BCN - Ulaanbaatar
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#26 Socavones rumanos y gasolineras abandonadas
Día 6 – Doming 30de junio – De Budapest a Ighiu (536km)
Hoy me levanté antes de lo que esperaba, Hungría es el país más al este por el que paso que aún está en la misma zona horaria que España, y a las cinco y diez de la mañana ya brillaba el sol. Conseguí dormir un rato más antes de levantarme y poner todos los trastos de nuevo en la moto, ya que hoy me esperaba un día bastante duro; recuerdo las carreteras rumanas de un viaje hace tres años y eran duras.
Tomé un café mientras escribía una pequeña entrada en el libro del camping, y dediqué un rato a hojear las páginas y leer algunas de las historias que contenía. Al cabo de unos minutos me sorprendió una lágrima formándose en mis ojos. Hay cientos de personas viajando por todo el mundo en todos los medios de transporte imaginables, y he leído sobre algunos de ellos en los foros en internet, pero esto era diferente; tenía entre mis manos las mismas páginas que ellos habían tocado antes de seguir si camino al siguiente destino.
La noche anterior había intentado programar las coordenadas para mi siguiente destino en el GPS, pero fueran cuales fueran los ajustes que probase, se negaba a darme una ruta. Intenté elegir un punto en Hungría, cerca de la frontera, pero el resultado fue el mismo. Al final solo conseguí que me diese una ruta hasta una población cerca de la frontera por autopista, así que tras dejar Budapest me detuve en la primera gasolinera que encontré y pagué por una matrica, la pegatina que permite usar las autopistas. Había conseguido cruzar Eslovenia, Austria y parte de Hungría sin pagar por una, así que me mosqueó un poco. Por suerte resultó ser bastante barata (aún no sé cuánto, no he tenido tiempo de calcular los gastos del día) y en una hora y media estaba en la frontera, lo que significaba que tenía toda la tarde para disfrutar de las carreteras rumanas.
En el viaje que hice tres años atrás, mis amigos y yo nos alojamos en un lugar llamado Terra Mythica, cerca de Alba Iulia. No estábamos seguros de qué tipo de sitio era, pero era lo único que encontramos en la zona, así que hicimos una reserva. Llegamos allí sobre la una de la madrugada y resultó ser una especie de campo de verano para niños. En contra de todo pronóstico, los pasamos genial; Dalina, la propietaria, y parte del personal se unieron a nosotros después de cenar, cuando los niños ya estaban acostados, y la noche terminó en una de las borracheras más divertidas que recuerdo. Resumiendo, nos hicimos buenos amigos y nos visitó en Barcelona un par de veces, así que cuando estaba planeando el viaje decidí dar un pequeño rodeo y volver a Ighiu, y tenía muchas ganas de volver a vernos.
En la frontera Rumana me paró por primera vez la policía, pero solo querían comprobar el pasaporte y me hicieron señas que continuase. Paré justo pasada la barrera al lado de una barraca donde cambiaban dinero y vendían el distintivo del impuesto de carretera, que es obligatorio en Rumania, autopista o no (de hecho sólo hay una autopista que conecta la capital con la costa). Cambié algunos leu y descubrí que no era necesario pagar el impuesto para la moto, así que seguí felizmente.
Las carreteras eran mejores de lo que recordaba de la última vez que estuve aquí, o quizá el hecho de venir en moto desde España significa que la transición ha sido más gradual que bajar de un avión y empezar a conducir una furgoneta. En cualquier caso, avancé bastante rápido y pronto me di cuenta de que eran ya pasadas las dos de la tarde y aún no había comido nada. Empecé a buscar un buen sitio, pero las áreas de picnic y los parques son especialmente difíciles de encontrar en el campo en Rumanía, y los kilómetros pasaban sin encontrar un sitio decente. Las nubes se estaban volviendo de un negro amenazador y esta vez no veía el cielo despejado más adelante, así que se estaba volviendo más apremiante para no sólo para comer, sino para poner la capa impermeable en el traje. Entonces, justo cuando empezaba a llover, vi una gasolinera. No había visto ninguna desde la frontera, y aunque me quedaba aún gasolina, empezaba a preocuparme, así que me alegré de encontrar una. En cuanto me acerqué, sin embargo, se hizo evidente que estaba abandonada.
Bueno, al menos tenía un techo bajo el que me podía cambiar y comer algo. Hice un pequeño striptease para difrute de los camioneros que pasaban por la carretera y me senté a comer una especie de salchichón húngaro que había comprado antes y un poco de pan y fruta.
La primera vez que vinimos a Rumanía nos advirtieron sobre los perros abandonados, aparentemente hay muchísimos y pueden ser peligrosos. Estaba disfrutando de mi bocadillo cuando se me acercó esta fiera:
Juro que si estuviese haciendo este viaje en coche y no en moto, me la hubiese llevado a casa. La pobrecilla estaba claramente asustada de la gente, a saber qué le debían haber hecho en el pasado. Le tiré algo de salchichón y se la comió desde una distancia prudencial. Se quedó conmigo todo el rato que estuve allí, pero no dejó que me acercase más de un par de metros, mantenía la distancia.
Después de despedirme, subí a la moto y seguí adelante, contento de ver que ya no llovía. Al cabo de poco ya me estaba arrepintiendo de haberme puesto la capa impermeable, ya que empezaba a hacer calor, y ya estaba algo sudado cuando paré en una gasolinera que poco tenía que ver con las que había usado hasta entonces. Tuve que fijarme bien para ver que esta no estaba abandonada.
A media tarde, el paisaje había cambiado de los campos de maíz que había ido viendo desde Hungría a colinas y valles cubiertos de bosque, y me volvía a encontrar con un viejo amigo de hacía tres años: el socavón rumano. El socavón rumano no es ese tipo de asfalto cuarteado o hundido al que estamos acostumbrados en Europa occidental, el bache común. Esta bestia autóctona que puebla las carreteras rurales del país en grandes números suele ser de forma redonda o ovalada, con bordes vivos y verticales, y lo suficientemente profundo para tragarse entera la rueda delantera de la moto. Por lo general habita en carreteras de bosque y montaña, donde las condiciones meteorológicas adversas han propiciado su reproducción, y para empeorar las cosas, estaban llenos de agua, con lo que eran más difíciles de ver. Huelga decir que topar con uno significaría, como mínimo, una llanta destrozada y daños en la suspensión, por no decir un accidente bastante grave.
Volvía a hacer frío, pero el tiempo mejoró por la tarde y mientras avanzaba por carreteras rurales, evitando los socavones, recordé que maravilla de país era Rumanía. Llegué a Ighiu a las ocho y media, contentísimo de volver a ver a Dalina. El campo estaba animadísimo, con unos 70 niños dando trabajo, y aún vestido de motero y sin tener tiempo de sacar nada de la moto, me sentaron a la mesa para cenar con el resto del personal, que venían de lugares tan variados como California y la India. Lo pasé genial, y tras la cena me di una ducha, me cambié y me senté a escribir un rato y charlar con Rushil, que también tenía una moto en India, y me enseñó fotos del paso de Khardung la, el más alto del mundo. Si voy a la India, ¡está decidido que alquilaré una moto y lo haré!
Hoy me levanté antes de lo que esperaba, Hungría es el país más al este por el que paso que aún está en la misma zona horaria que España, y a las cinco y diez de la mañana ya brillaba el sol. Conseguí dormir un rato más antes de levantarme y poner todos los trastos de nuevo en la moto, ya que hoy me esperaba un día bastante duro; recuerdo las carreteras rumanas de un viaje hace tres años y eran duras.
Tomé un café mientras escribía una pequeña entrada en el libro del camping, y dediqué un rato a hojear las páginas y leer algunas de las historias que contenía. Al cabo de unos minutos me sorprendió una lágrima formándose en mis ojos. Hay cientos de personas viajando por todo el mundo en todos los medios de transporte imaginables, y he leído sobre algunos de ellos en los foros en internet, pero esto era diferente; tenía entre mis manos las mismas páginas que ellos habían tocado antes de seguir si camino al siguiente destino.
La noche anterior había intentado programar las coordenadas para mi siguiente destino en el GPS, pero fueran cuales fueran los ajustes que probase, se negaba a darme una ruta. Intenté elegir un punto en Hungría, cerca de la frontera, pero el resultado fue el mismo. Al final solo conseguí que me diese una ruta hasta una población cerca de la frontera por autopista, así que tras dejar Budapest me detuve en la primera gasolinera que encontré y pagué por una matrica, la pegatina que permite usar las autopistas. Había conseguido cruzar Eslovenia, Austria y parte de Hungría sin pagar por una, así que me mosqueó un poco. Por suerte resultó ser bastante barata (aún no sé cuánto, no he tenido tiempo de calcular los gastos del día) y en una hora y media estaba en la frontera, lo que significaba que tenía toda la tarde para disfrutar de las carreteras rumanas.
En el viaje que hice tres años atrás, mis amigos y yo nos alojamos en un lugar llamado Terra Mythica, cerca de Alba Iulia. No estábamos seguros de qué tipo de sitio era, pero era lo único que encontramos en la zona, así que hicimos una reserva. Llegamos allí sobre la una de la madrugada y resultó ser una especie de campo de verano para niños. En contra de todo pronóstico, los pasamos genial; Dalina, la propietaria, y parte del personal se unieron a nosotros después de cenar, cuando los niños ya estaban acostados, y la noche terminó en una de las borracheras más divertidas que recuerdo. Resumiendo, nos hicimos buenos amigos y nos visitó en Barcelona un par de veces, así que cuando estaba planeando el viaje decidí dar un pequeño rodeo y volver a Ighiu, y tenía muchas ganas de volver a vernos.
En la frontera Rumana me paró por primera vez la policía, pero solo querían comprobar el pasaporte y me hicieron señas que continuase. Paré justo pasada la barrera al lado de una barraca donde cambiaban dinero y vendían el distintivo del impuesto de carretera, que es obligatorio en Rumania, autopista o no (de hecho sólo hay una autopista que conecta la capital con la costa). Cambié algunos leu y descubrí que no era necesario pagar el impuesto para la moto, así que seguí felizmente.
Las carreteras eran mejores de lo que recordaba de la última vez que estuve aquí, o quizá el hecho de venir en moto desde España significa que la transición ha sido más gradual que bajar de un avión y empezar a conducir una furgoneta. En cualquier caso, avancé bastante rápido y pronto me di cuenta de que eran ya pasadas las dos de la tarde y aún no había comido nada. Empecé a buscar un buen sitio, pero las áreas de picnic y los parques son especialmente difíciles de encontrar en el campo en Rumanía, y los kilómetros pasaban sin encontrar un sitio decente. Las nubes se estaban volviendo de un negro amenazador y esta vez no veía el cielo despejado más adelante, así que se estaba volviendo más apremiante para no sólo para comer, sino para poner la capa impermeable en el traje. Entonces, justo cuando empezaba a llover, vi una gasolinera. No había visto ninguna desde la frontera, y aunque me quedaba aún gasolina, empezaba a preocuparme, así que me alegré de encontrar una. En cuanto me acerqué, sin embargo, se hizo evidente que estaba abandonada.
Bueno, al menos tenía un techo bajo el que me podía cambiar y comer algo. Hice un pequeño striptease para difrute de los camioneros que pasaban por la carretera y me senté a comer una especie de salchichón húngaro que había comprado antes y un poco de pan y fruta.
La primera vez que vinimos a Rumanía nos advirtieron sobre los perros abandonados, aparentemente hay muchísimos y pueden ser peligrosos. Estaba disfrutando de mi bocadillo cuando se me acercó esta fiera:
Juro que si estuviese haciendo este viaje en coche y no en moto, me la hubiese llevado a casa. La pobrecilla estaba claramente asustada de la gente, a saber qué le debían haber hecho en el pasado. Le tiré algo de salchichón y se la comió desde una distancia prudencial. Se quedó conmigo todo el rato que estuve allí, pero no dejó que me acercase más de un par de metros, mantenía la distancia.
Después de despedirme, subí a la moto y seguí adelante, contento de ver que ya no llovía. Al cabo de poco ya me estaba arrepintiendo de haberme puesto la capa impermeable, ya que empezaba a hacer calor, y ya estaba algo sudado cuando paré en una gasolinera que poco tenía que ver con las que había usado hasta entonces. Tuve que fijarme bien para ver que esta no estaba abandonada.
A media tarde, el paisaje había cambiado de los campos de maíz que había ido viendo desde Hungría a colinas y valles cubiertos de bosque, y me volvía a encontrar con un viejo amigo de hacía tres años: el socavón rumano. El socavón rumano no es ese tipo de asfalto cuarteado o hundido al que estamos acostumbrados en Europa occidental, el bache común. Esta bestia autóctona que puebla las carreteras rurales del país en grandes números suele ser de forma redonda o ovalada, con bordes vivos y verticales, y lo suficientemente profundo para tragarse entera la rueda delantera de la moto. Por lo general habita en carreteras de bosque y montaña, donde las condiciones meteorológicas adversas han propiciado su reproducción, y para empeorar las cosas, estaban llenos de agua, con lo que eran más difíciles de ver. Huelga decir que topar con uno significaría, como mínimo, una llanta destrozada y daños en la suspensión, por no decir un accidente bastante grave.
Volvía a hacer frío, pero el tiempo mejoró por la tarde y mientras avanzaba por carreteras rurales, evitando los socavones, recordé que maravilla de país era Rumanía. Llegué a Ighiu a las ocho y media, contentísimo de volver a ver a Dalina. El campo estaba animadísimo, con unos 70 niños dando trabajo, y aún vestido de motero y sin tener tiempo de sacar nada de la moto, me sentaron a la mesa para cenar con el resto del personal, que venían de lugares tan variados como California y la India. Lo pasé genial, y tras la cena me di una ducha, me cambié y me senté a escribir un rato y charlar con Rushil, que también tenía una moto en India, y me enseñó fotos del paso de Khardung la, el más alto del mundo. Si voy a la India, ¡está decidido que alquilaré una moto y lo haré!
- rabasadas
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- Rixelieu
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#28 Re: BCN - Ulaanbaatar
Voy voy! Ahora que ya estoy de vuelta quiero ir colgando los posts con fotos y tengo que ir buscándolas, que me salieron unas cuantas.... XD
- stormbringer
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#29 Re: BCN - Ulaanbaatar
Eso si que es un VIAJE con "mayúsculas" !!.
Objetivos moteros 2024: X Invernal, Marruecos VStromclub, XXI Nacional, VI Rider, Stromports, Alcañiz, Apeninos y Sicilia, Marruecos ADV, Tarraco1000.
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#30 Re: BCN - Ulaanbaatar
Jo, la madre de todas las rutas en V-Strom. ¿Y qué se te perdió en Ulan-Bator, chiquillo?
- Rixelieu
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#31 The best road… in the woooorld
Día 7 – Lunes 1 de julio – La Transfagarasan
Hay dos razones por las que había dado un rodeo de 1000 kilómetros en la ruta: visitar a Dalina y hacer esta carretera, una de las más famosas del mundo. Construida por Chauchescu para poder desplazar tropas rápidamente a través de la región, es un lugar imponente.
Dalina no me despertó esta mañana, pero mi cuerpo aún está en la anterior zona horaria y a las ocho y media ya estaba en pie desayunando y hablando con su padre, que aún se acordaba de la que pillamos y me dijo, medio en inglés, medio en rumano, “¡esta noche, bebemos!”
No voy a intentar describir la carretera aquí, ya que las palabras se quedan cortas para explicar lo que es. Aquellos de vosotros que seguís Top Gear sabréis de qué hablo. Simplemente colgaré algunas fotos y, para aquellos con gasolina en la sangre y suficiente paciencia, el vídeo de la carretera, de norte a sur cuando encuentre una conexión lo suficientemente buena como para subirlo.
Hay dos razones por las que había dado un rodeo de 1000 kilómetros en la ruta: visitar a Dalina y hacer esta carretera, una de las más famosas del mundo. Construida por Chauchescu para poder desplazar tropas rápidamente a través de la región, es un lugar imponente.
Dalina no me despertó esta mañana, pero mi cuerpo aún está en la anterior zona horaria y a las ocho y media ya estaba en pie desayunando y hablando con su padre, que aún se acordaba de la que pillamos y me dijo, medio en inglés, medio en rumano, “¡esta noche, bebemos!”
No voy a intentar describir la carretera aquí, ya que las palabras se quedan cortas para explicar lo que es. Aquellos de vosotros que seguís Top Gear sabréis de qué hablo. Simplemente colgaré algunas fotos y, para aquellos con gasolina en la sangre y suficiente paciencia, el vídeo de la carretera, de norte a sur cuando encuentre una conexión lo suficientemente buena como para subirlo.
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#32 Re: BCN - Ulaanbaatar
Eres la tercera persona -que yo sepa- que hace el Transfagarasan y lo cuenta en este foro. También "conozco" algunos tramos de esa ruta porque está disponible en Google Maps Street View. Después de Cabo Norte quiero ir allí...
- RALPH
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#33 Re: BCN - Ulaanbaatar
Otra cronica que he estado a punto de perderme,sigue que me tienes enganchadisimo.
- Rixelieu
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#34 Re: BCN - Ulaanbaatar
Marchando! Que he estado fuera el finde...
- Rixelieu
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#35 Pasos fronterizos y sobornos policiales
Día 8 – Martes 2 de julio – De Ighiu a Lviv (607km)
El haber estado en Rumania en vez de ir directo a Ucrania desde Hungría significaba que había roto una de las reglas que me impuse: pasar la noche anterior a cruzar una frontera importante cerca de ella para poder llegar relativamente temprano por la mañana en caso que hubiese problemas con el papeleo y el proceso se alargase más de lo esperado. Otra consecuencia de esa decisión era que en lugar de pasar por una de las principales fronteras internacionales, tenía que hacerlo por una pequeña en una zona rural, y algunas de esas solo permiten el paso a los habitantes de la zona, no al tráfico internacional.
Así pues, habiendo roto también otra regla (que las jornadas serían más cortas conforme fuese hacia el este), me dispuse a hacer otro viaje de 10 horas a través de una frontera que no estaba seguro de que estuviese abierta. Llegué allí sobre las 2 de la tarde y, por suerte, ¡me dejaron entrar en Ucrania! Estaba bastante nervioso al respecto, salía ya de la UE y temía que buscasen problemas con mi documentación o la de la moto, pero no hubo ninguno. Lo bueno de los pasos fronterizos pequeños es que no se forman largas colas, solo había cuatro coches delante de mí, aunque se tomaron su tiempo y me freí al sol durante más de media hora. Una vez en Ucrania, descubrí lo malo de un paso fronterizo pequeño: la carretera.
¿Recordáis el socavón rumano? Pues es una mera imperfección en el asfalto comparado con esto. No solo eran profundos, sino que había miles de ellos, por todas partes, lo que hacía que coches y camiones tuvieran que avanzar en zigzag para esquivarlos, usando todo el ancho de la carretera y muy a menudo circulando en sentido contrario. Tuve que ponerme de pie y solo podía usar primera y segunda. Hacía calor, estaba sudando de mala manera y tragando polvo. Esto es el tipo de carretera que me esperaba en Kazakstán, no conectando dos países en Europa. Duró unos 50 km, después de los cuales la carretera se convirtió en lo que en Rumania hubiese llamado mala, pero aquí era un alivio. Estoy listo para este tipo de cosas, pero no como parte de una jornada de 600 km.
Una vez me encontré con la carretera principal que venía desde Polonia las cosas cambiaron; la carretera se volvió mucho, mucho mejor y empecé a avanzar más. No iba rápido, pues había oído un montón de historias sobre la policía Ucraniana y lo estrictos que son con los conductores extranjeros, pero sí que hacía lo que llevaba haciendo los últimos cuatro o cinco días: adelantar donde había espacio y era seguro, independientemente de las señales.
Bueno, esto es una práctica habitual y absolutamente todo el mundo lo hace por estos lares, y no pasa nada, siempre y cuando no adelantes al jefe de policía del siguiente pueblo mientras se dirige a su casa vestido de civil en su coche particular. No hace falta decir que se encargó de que sus colegas me estuviesen esperando en el siguiente control, y en cuanto llegué me pararon. El agente no hablaba ni una sola palabra de inglés, pero dejó claro a base de gestos que había adelantado en una línea continua, y cuando llegó el jefe de policía lo subrayó con los mismos gestos antes de volver a meterse en su coche y dejarme en las competentes manos de su subordinado. Me pidió los papeles de la moto y me preguntó si entendía el portugués, pues parece que conocía a alguien en el consulado portugués e iba llamarlo para que me contasen lo que tenía que hacer. Me pasó su móvil y hablé con una chica que hablaba inglés, y me explicó que la multa eran cien euros. Antes de salir me habían dado consejos sobre cómo tratar con la policía por estos países, pero en este caso era innegable que había cometido una infracción, con lo que la única opción que tenía era pagar. Esto iba a dejar un buen agujero en mi presupuesto… Sin embargo, la chica me dijo que tenía dos opciones: podían darme una multa oficial por escrito, que debería pagar en Kiev antes de poder recuperar los papeles de la moto, o podía pagar al momento, lo que suponía la mitad de dinero y poder seguir con mi camino al momento. Le devolví el teléfono al agente y me hizo gestos para que lo acompañase a una sala más pequeña. Entramos, se sentó y sacó unos formularios oficiales, que eran la multa, y su móvil, puso las dos cosas sobre la mesa y las señaló. Yo señalé el teléfono, y entonces me dio un trozo de papel y un bolígrafo. Escribí “50€”, asintió, se puso de pie, levantó el cojín en el que estaba sentado y señaló debajo. Dejé el dinero allí, volvió a poner el cojín en su sitio y a partir de ahí se convirtió en el poli más majo del mundo, todo sonrisas y curiosidad acerca del viaje, consejos sobre no dejar la moto en la calle en Lviv porque era peligroso, e incluso se escribió los límites de velocidad en la palma de la mano para explicarlos.
Bueno, después del dinero ahorrado estos últimos dos días, al final solo supuso unos pocos euros de descuadre en el presupuesto diario, me había salido barata la cosa y además había experimentado de primear mano el proceso de soborno a la policía Ucraniana. ¡Vaya día!
Tras esto aún me quedaban más de 200 km para llegar a Lviv, y una vez allí, cansado y maloliente, me costó encontrar el sitio donde iba a pasar la noche. Al final Igor, mi huésped, salió a la calle y me encontró preguntando a tres individuos que no parecían entender muy bien lo que les explicaba.
Cogió su coche y me llevó hasta un parking dos calles más abajo donde dejé la moto por la noche. Me llevó de vuelta a su piso, un pequeño apartamento en uno de esos bloques de pisos soviéticos enormes y grises que se caen a trozos, para terminar de completar la experiencia ucraniana. Fue un huésped maravilloso, me preparó una cena fabulosa, y luego, intentando superar la barrera idiomática, hablamos del viaje y de motos. Me contó que había tenido una hacía años, y fue algo de lo que pudimos hablar con pocas palabras mientras contemplábamos el crepúsculo desde su balcón.
El haber estado en Rumania en vez de ir directo a Ucrania desde Hungría significaba que había roto una de las reglas que me impuse: pasar la noche anterior a cruzar una frontera importante cerca de ella para poder llegar relativamente temprano por la mañana en caso que hubiese problemas con el papeleo y el proceso se alargase más de lo esperado. Otra consecuencia de esa decisión era que en lugar de pasar por una de las principales fronteras internacionales, tenía que hacerlo por una pequeña en una zona rural, y algunas de esas solo permiten el paso a los habitantes de la zona, no al tráfico internacional.
Así pues, habiendo roto también otra regla (que las jornadas serían más cortas conforme fuese hacia el este), me dispuse a hacer otro viaje de 10 horas a través de una frontera que no estaba seguro de que estuviese abierta. Llegué allí sobre las 2 de la tarde y, por suerte, ¡me dejaron entrar en Ucrania! Estaba bastante nervioso al respecto, salía ya de la UE y temía que buscasen problemas con mi documentación o la de la moto, pero no hubo ninguno. Lo bueno de los pasos fronterizos pequeños es que no se forman largas colas, solo había cuatro coches delante de mí, aunque se tomaron su tiempo y me freí al sol durante más de media hora. Una vez en Ucrania, descubrí lo malo de un paso fronterizo pequeño: la carretera.
¿Recordáis el socavón rumano? Pues es una mera imperfección en el asfalto comparado con esto. No solo eran profundos, sino que había miles de ellos, por todas partes, lo que hacía que coches y camiones tuvieran que avanzar en zigzag para esquivarlos, usando todo el ancho de la carretera y muy a menudo circulando en sentido contrario. Tuve que ponerme de pie y solo podía usar primera y segunda. Hacía calor, estaba sudando de mala manera y tragando polvo. Esto es el tipo de carretera que me esperaba en Kazakstán, no conectando dos países en Europa. Duró unos 50 km, después de los cuales la carretera se convirtió en lo que en Rumania hubiese llamado mala, pero aquí era un alivio. Estoy listo para este tipo de cosas, pero no como parte de una jornada de 600 km.
Una vez me encontré con la carretera principal que venía desde Polonia las cosas cambiaron; la carretera se volvió mucho, mucho mejor y empecé a avanzar más. No iba rápido, pues había oído un montón de historias sobre la policía Ucraniana y lo estrictos que son con los conductores extranjeros, pero sí que hacía lo que llevaba haciendo los últimos cuatro o cinco días: adelantar donde había espacio y era seguro, independientemente de las señales.
Bueno, esto es una práctica habitual y absolutamente todo el mundo lo hace por estos lares, y no pasa nada, siempre y cuando no adelantes al jefe de policía del siguiente pueblo mientras se dirige a su casa vestido de civil en su coche particular. No hace falta decir que se encargó de que sus colegas me estuviesen esperando en el siguiente control, y en cuanto llegué me pararon. El agente no hablaba ni una sola palabra de inglés, pero dejó claro a base de gestos que había adelantado en una línea continua, y cuando llegó el jefe de policía lo subrayó con los mismos gestos antes de volver a meterse en su coche y dejarme en las competentes manos de su subordinado. Me pidió los papeles de la moto y me preguntó si entendía el portugués, pues parece que conocía a alguien en el consulado portugués e iba llamarlo para que me contasen lo que tenía que hacer. Me pasó su móvil y hablé con una chica que hablaba inglés, y me explicó que la multa eran cien euros. Antes de salir me habían dado consejos sobre cómo tratar con la policía por estos países, pero en este caso era innegable que había cometido una infracción, con lo que la única opción que tenía era pagar. Esto iba a dejar un buen agujero en mi presupuesto… Sin embargo, la chica me dijo que tenía dos opciones: podían darme una multa oficial por escrito, que debería pagar en Kiev antes de poder recuperar los papeles de la moto, o podía pagar al momento, lo que suponía la mitad de dinero y poder seguir con mi camino al momento. Le devolví el teléfono al agente y me hizo gestos para que lo acompañase a una sala más pequeña. Entramos, se sentó y sacó unos formularios oficiales, que eran la multa, y su móvil, puso las dos cosas sobre la mesa y las señaló. Yo señalé el teléfono, y entonces me dio un trozo de papel y un bolígrafo. Escribí “50€”, asintió, se puso de pie, levantó el cojín en el que estaba sentado y señaló debajo. Dejé el dinero allí, volvió a poner el cojín en su sitio y a partir de ahí se convirtió en el poli más majo del mundo, todo sonrisas y curiosidad acerca del viaje, consejos sobre no dejar la moto en la calle en Lviv porque era peligroso, e incluso se escribió los límites de velocidad en la palma de la mano para explicarlos.
Bueno, después del dinero ahorrado estos últimos dos días, al final solo supuso unos pocos euros de descuadre en el presupuesto diario, me había salido barata la cosa y además había experimentado de primear mano el proceso de soborno a la policía Ucraniana. ¡Vaya día!
Tras esto aún me quedaban más de 200 km para llegar a Lviv, y una vez allí, cansado y maloliente, me costó encontrar el sitio donde iba a pasar la noche. Al final Igor, mi huésped, salió a la calle y me encontró preguntando a tres individuos que no parecían entender muy bien lo que les explicaba.
Cogió su coche y me llevó hasta un parking dos calles más abajo donde dejé la moto por la noche. Me llevó de vuelta a su piso, un pequeño apartamento en uno de esos bloques de pisos soviéticos enormes y grises que se caen a trozos, para terminar de completar la experiencia ucraniana. Fue un huésped maravilloso, me preparó una cena fabulosa, y luego, intentando superar la barrera idiomática, hablamos del viaje y de motos. Me contó que había tenido una hacía años, y fue algo de lo que pudimos hablar con pocas palabras mientras contemplábamos el crepúsculo desde su balcón.
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#36 Re: BCN - Ulaanbaatar
Que fotos!!! Y que sitios!!! Algún día quizás...
La vida te enseña quién sí, quién no y quién nunca.
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#37 ¡Siga a ese taxi!
Día 9 – Miércoles 3 de Julio – De Lviv a Kiev (557km)
Hay un túnel en lo alto de la Transfagarasan que conecta ambos lados de la montaña. No es muy largo, quizá un kilometro y medio, pero es muy estrecho, con el espacio justo para dos coches, la carretera es de asfalto roto, que casi se ha convertido en gravilla con socavón correspondiente de vez en cuando, y oscuro como la boca de un lobo, no hay ni una sola luz. Cuando lo atravesé hace dos días, la niebla que cubría la montaña se había metido dentro, así que la visibilidad era casi nula. Con la cúpula empañada, tuve que ir de pie para mirar por encima, y no podía ver más allá de ocho o diez metros, con los faros intentando en vano atravesar la niebla. Si me hubieran preguntado por la mañana, hubiese dicho que esa es la experiencia más terrorífica que he vivido en la moto, pero lo que hice hoy es bastante peor.
Por la mañana Igor me llevó a aun cajero para poder sacar algo de dinero del país y luego a la moto. La cargué y comprobé el aceite, algo preocupado por una fuga que descubrí en Rumanía. Cuando empecé el viaje vi que había algo de aceite en el cubrecárter, pero ya que me habían mirado el reglaje de válvulas y eso requiere desmontar parte del motor, pensé que habría goteado entonces. Para asegurarme, lo volví a mirar en Budapest y parecía que no había caído más. Sin embargo, una vez en Rumanía me dí cuenta de que había más aceite, y al inspeccionar el motor más de cerca vi que se había acumulado aceite en la V del motor, donde se encuentran los cilindros, y parecía venir de algún sitio en la parte de detrás del cilindro delantero.
Lo limpié para ver cuánto tardaba en volver a acumularse, y hoy, después de dos días y unos 1.200 km, ha salido bastante para gotear por el lado del motor. En condiciones normales tardaría semanas en perder esa cantidad de aceite, pues no uso la moto más de 20 km diarios, pero todo pasa más rápido en este viaje. Lo volví a limpiar en Kiev para ver cuánto tarda esta vez. El nivel de aceite ha ido bajando al ritmo normal para los kilómetros que estoy haciendo, así que no sé cuánto debería preocuparme. Llegaré a Volgogrado en tres días (1.200 km más) y ya que allí tengo que hacerle la revisión a la moto, haré que lo comprueben. Espero que no empeore antes de llegar.
Me despedí de Igor, que se negó a dejar que pagase el parking, le di las gracias por su hospitalidad y crucé Lviv para coger la carretera hacia Kiev.
Es una lástima que no tuviera más tiempo de visitar la ciudad, ya que lo poco que vi desde la moto era fantástico. Lo que no era tan fantástico era el rato que me cosó salir de allí, ya que las calles estaban llenas de tráfico, y los adoquines y los raíles del tranvía hacían las cosas más interesantes.
El paisaje era precioso, grandes extensiones de campos verdes, pero fue uno de los días más aburridos hasta el momento. Tras mi última experiencia con la policía no tenía intención de darles ni una razón para pararme, así que respeté los límites (90) a rajatabla y no adelanté donde no debía. Ya que era el único que seguía las normas de tráfico, me convertí en el vehículo más lento de la carretera, y en carreteras que eran rectas y en buen estado en su mayor parte, me tuve que esforzar para mantenerme despierto. En el lado bueno, conseguí el mejor consumo que jamás he logrado en la moto: 4,1 litros a los 100 para la etapa completa.
En cuanto llegué a Kiev las cosas cambiaron rápido, poco podía esperarme que me iba a meter en el trayecto más peligroso de mi vida. Luda, la secretaria de mi anfitriona en Kiev, que habla inglés, se había ofrecido a venirme a buscar a una parada de metro en la carretera principal de entrada en la ciudad, ya que sería más fácil guiarme desde allí. Me alegré mucho de recibir su ayuda, ya que navegar por el tráfico de una ciudad grande suele ser complicado. Se metió en un taxi y me dijo que lo siguiese. Pensaba que no sería muy lejos, pero no podía estar más equivocado.
El taxista salió disparado y se metió en el tráfico de hora punta de Kiev en avenidas de ocho carriles a reventar de coches, autobuses y camiones, y me tocó espabilarme para no perderlos. Estaba decidido a que eso no me pasase, lo que suponía pegarme al parachoques, sin apenas distancia de seguridad e incluso así, en cuanto me separaba un par de metros alguien intentaba meterse en el hueco. Y todo ello a velocidades muy superiores a la que uno esperaría en una ciudad. No podía ni mirar los retrovisores, ya que apartar la mirada del coche de delante ni que fuese medio segundo podía significar un accidente. Y para terminar de rematarlo las calles estaban llenas de agujeros, lo que significaba que el ABS saltaba constantemente, haciendo las cosas más interesantes, y naturalmente, el ir tan pegado al coche de delante suponía no poder ver los socavones a tiempo, así que me los comía todos.
Después de una eternidad infernal, llegamos al apartamento, en el piso 14 de otro edificio de estilo ex-soviético, y me mandaron a la ducha antes de sentarme ante otra cena enorme a base de platos tradicionales del país.
Luda hizo lo que pudo para traducir durante la cena y conseguí mantener una conversación con Sofía, mi anfitriona. Tras la cena, un amigo suyo me dijo que me guiaría hasta su parking, donde podía dejar la moto durante un par de días. Lo seguí esperando otro viaje de infarto, pero a esa hora las calles ya estaban vacías y fue más fácil. Dejamos la moto y me llevó de vuelta al apartamento. Sentado en el asiento del coche, casi me dormí después del subidón de adrenalina de la tarde.
Hay un túnel en lo alto de la Transfagarasan que conecta ambos lados de la montaña. No es muy largo, quizá un kilometro y medio, pero es muy estrecho, con el espacio justo para dos coches, la carretera es de asfalto roto, que casi se ha convertido en gravilla con socavón correspondiente de vez en cuando, y oscuro como la boca de un lobo, no hay ni una sola luz. Cuando lo atravesé hace dos días, la niebla que cubría la montaña se había metido dentro, así que la visibilidad era casi nula. Con la cúpula empañada, tuve que ir de pie para mirar por encima, y no podía ver más allá de ocho o diez metros, con los faros intentando en vano atravesar la niebla. Si me hubieran preguntado por la mañana, hubiese dicho que esa es la experiencia más terrorífica que he vivido en la moto, pero lo que hice hoy es bastante peor.
Por la mañana Igor me llevó a aun cajero para poder sacar algo de dinero del país y luego a la moto. La cargué y comprobé el aceite, algo preocupado por una fuga que descubrí en Rumanía. Cuando empecé el viaje vi que había algo de aceite en el cubrecárter, pero ya que me habían mirado el reglaje de válvulas y eso requiere desmontar parte del motor, pensé que habría goteado entonces. Para asegurarme, lo volví a mirar en Budapest y parecía que no había caído más. Sin embargo, una vez en Rumanía me dí cuenta de que había más aceite, y al inspeccionar el motor más de cerca vi que se había acumulado aceite en la V del motor, donde se encuentran los cilindros, y parecía venir de algún sitio en la parte de detrás del cilindro delantero.
Lo limpié para ver cuánto tardaba en volver a acumularse, y hoy, después de dos días y unos 1.200 km, ha salido bastante para gotear por el lado del motor. En condiciones normales tardaría semanas en perder esa cantidad de aceite, pues no uso la moto más de 20 km diarios, pero todo pasa más rápido en este viaje. Lo volví a limpiar en Kiev para ver cuánto tarda esta vez. El nivel de aceite ha ido bajando al ritmo normal para los kilómetros que estoy haciendo, así que no sé cuánto debería preocuparme. Llegaré a Volgogrado en tres días (1.200 km más) y ya que allí tengo que hacerle la revisión a la moto, haré que lo comprueben. Espero que no empeore antes de llegar.
Me despedí de Igor, que se negó a dejar que pagase el parking, le di las gracias por su hospitalidad y crucé Lviv para coger la carretera hacia Kiev.
Es una lástima que no tuviera más tiempo de visitar la ciudad, ya que lo poco que vi desde la moto era fantástico. Lo que no era tan fantástico era el rato que me cosó salir de allí, ya que las calles estaban llenas de tráfico, y los adoquines y los raíles del tranvía hacían las cosas más interesantes.
El paisaje era precioso, grandes extensiones de campos verdes, pero fue uno de los días más aburridos hasta el momento. Tras mi última experiencia con la policía no tenía intención de darles ni una razón para pararme, así que respeté los límites (90) a rajatabla y no adelanté donde no debía. Ya que era el único que seguía las normas de tráfico, me convertí en el vehículo más lento de la carretera, y en carreteras que eran rectas y en buen estado en su mayor parte, me tuve que esforzar para mantenerme despierto. En el lado bueno, conseguí el mejor consumo que jamás he logrado en la moto: 4,1 litros a los 100 para la etapa completa.
En cuanto llegué a Kiev las cosas cambiaron rápido, poco podía esperarme que me iba a meter en el trayecto más peligroso de mi vida. Luda, la secretaria de mi anfitriona en Kiev, que habla inglés, se había ofrecido a venirme a buscar a una parada de metro en la carretera principal de entrada en la ciudad, ya que sería más fácil guiarme desde allí. Me alegré mucho de recibir su ayuda, ya que navegar por el tráfico de una ciudad grande suele ser complicado. Se metió en un taxi y me dijo que lo siguiese. Pensaba que no sería muy lejos, pero no podía estar más equivocado.
El taxista salió disparado y se metió en el tráfico de hora punta de Kiev en avenidas de ocho carriles a reventar de coches, autobuses y camiones, y me tocó espabilarme para no perderlos. Estaba decidido a que eso no me pasase, lo que suponía pegarme al parachoques, sin apenas distancia de seguridad e incluso así, en cuanto me separaba un par de metros alguien intentaba meterse en el hueco. Y todo ello a velocidades muy superiores a la que uno esperaría en una ciudad. No podía ni mirar los retrovisores, ya que apartar la mirada del coche de delante ni que fuese medio segundo podía significar un accidente. Y para terminar de rematarlo las calles estaban llenas de agujeros, lo que significaba que el ABS saltaba constantemente, haciendo las cosas más interesantes, y naturalmente, el ir tan pegado al coche de delante suponía no poder ver los socavones a tiempo, así que me los comía todos.
Después de una eternidad infernal, llegamos al apartamento, en el piso 14 de otro edificio de estilo ex-soviético, y me mandaron a la ducha antes de sentarme ante otra cena enorme a base de platos tradicionales del país.
Luda hizo lo que pudo para traducir durante la cena y conseguí mantener una conversación con Sofía, mi anfitriona. Tras la cena, un amigo suyo me dijo que me guiaría hasta su parking, donde podía dejar la moto durante un par de días. Lo seguí esperando otro viaje de infarto, pero a esa hora las calles ya estaban vacías y fue más fácil. Dejamos la moto y me llevó de vuelta al apartamento. Sentado en el asiento del coche, casi me dormí después del subidón de adrenalina de la tarde.
- Rixelieu
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#38 Re: BCN - Ulaanbaatar
Me alegro que os guste! Y todo es animarse...Cheri escribió:Que fotos!!! Y que sitios!!! Algún día quizás...
- RALPH
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#39 Re: BCN - Ulaanbaatar
entrega leida, me esta encantando, de verdad por cierto ..me come la curiosidad por ver de donde proviene la fuga de aceite ¡¡con lo fiables que son nuestras V's!!
- Rixelieu
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#40 Picadas de mosquitos radioactivos
Día 10 – Jueves 4 de Julio – Visita a Chernobyl (0km)
Es difícil describir la experiencia de hoy. Era algo que esperaba con ganas, ya que era uno de los puntos álgidos del viaje, y fue una visita interesante, pero al mismo tiempo fue experiencia inquietante como pocas.
Luda me llevó hasta la plaza principal de la ciudad, desde donde el autobús del tour me tenía que recoger, y una vez enfrente del hotel que era el punto de encuentro, me dijo que estaría allí de nuevo a las 6 de la tarde para enseñarme un poco el centro. Vi un autobús y un par de personas esperando y pregunté a la última persona de la cola, que resultó ser el doble exacto de Hillary Swank. Era de Suecia y como su novio había decidido no hace vacaciones ese verano, estaba viajando por Ucrania unas cuantas semanas sola. Subimos al autobús y enseguida empezamos a hablar de viajes, ya que compartíamos el gusto por los destinos raros y Europa del este. La conversación se interrumpió rápido al empezar un documental sobre el desastre, que resultó ser muy interesante y mucho más completo que otras cosas que había visto antes. Terminó poco antes de que llegásemos al primer punto de control. Una extensa zona alrededor de Chernobyl está bajo control militar, y a pesar de que unas 170 personas, todas de más de 70 años y jubiladas, han decidido volver a sus tierras, no se permite entrar ni salir a nadie sin pasar por estrictos controles. Bajamos del autobús y después de que comprobasen nuestros pasaportes y los contrastasen con una lista, cruzamos las barreras andando y esperamos que el autobús pasase al otro lado. Al cabo de poco rato conduciendo llegamos a la primera y única población habitada, que acoge a unas 5,000 personas que trabajan en temas de seguridad y mantenimiento de la zona. Viven y trabajan allí durante 15 días y luego tienen 15 días libres, y tienen que someterse a controles médicos frecuentes.
De camino hacia allí, pasamos varios pueblos, pero lo único que quedaba de ellos eran los carteles en la carretera con sus nombres, pues el ejército había derribado y enterrado las casas tras el desastre y la naturaleza había recuperado el espacio rápido. Paramos un momento en la población, donde vimos un monumento conmemorativo, un parque de bomberos (cuyos miembros fueron los terceros en llegar al lugar tras la explosión) y unos pocos vehículos que se usaron en la limpieza.
Había una colección de vehículos más grande en un lugar llamado cementerio de vehículos, pero los habían declarado demasiado radioactivos para poder formar parte de la visita con seguridad y se había cancelado esa parte de la visita y enterrado los vehículos hacía años.
Después nos dirigimos a otro punto de control para entrar en la zona de exclusión, donde no vive nadie, a pesar de que mucha gente trabaja allí. Antes de llegar a la planta nuclear nos paramos en una guardería abandonada que, juntamente con una oficina de correos que a penas se mantenía en píe entre los árboles, eran los dos únicos edificios que quedaban en el último pueblo antes de la planta.
Entonces, al salir de una curva, apareció ante nosotros. La chimenea que se erguía entre los reactores tres y cuatro. Paramos una última vez antes de llegar allí, para ver las obras de un par de torres de refrigeración y de los reactores cinco y seis, aún rodeados de altas grúas.
No se terminaron nunca. El autobús paró en la carretera y cuando nos bajamos a hacer algunas fotos, el guía nos advirtió que no saliéramos de la carretera y no pisáramos la hierba, que estaba muy contaminada.
Cogimos el autobús de nuevo para recorrer la corta distancia que nos separaba del sarcófago que cubre el reactor numero tres. La estructura parecía bastante vieja, Era la primera y la única de ese tipo, y su construcción duró semanas y se cobró numerosas vidas.
Los que lo diseñaron y construyeron no habían hecho algo así antes, y nadie había trabajado ni se había entrenado para trabajar en condiciones como aquellas. Miles de personas trabajaron en la construcción del sarcófago, durante no más de un minuto cada vez para evitar dosis letales de radiación, y aún así, todos ellos sufrieron terribles consecuencias. Todos los que estuvieron allí para contener el desastre dieron sus vidas para prevenir una tragedia mucho mayor, que hubiese convertido la mayor parte de Europa en un lugar inhabitable. Algunos de ellos sabían lo que les esperaba, otros fueron enviados allí por sus superiores sin saber qué riesgo corrían, pero sin ellos la tragedia hubiese sido mucho peor. Desde los primeros bomberos que llegaron al lugar hasta los mineros que cavaron un túnel bajo el reactor para verter cemento y evitar que las barras de uranio fundido alcanzasen el agua de debajo y explotasen; desde la gente que se subió al techo del reactor número cuatro para retirar trozos de grafito altamente radioactivos con sus propias manos hasta los pilotos de los helicópteros que volaron justo encima del incendio radioactivo para dejar caer toneladas y toneladas de arena y plomo para intentar apagar el fuego; desde las personas que se acercaron tanto como pudieron al núcleo para medir la radiación hasta los trabajadores que construyeron el sarcófago, todos ellos son héroes anónimos que salvaron cientos de millones de vidas y que hoy han sido olvidados, condenados a sufrir las terribles consecuencias que sus cuerpos experimentaran hasta el fin de sus vidas solos.
Cerca del sarcófago original que cubre el reactor numero tres, una empresa francesa se afanaba a construir una estructura de dimensiones descomunales: un nuevo sarcófago que cubrirá el antiguo y garantizará la seguridad durante cien años. Es difícil apreciar las dimensiones en las fotografías, pero las cajas rojas cerca de la parte superior son contenedores marítimos, lo que da una buena idea del tamaño.
Y aún tiene que crecer para ser el doble de alto y de largo. Debería haberse construido hace diez años, pero no había dinero. Estará terminado en 2015. Nos dijeron que sólo podíamos hacer fotos del reactor y del sarcófago nuevo, ya que había edificios militares en la zona y no se podían fotografiar.
En cierto modo, me siento privilegiado de haber tenido la oportunidad de hacer este tour ahora, ya que estas visitas pueden tener los días contados, al menos tal y como son ahora. En tres años el reactor número tres ya no será visible, enterrado bajo su nueva cubierta, y la ciudad de Prypyat se habrá derrumbado y habrá sido devorada por la naturaleza. El autobús nos dejó en la entrada principal de la ciudad, que en su día alojó a 50,000 personas, todas ellas evacuadas en dos días sin poder llevarse más que un par de maletas. Jamás se les permitió volver.
Hoy, era imposible reconocer que era una avenida. Árboles y arbustos habían crecido en ambos lados hasta reducirla a poco más que una pista a través del bosque. Los edificios han estado abandonados desde el desastre, de modo que la mayoría tienen enormes goteras y están en peligro de derrumbarse en cualquier momento.
El autobús nos dejó en la plaza principal y empezamos a andar por la ciudad, con cuidado de no tocar las plantas. Andamos alrededor de algunos de los edificios de la plaza y encontramos el parque de atracciones, una de las vistas más inquietantes de la ciudad, con la noria aún en pie, congelada en el tiempo.
Desde allí atravesamos lo que parecía un bosque hasta que el guía se detuvo entre los árboles y anunció que estábamos en medio del campo de futbol en el estadio de la ciudad. Al salir de la vegetación encontramos las gradas, y ese fue uno de los dos edificios que pudimos visitar por dentro.
El otro fue el centro de deportes, con su pista de baloncesto y su piscina vacía. Fue una visita fascinante.
El autobús nos recogió en otra avenida reducida a casi un camino y nos sacó de la zona de exclusión para llevarnos a la cantina del pueblo donde los trabajadores actuales viven. Pasamos un exhaustivo proceso de desinfección a base de un lavado de manos con una pastilla de jabón vieja, y nos sentamos a disfrutar de una comida al más puro estilo soviético.
Después de comer, nos paramos en el punto de control principal y nos hicieron pasar por unas máquinas de medición de la radiación que parecían sacadas de una película de la guerra fría. A continuación nos dejaron marchar, libres de radiación.
De camino a la visita la tensión se podía palpar en el autobús, casi nadie hablaba, todos llenos de expectación por lo que íbamos a ver. De vuelta, la tensión se había disuelto y había más conversación y bromas. Un profesor holandés que estaba sentado detrás de mí dijo que su mujer le iba a hacer tirar toda la ropa que llevaba a la basura en cuanto llegase al hotel, y conocí a un americano que trabajaba para el CDC que tenía un montón de anécdotas que contar sobre todos los lugares donde había estado destinado.
De vuelta en Kiev, Luda me estaba esperando para ver un poco la ciudad, ya que aún tenía unas horas. Había traído una amiga que también hablaba inglés, y fuimos a hacer un poco de turismo antes de volver a casa a preparar las maletas para la mañana siguiente.
Kiev es una ciudad enorme, una extensión de más de 3 millones de personas, mucho más grande de lo que me imaginaba, y era obvio que me estaba perdiendo muchas cosas. Decidí que volvería a visitarla algún día.
Es difícil describir la experiencia de hoy. Era algo que esperaba con ganas, ya que era uno de los puntos álgidos del viaje, y fue una visita interesante, pero al mismo tiempo fue experiencia inquietante como pocas.
Luda me llevó hasta la plaza principal de la ciudad, desde donde el autobús del tour me tenía que recoger, y una vez enfrente del hotel que era el punto de encuentro, me dijo que estaría allí de nuevo a las 6 de la tarde para enseñarme un poco el centro. Vi un autobús y un par de personas esperando y pregunté a la última persona de la cola, que resultó ser el doble exacto de Hillary Swank. Era de Suecia y como su novio había decidido no hace vacaciones ese verano, estaba viajando por Ucrania unas cuantas semanas sola. Subimos al autobús y enseguida empezamos a hablar de viajes, ya que compartíamos el gusto por los destinos raros y Europa del este. La conversación se interrumpió rápido al empezar un documental sobre el desastre, que resultó ser muy interesante y mucho más completo que otras cosas que había visto antes. Terminó poco antes de que llegásemos al primer punto de control. Una extensa zona alrededor de Chernobyl está bajo control militar, y a pesar de que unas 170 personas, todas de más de 70 años y jubiladas, han decidido volver a sus tierras, no se permite entrar ni salir a nadie sin pasar por estrictos controles. Bajamos del autobús y después de que comprobasen nuestros pasaportes y los contrastasen con una lista, cruzamos las barreras andando y esperamos que el autobús pasase al otro lado. Al cabo de poco rato conduciendo llegamos a la primera y única población habitada, que acoge a unas 5,000 personas que trabajan en temas de seguridad y mantenimiento de la zona. Viven y trabajan allí durante 15 días y luego tienen 15 días libres, y tienen que someterse a controles médicos frecuentes.
De camino hacia allí, pasamos varios pueblos, pero lo único que quedaba de ellos eran los carteles en la carretera con sus nombres, pues el ejército había derribado y enterrado las casas tras el desastre y la naturaleza había recuperado el espacio rápido. Paramos un momento en la población, donde vimos un monumento conmemorativo, un parque de bomberos (cuyos miembros fueron los terceros en llegar al lugar tras la explosión) y unos pocos vehículos que se usaron en la limpieza.
Había una colección de vehículos más grande en un lugar llamado cementerio de vehículos, pero los habían declarado demasiado radioactivos para poder formar parte de la visita con seguridad y se había cancelado esa parte de la visita y enterrado los vehículos hacía años.
Después nos dirigimos a otro punto de control para entrar en la zona de exclusión, donde no vive nadie, a pesar de que mucha gente trabaja allí. Antes de llegar a la planta nuclear nos paramos en una guardería abandonada que, juntamente con una oficina de correos que a penas se mantenía en píe entre los árboles, eran los dos únicos edificios que quedaban en el último pueblo antes de la planta.
Entonces, al salir de una curva, apareció ante nosotros. La chimenea que se erguía entre los reactores tres y cuatro. Paramos una última vez antes de llegar allí, para ver las obras de un par de torres de refrigeración y de los reactores cinco y seis, aún rodeados de altas grúas.
No se terminaron nunca. El autobús paró en la carretera y cuando nos bajamos a hacer algunas fotos, el guía nos advirtió que no saliéramos de la carretera y no pisáramos la hierba, que estaba muy contaminada.
Cogimos el autobús de nuevo para recorrer la corta distancia que nos separaba del sarcófago que cubre el reactor numero tres. La estructura parecía bastante vieja, Era la primera y la única de ese tipo, y su construcción duró semanas y se cobró numerosas vidas.
Los que lo diseñaron y construyeron no habían hecho algo así antes, y nadie había trabajado ni se había entrenado para trabajar en condiciones como aquellas. Miles de personas trabajaron en la construcción del sarcófago, durante no más de un minuto cada vez para evitar dosis letales de radiación, y aún así, todos ellos sufrieron terribles consecuencias. Todos los que estuvieron allí para contener el desastre dieron sus vidas para prevenir una tragedia mucho mayor, que hubiese convertido la mayor parte de Europa en un lugar inhabitable. Algunos de ellos sabían lo que les esperaba, otros fueron enviados allí por sus superiores sin saber qué riesgo corrían, pero sin ellos la tragedia hubiese sido mucho peor. Desde los primeros bomberos que llegaron al lugar hasta los mineros que cavaron un túnel bajo el reactor para verter cemento y evitar que las barras de uranio fundido alcanzasen el agua de debajo y explotasen; desde la gente que se subió al techo del reactor número cuatro para retirar trozos de grafito altamente radioactivos con sus propias manos hasta los pilotos de los helicópteros que volaron justo encima del incendio radioactivo para dejar caer toneladas y toneladas de arena y plomo para intentar apagar el fuego; desde las personas que se acercaron tanto como pudieron al núcleo para medir la radiación hasta los trabajadores que construyeron el sarcófago, todos ellos son héroes anónimos que salvaron cientos de millones de vidas y que hoy han sido olvidados, condenados a sufrir las terribles consecuencias que sus cuerpos experimentaran hasta el fin de sus vidas solos.
Cerca del sarcófago original que cubre el reactor numero tres, una empresa francesa se afanaba a construir una estructura de dimensiones descomunales: un nuevo sarcófago que cubrirá el antiguo y garantizará la seguridad durante cien años. Es difícil apreciar las dimensiones en las fotografías, pero las cajas rojas cerca de la parte superior son contenedores marítimos, lo que da una buena idea del tamaño.
Y aún tiene que crecer para ser el doble de alto y de largo. Debería haberse construido hace diez años, pero no había dinero. Estará terminado en 2015. Nos dijeron que sólo podíamos hacer fotos del reactor y del sarcófago nuevo, ya que había edificios militares en la zona y no se podían fotografiar.
En cierto modo, me siento privilegiado de haber tenido la oportunidad de hacer este tour ahora, ya que estas visitas pueden tener los días contados, al menos tal y como son ahora. En tres años el reactor número tres ya no será visible, enterrado bajo su nueva cubierta, y la ciudad de Prypyat se habrá derrumbado y habrá sido devorada por la naturaleza. El autobús nos dejó en la entrada principal de la ciudad, que en su día alojó a 50,000 personas, todas ellas evacuadas en dos días sin poder llevarse más que un par de maletas. Jamás se les permitió volver.
Hoy, era imposible reconocer que era una avenida. Árboles y arbustos habían crecido en ambos lados hasta reducirla a poco más que una pista a través del bosque. Los edificios han estado abandonados desde el desastre, de modo que la mayoría tienen enormes goteras y están en peligro de derrumbarse en cualquier momento.
El autobús nos dejó en la plaza principal y empezamos a andar por la ciudad, con cuidado de no tocar las plantas. Andamos alrededor de algunos de los edificios de la plaza y encontramos el parque de atracciones, una de las vistas más inquietantes de la ciudad, con la noria aún en pie, congelada en el tiempo.
Desde allí atravesamos lo que parecía un bosque hasta que el guía se detuvo entre los árboles y anunció que estábamos en medio del campo de futbol en el estadio de la ciudad. Al salir de la vegetación encontramos las gradas, y ese fue uno de los dos edificios que pudimos visitar por dentro.
El otro fue el centro de deportes, con su pista de baloncesto y su piscina vacía. Fue una visita fascinante.
El autobús nos recogió en otra avenida reducida a casi un camino y nos sacó de la zona de exclusión para llevarnos a la cantina del pueblo donde los trabajadores actuales viven. Pasamos un exhaustivo proceso de desinfección a base de un lavado de manos con una pastilla de jabón vieja, y nos sentamos a disfrutar de una comida al más puro estilo soviético.
Después de comer, nos paramos en el punto de control principal y nos hicieron pasar por unas máquinas de medición de la radiación que parecían sacadas de una película de la guerra fría. A continuación nos dejaron marchar, libres de radiación.
De camino a la visita la tensión se podía palpar en el autobús, casi nadie hablaba, todos llenos de expectación por lo que íbamos a ver. De vuelta, la tensión se había disuelto y había más conversación y bromas. Un profesor holandés que estaba sentado detrás de mí dijo que su mujer le iba a hacer tirar toda la ropa que llevaba a la basura en cuanto llegase al hotel, y conocí a un americano que trabajaba para el CDC que tenía un montón de anécdotas que contar sobre todos los lugares donde había estado destinado.
De vuelta en Kiev, Luda me estaba esperando para ver un poco la ciudad, ya que aún tenía unas horas. Había traído una amiga que también hablaba inglés, y fuimos a hacer un poco de turismo antes de volver a casa a preparar las maletas para la mañana siguiente.
Kiev es una ciudad enorme, una extensión de más de 3 millones de personas, mucho más grande de lo que me imaginaba, y era obvio que me estaba perdiendo muchas cosas. Decidí que volvería a visitarla algún día.
- Rixelieu
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#41 Ensaladas de verduras orgánicas y panales de abejas
Día 11 – Viernes 5 de julio – De Kiev a Rus’ka Lozova (517km)
Hoy fue un día tranquilo y agradable. Salir de Kiev me costó mucho menos de lo que esperaba, ya que el tráfico no era tan malo y no tuve que atravesar el centro de nuevo. El único problema que tuve fue que había perdido una de las cintas Touratech que amarran el petate impermeable a los neumáticos de recambio, seguramente cuando ya había dejado las cosas en casa de Sofia y su amigo me guió hasta su parking con su coche. Tengo repuestos, así que tampoco pasa nada.
La carretera era pasable, y a pesar de ser bastante distancia pasó muy rápido, el único problema el calor. Había quitado la capa impermeable y abierto toda la ventilación del traje, pero seguía teniendo calor. El agua en los botellines de plástico se había vuelto imbebible, y cuando paré a poner gasolina compré agua fría, pero en una hora volvía a estar caliente, a pesar del aire.
Llegué al pueblecito cerca de Kharkov donde iba a alojarme por la tarde y llamé a mi anfitrión, que aún estaba en el trabajo. Llegó en media hora, lo que me dio tiempo para aprovechar y sentarme a leer un libro en la entrada de la iglesia, cosa que no había hecho aún desde que empecé.
Denys llegó y me guió hasta su casa, que estaba subiendo un camino estrecho y complicado en el pueblo, un buen reto con la moto bien cargada y después de un día largo, pero era buena práctica de off-road. Me dejó meter la moto en su jardín y tuve tiempo de limpiar y engrasar la cadena y comprobar la fuga de aceite (que no había ido a peor) mientras me preparaba una ensalada con las verduras que había cogido de su enorme huerto, en la parte de detrás de su casa.
También tenía tres panales de abejas y estaba haciendo miel. Era una persona genial, y después de cenar me llevó a dar una vuelta por el bosque que rodea el pueblo y me habló de las plantas y animales que viven en él.
De vuelta a la casa, me enseño algunas fotos de sus vacaciones en las montañas Altai, en Rusia. Pasaré por era región antes de cruzar la frontera a Mongolia, pero desgraciadamente no tendré tiempo de visitarla bien, y a juzgar por las fotos, que mostraban paisajes de una belleza imponente, será una verdadera lastima. Hablamos de ello en español, lo que se hacía raro después de casi dos semanas usando el inglés en todas partes, y debo decir que su habilidad para el idioma era excelente. Solo había estudiado durante seis meses para preparar unas vacaciones de un mes en Suramérica, y su español era perfecto.
Hoy fue un día tranquilo y agradable. Salir de Kiev me costó mucho menos de lo que esperaba, ya que el tráfico no era tan malo y no tuve que atravesar el centro de nuevo. El único problema que tuve fue que había perdido una de las cintas Touratech que amarran el petate impermeable a los neumáticos de recambio, seguramente cuando ya había dejado las cosas en casa de Sofia y su amigo me guió hasta su parking con su coche. Tengo repuestos, así que tampoco pasa nada.
La carretera era pasable, y a pesar de ser bastante distancia pasó muy rápido, el único problema el calor. Había quitado la capa impermeable y abierto toda la ventilación del traje, pero seguía teniendo calor. El agua en los botellines de plástico se había vuelto imbebible, y cuando paré a poner gasolina compré agua fría, pero en una hora volvía a estar caliente, a pesar del aire.
Llegué al pueblecito cerca de Kharkov donde iba a alojarme por la tarde y llamé a mi anfitrión, que aún estaba en el trabajo. Llegó en media hora, lo que me dio tiempo para aprovechar y sentarme a leer un libro en la entrada de la iglesia, cosa que no había hecho aún desde que empecé.
Denys llegó y me guió hasta su casa, que estaba subiendo un camino estrecho y complicado en el pueblo, un buen reto con la moto bien cargada y después de un día largo, pero era buena práctica de off-road. Me dejó meter la moto en su jardín y tuve tiempo de limpiar y engrasar la cadena y comprobar la fuga de aceite (que no había ido a peor) mientras me preparaba una ensalada con las verduras que había cogido de su enorme huerto, en la parte de detrás de su casa.
También tenía tres panales de abejas y estaba haciendo miel. Era una persona genial, y después de cenar me llevó a dar una vuelta por el bosque que rodea el pueblo y me habló de las plantas y animales que viven en él.
De vuelta a la casa, me enseño algunas fotos de sus vacaciones en las montañas Altai, en Rusia. Pasaré por era región antes de cruzar la frontera a Mongolia, pero desgraciadamente no tendré tiempo de visitarla bien, y a juzgar por las fotos, que mostraban paisajes de una belleza imponente, será una verdadera lastima. Hablamos de ello en español, lo que se hacía raro después de casi dos semanas usando el inglés en todas partes, y debo decir que su habilidad para el idioma era excelente. Solo había estudiado durante seis meses para preparar unas vacaciones de un mes en Suramérica, y su español era perfecto.
- rabasadas
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#42 Re: BCN - Ulaanbaatar
Fantastico,muy interesante,pedazo de viaje,algún dia tal vez
Sigue,sigue,quiero mas
Salud
Sigue,sigue,quiero mas
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- Rixelieu
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#43 El club de motos de Luhansk
Día 12 – Sábado 6 de julio – de Ruz’ka Lozova a Luhansk (362km)
Bueno, otro día que se suponía tranquilo y corto y resultó ser increíble. Dejé Ruz’ka Lozova temprano para intentar tener tiempo de visitar un poco Luhansk, ya que Anna, mi anfitriona, me había dicho que había visitas a las antiguas industrias de la ciudad y me apetecía mucho verlo.
Llegué a la ciudad bastante temprano, y mientras iba por las afueras adelanté un convoy de un club de motos. Eran las primeras motos de verdad que veía en el país y me sorprendieron bastante. Cuando paré en el primer semáforo antes de entrar en la ciudad, uno de ellos, que aparentemente había dejado el grupo para atraparme, se me paró al lado y me preguntó de dónde venía. Empecé a contarle la historia, pero el semáforo cambió y seguimos adelante. Poco después el resto del convoy nos atrapó y me hicieron señas de que parase en la cuneta. Vladimir, el presidente, hablaba inglés, y tenían curiosidad por saber de dónde venía. Me dijeron que habían ido a una reunión a unos 100km de la ciudad y me preguntaron dónde me alojaba. Les enseñé la libreta donde llevaba apuntada la dirección y el teléfono de mi anfitriona, y entonces el presidente sacó su móvil, se lo dio a otro miembro y le dijo que la llamase. Hablaron en ruso un rato y luego me presentó a uno de sus hombres, el “Veterinar”, y me dijo que lo siguiese, que me enseñaría el camión para llegar al centro y me llevaría a un lugar donde había quedado con Anna.
Así que entré en la ciudad de Luhansk escortado por el club de moteros local, y una vez en el centro, la mayoría de ellos se fueron para casa. Mi guía y otro miembro, con sus respectivas artilleras, me llevaron al centro, y en unos 20 minutos llegó Anna. Los moteros me desearon buena suerte con el resto del viaje y se fueron, y yo le dije a mi anfitriona que necesitaba dejar las bolsas y aparcar la moto en un lugar seguro antes de visitar la ciudad. Resultó que vivía a unos siete kilómetros de allí y si cogía el autobús, llegaría más tarde que yo, así que, estando en Ucrania, la senté encima de las bolsas y los neumáticos de repuesto y fuimos hasta su casa así, sin casco.
Una vez aparcamos la moto y me pude duchar, me llevó a visitar una fábrica de trenes muy importante en la ciudad. Normalmente no se pueden visitar lugares así, pero estaban celebrando el día de la industria de la ciudad, y muchos de los sitios estaban abiertos al público. Una oportunidad que no quería dejar escapar. La visita fue genial, nos llevaron por una fábrica enorme al más puro estilo soviético al atardecer, con el sol anaranjado brillando a través de los enormes ventanales de las naves y regalándome unas fotos maravillosas.
Después de eso fuimos a comer algo y a un bar que servía la cerveza local, que era excelente. Se hizo tarde, y tras un día tan largo estaba agotado y la idea de levantarme a eso de las 6 de la mañana para ir hasta la frontera, enfrentarme a todo el papeleo para entrar en Rusia, y luego hacer 400 km hasta Volgogrado no me resultaba para nada atractiva. Además había un museo que realmente quería ver, una antigua escuela de pilotos militares que habían convertido en un museo que tenía una colección de aviones soviéticos, así que decidí quedarme una día más en la ciudad.
Bueno, otro día que se suponía tranquilo y corto y resultó ser increíble. Dejé Ruz’ka Lozova temprano para intentar tener tiempo de visitar un poco Luhansk, ya que Anna, mi anfitriona, me había dicho que había visitas a las antiguas industrias de la ciudad y me apetecía mucho verlo.
Llegué a la ciudad bastante temprano, y mientras iba por las afueras adelanté un convoy de un club de motos. Eran las primeras motos de verdad que veía en el país y me sorprendieron bastante. Cuando paré en el primer semáforo antes de entrar en la ciudad, uno de ellos, que aparentemente había dejado el grupo para atraparme, se me paró al lado y me preguntó de dónde venía. Empecé a contarle la historia, pero el semáforo cambió y seguimos adelante. Poco después el resto del convoy nos atrapó y me hicieron señas de que parase en la cuneta. Vladimir, el presidente, hablaba inglés, y tenían curiosidad por saber de dónde venía. Me dijeron que habían ido a una reunión a unos 100km de la ciudad y me preguntaron dónde me alojaba. Les enseñé la libreta donde llevaba apuntada la dirección y el teléfono de mi anfitriona, y entonces el presidente sacó su móvil, se lo dio a otro miembro y le dijo que la llamase. Hablaron en ruso un rato y luego me presentó a uno de sus hombres, el “Veterinar”, y me dijo que lo siguiese, que me enseñaría el camión para llegar al centro y me llevaría a un lugar donde había quedado con Anna.
Así que entré en la ciudad de Luhansk escortado por el club de moteros local, y una vez en el centro, la mayoría de ellos se fueron para casa. Mi guía y otro miembro, con sus respectivas artilleras, me llevaron al centro, y en unos 20 minutos llegó Anna. Los moteros me desearon buena suerte con el resto del viaje y se fueron, y yo le dije a mi anfitriona que necesitaba dejar las bolsas y aparcar la moto en un lugar seguro antes de visitar la ciudad. Resultó que vivía a unos siete kilómetros de allí y si cogía el autobús, llegaría más tarde que yo, así que, estando en Ucrania, la senté encima de las bolsas y los neumáticos de repuesto y fuimos hasta su casa así, sin casco.
Una vez aparcamos la moto y me pude duchar, me llevó a visitar una fábrica de trenes muy importante en la ciudad. Normalmente no se pueden visitar lugares así, pero estaban celebrando el día de la industria de la ciudad, y muchos de los sitios estaban abiertos al público. Una oportunidad que no quería dejar escapar. La visita fue genial, nos llevaron por una fábrica enorme al más puro estilo soviético al atardecer, con el sol anaranjado brillando a través de los enormes ventanales de las naves y regalándome unas fotos maravillosas.
Después de eso fuimos a comer algo y a un bar que servía la cerveza local, que era excelente. Se hizo tarde, y tras un día tan largo estaba agotado y la idea de levantarme a eso de las 6 de la mañana para ir hasta la frontera, enfrentarme a todo el papeleo para entrar en Rusia, y luego hacer 400 km hasta Volgogrado no me resultaba para nada atractiva. Además había un museo que realmente quería ver, una antigua escuela de pilotos militares que habían convertido en un museo que tenía una colección de aviones soviéticos, así que decidí quedarme una día más en la ciudad.
- Rixelieu
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#44 Viejos pájaros soviéticos
Día 13 – Domingo 7 de Julio – Luhansk (0km)
Para un friki de los aviones como yo, hoy ha sido el día perfecto. El lugar al que fuimos era aparentemente un de las tres mejores escuelas de pilotos militares de la antigua USSR, y el enorme complejo que ocupaba está hoy en parte abandonado, en parte habitado por gente de la ciudad, en parte usado por el ejército, en parte un museo del aire. El autobús nos dejó en la entrada principal, donde un antiguo reactor soviético se alzaba orgulloso, como para recordar a la gente lo que el lugar había sido en el pasado.
Atravesamos las puertas y observé que los edificios del punto de control de la entrada habían sido convertidos en pequeños comercios y kioscos. Los bloques de pisos que flanqueaban la avenida principal estaban habitados hoy por gente de la ciudad que los había comprado baratos porque habían sido construidos hacía tiempo. Hacia el interior del complejo, los árboles y la vegetación habían crecido más, y de vez en cuando se podía vislumbrar un edificio o una nave que formaron parte de la escuela de pilotos.
Pronto estábamos caminando a través de maleza y edificios medio hundidos, y me pareció extraño que allí hubiese un museo, pero hay que tener en cuenta que Ucrania no ha desarrollado una industria del turismo en la mayoría de lugares. Al cabo de un rato nos habíamos perdido y no había a quién preguntar. Al final encontramos lo que parecían los garajes de otro bloque de pisos, y Anna le preguntó a un hombre mayor que salía cómo llegar al museo. Nos envió a través de un camino estrecho que cruzaba un pequeño bosque que después se convirtió en campo abierto, y seguimos caminando hasta que me di cuenta de que estábamos en la pista de aterrizaje de la escuela. A lo lejos a nuestra derecha, se veían las colas de los aviones del museo. Le pregunté a Anna qué uso le daba la gente a la pista en la actualidad, y me dijo que mucha gente llevaba a los niños allí con el coche de la familia para enseñarles a conducir, y que también había gente que hacía carreras pero de vez en cuando algún avión privado pequeño aterrizaba. Me sorprendió mucho que se permitiese a la gente entrar en una pista que a veces estaba activa, y le pregunté si había algún tipo de control aéreo o autoridad responsable del tema, pero no lo sabía. Hice un par de fotos (uno no se pasea por una pista activa a menudo) y fuimos hacia el museo.
Resulta que habíamos encontrado la puerta trasera, y había un guarda viejo que costó una barbaridad convencer de dejarnos entrar. Después de asegurarle que íbamos a ir directos al edificio principal a pagar, nos dejó pasar. Anna le preguntó por lo de la pista, y dijo que ellos eran responsables del museo y los militares de la estación de radio que había al lado, si alguien decidía plantar su avión en la vieja pista, era su responsabilidad vigilar que no aterrizase encima de nadie. ¡Qué locura de país!
Una vez en el museo, me lo pasé en grande a pesar del horrible calor. Había muchos aviones que me encantan, como un Ilyshin Il-76, un Tupolev Tu-95, un Mig 29, un Sukhoi Su-27, un Beriev Be-12 y muchos otros. El guarda de la puerta trasera volvió, aparentemente arrepentido de su comportamiento anterior y nos dio una extensa explicación de los aviones y helicópteros que tenían allí, aunque fue en ruso… Anna hizo lo que pudo para traducirlo.
Volvimos al piso para comer algo y darme una ducha que necesitaba desesperadamente, y por fin encontré un momento para escribir para el blog. Por la tarde fuimos otra vez al centro para ver la puesta de sol desde un parque con vistas a la parte vieja de la ciudad. Fue una magnífica última vista de Luhansk.
Mañana entraré en Rusia, y ya estoy nervioso por tenerme que enfrentar a la temible burocracia soviética.
Para un friki de los aviones como yo, hoy ha sido el día perfecto. El lugar al que fuimos era aparentemente un de las tres mejores escuelas de pilotos militares de la antigua USSR, y el enorme complejo que ocupaba está hoy en parte abandonado, en parte habitado por gente de la ciudad, en parte usado por el ejército, en parte un museo del aire. El autobús nos dejó en la entrada principal, donde un antiguo reactor soviético se alzaba orgulloso, como para recordar a la gente lo que el lugar había sido en el pasado.
Atravesamos las puertas y observé que los edificios del punto de control de la entrada habían sido convertidos en pequeños comercios y kioscos. Los bloques de pisos que flanqueaban la avenida principal estaban habitados hoy por gente de la ciudad que los había comprado baratos porque habían sido construidos hacía tiempo. Hacia el interior del complejo, los árboles y la vegetación habían crecido más, y de vez en cuando se podía vislumbrar un edificio o una nave que formaron parte de la escuela de pilotos.
Pronto estábamos caminando a través de maleza y edificios medio hundidos, y me pareció extraño que allí hubiese un museo, pero hay que tener en cuenta que Ucrania no ha desarrollado una industria del turismo en la mayoría de lugares. Al cabo de un rato nos habíamos perdido y no había a quién preguntar. Al final encontramos lo que parecían los garajes de otro bloque de pisos, y Anna le preguntó a un hombre mayor que salía cómo llegar al museo. Nos envió a través de un camino estrecho que cruzaba un pequeño bosque que después se convirtió en campo abierto, y seguimos caminando hasta que me di cuenta de que estábamos en la pista de aterrizaje de la escuela. A lo lejos a nuestra derecha, se veían las colas de los aviones del museo. Le pregunté a Anna qué uso le daba la gente a la pista en la actualidad, y me dijo que mucha gente llevaba a los niños allí con el coche de la familia para enseñarles a conducir, y que también había gente que hacía carreras pero de vez en cuando algún avión privado pequeño aterrizaba. Me sorprendió mucho que se permitiese a la gente entrar en una pista que a veces estaba activa, y le pregunté si había algún tipo de control aéreo o autoridad responsable del tema, pero no lo sabía. Hice un par de fotos (uno no se pasea por una pista activa a menudo) y fuimos hacia el museo.
Resulta que habíamos encontrado la puerta trasera, y había un guarda viejo que costó una barbaridad convencer de dejarnos entrar. Después de asegurarle que íbamos a ir directos al edificio principal a pagar, nos dejó pasar. Anna le preguntó por lo de la pista, y dijo que ellos eran responsables del museo y los militares de la estación de radio que había al lado, si alguien decidía plantar su avión en la vieja pista, era su responsabilidad vigilar que no aterrizase encima de nadie. ¡Qué locura de país!
Una vez en el museo, me lo pasé en grande a pesar del horrible calor. Había muchos aviones que me encantan, como un Ilyshin Il-76, un Tupolev Tu-95, un Mig 29, un Sukhoi Su-27, un Beriev Be-12 y muchos otros. El guarda de la puerta trasera volvió, aparentemente arrepentido de su comportamiento anterior y nos dio una extensa explicación de los aviones y helicópteros que tenían allí, aunque fue en ruso… Anna hizo lo que pudo para traducirlo.
Volvimos al piso para comer algo y darme una ducha que necesitaba desesperadamente, y por fin encontré un momento para escribir para el blog. Por la tarde fuimos otra vez al centro para ver la puesta de sol desde un parque con vistas a la parte vieja de la ciudad. Fue una magnífica última vista de Luhansk.
Mañana entraré en Rusia, y ya estoy nervioso por tenerme que enfrentar a la temible burocracia soviética.
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#45 Re: BCN - Ulaanbaatar
que pasada,
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#46 Tres moteros en Volgograd
Día 14 – Lunes 8 de Julio – de Luhansk a Volgograd (506km)
Ningún problema en la frontera hoy. La burocracia rusa fue más fácil de lo esperado, simplemente tardé un rato en cumplimentar todos los formularios de inmigración e importación temporal de la moto y luego me dieron la bienvenida a Rusia, los guardias de frontera eran mucho más simpáticos que los ucranianos. Las carreteras eran bastante buenas durante casi toda la mañana, y cuando me paré en una pequeña área de descanso, un camionero que pasaba paró el camión y dio marcha atrás hasta donde yo estaba. En ruso, me preguntó de dónde venía y cuando le expliqué que venía de Barcelona e iba a Mongolia se sorprendió mucho y me deseó suerte. Al cabo de un rato un hombre mayor y su hijo detuvieron su viejo Lada, se bajaron y me dijeron algo señalando la moto. De los gestos que hacía el hombre entendí que él también tenía una moto en su pueblo, y luego cogió mi libreta de direcciones, que había sacado para llamar a mi anfitrión en Volgogrado, y apuntó su nombre y dirección, haciendo gestos que daban a entender que podía dormir en su casa si lo necesitaba. Solo llevaba unas horas en Rusia, pero la gente que había encontrado eran de lo más agradable y servicial que había visto.
Un par de horas más tarde llegué a Volgogrado para encontrar un atasco enorme, y cuando miré el GPS no podía creer mis ojos: ya estaba en la ciudad y el trasto decía que aún me quedaban 30km hasta casa de mi anfitrión. Al cabo de una hora de locura circulatoria rusa llegué allí y descubrí que Volgogrado es una ciudad enorme; se extiende a lo largo de unos 80km en ambas orillas del río Volga a pesar de tener sólo 1,5 millones de habitantes.
Me paré enfrente de la puerta de mi anfitrión y esperé que llegase alguien, y me sorprendió mucho ver que la novia de mi anfitrión llegaba acompañada de otros dos couch surfers que también estaban en el piso… ¡y que eran también moteros!
Uno de ellos, Lex, de Holanda, iba en su vieja Transalp hacia Georgia y Turquía, y Martin, de la República Checa, iba en su GSA más o menos por la misma ruta que yo, pero a diferencia de mí, iba a visitar todos los Stans, mientras que yo solo haré Kazakhstan. La novia de nuestro anfitrión me dijo que dejase las cosas en el piso t me duchase y nos llevó a dar una vuelta. No cogí el teléfono ni nada más, ya que pensaba que sería una rato, pero nos embarcamos en un tour nocturno de la ciudad de Volgograd y no volvimos al apartamento hasta bien pasadas las dos de la madrugada. Estaba totalmente agotado, pero había valido la pena sin lugar a dudas; visitamos los monumentos más importantes de la ciudad conmemorando la batalla de Stalingrado, y eran algo imponente de ver a esa hora de la noche, sin calor y sin turistas. Una experiencia maravillosa.
Ningún problema en la frontera hoy. La burocracia rusa fue más fácil de lo esperado, simplemente tardé un rato en cumplimentar todos los formularios de inmigración e importación temporal de la moto y luego me dieron la bienvenida a Rusia, los guardias de frontera eran mucho más simpáticos que los ucranianos. Las carreteras eran bastante buenas durante casi toda la mañana, y cuando me paré en una pequeña área de descanso, un camionero que pasaba paró el camión y dio marcha atrás hasta donde yo estaba. En ruso, me preguntó de dónde venía y cuando le expliqué que venía de Barcelona e iba a Mongolia se sorprendió mucho y me deseó suerte. Al cabo de un rato un hombre mayor y su hijo detuvieron su viejo Lada, se bajaron y me dijeron algo señalando la moto. De los gestos que hacía el hombre entendí que él también tenía una moto en su pueblo, y luego cogió mi libreta de direcciones, que había sacado para llamar a mi anfitrión en Volgogrado, y apuntó su nombre y dirección, haciendo gestos que daban a entender que podía dormir en su casa si lo necesitaba. Solo llevaba unas horas en Rusia, pero la gente que había encontrado eran de lo más agradable y servicial que había visto.
Un par de horas más tarde llegué a Volgogrado para encontrar un atasco enorme, y cuando miré el GPS no podía creer mis ojos: ya estaba en la ciudad y el trasto decía que aún me quedaban 30km hasta casa de mi anfitrión. Al cabo de una hora de locura circulatoria rusa llegué allí y descubrí que Volgogrado es una ciudad enorme; se extiende a lo largo de unos 80km en ambas orillas del río Volga a pesar de tener sólo 1,5 millones de habitantes.
Me paré enfrente de la puerta de mi anfitrión y esperé que llegase alguien, y me sorprendió mucho ver que la novia de mi anfitrión llegaba acompañada de otros dos couch surfers que también estaban en el piso… ¡y que eran también moteros!
Uno de ellos, Lex, de Holanda, iba en su vieja Transalp hacia Georgia y Turquía, y Martin, de la República Checa, iba en su GSA más o menos por la misma ruta que yo, pero a diferencia de mí, iba a visitar todos los Stans, mientras que yo solo haré Kazakhstan. La novia de nuestro anfitrión me dijo que dejase las cosas en el piso t me duchase y nos llevó a dar una vuelta. No cogí el teléfono ni nada más, ya que pensaba que sería una rato, pero nos embarcamos en un tour nocturno de la ciudad de Volgograd y no volvimos al apartamento hasta bien pasadas las dos de la madrugada. Estaba totalmente agotado, pero había valido la pena sin lugar a dudas; visitamos los monumentos más importantes de la ciudad conmemorando la batalla de Stalingrado, y eran algo imponente de ver a esa hora de la noche, sin calor y sin turistas. Una experiencia maravillosa.
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#47 Re: BCN - Ulaanbaatar
Día 15 – Miércoles 10 de julio – Volgogrado (0km)
Me levanté temprano y mandé un mensaje a mi contacto en la ciudad, Vitali, del club de motos Ferrum, que había encontrado en HUBB antes de salir de Barcelona. Me dio la dirección de un taller de motos donde podían hacerme la revisión y mirar el tema de la fuga de aceite, así que puse la dirección en el GPS y salí, sin el traje de moto, ya que el calor en la ciudad era insoportable y no tenía ganas de pelearme con los atascos con toda la armadura puesta. Lex, el chico holandés, se había ido una hora antes, en dirección a Astrakhan, donde ya tenía anfitrión.
Quizá el tráfico era mejor o quizá ya me estaba acostumbrando a él, pero me pareció que los 30km que tenía hasta el taller fueron bastante fáciles. Cuando llegué metí la moto en el patio delantero y un ruso enorme salió a recibirme. Le dije que venía de parte de Vitali, pero no parecía entender de qué le estaba hablando, y gritó a una chica que saliese de dentro del taller. Era Kate, la secretaria, y hablaba algo de inglés. Le expliqué que me habían dicho que fuese allí, pero tampoco parecía saber quién era Vitali. Lo llamé por teléfono y se lo pasé y hablaron un rato en ruso. Cuando colgó, me dijo que metiese la moto en el taller y me preguntó qué necesitaba. Le expliqué a Kate que quería cambiar los neumáticos por los que llevaba, cambiar las bujías, cambiar el aceite y mirar lo de la fuga. Me dijeron que no habá problema, y se pusieron a hacer la revisión mientras llegaba el “maestro”, como llamaban al mecánico jefe. Acostumbrado a los talleres en España, pensaba que tardaría todo el día, así que estaba preparado para coger un autobús de vuelta al apartamento y volver al día siguiente a por la moto cuando el ruso enorme señaló un sofá de piel en la oficina con aire acondicionado y me dijo “sit”. Me senté y saqué un libro. Al cabo de cinco minutos ya estaba aburrido, así que me metí en la oficina y empecé a hablar con Kate. A los diez minutos ya estábamos en el ordenador de la oficina y quería ver todas las fotos de casa que tuviese en Facebook. Era muy, muy simpática y me hizo sentir como en casa todo el rato que estuve allí. Hablamos mucho, me preparó té y a mediodía incluso pidió comida y comimos juntos en la oficina.
Poco después de las cuatro la moto estaba lista, con la fuga reparada y todo. Resulta que era la junta del tensor de la cadena de distribución, y el “maestro” había recortado una nueva y la había sustituido. Todos los mecánicos y Kate se hicieron fotos con la moto y conmigo y me desearon buena suerte, eran gente fantástica.
De vuelta al apartamento, Martin y yo fuimos a darnos un baño en el río Volga a última hora de la tarde, y luego tomamos una cerveza al lado del río viendo la puesta de sol. Fue un momento fantástico y me hizo pensar en lo poco que hubiese imaginado estar haciendo algo así un año atrás.
Martin es informático, y trabaja desde su portátil mientras viaja. Su intención era quedarse en la ciudad hasta el viernes, pero hoy pudo adelantar algo de trabajo y mañana me acompañará hasta Astrakán, será genial tener compañía para variar.
Por la noche, Andrey, nuestro anfitrión, nos llevó a comer una versión rusa del kebab, e hice una nueva amiga.
Me levanté temprano y mandé un mensaje a mi contacto en la ciudad, Vitali, del club de motos Ferrum, que había encontrado en HUBB antes de salir de Barcelona. Me dio la dirección de un taller de motos donde podían hacerme la revisión y mirar el tema de la fuga de aceite, así que puse la dirección en el GPS y salí, sin el traje de moto, ya que el calor en la ciudad era insoportable y no tenía ganas de pelearme con los atascos con toda la armadura puesta. Lex, el chico holandés, se había ido una hora antes, en dirección a Astrakhan, donde ya tenía anfitrión.
Quizá el tráfico era mejor o quizá ya me estaba acostumbrando a él, pero me pareció que los 30km que tenía hasta el taller fueron bastante fáciles. Cuando llegué metí la moto en el patio delantero y un ruso enorme salió a recibirme. Le dije que venía de parte de Vitali, pero no parecía entender de qué le estaba hablando, y gritó a una chica que saliese de dentro del taller. Era Kate, la secretaria, y hablaba algo de inglés. Le expliqué que me habían dicho que fuese allí, pero tampoco parecía saber quién era Vitali. Lo llamé por teléfono y se lo pasé y hablaron un rato en ruso. Cuando colgó, me dijo que metiese la moto en el taller y me preguntó qué necesitaba. Le expliqué a Kate que quería cambiar los neumáticos por los que llevaba, cambiar las bujías, cambiar el aceite y mirar lo de la fuga. Me dijeron que no habá problema, y se pusieron a hacer la revisión mientras llegaba el “maestro”, como llamaban al mecánico jefe. Acostumbrado a los talleres en España, pensaba que tardaría todo el día, así que estaba preparado para coger un autobús de vuelta al apartamento y volver al día siguiente a por la moto cuando el ruso enorme señaló un sofá de piel en la oficina con aire acondicionado y me dijo “sit”. Me senté y saqué un libro. Al cabo de cinco minutos ya estaba aburrido, así que me metí en la oficina y empecé a hablar con Kate. A los diez minutos ya estábamos en el ordenador de la oficina y quería ver todas las fotos de casa que tuviese en Facebook. Era muy, muy simpática y me hizo sentir como en casa todo el rato que estuve allí. Hablamos mucho, me preparó té y a mediodía incluso pidió comida y comimos juntos en la oficina.
Poco después de las cuatro la moto estaba lista, con la fuga reparada y todo. Resulta que era la junta del tensor de la cadena de distribución, y el “maestro” había recortado una nueva y la había sustituido. Todos los mecánicos y Kate se hicieron fotos con la moto y conmigo y me desearon buena suerte, eran gente fantástica.
De vuelta al apartamento, Martin y yo fuimos a darnos un baño en el río Volga a última hora de la tarde, y luego tomamos una cerveza al lado del río viendo la puesta de sol. Fue un momento fantástico y me hizo pensar en lo poco que hubiese imaginado estar haciendo algo así un año atrás.
Martin es informático, y trabaja desde su portátil mientras viaja. Su intención era quedarse en la ciudad hasta el viernes, pero hoy pudo adelantar algo de trabajo y mañana me acompañará hasta Astrakán, será genial tener compañía para variar.
Por la noche, Andrey, nuestro anfitrión, nos llevó a comer una versión rusa del kebab, e hice una nueva amiga.
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#48 Fin de la primera parte
Día 16 – Miércoles 10 de julio – De Volgogrado a Astrakán (425km)
El libro que me llevé conmigo de viaje es “Las uvas de la ira”, de Steinbeck, y al atravesar los parajes desolados, casi desiertos entre Volgogrado y Astrakán y ver los pequeños pueblos de casas de madera polvorientas, con montones de paja que casi parecían barro y se confundían con el paisaje no he podido evitar pensar en la historia.
Al ver un sitio tan seco y polvoriento mientras me cocía a casi 40ºC en la moto, es difícil imaginar que la temperatura llega a -20ºC en invierno y la nieve lo cubre todo. La vida aquí debe ser muy dura.
Viajé con Martin hasta Astrakán, y fue un día fantástico. Por fin tengo fotos y vídeos donde salgo yo y la moto para variar, y yo también le hice algún vídeo a él.
La carretera era muy buena y llegamos a Astrakán a las cuatro de la tarde. La noche anterior había enviado una solicitud de Couch a una pareja que vive en la ciudad, y resultó que son los mismos con quien se alojaba Lex, el holandés, así que nos hemos vuelto a encontrar. Valentin, el chico que nos aloja, tenía que trabajar hoy, pero hay una comunidad muy activa de Couch Surfers en la ciudad y tenían muchas ganas de conocernos, así que organizó un encuentro en el centro. Nos dio el móvil de un par de personas y nos dijo que fuésemos a verlos.
Dimos un paseo de unos 20 minutos hasta el centro y los esperamos en el parque. Éramos unas ocho personas, y otros más se unieron mientras íbamos a través del centro hasta el río Volga para ver la puesta de sol.
Parece que cada vez que pienso que una ciudad va a ser aburrida o poco interesante y que sólo voy a pasar una noche antes de seguir adelante, resulta ser un sitio genial que me sabe mal dejar tan rápido. Astrakán es mucho más pequeña que Volgogrado, y es la ciudad más bonita que he visto hasta el momento en Rusia y Ucrania. Al contrario que la mayoría de ciudades, está bien cuidada y es muy bonita, el centro tiene muchos edificios antiguos y casas tradicionales de madera, y el Kremlin era impresionante, lástima que estuviese cerrado por obras.
Tras un buen paseo volvimos al parque donde habíamos quedado y Martina, una chica alemana que trabaja para una ONG y que lleva 10 meses en la ciudad, montó una cuerda floja y todos intentamos caminar en ella. ¡Bastante difícil!
Mañana Martin y yo nos dirigiremos hacia Kazakstán, lo que significa que la parte fácil del viaje ha terminado. No más camas, duchas ni internet. Haremos unos 400km y luego acamparemos para pasar la noche. Después de eso, cada uno seguirá su camino, él hacia el sur para ir a Uzbekistán, yo hacia el norte y después al Mar de Aral. Seguiré escribiendo, pero no sé cuándo tendré conexión para publicar los posts, seguramente no antes de Almaty.
Estas dos primeras semanas han sido increíbles, he vivido tantas experiencias y conocido a tanta gente que aún necesitaré tiempo para absorberlo todo. Ahora empieza la parte difícil. Nos vemos pronto.
El libro que me llevé conmigo de viaje es “Las uvas de la ira”, de Steinbeck, y al atravesar los parajes desolados, casi desiertos entre Volgogrado y Astrakán y ver los pequeños pueblos de casas de madera polvorientas, con montones de paja que casi parecían barro y se confundían con el paisaje no he podido evitar pensar en la historia.
Al ver un sitio tan seco y polvoriento mientras me cocía a casi 40ºC en la moto, es difícil imaginar que la temperatura llega a -20ºC en invierno y la nieve lo cubre todo. La vida aquí debe ser muy dura.
Viajé con Martin hasta Astrakán, y fue un día fantástico. Por fin tengo fotos y vídeos donde salgo yo y la moto para variar, y yo también le hice algún vídeo a él.
La carretera era muy buena y llegamos a Astrakán a las cuatro de la tarde. La noche anterior había enviado una solicitud de Couch a una pareja que vive en la ciudad, y resultó que son los mismos con quien se alojaba Lex, el holandés, así que nos hemos vuelto a encontrar. Valentin, el chico que nos aloja, tenía que trabajar hoy, pero hay una comunidad muy activa de Couch Surfers en la ciudad y tenían muchas ganas de conocernos, así que organizó un encuentro en el centro. Nos dio el móvil de un par de personas y nos dijo que fuésemos a verlos.
Dimos un paseo de unos 20 minutos hasta el centro y los esperamos en el parque. Éramos unas ocho personas, y otros más se unieron mientras íbamos a través del centro hasta el río Volga para ver la puesta de sol.
Parece que cada vez que pienso que una ciudad va a ser aburrida o poco interesante y que sólo voy a pasar una noche antes de seguir adelante, resulta ser un sitio genial que me sabe mal dejar tan rápido. Astrakán es mucho más pequeña que Volgogrado, y es la ciudad más bonita que he visto hasta el momento en Rusia y Ucrania. Al contrario que la mayoría de ciudades, está bien cuidada y es muy bonita, el centro tiene muchos edificios antiguos y casas tradicionales de madera, y el Kremlin era impresionante, lástima que estuviese cerrado por obras.
Tras un buen paseo volvimos al parque donde habíamos quedado y Martina, una chica alemana que trabaja para una ONG y que lleva 10 meses en la ciudad, montó una cuerda floja y todos intentamos caminar en ella. ¡Bastante difícil!
Mañana Martin y yo nos dirigiremos hacia Kazakstán, lo que significa que la parte fácil del viaje ha terminado. No más camas, duchas ni internet. Haremos unos 400km y luego acamparemos para pasar la noche. Después de eso, cada uno seguirá su camino, él hacia el sur para ir a Uzbekistán, yo hacia el norte y después al Mar de Aral. Seguiré escribiendo, pero no sé cuándo tendré conexión para publicar los posts, seguramente no antes de Almaty.
Estas dos primeras semanas han sido increíbles, he vivido tantas experiencias y conocido a tanta gente que aún necesitaré tiempo para absorberlo todo. Ahora empieza la parte difícil. Nos vemos pronto.
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#49 Camellos y pozos de petróleo
Día 17 – jueves 11 de julio – de Astrakán a Dossor (455km)
Esta vez Martin y yo nos pusimos en camino temprano, y a las 8 de la mañana ya estábamos en la carretera, después de una parada para comprar algo de zumo y pastelería para desayunar. Salimos de la ciudad y poco después llegamos al río Buzan, que discurre paralelo al Volga. Había leído en HUBB que no había puente, y que necesitaríamos guardarnos algunos rublos antes de entrar en Kazakstán para pagar el ferry para cruzarlo. Resultó que había un puente, uno de esos montado sobre pontones que flotan sobre el río, y tuvimos que pagar 50 rublos para cruzarlo. La superficie del puente estaba hecha de planchas de metal, dobladas y abolladas, y resbalaba muchísimo, pero conseguimos cruzar sin caernos de la moto.
Desde allí solo teníamos unos pocos kilómetros hasta la frontera, que fue sorprendentemente fácil de cruzar. Había cola, pero nos colamos con las motos hasta delante y el guarda nos dejó pasar. Pasamos el lado ruso sin problemas, a pesar de que no nos habíamos registrado con las autoridades al entrar en el país, y no nos pidieron los papeles de importación temporal de la moto que nos habían dado cuando entramos el país desde Ucrania. En el lado kazajo los guardas eran muy amables y tenían curiosidad sobre nuestro viaje, es una pena que no se pudiesen hacer fotos. Usando un poco de lenguaje de manos, me dijeron que se podía cambiar dinero justo allí en el edificio de aduanas, y justo pasada la frontera había mucha gente ofreciendo cambiar dinero y vender seguro para automóviles. Ya que mi seguro europeo no cubría más allá de la parte Europea de Rusia, compré un seguro para 20 días por unos 27€.
La carretera se volvió mala de inmediato, con un montón de agujeros que nos obligaban a ir de pié y prestar mucha atención para no pillarlos, ya que eran profundos y con los bordes vivos. Al cabo de aproximadamente una hora en el país, paramos a por gasolina en un pequeño pueblo y desde allí la carretera mejoró bastante, permitiéndonos viajar a unos 80km/h, pero aún con cuidado para evitar algún socavón de vez en cuando. Queríamos llegar a Dossor, que está unos 100km más lejos de lo que yo había planeado ir al principio, pero llevábamos un buen día y la carretera no era tan mala como nos pensábamos, así que pensamos que podíamos llegar. Poco antes de Atyrau paramos a poner gasolina por última vez, ya que debería ser suficiente para completar el día.
El paisaje en Kazakstán era bastante aburrido, kilómetros y kilómetros de nada, sólo desierto, camellos y caballos y de vez en cuando un pueblo o un pozo de petróleo.
La carretera de después de Atyrau era sorpredentemente buena, y pudimos ir rápido hasta Dossor. Paramos una última vez para comprar agua y Martin compró también unas gafas de sol para poder llevar debajo de las de protección, ya que le molestaba mucho. Mientras nos preparábamos para volver a subir en las motos, un Belga en una bici muy rara entró en la gasolinera. Estaba participando en una carrera de bicis de energía solar desde Francia hasta Astana, y en ese momento era el líder.
Se dedicaba al tema de la energía solar y había diseñado la bicicleta él mismo, nos dijo que había dos de sus prototipos participando en la carrera. Le deseamos buena suerte y le avisamos del mal estado de las carreteras, pero parece que estaba bastante seguro de que no sería un problema en su bici.
Llegamos a Dossor sobre las 7 de la tarde, y paramos a repostar en una gasolinera en el cruce donde a la mañana siguiente nos separaríamos, Martin continuando hacia el sur hasta Uzbekistán y yo hacia el norte hasta Aktobe. Preguntamos al hombre de la gasolinera dónde podíamos acampar, y nos dijo que mejor hacerlo detrás del edificio, ya que no sería seguro hacerlo más lejos del pueblo.
Plantar las tiendas con el viento que hacía fue bastante difícil, y había muchísimo polvo. En sólo media hora el interior de las tiendas estaban llenas de arena del desierto que dejaba una fina capa sobre todas nuestras cosas. Preparé un risotto en el hornillo y me senté con la espalda contra la pared de la gasolinera a cenar y contemplar la puesta de sol en el desierto.
Esta vez Martin y yo nos pusimos en camino temprano, y a las 8 de la mañana ya estábamos en la carretera, después de una parada para comprar algo de zumo y pastelería para desayunar. Salimos de la ciudad y poco después llegamos al río Buzan, que discurre paralelo al Volga. Había leído en HUBB que no había puente, y que necesitaríamos guardarnos algunos rublos antes de entrar en Kazakstán para pagar el ferry para cruzarlo. Resultó que había un puente, uno de esos montado sobre pontones que flotan sobre el río, y tuvimos que pagar 50 rublos para cruzarlo. La superficie del puente estaba hecha de planchas de metal, dobladas y abolladas, y resbalaba muchísimo, pero conseguimos cruzar sin caernos de la moto.
Desde allí solo teníamos unos pocos kilómetros hasta la frontera, que fue sorprendentemente fácil de cruzar. Había cola, pero nos colamos con las motos hasta delante y el guarda nos dejó pasar. Pasamos el lado ruso sin problemas, a pesar de que no nos habíamos registrado con las autoridades al entrar en el país, y no nos pidieron los papeles de importación temporal de la moto que nos habían dado cuando entramos el país desde Ucrania. En el lado kazajo los guardas eran muy amables y tenían curiosidad sobre nuestro viaje, es una pena que no se pudiesen hacer fotos. Usando un poco de lenguaje de manos, me dijeron que se podía cambiar dinero justo allí en el edificio de aduanas, y justo pasada la frontera había mucha gente ofreciendo cambiar dinero y vender seguro para automóviles. Ya que mi seguro europeo no cubría más allá de la parte Europea de Rusia, compré un seguro para 20 días por unos 27€.
La carretera se volvió mala de inmediato, con un montón de agujeros que nos obligaban a ir de pié y prestar mucha atención para no pillarlos, ya que eran profundos y con los bordes vivos. Al cabo de aproximadamente una hora en el país, paramos a por gasolina en un pequeño pueblo y desde allí la carretera mejoró bastante, permitiéndonos viajar a unos 80km/h, pero aún con cuidado para evitar algún socavón de vez en cuando. Queríamos llegar a Dossor, que está unos 100km más lejos de lo que yo había planeado ir al principio, pero llevábamos un buen día y la carretera no era tan mala como nos pensábamos, así que pensamos que podíamos llegar. Poco antes de Atyrau paramos a poner gasolina por última vez, ya que debería ser suficiente para completar el día.
El paisaje en Kazakstán era bastante aburrido, kilómetros y kilómetros de nada, sólo desierto, camellos y caballos y de vez en cuando un pueblo o un pozo de petróleo.
La carretera de después de Atyrau era sorpredentemente buena, y pudimos ir rápido hasta Dossor. Paramos una última vez para comprar agua y Martin compró también unas gafas de sol para poder llevar debajo de las de protección, ya que le molestaba mucho. Mientras nos preparábamos para volver a subir en las motos, un Belga en una bici muy rara entró en la gasolinera. Estaba participando en una carrera de bicis de energía solar desde Francia hasta Astana, y en ese momento era el líder.
Se dedicaba al tema de la energía solar y había diseñado la bicicleta él mismo, nos dijo que había dos de sus prototipos participando en la carrera. Le deseamos buena suerte y le avisamos del mal estado de las carreteras, pero parece que estaba bastante seguro de que no sería un problema en su bici.
Llegamos a Dossor sobre las 7 de la tarde, y paramos a repostar en una gasolinera en el cruce donde a la mañana siguiente nos separaríamos, Martin continuando hacia el sur hasta Uzbekistán y yo hacia el norte hasta Aktobe. Preguntamos al hombre de la gasolinera dónde podíamos acampar, y nos dijo que mejor hacerlo detrás del edificio, ya que no sería seguro hacerlo más lejos del pueblo.
Plantar las tiendas con el viento que hacía fue bastante difícil, y había muchísimo polvo. En sólo media hora el interior de las tiendas estaban llenas de arena del desierto que dejaba una fina capa sobre todas nuestras cosas. Preparé un risotto en el hornillo y me senté con la espalda contra la pared de la gasolinera a cenar y contemplar la puesta de sol en el desierto.
- rabasadas
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