilla hasta Kalamata. Esta vuelta, juntamente con la carretera de montaña, fueron los dos mejores tramos del día.
En Velika, al oeste de Kalamata, dejé la carretera principal, aun siguiendo la costa, para el último tramo antes de Finikounta, y luego corté por las colinas y una carretera que era poco más que una pista asfaltada que atravesaba dos aldeas y terminaba justo en Finikounta.
El sol ya se había puesto y empezaba a anochecer, así que no tuve mucho tiempo de visitar el pueblo. Era un lugar minúsculo al lado de la playa, tranquilo y agradable, y el hotel era mucho mejor de lo que el precio daba a esperar.
El día anterior había programado una ruta en el GPS teniendo en cuenta las carreteras que mi mapa marcaba como panorámicas e información que encontré en la web de una empresa de tours en moto. Quería alejarme de las grandes urbes de nuevo y disfrutar de carreteras de costa perdidas a mi ritmo. El destino final era Finikounta, un pequeño pueblo de playa en la punta suroeste de la península, y el único lugar donde había encontrado alojamiento dentro de mi menguante presupuesto. Terminé de marcar los waypoints, el GPS calculó la ruta y me dijo que iba a tardar… diez horas.
Bueno, iba a salir temprano, si no sacaba la moto del párquing, a partir de las 7:00 me iban a cobrar otro día entero, así que pensé que me lo tomaría con calma, pararía a menudo y siempre podría tomar una ruta más directa si me cansaba.
El hombre del párquing no hablaba nada de inglés, pero cuando moví la moto señaló a la pegatina de Albania y levantó los pulgares, así que entendí que debía ser de allí.
El cielo empezaba a iluminarse mientras transitaba por las calles del centro, y el tráfico no estaba tan mal como me había temido (el chico del B&B nos había dicho que presenciaban un accidente a diario en el cruce de delante del edificio). Estaba decidido a evitar la autopista, y mientras bordeaba el golfo de Elefsina por la vieja carretera 8, justo pasada una zona deprimente de depósitos de petróleo, el sol asomó por detrás de Atenas.
Desde ahí en adelante el viaje mejoró, y mucho. No había nadie en la carretera, y menuda carretera era. Iba serpenteando a lo largo de la costa, ofreciéndome unas vistas estupendas del golfo de Elefsina y luego del mucho mayor golfo de Megara hasta llegar al pueblo de Isthmia, en la boca del canal de Corinto.
Pensaba que la península del Peloponeso estaba unida al resto del país en de este lado, pero resulta que no. Hay un canal construido por el hombre que conecta el golfo de Megara con el golfo de Corinto para permitir a los barcos cruzar, pero es muy estrecho, a penas algo más de 20m de ancho, lo que limita el tipo de embarcaciones que pueden usarlo; la mayoría de cargueros se ven obligados a circunnavegar la península. La autopista lo cruza a través de un puente que es lo bastante alto para que los barcos pasen por debajo, pero la carretera en la que yo me encontraba estaba mucho más cerca de la embocadura y por lo tanto mucho más baja, de modo que el puente tenía que dejar pasar los barcos. En vez de algún tipo de puente basculante o levadizo el puente de Isthmia es un puente sumergible; desaparece debajo del agua y reemerge una vez el barco ha pasado. La superficie de la carretera la forman una serie de vigas de acero longitudinales para permitir que el agua se evacue rápidamente, y esta combinación de acero, agua y huecos generosos lo hace extremadamente resbaladizo y peligroso para las motos. Crucé con mucha precaución, pero cuando estaba ya a solo dos metros del otro lado la moto empezó a patinar de lado sin previo aviso. Por suerte conseguí mantener el control y subir a la orilla opuesta.
Aquí podéis ver un vídeo (no mío) del funcionamiento del puente:
https://youtu.be/AJihG6QgK8Y
Pasado el pueblo la carretera se volvía más estrecha y los pueblos más pequeños y más dispersos. Las colinas eran bastante altas y bajaban hasta el mar con laderas empinadas, formando un paisaje precioso.
Cuando llegué a las afueras de Nafplion el lugar me recordó una vez más el duro contraste entre las ciudades y el campo en Grecia. Este fue el único lugar realmente feo que encontré en todo el día, y lo dejé atrás tan rápido como pude. Tras comer algo cerca de Leonidio empecé a dirigirme hacia el interior durante un rato para ahorrar tiempo (a este ritmo iba a tardar mucho más de diez horas) y elegí evitar del todo Sparta (¡basta de ciudades!).
Durante las dos horas siguientes la carretera de costa se convirtió en una carretera de montaña que me llevó a través de un cañón, a más de 1000m cerca del monte Parnon y de bajada por el otro lado de la cordillera. Era un recorrido maravilloso, y tan solo el temor a quedarme sin gasolina empañó un poco la diversión.
No había llenado el depósito en Leonidio, pensando que iba a encontrar una gasolinera en el siguiente pueblo, pero los pueblos eran aldeas de montaña remotas y no había ni rastro de gasolineras. No fue hasta que llegué al pie de las montañas en la otra vertiente que vi un cartel que indicaba una gasolinera en un pueblo a tan solo un kilómetro en dirección opuesta a la que yo iba.
Me desvié y encontré una pequeña y decrépita gasolinera. Un tipo joven con mala pinta que na hablaba nada de inglés me llenó el depósito y mientras estaba en ello, apareció un amigo suyo y empezó a andar alrededor de la moto. Cuando vio la pegatina de Albania la señaló y dijo ‘fuck Albania’, sin un rastro de humor en el tono de su voz. Pasaba con creces de los dos metros y no parecía especialmente inteligente, pero estaba seguro de que me podía arrancar la cabeza de los hombros de un solo mamporro con las manazas que tenía. Le dije ‘Claro, lo que tú digas’, pagué y me largué pitando de allí. Al menos tenía el depósito lleno y había visto una criatura extraña: un scooter Yamaha con transmisión por cardan.
En vez de ir directo a Kalamata bajé hasta encontrar de nuevo la costa en el pueblo de Gihtio y luego subí resiguiendo la orilla hasta Kalamata. Esta vuelta, juntamente con la carretera de montaña, fueron los dos mejores tramos del día.
En Velika, al oeste de Kalamata, dejé la carretera principal, aun siguiendo la costa, para el último tramo antes de Finikounta, y luego corté por las colinas y una carretera que era poco más que una pista asfaltada que atravesaba dos aldeas y terminaba justo en Finikounta.
El sol ya se había puesto y empezaba a anochecer, así que no tuve mucho tiempo de visitar el pueblo. Era un lugar minúsculo al lado de la playa, tranquilo y agradable, y el hotel era mucho mejor de lo que el precio daba a esperar.
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#55 La vuelta al Peloponeso II
Día 33 – Martes 30 de agosto – De Finikounta a Igoumenitsa (492km)
Me levanté tarde hoy y me di otra ducha antes de ponerme en camino, quería disfrutar las comodidades que me brindaba la habitación pues no iba tener ninguna durante las próximas 48 horas. Iba a pasar la noche en un ferry cruzando el mar Ionio desde Igoumenitsa hasta Brindisi, y no había reservado camarote. La segunda razón de levantarme tarde, además de estar cansado de la larga etapa del día anterior, era que el ferry salía a las 22:00, así que tenía todo el día por delante para hacer los casi 500km que me separaban del puerto. No había prisa.
La ruta de subida por la costa oeste del Peloponeso era mucho menos interesante que la de la costa este. La carretera hasta Patras, si bien no era autopista, era una vía más principal que las carreteritas que había estado haciendo el día anterior, de modo que no había mucho que ver. Imagino que la mejor idea para esta etapa hubiera sido cruzar la península por el centro y atravesar las montañas, pero no tenía tanto tiempo ni energía para otra mega etapa.
La poca autopista que encontré cerca de Patras era gratuita, y solo tuve que pagar por el puente que une los municipios de Rio, en las afueras de Patras, y Antirrio, en el otro lado del golfo de Corinto. Me esperaba un viaducto normal, con cuatro carriles construidos sobre pilares de cemento, pero me encontré con una obra maestra de la ingeniería. El puente, llamado Charilaos Trikoupis, es el puente totalmente suspendido más largo del mundo, y es una imagen digna de contemplar.
Del otro lado la carretera era más interesante, ascendiendo de nuevo por las colinas y luego bajando otro trecho antes de convertirse en una autopista. Iba bien de tiempo, así que cuando llegué a Amphilochia, a orillas del golfo de Arta decidí rodearlo por el oeste para ver un poco de paisaje en vez de coger la autopista que va dirección norte directa a Igoumenitsa. Paré a comer algo (un gyros excelente) en el pueblo mismo, que era precioso, y luego tomé una carretera muy interesante.
El golfo de Arta bien podría ser un lago si estuviera conectado al mar por una estrecha boca, y estaba disfrutando de unas vistas magníficas del mismo desde un tramo de carretera recto y sin tráfico cuando, tras volver mi atención a la carretera, me encontré con una imagen en los retrovisores que debe resultara familiar a conductores todo el mundo: los cuatro anillos de Audi a escasos milímetros de mi trasero. No sé por qué no me había adelantado, pero no tolero la gente que se pega al vehículo de delante, así que decidí dejar que corriera el aire entre los dos. En ese punto empezaban una serie de curvas ascendentes y el tipo desapareció de mis retrovisores bastante fácilmente sin tener yo que ir particularmente rápido.
Recordaréis que expliqué que parece que a los conductores griegos les cuesta digerir que los adelanten; bien, el Sr. Audi no era una excepción a ello (a pesar de que yo no lo había adelantado) y en el momento en que la carretera volvió a ser llana y recta, lo vi aparecer en la lejanía dándole a tope para atraparme. Lo hubiera dejado pasar, pero para cuando llegó a mi altura ya volvía a haber curvas, y al momento desapareció de nuevo.
Las estadísticas suelen dar Ucrania y Albania como los países con las carreteras más peligrosas de Europa, a menos en cuanto a número de muertos. Habiendo estado en ambos países en moto, no me pareció que los conductores fueran especialmente agresivos o temerarios, sino que están lastrados con algunas de las peores carreteras que existen, y la situación se ve empeorada por el hecho de que animales de todo tipo y tamaño, niños, carros tirados por caballos, ciclistas y muchas otras cosas que no deberían estar en la carretera la invaden constantemente. Los italianos también tienen mala reputación al volante, y sí, puedo confirmar que conducen muy rápido, pero la mayoría son excelentes conductores y saben lo que hacen. Grecia sin embargo es un tema aparte. Las carreteras, en general, no son malas, el problema son los conductores. Primero, no tienen respeto alguno por las normas de circulación o los demás usuarios de la vía. Son un compendio viviente de todas las posibles conductas negativas al volante. Teléfonos móviles, nada de usar casco, cero uso de los intermitentes, incorporaciones sin mirar y un larguísimo etcétera. Nunca había tenido tantos sustos en la carretera como aquí, y he ido en moto por Albania, Ucrania, Rusia y Kazajistán por nombrar los más peligrosos. Segundo, son fundamentalmente unos inútiles al volante. Cualquier idiota puede hundir el pie en el acelerador e ir rápido en recta, pero hay que saber conducir para trazar bien una curva y mantener el ritmo y podéis creerme cuando os digo que no vi un solo conductor en todo el país que fuese capaz de hacerlo. Y tercero, son terriblemente orgullosos al volante.
Así que, de vuelta al amigo del Audi, yo estaba aburrido, así que empecé a esperarlo en las rectas, dejar que se acercara y luego dejarlo atrás en las curvas. Imagino que conseguí cabrearlo bastante. Para cuando me cansé volví a mi velocidad de crucero normal y pronto llegué a la boca del golfo, donde no encontré un puente, como me esperaba, sino un túnel que cruzaba por debajo del agua, parecido al que conecta la isla donde está el cabo norte con el resto de Noruega.
Después de eso la carretera se volvió bastante aburrida y olvidable de nuevo hasta llegar cerca de Igoumenitsa, donde seguía la costa durante un rato y terminaba por conectar con la autopista que venía del interior para luego descender entre las colinas hasta llegar directa al puerto.
Este era un puerto importante, y como tal había mucha actividad. Seguí los indicadores hasta el edificio de la terminal y me encontré en medio de lo que parecía un campo de refugiados. El aparcamiento era un caos total, completamente lleno y con coches aparcados también en los pasillos molestando al tráfico, había gente por todas partes, todos con maletas, cajas de cartón, fardos, petates y bultos variopintos, muchos de ellos tirados por el suelo, no pocos durmiendo. Dejé la moto en la puerta misma, quité la bolsa de depósito y entré en la terminal, temeroso de dejarla sola allí, a intentar cambiar mi reserva por un billete.
El interior del edificio no era mejor, estaba a reventar de gente haciendo cola para conseguir billetes, para pasar el control de pasaportes y seguridad, etc. Busqué y busqué, pero no había ningún mostrador de la compañía de mi ferry, European Seaways. Me acerqué al que más se parecía, uno con un cartel que decía European Management Maritime Company, porque el nombre era algo similar y porque era el único con una ventanilla sin cola. Le di mi hoja de reserva a una chica que parecía Kate Winslet haciendo el papel de una chica con el trabajo más aburrido del mundo y le pregunté si eran la compañía que buscaba. Miró el papel todo un milisegundo, me lo devolvió y dijo ‘aquí no’. Le pregunté si sabía dónde estaban y dijo ‘no’ aún sin dignarse ni a mirarme. Bueno… muchas gracias. Me fui a por otro mostrador sin cola, en la otra punta del vestíbulo, y una chica mucho más atenta me dijo que era la empresa en la que acababa de estar, EMMC. Volví a mi amiga, le dije que me habían indicado específicamente su compañía y repitió ‘aquí no’. Bueno, si alguien de EMMC termina leyendo esto por alguna casualidad, que sepan que tienen un servicio de atención miserable en el mostrador de Igoumenitsa y que harían bien de sugerir a RRHH que trasladen a Kate Winslet a algún puesto donde no tenga que dedicarse a algo tan molesto como tratar con personas. A cargar contenedores, por ejemplo.
Al final fue un empleado de una empresa de carga el que me dijo que la oficina de European Seaways no estaba en el edificio de la terminal, sino al otro lado de la carretera, y que el nombre en los carteles no era European Seaways, sino algo completamente distinto. Fantástico.
Llevaba ya un rato corriendo arriba y abajo con todo el traje de moto puesto y cargando con el casco y la bolsa de depósito, así que para cuando entré en la oficina ya estaba empapado en sudor, impaciente y nervioso por haber dejado la moto desatendida en la terminal. Vi que solo había una pareja con dos críos delante de mí, y que ya les estaban dando los billetes. ‘Maravilloso’ pensé, ‘no hay cola’. Pero por desgracia pertenecían a esa especie que no parecen terminar de procesar información sencilla a no ser que se les repita diez o quince veces, así que tras varios minutos de ‘¿Muelle 13? ‘Sí, muelle 13, al final del puerto’ ‘¿Al final?’ ‘Sí, todo recto hasta el final’ ‘¿Número 13?’ ‘Sí señora, muelle 13’ ‘¿Al final del puerto?’ ‘Sí, al final’ ‘¿Embarcamos allí?’ ‘Sí, su barco está en el muelle 13’ ‘¿Muelle 13?’ etc. etc. etc. ya estaba yo más que dispuesto a asesinar a la familia entera, trocearlos y echarlos al agua desde el muelle 13.
Había llegado temprano al puerto, pero para cuando conseguí los billetes ya era hora de embarcar. Como no quería pasar un minuto más detrás de alguien con déficit de comprensión de instrucciones simples, me subí en la moto y me salté a la torera todas y cada una de las colas que encontré: la de salida del aparcamiento, la de entrada a la zona de embarque, la del control de seguridad y la de embarque mismo. Fui el segundo vehículo en subir a bordo (tras otra moto), aparqué la moto y me fui a buscar un rincón donde plantar la colchoneta.
Al contrario que el ferry de Grimaldi, donde el aire acondicionad suele estar alrededor de los 5ºC, en este ni había aire. Para cuando zarpamos docenas de personas habían acampado en cualquier superficie plana que habían podido encontrar, y el calor era insoportable. Decidí dejar la colchoneta allí y me fui a la cubierta superior a tomar el aire y ver como el puerto desaparecía lentamente en la noche. Adiós Grecia, me alegro de haber sobrevivido a tus carreteras, pero no creo que te eche mucho en falta.
Me levanté tarde hoy y me di otra ducha antes de ponerme en camino, quería disfrutar las comodidades que me brindaba la habitación pues no iba tener ninguna durante las próximas 48 horas. Iba a pasar la noche en un ferry cruzando el mar Ionio desde Igoumenitsa hasta Brindisi, y no había reservado camarote. La segunda razón de levantarme tarde, además de estar cansado de la larga etapa del día anterior, era que el ferry salía a las 22:00, así que tenía todo el día por delante para hacer los casi 500km que me separaban del puerto. No había prisa.
La ruta de subida por la costa oeste del Peloponeso era mucho menos interesante que la de la costa este. La carretera hasta Patras, si bien no era autopista, era una vía más principal que las carreteritas que había estado haciendo el día anterior, de modo que no había mucho que ver. Imagino que la mejor idea para esta etapa hubiera sido cruzar la península por el centro y atravesar las montañas, pero no tenía tanto tiempo ni energía para otra mega etapa.
La poca autopista que encontré cerca de Patras era gratuita, y solo tuve que pagar por el puente que une los municipios de Rio, en las afueras de Patras, y Antirrio, en el otro lado del golfo de Corinto. Me esperaba un viaducto normal, con cuatro carriles construidos sobre pilares de cemento, pero me encontré con una obra maestra de la ingeniería. El puente, llamado Charilaos Trikoupis, es el puente totalmente suspendido más largo del mundo, y es una imagen digna de contemplar.
Del otro lado la carretera era más interesante, ascendiendo de nuevo por las colinas y luego bajando otro trecho antes de convertirse en una autopista. Iba bien de tiempo, así que cuando llegué a Amphilochia, a orillas del golfo de Arta decidí rodearlo por el oeste para ver un poco de paisaje en vez de coger la autopista que va dirección norte directa a Igoumenitsa. Paré a comer algo (un gyros excelente) en el pueblo mismo, que era precioso, y luego tomé una carretera muy interesante.
El golfo de Arta bien podría ser un lago si estuviera conectado al mar por una estrecha boca, y estaba disfrutando de unas vistas magníficas del mismo desde un tramo de carretera recto y sin tráfico cuando, tras volver mi atención a la carretera, me encontré con una imagen en los retrovisores que debe resultara familiar a conductores todo el mundo: los cuatro anillos de Audi a escasos milímetros de mi trasero. No sé por qué no me había adelantado, pero no tolero la gente que se pega al vehículo de delante, así que decidí dejar que corriera el aire entre los dos. En ese punto empezaban una serie de curvas ascendentes y el tipo desapareció de mis retrovisores bastante fácilmente sin tener yo que ir particularmente rápido.
Recordaréis que expliqué que parece que a los conductores griegos les cuesta digerir que los adelanten; bien, el Sr. Audi no era una excepción a ello (a pesar de que yo no lo había adelantado) y en el momento en que la carretera volvió a ser llana y recta, lo vi aparecer en la lejanía dándole a tope para atraparme. Lo hubiera dejado pasar, pero para cuando llegó a mi altura ya volvía a haber curvas, y al momento desapareció de nuevo.
Las estadísticas suelen dar Ucrania y Albania como los países con las carreteras más peligrosas de Europa, a menos en cuanto a número de muertos. Habiendo estado en ambos países en moto, no me pareció que los conductores fueran especialmente agresivos o temerarios, sino que están lastrados con algunas de las peores carreteras que existen, y la situación se ve empeorada por el hecho de que animales de todo tipo y tamaño, niños, carros tirados por caballos, ciclistas y muchas otras cosas que no deberían estar en la carretera la invaden constantemente. Los italianos también tienen mala reputación al volante, y sí, puedo confirmar que conducen muy rápido, pero la mayoría son excelentes conductores y saben lo que hacen. Grecia sin embargo es un tema aparte. Las carreteras, en general, no son malas, el problema son los conductores. Primero, no tienen respeto alguno por las normas de circulación o los demás usuarios de la vía. Son un compendio viviente de todas las posibles conductas negativas al volante. Teléfonos móviles, nada de usar casco, cero uso de los intermitentes, incorporaciones sin mirar y un larguísimo etcétera. Nunca había tenido tantos sustos en la carretera como aquí, y he ido en moto por Albania, Ucrania, Rusia y Kazajistán por nombrar los más peligrosos. Segundo, son fundamentalmente unos inútiles al volante. Cualquier idiota puede hundir el pie en el acelerador e ir rápido en recta, pero hay que saber conducir para trazar bien una curva y mantener el ritmo y podéis creerme cuando os digo que no vi un solo conductor en todo el país que fuese capaz de hacerlo. Y tercero, son terriblemente orgullosos al volante.
Así que, de vuelta al amigo del Audi, yo estaba aburrido, así que empecé a esperarlo en las rectas, dejar que se acercara y luego dejarlo atrás en las curvas. Imagino que conseguí cabrearlo bastante. Para cuando me cansé volví a mi velocidad de crucero normal y pronto llegué a la boca del golfo, donde no encontré un puente, como me esperaba, sino un túnel que cruzaba por debajo del agua, parecido al que conecta la isla donde está el cabo norte con el resto de Noruega.
Después de eso la carretera se volvió bastante aburrida y olvidable de nuevo hasta llegar cerca de Igoumenitsa, donde seguía la costa durante un rato y terminaba por conectar con la autopista que venía del interior para luego descender entre las colinas hasta llegar directa al puerto.
Este era un puerto importante, y como tal había mucha actividad. Seguí los indicadores hasta el edificio de la terminal y me encontré en medio de lo que parecía un campo de refugiados. El aparcamiento era un caos total, completamente lleno y con coches aparcados también en los pasillos molestando al tráfico, había gente por todas partes, todos con maletas, cajas de cartón, fardos, petates y bultos variopintos, muchos de ellos tirados por el suelo, no pocos durmiendo. Dejé la moto en la puerta misma, quité la bolsa de depósito y entré en la terminal, temeroso de dejarla sola allí, a intentar cambiar mi reserva por un billete.
El interior del edificio no era mejor, estaba a reventar de gente haciendo cola para conseguir billetes, para pasar el control de pasaportes y seguridad, etc. Busqué y busqué, pero no había ningún mostrador de la compañía de mi ferry, European Seaways. Me acerqué al que más se parecía, uno con un cartel que decía European Management Maritime Company, porque el nombre era algo similar y porque era el único con una ventanilla sin cola. Le di mi hoja de reserva a una chica que parecía Kate Winslet haciendo el papel de una chica con el trabajo más aburrido del mundo y le pregunté si eran la compañía que buscaba. Miró el papel todo un milisegundo, me lo devolvió y dijo ‘aquí no’. Le pregunté si sabía dónde estaban y dijo ‘no’ aún sin dignarse ni a mirarme. Bueno… muchas gracias. Me fui a por otro mostrador sin cola, en la otra punta del vestíbulo, y una chica mucho más atenta me dijo que era la empresa en la que acababa de estar, EMMC. Volví a mi amiga, le dije que me habían indicado específicamente su compañía y repitió ‘aquí no’. Bueno, si alguien de EMMC termina leyendo esto por alguna casualidad, que sepan que tienen un servicio de atención miserable en el mostrador de Igoumenitsa y que harían bien de sugerir a RRHH que trasladen a Kate Winslet a algún puesto donde no tenga que dedicarse a algo tan molesto como tratar con personas. A cargar contenedores, por ejemplo.
Al final fue un empleado de una empresa de carga el que me dijo que la oficina de European Seaways no estaba en el edificio de la terminal, sino al otro lado de la carretera, y que el nombre en los carteles no era European Seaways, sino algo completamente distinto. Fantástico.
Llevaba ya un rato corriendo arriba y abajo con todo el traje de moto puesto y cargando con el casco y la bolsa de depósito, así que para cuando entré en la oficina ya estaba empapado en sudor, impaciente y nervioso por haber dejado la moto desatendida en la terminal. Vi que solo había una pareja con dos críos delante de mí, y que ya les estaban dando los billetes. ‘Maravilloso’ pensé, ‘no hay cola’. Pero por desgracia pertenecían a esa especie que no parecen terminar de procesar información sencilla a no ser que se les repita diez o quince veces, así que tras varios minutos de ‘¿Muelle 13? ‘Sí, muelle 13, al final del puerto’ ‘¿Al final?’ ‘Sí, todo recto hasta el final’ ‘¿Número 13?’ ‘Sí señora, muelle 13’ ‘¿Al final del puerto?’ ‘Sí, al final’ ‘¿Embarcamos allí?’ ‘Sí, su barco está en el muelle 13’ ‘¿Muelle 13?’ etc. etc. etc. ya estaba yo más que dispuesto a asesinar a la familia entera, trocearlos y echarlos al agua desde el muelle 13.
Había llegado temprano al puerto, pero para cuando conseguí los billetes ya era hora de embarcar. Como no quería pasar un minuto más detrás de alguien con déficit de comprensión de instrucciones simples, me subí en la moto y me salté a la torera todas y cada una de las colas que encontré: la de salida del aparcamiento, la de entrada a la zona de embarque, la del control de seguridad y la de embarque mismo. Fui el segundo vehículo en subir a bordo (tras otra moto), aparqué la moto y me fui a buscar un rincón donde plantar la colchoneta.
Al contrario que el ferry de Grimaldi, donde el aire acondicionad suele estar alrededor de los 5ºC, en este ni había aire. Para cuando zarpamos docenas de personas habían acampado en cualquier superficie plana que habían podido encontrar, y el calor era insoportable. Decidí dejar la colchoneta allí y me fui a la cubierta superior a tomar el aire y ver como el puerto desaparecía lentamente en la noche. Adiós Grecia, me alegro de haber sobrevivido a tus carreteras, pero no creo que te eche mucho en falta.
- Rixelieu
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#56 Re: Balkan Adventure 2016
Día 34 – Miércoles 31 de agosto – De Brindisi a Civitavecchia (660km)
El ferry llegó a Brindisi a las 6:00, justo cuando el sol salía por detrás de las gigantescas grúas del muelle. Salí de sus entrañas, aparqué junto a la verja de salida y regalé a los adormilados ojos de todos aquellos que desembarcaban un magnífico espectáculo de striptease mientras me quitaba la ropa que me había puesto para la travesía y me ponía de nuevo el equipo de moto.
Tenía que estar en Civitavecchia a las 20:00 como muy tarde para sacar los billetes y embarcar en el ferry de las 22:00 hacia Barcelona. Pero tras la experiencia en la terminal del puerto de Igoumenitsa prefería llegar más temprano, así que decidí que por primera y única vez en todo el viaje, hoy iba a ser día de autopista.
Salí del muelle, dejé atrás rápidamente esa zona fea que rodea todos los puertos y enseguida me encontré en la autopista. Ya empezaba el día cansado; no había dormido mucho en el ferry, hacía demasiado calor y había demasiado ruido, así que decidí parar a menudo y tomármelo con calma.
Comparada con las carreteras y autopistas que había usado en Grecia, la autostrada hacía que Italia pareciese Suiza: asfalto en perfecto estado, conductores civilizados (sí, en el sur de Italia), Wi-Fi gratis en todas las gasolineras y áreas de descanso… Hasta el paisaje no estaba mal, especialmente en la parte central del trayecto, cuando la autopista cruzaba entre dos parques naturales, el Parco Regionale di Monti Picentini y el Parco Nazionale di Cilento Vallo di Diano. De allí descendía hasta Nápoles, lo rodeaba e iba hacia Roma, como todos los caminos.
Paré muy a menudo a descansar, comer, leer del libro que llevaba conmigo y, al principio al menos, repostar. Pero la gasolina es tirando a cara en Italia, y decidí descubrir hasta dónde podía llegar con un depósito con la moto nueva. Teóricamente debería alcanzar los 400km, pero nunca había visto unos resultados de consumo tan buenos en un uso a diario. Esta vez, sin embargo, iba por autopista, en terreno principalmente llano y sin prisas. Estaba a unos 380km del puerto de Civitavecchia la segunda vez que paré a repostar, así que me impuse el reto de hacer el siguiente repostaje ya en Barcelona. Llené el tanque hasta el borde y me dispuse a recorrer el resto del camino aplicando todo lo que sabía de conducción económica, que eran nociones aprendidas con el coche, porque nunca se me había ocurrido eso de la conducción económica en una moto…
Mantuve unos 100km/h, sin acelerones para adelantar, dejando la moto ir con un punto de gas en las bajadas, anticipando las maniobras de los demás conductores para evitar frenadas, etc.
Fue una experiencia mortalmente aburrida, pero ir por la autopista siempre lo es, así que ir más rápido o de forma más agresiva no iba a mejorar mucho las cosas. Sea como fuere, a las 19:00 estaba a tan solo dos kilómetros de Civitavecchia cuando se encendió el chivato de la reserva. Habitualmente esto pasa entre los 270 y los 300km, según el uso. Esta vez fue a los 383km. Había logrado un consumo indicado de 4,4l/100km, y según el ordenador de a bordo, quedaba autonomía para otros 66km más, aunque este dato suele ser optimista.
El edificio de la terminal en Civitavecchia estaba mucho más tranquilo que el de Igoumenitsa, no había colas, las oficinas de Grimaldi estaban bien señalizadas, había sitio donde sentarse cómodamente por todas partes y había Wi-Fi gratis. Bueno, al menos los primeros 15 minutos. Saqué los billetes y me esperé más o menos una hora hasta que pude ir hacia el muelle.
De nuevo, las motos fuimos los primeros en embarcar, así que conseguí encontrar un rincón perfecto con un enchufe y me instalé cómodamente a ver una película antes de pasar la noche. Al día siguiente por la tarde vería Barcelona de nuevo.
El ferry llegó a Brindisi a las 6:00, justo cuando el sol salía por detrás de las gigantescas grúas del muelle. Salí de sus entrañas, aparqué junto a la verja de salida y regalé a los adormilados ojos de todos aquellos que desembarcaban un magnífico espectáculo de striptease mientras me quitaba la ropa que me había puesto para la travesía y me ponía de nuevo el equipo de moto.
Tenía que estar en Civitavecchia a las 20:00 como muy tarde para sacar los billetes y embarcar en el ferry de las 22:00 hacia Barcelona. Pero tras la experiencia en la terminal del puerto de Igoumenitsa prefería llegar más temprano, así que decidí que por primera y única vez en todo el viaje, hoy iba a ser día de autopista.
Salí del muelle, dejé atrás rápidamente esa zona fea que rodea todos los puertos y enseguida me encontré en la autopista. Ya empezaba el día cansado; no había dormido mucho en el ferry, hacía demasiado calor y había demasiado ruido, así que decidí parar a menudo y tomármelo con calma.
Comparada con las carreteras y autopistas que había usado en Grecia, la autostrada hacía que Italia pareciese Suiza: asfalto en perfecto estado, conductores civilizados (sí, en el sur de Italia), Wi-Fi gratis en todas las gasolineras y áreas de descanso… Hasta el paisaje no estaba mal, especialmente en la parte central del trayecto, cuando la autopista cruzaba entre dos parques naturales, el Parco Regionale di Monti Picentini y el Parco Nazionale di Cilento Vallo di Diano. De allí descendía hasta Nápoles, lo rodeaba e iba hacia Roma, como todos los caminos.
Paré muy a menudo a descansar, comer, leer del libro que llevaba conmigo y, al principio al menos, repostar. Pero la gasolina es tirando a cara en Italia, y decidí descubrir hasta dónde podía llegar con un depósito con la moto nueva. Teóricamente debería alcanzar los 400km, pero nunca había visto unos resultados de consumo tan buenos en un uso a diario. Esta vez, sin embargo, iba por autopista, en terreno principalmente llano y sin prisas. Estaba a unos 380km del puerto de Civitavecchia la segunda vez que paré a repostar, así que me impuse el reto de hacer el siguiente repostaje ya en Barcelona. Llené el tanque hasta el borde y me dispuse a recorrer el resto del camino aplicando todo lo que sabía de conducción económica, que eran nociones aprendidas con el coche, porque nunca se me había ocurrido eso de la conducción económica en una moto…
Mantuve unos 100km/h, sin acelerones para adelantar, dejando la moto ir con un punto de gas en las bajadas, anticipando las maniobras de los demás conductores para evitar frenadas, etc.
Fue una experiencia mortalmente aburrida, pero ir por la autopista siempre lo es, así que ir más rápido o de forma más agresiva no iba a mejorar mucho las cosas. Sea como fuere, a las 19:00 estaba a tan solo dos kilómetros de Civitavecchia cuando se encendió el chivato de la reserva. Habitualmente esto pasa entre los 270 y los 300km, según el uso. Esta vez fue a los 383km. Había logrado un consumo indicado de 4,4l/100km, y según el ordenador de a bordo, quedaba autonomía para otros 66km más, aunque este dato suele ser optimista.
El edificio de la terminal en Civitavecchia estaba mucho más tranquilo que el de Igoumenitsa, no había colas, las oficinas de Grimaldi estaban bien señalizadas, había sitio donde sentarse cómodamente por todas partes y había Wi-Fi gratis. Bueno, al menos los primeros 15 minutos. Saqué los billetes y me esperé más o menos una hora hasta que pude ir hacia el muelle.
De nuevo, las motos fuimos los primeros en embarcar, así que conseguí encontrar un rincón perfecto con un enchufe y me instalé cómodamente a ver una película antes de pasar la noche. Al día siguiente por la tarde vería Barcelona de nuevo.
- Rixelieu
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#57 En casa
Día 35 – Jueves 1 de septiembre – Barcelona (6,2km)
Barcelona es una ciudad relativamente pequeña en extensión, su crecimiento se ha visto limitado por un río en cada lado, una cadena de colinas detrás y el mar delante, pero eso es una de las muchas cosas que la convierten en un lugar excepcional; tiene un tamaño que la hace cercana a habitantes y visitantes por igual, si no te importa andar uno puede llegar a la mayoría de lugares a pie en no más de una hora. La otra consecuencia positiva de su tamaño es que, para los viajantes, es una ciudad con una de las mejores llegadas que existen.
Cuando se llega a otras ciudades el avión suele sobrevolar extensiones de campos anónimos, zonas industriales y poblaciones satélite antes de aterrizar en un aeropuerto que está a bastantes kilómetros de la ciudad. Es imposible reconocer el destino desde el aire, y uno solo se da cuenta de que ha llegado tras atravesar una periferia que suele ser por lo general bastante gris. Para los que llegan en barco la historia es parecida. Los puertos no suelen ser lugares especialmente atractivos, y la preciosa ciudad que uno viene a ver se encuentra tras un páramo salpicado de depósitos de gas y petróleo, almacenes de contenedores marítimos y patios de vías.
Barcelona es otra historia. La ruta de aproximación al aeropuerto sigue la costa y pasa directamente por delante de la ciudad, y los que tengan la suerte de estar sentados a estribor del avión se ven recompensados con una de las mejores vistas de la ciudad que hace que sea fácil reconocer los edificios más emblemáticos que tantas ganas tiene de visitar. La experiencia de llegar por mar es parecida, y el puerto de pasajeros está en la ciudad mismo, de modo que al desembarcar uno ya se encuentra prácticamente en el centro, nada de atravesar polígonos.
Nunca había llegado a mi ciudad por mar, y cuando la tripulación anunció que estábamos a una hora del puerto subí a cubierta para intentar ver tierra y disfrutar de la aproximación. No tardó en aparecer una difusa línea de montañas en el horizonte, y antes de lo que pensaba ya pude reconocer la característica silueta de las montañas de Montserrat unos kilómetros tierra adentro.
El segundo hito que se hizo reconocible fue la torre de Collserola, seguida de la montaña de Montjuïc, la sierra del Montseny en la distancia y finalmente los primeros edificios altos de Barcelona en primera línea de la costa.
Poco a poco los edificios se fueron haciendo más reconocibles, y la torre Mapfre y el hotel Arts, la torre Agbar… un niño italiano que visitaba la ciudad por primera vez soltó un grito de emoción cuando su padre le señaló la Sagrada Familia y, mucho más rápido de lo que me esperaba, empezamos las maniobras de amarre en la terminal del puerto.
Saqué la moto del ferry y me vi rodeado al momento del tráfico de hora punta de la tarde. Tras tantos kilómetros en lugares donde no parece haber normas de tráfico, tuve que recurrir a grandes dosis de autocontrol para no empezar a adelantar donde no se podía e ir en contra dirección para llegar a casa más rápido.
Una vez vi este pequeño cartel en un hostel en Suecia, y al poner la cabeza sobre mi añorada almohada me vino la imagen a la cabeza y pensé ¡qué gran verdad!
Barcelona es una ciudad relativamente pequeña en extensión, su crecimiento se ha visto limitado por un río en cada lado, una cadena de colinas detrás y el mar delante, pero eso es una de las muchas cosas que la convierten en un lugar excepcional; tiene un tamaño que la hace cercana a habitantes y visitantes por igual, si no te importa andar uno puede llegar a la mayoría de lugares a pie en no más de una hora. La otra consecuencia positiva de su tamaño es que, para los viajantes, es una ciudad con una de las mejores llegadas que existen.
Cuando se llega a otras ciudades el avión suele sobrevolar extensiones de campos anónimos, zonas industriales y poblaciones satélite antes de aterrizar en un aeropuerto que está a bastantes kilómetros de la ciudad. Es imposible reconocer el destino desde el aire, y uno solo se da cuenta de que ha llegado tras atravesar una periferia que suele ser por lo general bastante gris. Para los que llegan en barco la historia es parecida. Los puertos no suelen ser lugares especialmente atractivos, y la preciosa ciudad que uno viene a ver se encuentra tras un páramo salpicado de depósitos de gas y petróleo, almacenes de contenedores marítimos y patios de vías.
Barcelona es otra historia. La ruta de aproximación al aeropuerto sigue la costa y pasa directamente por delante de la ciudad, y los que tengan la suerte de estar sentados a estribor del avión se ven recompensados con una de las mejores vistas de la ciudad que hace que sea fácil reconocer los edificios más emblemáticos que tantas ganas tiene de visitar. La experiencia de llegar por mar es parecida, y el puerto de pasajeros está en la ciudad mismo, de modo que al desembarcar uno ya se encuentra prácticamente en el centro, nada de atravesar polígonos.
Nunca había llegado a mi ciudad por mar, y cuando la tripulación anunció que estábamos a una hora del puerto subí a cubierta para intentar ver tierra y disfrutar de la aproximación. No tardó en aparecer una difusa línea de montañas en el horizonte, y antes de lo que pensaba ya pude reconocer la característica silueta de las montañas de Montserrat unos kilómetros tierra adentro.
El segundo hito que se hizo reconocible fue la torre de Collserola, seguida de la montaña de Montjuïc, la sierra del Montseny en la distancia y finalmente los primeros edificios altos de Barcelona en primera línea de la costa.
Poco a poco los edificios se fueron haciendo más reconocibles, y la torre Mapfre y el hotel Arts, la torre Agbar… un niño italiano que visitaba la ciudad por primera vez soltó un grito de emoción cuando su padre le señaló la Sagrada Familia y, mucho más rápido de lo que me esperaba, empezamos las maniobras de amarre en la terminal del puerto.
Saqué la moto del ferry y me vi rodeado al momento del tráfico de hora punta de la tarde. Tras tantos kilómetros en lugares donde no parece haber normas de tráfico, tuve que recurrir a grandes dosis de autocontrol para no empezar a adelantar donde no se podía e ir en contra dirección para llegar a casa más rápido.
Una vez vi este pequeño cartel en un hostel en Suecia, y al poner la cabeza sobre mi añorada almohada me vino la imagen a la cabeza y pensé ¡qué gran verdad!
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- V.I.P.
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#58 Re: Balkan Adventure 2016
jod*r tío vaya viaje, y aunque he tardado días en leerlo me ha parecido impresionante. Enhorabuena. Ojalá algún día pueda conocer algunos de esos rincones.
usa tu cabeza para salvar tú casco
- Yurres
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#59 Re: Balkan Adventure 2016
Pedazo de viaje y crónica . Me ha costado varios días leerla. Te tiene que entrar un no se qué, que qué se yo al acabarla y recordar todos esos momentos......que madre mía. Por cierto, me alegra que hayas podido recuperar la cámara, ahora también, la manera en la que os pusísteis en contacto....de película. Muchas gracias por publicar tus experiencias.